Las ciudades indias se enfrentan a una paradoja alarmante: mientras se invierte en tecnologías punteras para transformarlas en urbes “inteligentes”, lluvias cada vez más intensas exponen su fragilidad estructural más básica. Inundaciones recurrentes, drenajes colapsados y barrios enteros paralizados revelan los costos de una urbanización desordenada y ajena al entorno climático. Analizamos cómo el cambio climático, la negligencia institucional y el desarrollo urbano mal planificado han convertido el agua de lluvia en una amenaza sistemática para millones

En las últimas décadas, la India ha emprendido un ambicioso proyecto de modernización urbana bajo la bandera de las “ciudades inteligentes”, una iniciativa nacional lanzada en 2015 con el objetivo de transformar los centros urbanos mediante la integración de tecnologías digitales, infraestructuras resilientes y soluciones sostenibles para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Sin embargo, este discurso de modernidad convive con una realidad cada vez más angustiante: el colapso sistemático de las infraestructuras urbanas ante lluvias intensas, inundaciones repentinas y fenómenos extremos asociados al cambio climático. Esta paradoja revela un profundo desfase entre la planificación urbana contemporánea y las condiciones ambientales emergentes, lo que pone en evidencia una crisis estructural que va mucho más allá de la mera ingeniería hidráulica.
Las imágenes de automóviles flotando como botes improvisados, barrios enteros sumergidos bajo aguas residuales mezcladas con lodo y basura, familias desplazándose entre escombros en calles anegadas y servicios esenciales paralizados ya no son episodios excepcionales en la vida urbana india: se han convertido en patrones recurrentes durante cada temporada monzónica. Esta crisis hidrometeorológica tiene múltiples causas interrelacionadas que requieren ser entendidas en su complejidad: desde el impacto acelerado del calentamiento global en los regímenes de lluvia hasta las prácticas destructivas de urbanización, el deterioro institucional de la gobernanza urbana y la marginación sistemática de comunidades vulnerables.
Cambio climático y alteración de los patrones de precipitación: una amenaza cada vez más tangible
Numerosos estudios científicos respaldados por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) han alertado sobre los efectos que el calentamiento global está teniendo sobre los patrones de precipitación a nivel regional y local. Una atmósfera más cálida es capaz de retener una mayor cantidad de vapor de agua, lo que, al condensarse, produce precipitaciones más intensas y concentradas en lapsos cortos de tiempo. En el contexto de Asia del Sur, y particularmente en la región del Himalaya y el norte de la India, este fenómeno se manifiesta a través de un aumento sostenido en la frecuencia e intensidad de eventos extremos como las “cloudbursts” (lluvias torrenciales repentinas), los deslizamientos de tierra y las crecidas súbitas de ríos.
Entre enero y julio de 2021 se documentaron al menos 26 eventos de este tipo en la región himaláyica, una cifra alarmante si se considera que el Departamento Meteorológico de la India había registrado tan solo 30 eventos similares en todo el país entre 1970 y 2016. En 2023, Himachal Pradesh reportó 65 episodios de lluvias torrenciales durante la temporada del monzón del suroeste, y en lo que va de 2025 ya se contabilizan 27 eventos adicionales. Estas estadísticas reflejan un nuevo régimen climático, marcado por su imprevisibilidad y violencia, para el cual ni las ciudades ni las instituciones están debidamente preparadas.
El calentamiento del Océano Índico, junto con el de los mares de Arabia y la Bahía de Bengala, ha incrementado la evaporación marina, produciendo una mayor carga de humedad en las masas de aire que, al desplazarse hacia el interior continental, colisionan con las corrientes frías de montaña y desencadenan precipitaciones catastróficas. Esta configuración climática no solo agrava el riesgo de inundaciones, sino que además plantea un desafío técnico y político de primer orden: construir infraestructuras y marcos de gobernanza urbana capaces de adaptarse a condiciones extremas en constante evolución.
Sistemas de drenaje obsoletos y planificación urbana disfuncional

Las ciudades indias, incluso las que se autodenominan “inteligentes”, descansan sobre sistemas de drenaje pensados para una era diferente. Muchos de ellos fueron diseñados durante el periodo colonial o en las décadas posteriores a la independencia, cuando la densidad poblacional, el nivel de impermeabilización del suelo y la magnitud de las precipitaciones eran radicalmente distintos. El crecimiento urbano descontrolado ha superado con creces la capacidad de estas infraestructuras, que hoy son insuficientes, disfuncionales o, directamente, inexistentes en varios sectores de las ciudades.
Los drenajes existentes suelen estar obstruidos por residuos sólidos, escombros de obras de construcción y desechos plásticos. La limpieza y el mantenimiento, cuando se realizan, suelen ser reacciones tardías activadas por la emergencia, en lugar de formar parte de una gestión preventiva y sistemática. En zonas periféricas y asentamientos informales, donde la planificación urbana apenas tiene presencia, la ausencia total de infraestructura de drenaje convierte a las lluvias en amenazas letales. Además, la impermeabilización del suelo a través de pavimentación extensiva y construcciones densas impide la filtración natural del agua, exacerbando los flujos superficiales y multiplicando el riesgo de inundación.
Paralelamente, la urbanización ha devorado sistemáticamente cuerpos de agua naturales como humedales, estanques, lagos estacionales y llanuras de inundación. Estos ecosistemas, que tradicionalmente actuaban como amortiguadores hidráulicos al absorber el exceso de lluvia, han sido convertidos en bienes raíces lucrativos. La desaparición o degradación de estos espacios ha eliminado una de las pocas defensas naturales que tenían las ciudades frente a lluvias intensas. Lo que antes era parte del metabolismo urbano hoy ha sido reemplazado por estructuras frágiles y altamente vulnerables.
La responsabilidad del sector privado y la lógica del lucro inmobiliario
El sector de la construcción y el desarrollo inmobiliario desempeña un papel ambivalente en esta crisis. Por un lado, es uno de los principales motores del crecimiento económico urbano; por otro, sus prácticas contribuyen significativamente a la fragilidad del entorno urbano frente a las lluvias. La falta de regulaciones estrictas, la corrupción administrativa, y la presión del mercado conducen a proyectos construidos sin consideración por el drenaje natural, la retención de agua, o la protección de áreas inundables. En muchos casos, los residuos de construcción son vertidos directamente en canales de drenaje o cuerpos de agua, obstruyendo su funcionamiento.
Las decisiones de diseño, selección de materiales y ubicación de desarrollos urbanos responden más a la lógica de la maximización de beneficios que a criterios de sostenibilidad y resiliencia climática. La proliferación de “gated communities” —urbanizaciones cerradas para clases medias y altas— que se inundan a las pocas horas de lluvia intensa es el resultado de este enfoque cortoplacista. Las consecuencias económicas también son graves: pérdida de mercancías, interrupción de cadenas de suministro, afectación de servicios esenciales como electricidad, telecomunicaciones y transporte.
Pese a contar con los recursos técnicos y financieros para adoptar estándares de construcción más resilientes, la inversión en infraestructura adaptativa, drenaje sostenible o reutilización de aguas pluviales sigue siendo escasa. La transformación del sector privado en un actor corresponsable requiere no solo incentivos económicos, sino también una regulación eficaz, supervisión rigurosa y mecanismos de rendición de cuentas.
La dimensión humana de la catástrofe: desigualdad, desplazamiento y vulnerabilidad
Detrás de cada evento de inundación se esconde un drama social que rara vez ocupa los titulares. Las poblaciones más afectadas son siempre las más pobres: trabajadores informales, habitantes de asentamientos irregulares, familias en zonas bajas cercanas a ríos o canales, niños y ancianos sin acceso a refugios adecuados. Para estas comunidades, las inundaciones no representan un inconveniente logístico, sino una amenaza existencial. La pérdida de vivienda, documentos, medicamentos, alimentos y medios de vida ocurre de forma súbita y devastadora.
La falta de acceso a agua potable, instalaciones sanitarias seguras y atención médica agrava aún más los riesgos post-inundación, incrementando la propagación de enfermedades como el cólera, el dengue, las infecciones cutáneas y respiratorias. Además, la interrupción del ciclo educativo por la destrucción de escuelas o la imposibilidad de transporte perpetúa las condiciones de pobreza intergeneracional. Las políticas de gestión del riesgo de desastre deben empezar por estas poblaciones, no como una estrategia asistencialista, sino como una prioridad de justicia climática.
Hacia una gestión urbana integrada y resiliente
Frente a este escenario, es imperativo repensar la forma en que se concibe, construye y gobierna la ciudad. Las soluciones técnicas existen, pero requieren voluntad política sostenida y una coordinación efectiva entre diferentes niveles de gobierno, el sector privado, la sociedad civil y las comunidades afectadas. Se necesitan inversiones masivas en sistemas de drenaje modernos, limpieza y desazolve regular de canales, restauración de cuerpos de agua naturales y protección legal de humedales y llanuras de inundación.
El fortalecimiento de sistemas de alerta temprana, especialmente en zonas de montaña vulnerables a lluvias torrenciales, debe ir acompañado de rutas de evacuación claras, refugios seguros, brigadas capacitadas y protocolos de acción rápidos. Asimismo, la incorporación del riesgo climático en los planes urbanos y en la normativa de construcción debe dejar de ser una recomendación para convertirse en una obligación.
La verdadera inteligencia urbana no se mide por la cantidad de sensores digitales o aplicaciones móviles, sino por la capacidad de las ciudades de proteger a sus habitantes, en especial a los más vulnerables, frente a amenazas previsibles. El futuro de las ciudades indias, y de muchas otras del Sur Global, depende de su capacidad de hacer de la resiliencia climática un eje central de su desarrollo. Solo así podrán superar la contradicción entre el sueño tecnológico y la realidad del agua que todo lo arrasa.