La erosión del poder global de Estados Unidos: consecuencias de una guerra comercial autoinfligida

Estados Unidos, antaño líder indiscutible del orden económico y político global, parece estar socavando su propia hegemonía mediante políticas comerciales cada vez más agresivas y aislacionistas. La imposición de tarifas generalizadas y el desprecio por los organismos multilaterales marcan un giro radical en su estrategia internacional. Analizamos cómo esta transformación, impulsada por la visión rupturista de Donald Trump, podría redefinir el equilibrio de poder global en las próximas décadas.

Donald Trump habla en CPAC en Washington, D.C.
(c) Gage Skidmore

Durante gran parte del siglo XX y las primeras décadas del siglo XXI, Estados Unidos ha sido el principal arquitecto y beneficiario de un orden internacional basado en el libre comercio, la cooperación multilateral y el liderazgo económico global. Este sistema, consolidado tras la Segunda Guerra Mundial, se apoyó en instituciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, así como en acuerdos comerciales bilaterales y multilaterales que extendieron la influencia estadounidense a todos los rincones del planeta. Sin embargo, este equilibrio de poder está siendo desafiado desde dentro, impulsado por una visión proteccionista y unilateralista que ha ganado terreno en el discurso político estadounidense, particularmente bajo el liderazgo de Donald Trump. El presidente ha impulsado una agenda comercial disruptiva que amenaza con desmantelar décadas de hegemonía estadounidense, no mediante una derrota externa, sino por medio de decisiones que socavan activamente el rol de Estados Unidos en el mundo.

La imposición de tarifas de importación generalizadas por parte de Estados Unidos a una amplia gama de productos provenientes de economías aliadas y rivales por igual ha generado un escenario de tensiones comerciales sin precedentes. Este viraje hacia el proteccionismo no solo ha desencadenado represalias por parte de potencias como China, la Unión Europea y Canadá, sino que ha erosionado la confianza en el sistema multilateral de comercio. Lo que originalmente se presentó como una estrategia para proteger la industria nacional, reducir el déficit comercial y reactivar el empleo interno, está derivando en una guerra comercial que ha fragmentado cadenas de suministro globales, encarecido insumos estratégicos y reducido la competitividad de las propias empresas estadounidenses. Más aún, esta política comercial agresiva ha provocado una percepción de imprevisibilidad en la política exterior estadounidense, debilitando su capacidad de liderazgo en foros multilaterales y empujando a otros actores internacionales a consolidar nuevas alianzas económicas al margen de Washington.

En este contexto, Donald Trump encarna una ruptura con los principios fundamentales del orden internacional liberal que Estados Unidos ayudó a construir. Su estrategia no solo contempla la confrontación arancelaria, sino también un abierto desprecio por los organismos internacionales que regulan la cooperación económica y política entre naciones. Ya durante su presidencia anterior, Trump minó activamente la OMC, bloqueando la designación de jueces en su órgano de apelaciones, e incluso retiró a Estados Unidos de tratados clave como el Acuerdo Transpacífico (TPP). Esta tendencia ilustra un patrón más amplio de desdén hacia la gobernanza global y una preferencia por relaciones bilaterales asimétricas, donde Estados Unidos pueda negociar desde una supuesta posición de fuerza. Tal lógica, sin embargo, ignora las dinámicas complejas e interdependientes de la economía global contemporánea, donde incluso una superpotencia como Estados Unidos depende del equilibrio y la estabilidad del sistema internacional.

Las implicaciones de este giro estratégico son profundas. En el corto plazo, Estados Unidos corre el riesgo de aislarse de los principales acuerdos comerciales emergentes y de ceder espacios de influencia a rivales como China, que ha intensificado su liderazgo en instituciones alternativas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. A largo plazo, la insistencia en un nacionalismo económico puede derivar en una fragmentación del orden global, con bloques regionales cada vez más autónomos y una pérdida gradual de la primacía del dólar como moneda de reserva mundial. En el ámbito geopolítico, esta estrategia puede acelerar una transición hacia un mundo multipolar, menos gobernable y más proclive a la competencia entre grandes potencias, donde el legado de estabilidad y cooperación que sostuvo la Pax Americana se diluya en un mar de incertidumbre.

En definitiva, el declive del poder global estadounidense no es resultado exclusivo de fuerzas externas, sino de una estrategia política deliberada que desafía los pilares que sustentaron su hegemonía durante más de medio siglo. La figura de Donald Trump simboliza esta ruptura con el pasado, no solo por sus acciones concretas, sino por su capacidad para reconfigurar el consenso político interno en torno a una visión más aislacionista y confrontativa del rol de Estados Unidos en el mundo. Si esta tendencia se consolida, el mundo podría entrar en una nueva era de desorden geoeconómico, en la que la ausencia de una potencia estabilizadora abra paso a un entorno internacional más volátil y menos cooperativo, con consecuencias difíciles de prever tanto para la economía global como para la seguridad internacional.

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Por David González

Ingeniero de profesión y con formación en cooperación internacional, nuevas tecnologías y administración de empresas, es actualmente el director del Instituto IDHUS, en el que coordina todos sus proyectos y actividades.

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