Minerales críticos: eje estratégico de la seguridad energética, industrial y geopolítica del siglo XXI

En un mundo marcado por la transición energética, la digitalización acelerada y crecientes tensiones geopolíticas, los minerales críticos han emergido como recursos estratégicos fundamentales. Su disponibilidad, control y gestión determinarán en gran medida la viabilidad de los modelos económicos sostenibles, la autonomía tecnológica y la seguridad nacional de los Estados.

 

Las extracciones de minerales raros están controladas por China en su casi totalidad – (c) Flicker

En las últimas décadas, la humanidad ha entrado en una etapa crítica de transformación económica y tecnológica impulsada por la necesidad urgente de descarbonizar las economías y frenar el cambio climático. Esta transición energética no solo depende de la innovación tecnológica y del desarrollo de energías renovables, sino también de una base material indispensable: los minerales críticos. Elementos como el litio, el cobalto, el níquel, el cobre, las tierras raras, entre otros, se han convertido en pilares esenciales para la fabricación de baterías, paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos, semiconductores y múltiples dispositivos tecnológicos. En este nuevo paradigma, el acceso seguro, estable y sustentable a estos minerales ha adquirido un valor estratégico equivalente, e incluso superior, al que tuvo el petróleo en el siglo XX.

La Agencia Internacional de Energía (AIE) estima que la demanda global de minerales críticos se multiplicará por seis de aquí a 2040 en escenarios alineados con el Acuerdo de París. En el caso del litio, el aumento podría superar el 90%, y para el cobre, mineral indispensable para la electrificación y las infraestructuras de energía, se prevé un crecimiento del 40% solo en esta década. Sin embargo, esta demanda creciente choca con una oferta global altamente concentrada y limitada, tanto en términos geológicos como geopolíticos. Países como China, la República Democrática del Congo, Chile y Australia concentran la mayoría de la producción y procesamiento de estos minerales, lo que ha generado serias preocupaciones entre potencias occidentales respecto a su vulnerabilidad estratégica.

La dominancia de China en los mercados globales de metales y minerales refinados —con más del 60% del procesamiento mundial de tierras raras y un papel clave en el litio y el cobalto— ha provocado una reacción inmediata por parte de EE. UU., la UE y otras economías industrializadas. La administración Trump ha reconfigurado el marco institucional estadounidense al declarar ciertos minerales tradicionalmente no críticos, como el cobre y el oro, dentro de su lista estratégica, alegando razones de seguridad nacional y con el objetivo de reducir la dependencia de importaciones. A través de órdenes ejecutivas, créditos fiscales, uso del Defense Production Act y políticas de onshoring, EE. UU. ha buscado relocalizar cadenas de valor industriales, desde la extracción hasta el refinado, promoviendo así una nueva etapa de nacionalismo minero.

Por su parte, la Unión Europea ha adoptado un enfoque más regulatorio pero igualmente ambicioso. La aprobación de la Ley de Materias Primas Críticas (CRMA) establece objetivos para 2030 que buscan que al menos el 10% de los minerales estratégicos se extraigan dentro del bloque, el 40% se procese internamente y que al menos el 15% provenga de materiales reciclados. Esta estrategia reconoce explícitamente que minerales como el litio, el magnesio, el cobalto y el níquel no son solo necesarios para la transición ecológica y digital, sino también para garantizar la autonomía estratégica del continente frente a un mundo cada vez más multipolar y volátil.

No obstante, más allá de las medidas políticas y económicas, la cuestión de los minerales críticos está cargada de profundas implicaciones sociales y ambientales. La minería de litio en el Triángulo del Litio —que abarca Argentina, Bolivia y Chile— ha generado conflictos por el uso intensivo de agua en ecosistemas frágiles. En África, la extracción de coltán y cobalto en la RDC se ha vinculado con trabajo infantil, violaciones de derechos humanos y conflictos armados. En este contexto, diversos organismos internacionales, como el Banco Mundial y el OECD, han subrayado la necesidad de establecer marcos de gobernanza más transparentes, exigentes y responsables, que incluyan a las comunidades locales, respeten los derechos de los pueblos indígenas y aseguren cadenas de suministro éticas y sostenibles.

En paralelo, se observa una creciente presión sobre los países desarrollados para que adopten estrategias más integrales que incluyan no solo la extracción, sino también el reciclaje, la reutilización y el ecodiseño. De hecho, estudios recientes señalan que el 75% del litio usado hoy podría ser reciclado si se implementaran adecuadamente políticas de economía circular. Expertos han advertido sobre los límites termodinámicos del planeta y la necesidad de repensar el modelo industrial desde una perspectiva que minimice la pérdida de materiales estratégicos.

La dimensión geopolítica de los minerales críticos se intensifica en el contexto actual de rivalidad entre potencias. La creciente competencia tecnológica entre EE. UU. y China, junto con el proceso de rearmamento en Europa tras la guerra en Ucrania, ha acentuado la carrera por asegurarse el control de estos recursos. La CRMA de la UE incluye ya metales necesarios para sistemas de defensa, satélites y armamento, y Alemania ha suspendido su freno a la deuda para financiar gasto militar. En EE. UU., la seguridad energética y la autonomía industrial se justifican cada vez más como cuestiones de seguridad nacional. La creciente militarización de la demanda también podría implicar distorsiones en los mercados, encareciendo materias primas clave para los consumidores civiles.

En este escenario, el futuro apunta hacia una reconfiguración global de las cadenas de valor, donde los países con recursos minerales —como Canadá, Australia, Brasil, Perú, y varios países africanos— se convertirán en actores clave en la geoeconomía del siglo XXI. Muchos de ellos están renegociando sus relaciones con potencias tradicionales para obtener mayor participación en las etapas de refinado y manufactura, impulsados por modelos de “beneficio compartido” o “desarrollo sostenible minero”.

En conclusión, los minerales críticos representan mucho más que un insumo industrial: son el nuevo petróleo del siglo XXI, el componente estructural de una economía digital, electrificada y multipolar. Su extracción, procesamiento, control y distribución definirán no solo los equilibrios geopolíticos venideros, sino también la forma en que nuestras sociedades afrontarán la transición ecológica y la transformación tecnológica. Si no se gestionan de forma ética, sostenible y colaborativa, podrían generar nuevos tipos de desigualdad, dependencia y conflictos. Por el contrario, si se abordan con una visión de largo plazo, cooperación internacional y justicia socioambiental, los minerales críticos pueden ser la base de un desarrollo verdaderamente sostenible y equitativo para las futuras generaciones.

 

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Por Instituto IDHUS

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