Rusia enfrenta una de las crisis demográficas más profundas de su historia moderna, con niveles de natalidad que han caído a mínimos no vistos desde el siglo XIX. Esta tendencia, lejos de ser coyuntural, refleja transformaciones estructurales que afectan no solo a la dinámica poblacional del país, sino también a su estabilidad social, económica y geopolítica

Rusia se encuentra inmersa en una transformación demográfica de magnitud histórica. Según datos recientes publicados por el Servicio Federal de Estadísticas del Estado (Rosstat), el país ha registrado su tasa de natalidad más baja desde principios del siglo XIX. Solo en los primeros dos meses de 2025, se contabilizaron 195.400 nacimientos en todo el país, lo que representa una caída del 3 % en comparación con el mismo período del año anterior. En febrero en particular el descenso fue aún más pronunciado: una reducción interanual del 7,6 %, con apenas 90.500 nacimientos, lo que equivale a 7.400 menos que en febrero de 2024. El demógrafo Alexéi Raksha calificó este registro como el más bajo en términos mensuales desde los inicios del siglo XIX, en un país que entonces tenía una estructura social y económica completamente distinta, basada en la agricultura y sin los avances sanitarios o políticos contemporáneos.
Estas cifras no constituyen una mera fluctuación estadística coyuntural, sino que son reflejo de una tendencia persistente y estructural. Las estimaciones preliminares para marzo sugieren un ligero repunte, con entre 95.000 y 96.000 nacimientos, lo que llevaría el total del primer trimestre de 2025 a cerca de 294.000. Sin embargo, este volumen sigue siendo insuficiente para revertir la trayectoria descendente. En contraste con esta baja natalidad, las muertes registradas durante enero y febrero sumaron 331.100, una disminución del 5,2 % en relación al mismo período del año anterior. A pesar de esta leve mejora, la caída natural de la población (nacimientos menos muertes) alcanzó casi las 119.000 personas en tan solo dos meses.

Esta dinámica demográfica no es nueva. En 2024, Rusia registró apenas 1,222 millones de nacimientos, la cifra anual más baja desde 1999. Si se compara con 2014, año en que se situó en torno a 1,9 millones, la caída supera el 33 %. Desde 2016, el descenso natural acumulado en la población supera ya los tres millones de personas. Además, se trata de un fenómeno territorialmente desigual: regiones como Smolensk, Kostromá, Carelia, Arcángel y Oriol han experimentado reducciones en la natalidad de entre el 18 % y el 27 %. Simultáneamente, en lugares como Kaluga, Ivánovo, Vladímir o Bélgorod, las muertes duplican o incluso triplican a los nacimientos, lo que refleja un desequilibrio alarmante en el reemplazo generacional.
En respuesta a esta crisis, el gobierno ruso ha puesto en marcha una serie de políticas destinadas a fomentar la natalidad, incluyendo restricciones más severas al aborto, incentivos económicos para las familias numerosas, subsidios estatales, programas de vivienda y campañas institucionales centradas en la promoción de los «valores tradicionales», enmarcados en una visión conservadora del rol familiar. Sin embargo, estos esfuerzos no han producido los resultados esperados. Las causas profundas del declive son multifactoriales y arraigadas en la estructura socioeconómica contemporánea: precariedad laboral, elevado coste de la vida, falta de perspectivas a futuro, desigualdad de género en el reparto de responsabilidades familiares y escasez de servicios públicos de calidad, como guarderías, educación infantil y apoyo a la conciliación laboral.
Además, las proyecciones demográficas elaboradas por Rosstat basadas en el censo de 2020 anticipan una prolongación de esta tendencia negativa. Para 2027, se estima que los nacimientos anuales caerán hasta 1,14 millones, y aunque se prevé una leve recuperación hacia finales de esta década de 2020, el número de nacimientos para 2045 se mantendría aproximadamente un 25 % por debajo de los niveles anteriores a 2014. Bajo el escenario base de Rosstat, la población total de Rusia se reduciría hasta los 138,8 millones de personas en 2046. En un escenario menos optimista, el país podría retroceder hasta los 130 millones, una cifra no vista desde 1897, en tiempos del Imperio ruso.
Cambios demográficos que traen grandes cambios sociales
Este descenso de la población no solo afecta al número total de habitantes, sino que también transforma la pirámide poblacional. Se espera que, para la década de 2040, el número de niños y adolescentes caiga en un 26 %, reduciendo su peso relativo del 18,5 % al 14,2 % del total de la población. Al mismo tiempo, la proporción de personas mayores de 65 años aumentará del 24,5 % actual a cerca del 27 %. Esta inversión en la estructura etaria genera importantes desafíos para los sistemas de pensiones, salud y cuidados de largo plazo, además de reducir el dinamismo económico, la innovación y la fuerza laboral disponible.
Desde una perspectiva más amplia, la situación demográfica rusa es representativa de una tendencia que afecta a numerosos países desarrollados o en transición. Japón, Corea del Sur, Italia, Alemania y otras naciones enfrentan problemas similares, aunque con grados y velocidades diferentes. Sin embargo, en el caso ruso, se suma el efecto de la emigración, tanto por razones económicas como políticas, que agudiza el vaciamiento demográfico en regiones periféricas y rurales, y, además, la guerra y conflicto actual con Ucrania.
Las implicaciones geopolíticas y sociales de esta evolución son profundas. Una población en declive y envejecida limita el poder económico y militar del país, afecta la cohesión social, debilita los sistemas democráticos y abre la puerta a crisis internas por la redistribución del gasto público. A nivel global, esta transformación plantea una reconfiguración de los centros de poder demográfico y económico, con Asia, África y algunas zonas de América Latina ganando peso relativo en el escenario internacional. En este contexto, el caso ruso funciona como un laboratorio del futuro: un país con vasto territorio, gran historia y recursos naturales considerables, pero enfrentado a una erosión progresiva de su capital humano.
El impacto del conflicto en Ucrania sobre la demografía rusa
La invasión de Ucrania, iniciada por Rusia en febrero de 2022, ha tenido efectos significativos y duraderos sobre la dinámica demográfica rusa, agudizando una tendencia de declive que ya era preocupante. Uno de los factores más directos es la pérdida de vidas humanas en el conflicto, que ha afectado desproporcionadamente a varones jóvenes en edad de reproducción. Aunque las cifras oficiales sobre bajas militares son escasas y opacas, múltiples fuentes independientes y organismos de inteligencia occidentales estiman que decenas de miles de soldados rusos han muerto o resultado gravemente heridos desde el inicio de la guerra. Esta pérdida representa no solo un drama humano, sino también una erosión directa del potencial reproductivo de toda una generación.
Adicionalmente, el conflicto ha provocado una importante ola de emigración, especialmente entre hombres jóvenes, profesionales y ciudadanos con alto nivel educativo, que han abandonado el país por temor a la movilización forzosa, la represión política o el deterioro de las condiciones económicas. Esta «fuga de capital humano» reduce aún más la base demográfica y afecta negativamente al mercado laboral, a la innovación y al crecimiento económico a largo plazo.
La incertidumbre asociada a la guerra también influye en las decisiones personales sobre la maternidad y la paternidad. Muchas parejas postergan o cancelan planes de tener hijos ante un clima de inestabilidad, inseguridad financiera y perspectivas inciertas. La militarización de la sociedad, la propaganda estatal y el enfoque en los valores tradicionales no han logrado contrarrestar este sentimiento generalizado de ansiedad y desesperanza.
Por tanto, el conflicto en Ucrania no solo está remodelando el equilibrio político en Europa del Este, sino que también está acelerando el proceso de envejecimiento y despoblación de Rusia, con implicaciones estructurales que se extenderán por décadas y que limitarán gravemente las posibilidades del país para sostener su poder e influencia en el sistema internacional.