La relación entre China y Nigeria está atravesando una transformación profunda que trasciende el intercambio comercial tradicional para convertirse en una asociación estratégica orientada al desarrollo. En un contexto de tensiones geopolíticas globales y cambios estructurales en la economía mundial, ambos países buscan redefinir sus vínculos con miras a fortalecer sus posiciones internas y externas

La relación bilateral entre China y Nigeria se encuentra actualmente en una fase de transición crucial, marcada por un alejamiento de la tradicional dependencia comercial hacia una asociación más estructurada en torno al desarrollo integral. Esta evolución no solo obedece a las necesidades internas de Nigeria en términos de industrialización e infraestructura, sino también a la estrategia de China de consolidar su influencia global, especialmente en el Sur Global, en respuesta a las tensiones geopolíticas crecientes con Occidente.
De relaciones extractivas a modelos de colaboración estratégica
Históricamente, las relaciones entre China y África —y en particular con Nigeria— han estado caracterizadas por una lógica extractiva: África proporcionaba materias primas y recursos naturales, mientras que China exportaba bienes manufacturados y tecnología básica. Sin embargo, en la última década, esta relación ha experimentado un giro significativo hacia un enfoque de «desarrollo compartido». Nigeria, como la nación más poblada de África (más de 223 millones de habitantes en 2024) y con un Producto Interno Bruto (PIB) superior a los 500.000 millones de dólares, ocupa un lugar central en la estrategia africana de China.
Este reposicionamiento no es casual. China reconoce en Nigeria un pilar indispensable para su iniciativa de construcción de una “Comunidad de Futuro Compartido para la Humanidad”, en línea con su visión de liderazgo en un orden internacional multipolar. Así, Nigeria ha pasado de ser un simple proveedor de petróleo y minerales a convertirse en un socio estratégico en proyectos de infraestructura, energía, tecnología y manufactura, en el marco del ambicioso Foro de Cooperación China-África (FOCAC) y la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI).
La transformación interna de Nigeria como motor del cambio
El impulso reformista en Nigeria, liderado por la administración de Bola Ahmed Tinubu desde 2023, responde a una necesidad histórica de corregir décadas de dependencia de los hidrocarburos, corrupción sistémica y deterioro institucional. Tras un prolongado estancamiento económico —profundizado por la caída de los precios del petróleo entre 2014 y 2020—, Nigeria se ha visto forzada a diversificar su economía. La estrategia actual combina reformas estructurales internas con una agresiva política de diplomacia económica orientada a captar inversiones estratégicas, transferencias tecnológicas y cooperación en infraestructura de gran escala.
En este contexto, la relación con China ha adquirido una nueva dimensión: más allá de la simple adquisición de bienes, Nigeria busca capital, conocimiento y modelos de desarrollo que permitan generar empleo local, incrementar la productividad industrial y reducir la vulnerabilidad económica externa.
Nuevas áreas de cooperación: de la infraestructura al cambio energético
La cooperación China-Nigeria se ha expandido considerablemente en sectores clave. El sector de infraestructura es el más visible: proyectos emblemáticos como el ferrocarril Lagos-Ibadan, la rehabilitación de los aeropuertos internacionales de Lagos y Abuja, y la presa hidroeléctrica de Zungeru, financiados en su mayoría mediante préstamos concesionales de bancos estatales chinos, reflejan el enorme alcance de esta asociación.
En paralelo, el sector energético —duramente afectado por el envejecimiento de infraestructuras y la caída de la producción petrolera— se ha convertido en un eje prioritario. China ha invertido en el desarrollo de gasoductos, refinerías, parques industriales como el Ogidigben Gas Revolution Industrial Park, y recientemente, en megaproyectos de energía renovable. El acuerdo de 7.600 millones de euros firmado para el desarrollo de una planta de hidrógeno verde en Uyo constituye un indicio claro de cómo ambos países están anticipando la transición energética global, orientándose hacia fuentes sostenibles que redefinirán la matriz energética africana en las próximas décadas.
Además, la colaboración tecnológica empieza a tener impacto. El fortalecimiento de Lagos como centro tecnológico africano —denominado ya «el Silicon Valley africano»— ha atraído empresas chinas interesadas en financiar start-ups tecnológicas, centros de datos y proyectos de innovación digital.
Desafíos estructurales y riesgos inherentes
Sin embargo, el optimismo debe ser matizado. Persisten profundas asimetrías en la relación bilateral. A pesar de un volumen comercial que alcanzó los 22.600 millones de dólares en 2023, el 80% de las exportaciones chinas hacia Nigeria son manufacturas, mientras que las exportaciones nigerianas son principalmente materias primas de bajo valor agregado, reproduciendo así patrones de dependencia propios de relaciones coloniales.
Esta situación afecta gravemente a sectores tradicionales como el textil, la agroindustria y la manufactura ligera, donde la competencia de productos chinos baratos ha provocado la quiebra de numerosas empresas locales, aumentando el desempleo estructural. Asimismo, la deuda externa, aunque aún manejable en relación al PIB (alrededor del 40% en 2024), plantea interrogantes sobre la sostenibilidad fiscal a largo plazo, especialmente si se tienen en cuenta las cláusulas de garantía soberana en muchos contratos con empresas estatales chinas.
La calidad de los productos, la transparencia en las licitaciones, la corrupción administrativa y los litigios por incumplimientos contractuales (como el conflicto en Ogun State con la empresa Zhongfu) representan focos de fricción que, si no se gestionan adecuadamente, podrían erosionar la confianza bilateral.
Implicaciones geopolíticas y perspectivas futuras
En un entorno internacional cada vez más polarizado por la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China, Nigeria emerge como un actor crucial en la reconfiguración de alianzas globales. Mientras Washington presiona para limitar la penetración tecnológica china (especialmente en telecomunicaciones e infraestructura crítica), Pekín intensifica su oferta de inversiones a través de paquetes más atractivos que incluyen transferencia de tecnología y financiamiento flexible.
La estrategia nigeriana busca explotar esta competencia en beneficio propio. Al mismo tiempo que profundiza su asociación con China, Nigeria cultiva relaciones estratégicas con la Unión Europea, India, Turquía y Estados Unidos, diversificando sus fuentes de inversión y asegurando un margen de autonomía diplomática. La reciente adhesión de Nigeria al grupo BRICS en enero de 2025 refuerza esta posición estratégica de bisagra entre múltiples polos de poder.
En términos de impacto social a largo plazo, la dirección que tome esta asociación será crucial. Si Nigeria logra integrar efectivamente inversiones chinas en su tejido productivo interno, podría experimentar un ciclo sostenido de industrialización, creación de empleo calificado y fortalecimiento institucional, siguiendo modelos similares a los vistos en países asiáticos durante el auge de los «Tigres Asiáticos». Esto podría acelerar la reducción de la pobreza, modernizar sus ciudades, expandir la clase media y contribuir a la estabilidad regional.
Sin embargo, si no se corrigen los desequilibrios comerciales, si persisten la corrupción endémica y las deficiencias regulatorias, y si los proyectos de infraestructura no se integran en una estrategia de desarrollo sostenible, Nigeria podría caer en una nueva trampa de dependencia, esta vez no colonial sino neocolonial, replicando relaciones de subordinación que perpetuarían su vulnerabilidad económica y geopolítica.
Hacia una nueva arquitectura del Sur Global
El caso Nigeria-China es un microcosmos de una transformación mayor en curso: la reconfiguración del Sur Global como espacio dinámico donde se redefine el concepto mismo de desarrollo, cooperación e influencia internacional. Más allá de la retórica diplomática, el éxito o el fracaso de esta relación sentará precedentes sobre cómo las naciones emergentes pueden negociar su inserción en la nueva arquitectura global del siglo XXI.
Así, la evolución de la asociación China-Nigeria no solo nos habla de estrategias nacionales o balances comerciales: nos habla del futuro de la globalización, de las oportunidades y riesgos de un mundo multipolar, y de la posibilidad —o no— de construir un orden internacional más equitativo, donde los países en desarrollo sean protagonistas activos de su propio destino.