En un mundo marcado por la transición energética, la revolución tecnológica y crecientes tensiones geopolíticas, los minerales críticos han adquirido un protagonismo ineludible. Estos recursos, esenciales para el desarrollo industrial del siglo XXI, se han convertido en activos estratégicos disputados por las principales potencias globales. En este escenario dinámico, Argentina emerge como un actor clave gracias a su abundancia mineral y su potencial para integrarse en las nuevas cadenas de valor globales. Analizamos el papel geoeconómico del país en un contexto internacional en plena reconfiguración.

En las últimas décadas, el avance acelerado de la tecnología ha transformado profundamente la estructura económica y productiva global, situando a ciertos recursos naturales en el centro de las disputas estratégicas del siglo XXI. Entre ellos, los llamados minerales críticos han adquirido una relevancia geopolítica y geoeconómica sin precedentes, siendo esenciales para la fabricación de baterías, dispositivos electrónicos, infraestructura energética, tecnologías militares, y el desarrollo de la industria de energías renovables. Este nuevo paradigma ha configurado una carrera global por el control, exploración, explotación y aseguramiento del suministro de estos recursos estratégicos. En este contexto de transformación estructural, Argentina emerge como un actor con potencial significativo, cuyo posicionamiento puede influir decisivamente en el equilibrio de poder entre las grandes potencias y en la redefinición de las relaciones económicas internacionales.
La actual coyuntura geopolítica internacional, marcada por el conflicto armado entre Rusia y Ucrania desde 2022, ha agudizado la fragmentación del orden global surgido tras la Guerra Fría. Este enfrentamiento, lejos de ser un conflicto regional, ha puesto en juego intereses globales, evidenciando la pugna entre modelos de gobernanza, bloques militares y ambiciones estratégicas. En paralelo, la consolidación de China como potencia económica y militar ha modificado profundamente la distribución del poder global. Desde su adhesión a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, China ha experimentado un crecimiento sin parangón en la historia económica moderna, basado en una combinación de apertura selectiva, control estatal y una agresiva estrategia de aseguramiento de recursos, tanto dentro como fuera de sus fronteras.
Este proceso ha provocado una disrupción en los tradicionales centros de poder económico, como Estados Unidos, Europa y Japón. En sectores como el de la minería, el protagonismo chino se ha traducido en una creciente participación en proyectos de inversión, asociaciones estratégicas, adquisiciones de empresas y control de cadenas de suministro clave. La demanda voraz de minerales como el litio, el cobalto, el níquel, las tierras raras y el cobre ha llevado a China a consolidar posiciones de control en regiones como África (particularmente en la República Democrática del Congo), América Latina y Asia Central. El caso del proyecto Kamoa-Kakula en el Congo ilustra este fenómeno: aunque liderado por una empresa canadiense, Ivanhoe Mines, dos gigantes chinos, CITIC Metal y Zijin Mining, controlan una participación combinada de entre el 30 y el 35%, garantizando así acceso prioritario al cobre producido.
Este escenario de creciente competencia por recursos ha sido acompañado por una redefinición de las alianzas geoestratégicas. La expansión de la OTAN hacia el este de Europa, con la inclusión de países del antiguo bloque soviético como Polonia, Hungría, Rumania y los Estados bálticos, ha sido percibida por Rusia como una amenaza directa a su esfera de influencia. La solicitud de adhesión de Ucrania y su posterior reconocimiento como país aspirante por parte de la OTAN intensificaron las tensiones, desencadenando un conflicto armado con múltiples dimensiones: territorial, energética, tecnológica y simbólica. La guerra ha desestabilizado profundamente el suministro energético europeo, revelando su alta dependencia del gas ruso, al tiempo que ha empujado a Estados Unidos y sus aliados a reforzar sus vínculos con otras regiones ricas en recursos, como América Latina.
En este contexto de transformación acelerada y creciente incertidumbre, Argentina aparece como un territorio de alto valor estratégico, dotado de una considerable riqueza en minerales críticos. El litio es, sin duda, el emblema de esta potencialidad. Con reservas estimadas en 4 millones de toneladas—equivalentes al 13% de las reservas globales identificadas según el USGS (U.S. Geological Survey)—Argentina forma parte del llamado «Triángulo del Litio», junto con Chile y Bolivia. La región del noroeste argentino, particularmente las provincias de Jujuy, Salta y Catamarca, alberga salares con altas concentraciones de litio de fácil acceso, lo que ha permitido el desarrollo de una industria en expansión con cinco proyectos productivos en funcionamiento: Fénix, Olaroz, Cauchari-Olaroz, Centenario-Ratones y Mariana. La fuerte inversión de la empresa anglo-australiana Rio Tinto, que adquirió el proyecto Sal de Vida a través de la compra de Arcadium Lithium, confirma el atractivo que ofrece Argentina en este rubro.
En términos de producción, Argentina ha dado un salto cualitativo: en 2024 alcanzó una producción total de 240.000 toneladas, superando ampliamente las 107.000 del año anterior. Este crecimiento no solo posiciona al país como el cuarto productor mundial, detrás de Australia, Chile y China, sino que refuerza su capacidad de negociación frente a los centros de consumo industrial del norte global. La evolución de la demanda global de litio, impulsada por la transición energética y la adopción masiva de vehículos eléctricos, sugiere que la importancia estratégica del recurso se incrementará de forma sostenida en las próximas dos décadas.
No obstante, el potencial argentino no se limita al litio. El Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR) ha identificado depósitos con importantes concentraciones de cobalto, níquel y tierras raras—tres grupos de minerales fundamentales para tecnologías de punta como turbinas eólicas, baterías de alta densidad, semiconductores, imanes permanentes y aplicaciones aeroespaciales. Los yacimientos de Las Águilas (San Luis), King Tut (La Rioja) y La Niquelina (Salta) contienen cobalto en concentraciones significativas, muchas veces asociado a níquel, otro mineral de alta demanda. Asimismo, existen depósitos de tierras raras en provincias como San Luis, Salta, Jujuy y Santiago del Estero, entre los que destaca Rodeo de los Molles, con más de 5,6 millones de toneladas de óxidos de tierras raras (TREO).
La valorización internacional de estos minerales está íntimamente relacionada con las transformaciones del sistema productivo global. La electrificación del transporte, el desarrollo de energías renovables, el almacenamiento energético y la modernización de las fuerzas armadas dependen crecientemente de estos insumos. Por ello, los países que puedan garantizar un suministro confiable, transparente y ambientalmente sostenible de minerales críticos adquirirán una posición privilegiada en las nuevas cadenas de valor.
En términos geoeconómicos, Argentina se encuentra ante una oportunidad histórica. La reorganización de las cadenas de suministro globales, impulsada por la guerra comercial entre EE.UU. y China, el conflicto en Europa del Este, y la necesidad de diversificar fuentes de abastecimiento, otorga un valor estratégico adicional a los países productores. Estados Unidos, a través de su Departamento de Estado, ha manifestado explícitamente su interés en construir alianzas para el acceso a minerales críticos. La Iniciativa «Minerales para el Futuro» y la inclusión de Argentina en foros como el Partnership for Global Infrastructure and Investment (PGII) dan cuenta de esta nueva arquitectura de cooperación. Del otro lado, China mantiene una estrategia de inversión constante y a largo plazo en el sector minero argentino, tanto en litio como en cobre, mediante asociaciones con empresas locales y financiamiento de infraestructura.
En el plano geopolítico, este renovado interés por los recursos argentinos puede redefinir la inserción internacional del país. Argentina tiene la posibilidad de utilizar su riqueza mineral como un instrumento de política exterior, estableciendo asociaciones estratégicas que potencien su desarrollo tecnológico, refuercen su soberanía sobre los recursos naturales y favorezcan el desarrollo industrial. Para ello, será crucial evitar caer en una lógica de “extractivismo dependiente” y avanzar hacia modelos de gobernanza que promuevan el valor agregado, la transferencia de tecnología, la formación de capacidades locales y el cuidado ambiental.
En conclusión, el actual reordenamiento del sistema internacional, impulsado por conflictos armados, rivalidades tecnológicas y transformaciones energéticas, ha otorgado a los minerales críticos un papel central en la configuración de las relaciones de poder globales. Argentina, dotada de vastos recursos y una posición geográfica privilegiada, puede ocupar un rol protagónico si logra articular una estrategia de desarrollo soberana, sustentable y orientada a fortalecer su capacidad negociadora frente a las grandes potencias. En un mundo donde el control de los recursos define los márgenes de autonomía de los Estados, el subsuelo argentino representa mucho más que una oportunidad económica: es una palanca de inserción estratégica en la nueva geopolítica del siglo XXI.