La inseguridad en el Sahel desemboca en una crisis humanitaria

La inseguridad en el Sahel desemboca en una crisis humanitaria

La expansión del coronavirus amenaza con agravar la situación en esta zona

CELIA LÓPEZ
Atalayar

El Sahel atraviesa por uno de sus momentos más complicados. La violencia provocada por grupos yihadistas y mafias en esta zona fronteriza entre varios países aumenta sin parar. La actividad terrorista se concentra en los territorios de Mali, Burkina Faso y suroeste de Níger. “La situación empeora cada vez más y los niveles de violencia de 2019 son inéditos en la zona”, asevera por videoconferencia desde Washington Dan Eizenga, investigador del Africa Center for Strategic Studies. La población es la que más está sufriendo la inestabilidad. Se ha visto privada de servicios básicos, como educación o sanidad, y forzada a abandonar sus comunidades. En este complicado escenario, el coronavirus ya ha irrumpido y amenaza con desatar una crisis humanitaria aún mayor.

Burkina Faso ya cuenta con 261 casos de coronavirus y 14 muertes, Mali con 31 casos y una muerte y Senegal con 190 casos y una muerte, según la plataforma Wolrdometers. “Muchas organizaciones humanitarias se están retirando de las zonas del Sahel alejadas de las capitales por el coronavirus y han repatriado a sus trabajadores”, advierte Carmen Viñoles, coordinadora de proyectos de Médicos Sin Fronteras en el Sahel.

PHOTO/AFP – Toma de temperatura a un hombre en Mali, que ya ha registrado sus primeros casos de coronavirus

Viñoles afirma que los estados no tienen recursos para hacer frente a los contagios del coronavirus. “Los centros de salud ya estaban cerrados en muchas zonas porque el Estado no es capaz de garantizar suministros, trabajadores y seguridad. Ya estaban desbordados antes de la expansión del coronavirus”, explica.

Los gobiernos locales tienen muchas dificultades para imponer su autoridad ya que el Sahel es un territorio muy amplio y repartido entre varias fronteras. “La falta de gobernanza en uno de los principales problemas. En Argelia, los grupos islamistas están controlados, pero en el Sahel faltan estructuras políticas”, expone Sergio Altuna, consultor de seguridad e investigador asociado del Real Instituto El Cano para el Magreb y Sahel. Altuna añade que los gobernantes tienen muy poca legitimidad frente a la población porque no han conseguido monopolizar la violencia. “Hay jefes tribales que tienen más autoridad”, asegura.

“La parte más afectada por la inseguridad es el centro y el norte de Mali, aunque en 2019 y a principios de este año Burkina Faso se ha visto muy afectada por atentados terroristas. También Níger lo ha pasado muy mal en 2019 y ha sufrido muchas bajas en sus fuerzas armadas”, explica Dan Eizenga, investigador del Africa Center for Strategic Studies.

El país con más víctimas en atentados terroristas en 2019 fue Nigeria, con un total de 1049, seguido de Burkina Faso (664), Mali (459) y Níger (285), según los datos recogidos en el Anuario del Terrorismo Yihadista publicado por el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo.

“La población vive con un miedo constante, tanto por parte de los grupos armados como de las pocas fuerzas armadas que hay en la zona”, declara Viñoles, de Médicos Sin Fronteras. La organización está ahora preocupada ante la posibilidad de que los grupos armados aprovechen la pandemia para fortalecerse ante la incapacidad de los gobiernos de controlar la situación. “El deterioro de la seguridad ha sido brutal desde hace cinco años. Los grupos terroristas y la criminalidad han expulsado a parte de la población de sus hogares, especialmente en Burkina Faso y Níger”, asevera esta responsable.

Altuna explica que se ha producido una transición geográfica de los grupos yihadistas que en los 90 estaban instalados en el norte de África hacia las zonas al sur del Sahel. “Es un lugar propicio para ellos, tienen un territorio más próspero [hay grandes cantidades de recursos energéticos] y amplio para instalarse, con una población de credo islámico mayoritariamente”, afirma.

Tras la caída del dictador libio Muamar el Gadafi en 2011, los tuaregs, que habían trabajado para él como mercenarios, regresaron a Mali y allí se aliaron con pequeños grupos islamistas de la zona para imponer su poder. “Tenían entrenamiento y se encontraron con un vacío de poder en el norte de Mali”, ilustra Eizenga. La pobreza de la zona también es un catalizador para los grupos armados, ya que la población acaba colaborando con los criminales por pequeñas sumas de dinero. “A veces ni siquiera son conscientes de lo que están haciendo”, explica Altuna.

Y la pobreza no es la única preocupación para los habitantes del Sahel. “Además de las carencias materiales, hay que tener en cuenta el cambio climático, el boom demográfico, la corrupción o las mafias…es el caldo de cultivo perfecto para que los jóvenes sin formación ni empleo acepten dinero de cualquiera que se lo ofrezca, ya sea un grupo yihadista o traficantes”, ejemplifica Pilar Rangel, profesora de Derecho Internacional Público en la Universidad de Málaga y especialista en terrorismo internacional.

Aunque hay muchos grupos terroristas conviviendo en el Sahel, Rangel apunta que la mayoría son franquicias de Daesh o Al Qaeda, como JNIM, Ansar Eddine, Movimiento para la Unicidad del Islam, el Frente de Liberación de Macina o El Estado Islámico del Gran Sáhara. A la violencia provocada por estos grupos, hay que añadir los conflictos intercomunitarios. “Las etnias peusl o fulanis, que habitan en el centro de Mali, han sido acusadas de complicidad con grupos yihadistas y por eso han sido atacadas con ayuda de las milicias dogón, con la complicidad de las fuerzas armadas”, explica Rangel.

“Las diferentes partes del conflicto han utilizado a la población civil y sus conflictos tribales, sobre todo en Mali y Níger”, explica Viñoles, de Médicos Sin Fronteras, que asegura que el conflicto comunitario también les ha obligado a ellos a cambiar su manera de actuar en la zona. “Tenemos que desplazarnos hasta donde se necesita la ayuda. No nos podemos quedar estáticos esperando que vengan los pacientes al hospital, ya que las comunicaciones son muy complicadas y muchos no tienen cómo ir hasta los centros sanitarios”, concreta.

La inseguridad de la zona también está afectando a la forma de vida de las familias. “Se ha cultivado menos por la falta de seguridad y los problemas de desnutrición se han disparado”, explica Viñoles. Hasta 5.000 personas han abandonado sus hogares en Burkina Faso por culpa de la inseguridad y han dejado sus tierras de cultivo, según explica el investigador Dan Eizenga. “La crisis humanitaria que se está produciendo en el Sahel es una de las peores del mundo actualmente”, asegura Eizenga.

Un conflicto que se cronifica

Hace ya más de siete años, el 20 de febrero de 2013, que comenzó la intervención europea en Bamako, con Francia a la cabeza, con el objetivo de entrenar, formar y asesorar a los militares locales para hacer frente a la amenaza de los grupos armados. “Aquí trabajamos 28 países europeos con la misión de apoyar a las tropas locales. España aporta ahora mismo el mayor contingente, el 40% del total”, explica por correo electrónico José Antonio Araúzo, coronel del Ejército de Tierra y jefe del contingente español en Mali.

Aunque han pasado más de siete años, las fuerzas extranjeras aún siguen sobre el terreno, en un conflicto que ya le ha costado la vida a más de 10.000 africanos y que parece que se ha cronificado en el tiempo. Tras la intervención de 2013 se consiguió acabar con los grandes grupos terroristas, pero otros más pequeños se han hecho fuertes en el territorio, según explica Dan Eizenga.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, decidió el pasado febrero reforzar la presencia de las tropas francesas en el terreno con el envío de 600 nuevos soldados en el marco de la Operación Barkhane. Mientras el presidente galo se ha comprometido a permanecer en el territorio el tiempo que sea necesario, la administración de Donald Trump está pensando en retirar a las tropas americanas y cerrar la base aérea que tienen en Níger, según informa el diario The New York Times.

La misión europea está centrada en mejorar la formación de la fuerza conjunta formada del G5 Sahel, una organización creada por Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Nigeria para hacer frente al terrorismo. “Las condiciones climáticas aquí son muy duras y eso afecta al material y al personal”, explica el coronel Araúzo, que también reconoce que la población maliense está siendo muy hospitalaria. “Aunque nuestro contacto con ellos es limitado sí que estamos llevan a cabo proyectos civiles como la construcción de escuelas, la entrega de material escolar y la construcción de nuevos pozos”, afirma Araúzo.

España también presta apoyo a las fuerzas armadas francesas en Dakar. “Esta misión empezó en enero de 2013. Las condiciones climatológicas son muy exigentes debido a las altas temperaturas y el polvo, que ocasiona problemas de visibilidad. La tripulación necesita una gran concentración y experiencia”, asegura el teniente coronel del Ejército del Aire Miguel Ángel Paredes, jefe del destacamento aerotáctico “Marfil” en Dakar.

A pesar de los esfuerzos por contener la violencia, la profesora Pilar Rangel opina que la intervención no ha tenido los resultados esperados, ya que el terrorismo yihadista no solo no se ha reducido en estos años sino que ha ido en aumento. “La Unión Europea y España deben implicarse más en el conflicto, especialmente España. Además, los nuevos planes deben incluir el desarrollo económico y no centrarse solo en cuestiones militares. También hay que contar con la población local y la implicación de los propios países del Sahel”, afirma.

Rangel advierte de que la inestabilidad de la zona puede ser perjudicial para España y la Unión Europea al ser un lugar emisor de emigrantes y al que le va a afectar mucho el cambio climático. “A corto plazo las tropas internacionales se tienen que replantear su estrategia para mejorar la seguridad en esta región. A largo plazo es fundamental el desarrollo económico para acabar con la crisis humanitaria y para que la gente pueda volver a sus comunidades”, concluye Dan Eizenga.