Sahel: el callejón sin salida. ¿Qué se puede hacer?

Sahel: el callejón sin salida. ¿Qué se puede hacer?

En el Sahel, en la misma semana, un soldado francés fue asesinado, los ejércitos de Malí y Burkina Faso sufrieron varias derrotas graves, perdiendo más de un centenar de hombres, mientras que cincuenta trabajadores civiles empleados por una mina canadiense fueron masacrados en Burkina Faso, un país en proceso de desintegración. Aunque Francia ha anunciado que ha matado a un importante dirigente yihadista, la situación se descontrola poco a poco.

Bernard Lugan

La realidad es que los Estados africanos fallidos son incapaces de asegurar su propia defensa, el G5 Sahel es una cáscara vacía y las fuerzas internacionales desplegadas en Malí utilizan la mayor parte de sus recursos para autoprotegerse. Sobre el terreno, todo depende de los 4.500 hombres de la fuerza Barkhane.

Pero:

1) ¿Tenemos intereses vitales en la región que justifiquen nuestra implicación militar? La respuesta es no.

2) ¿Cómo podemos librar una verdadera guerra cuando, por ideología, nos negamos a nombrar al enemigo? ¿Cómo podemos luchar contra el enemigo cuando pretendemos que ha aparecido de la nada, que no pertenece a etnias, tribus y clanes perfectamente identificados por nuestros servicios?

3) ¿Cuáles son los objetivos de nuestra intervención? Lo menos que podemos decir es que son «vagos»: combatir el terrorismo mediante el desarrollo, la democracia y la buena gobernanza, mientras insistimos obstinadamente, también por razones ideológicas, en restar importancia, o a veces incluso negarnos a tener en cuenta, la historia regional y los determinantes étnicos que lo sustentan?

4) ¿Tienen los Estados africanos implicados los mismos objetivos que Francia? Es dudoso…

¿Es inevitable el fracaso? Sí, si no cambiamos rápidamente de paradigma. Sobre todo porque la prioridad del enemigo es causarnos pérdidas que la opinión pública francesa considerará intolerables.

En estas condiciones, ¿Cómo evitar el desastre que se avecina?

Hay tres opciones posibles:

– Enviar al menos 50.000 hombres al campo para controlarlo y pacificarlo. Evidentemente, esto es totalmente irrealista porque nuestros recursos no nos lo permiten y porque ya no estamos en la época colonial.

– Retirar nuestras fuerzas. Barkhane ha llegado a un punto muerto, ya que su margen de maniobra es cada vez más limitado, en particular debido al creciente número de minas colocadas en las principales vías de comunicación. Pero también porque dedica cada vez más sus limitados recursos a la autoprotección.

– Por último, tenemos que dotar a Barkhane de los recursos «doctrinales» necesarios para llevar a cabo operaciones eficaces de contrainsurgencia. Y sabemos cómo hacerlo, pero sólo si dejamos de estar lastrados por consideraciones «morales» e ideológicas paralizantes.

Esta tercera opción se basaría en tres pilares:

1) Tener en cuenta la realidad de que el conflicto sahelo-sahariano forma parte de un continuum histórico que se remonta a miles de años y que, como demuestro en mi libro Les Guerres du Sahel des origines à nos jours, no podemos, con 4.500 hombres, esperar cambiar problemas regionales que existen desde la noche de los tiempos.

2) Apagar la fuente primaria del incendio, es decir, la cuestión tuareg que, en 2011, estaba en el origen de la guerra actual. Si lográramos resolver este problema, secaríamos los frentes de Macina, Soum y Liptako cortándoles las rutas saharianas. Pero para ello tendremos que «torcer el brazo» a las autoridades de Bamako ofreciéndoles un trato: o hacéis verdaderas concesiones políticas y constitucionales a los tuaregs, que vigilarán ellos mismos su región, o nos vamos y os dejamos que os las apañéis solos. Por no hablar de que empieza a ser insoportable ver al gobierno maliense tolerar manifestaciones que denuncian a Barkhane como una fuerza colonial cuando, sin la intervención francesa, los tuareg habrían tomado Bamako…

3) Después, una vez extinguido el foco del norte y convertidos los tuareg en garantes de la seguridad local, será posible abordar en serio los conflictos del sur, sin dudar en señalar a quienes apoyan a los GAT (Grupos Armados Terroristas) y en armar y entrenar a quienes les son hostiles. En otras palabras, habrá que operar como hicieron tan eficazmente los británicos con los Mau-Mau de Kenia cuando lanzaron a las tribus hostiles a los Mau-Mau contra los Kikuyu, la etnia matriz de los Mau-Mau. Por supuesto, los etéreos partidarios de los «derechos humanos» aullarán, pero si queremos ganar la guerra y evitar tener que llorar a los muertos en primer lugar, tendremos que pasar por esto. Así que debemos tener en cuenta que, como dijo Kipling, «al lobo afgano se le caza con el galgo afgano». Así que ya no debemos tener miedo de denunciar a las facciones fulani y a aquellos de sus antiguos tributarios que constituyen el caldo de cultivo de los yihadistas. Pero al mismo tiempo, y una vez más, debemos obligar a los gobiernos implicados a ofrecer una salida a los peul.

Entonces será posible aislar a los pocos clanes que dan combatientes al «GAT», lo que evitará el empantanamiento de la región. El yihadismo, que afirma querer ir más allá de la etnicidad fusionándola en un califato universal, se verá así atrapado en enfrentamientos etnocéntricos y podrá entonces reducirse y erradicarse. Las cuestiones electorales demográficas y etnomatemáticas que quedan por resolver no serán, evidentemente, resueltas por Barkhane.

En la encrucijada del islamismo, el contrabando, las rivalidades étnicas y las luchas por el control del territorio y los recursos, nuestras fuerzas tropiezan regularmente con constantes y dinámicas locales. El camino hacia la victoria pasa por tenerlas en cuenta y aprovecharlas. Pero aún tenemos que comprenderlas…