En un mundo cada vez más urbanizado y tecnológicamente interconectado, las ciudades enfrentan el reto de transformarse sin perder de vista a quienes las habitan. Analizamos cómo un enfoque centrado en las personas puede guiar la implementación de tecnologías urbanas para construir entornos más inclusivos, resilientes y sostenibles. Frente a los riesgos de un urbanismo dominado por la lógica tecnocrática, proponemos una visión donde la innovación digital se subordine al bienestar colectivo. La ciudad inteligente del futuro debe tener, ante todo, un rostro humano

A lo largo de la historia, las ciudades han desempeñado un papel determinante en la configuración del desarrollo humano, constituyéndose en centros neurálgicos del dinamismo social, político, económico y cultural. En la actualidad, más del 55% de la población mundial reside en áreas urbanas, y esta proporción se proyecta que alcanzará el 68% para mediados del siglo XXI, según estimaciones de Naciones Unidas. Las ciudades son responsables de generar más del 80% del Producto Interno Bruto global, convirtiéndose en epicentros de producción, consumo, innovación tecnológica y relaciones interculturales. No obstante, esta densidad y complejidad urbanas también conllevan múltiples desafíos estructurales: desigualdades socioeconómicas persistentes, degradación ambiental, presión sobre los sistemas de infraestructura y servicios públicos, inseguridad, déficit habitacional y vulnerabilidad frente al cambio climático.
En este contexto, las tecnologías digitales emergen como catalizadores clave para la transformación urbana. Desde la gestión eficiente de los recursos hasta la automatización de servicios y la implementación de sistemas inteligentes de transporte, energía, salud y gobernanza, la revolución tecnológica abre una ventana de oportunidad sin precedentes para reimaginar las ciudades del siglo XXI. Sin embargo, el despliegue masivo de tecnologías en entornos urbanos conlleva el riesgo de reproducir desigualdades si no se articula con una visión centrada en el ser humano. Por ello, resulta imperativo subordinar la lógica tecnológica a principios éticos, sociales y democráticos, que sitúen las necesidades, derechos y aspiraciones de la ciudadanía como núcleo articulador del desarrollo urbano inteligente.
La necesidad de una aproximación holística y centrada en las personas
El concepto de “ciudad inteligente” (smart city), ampliamente difundido en las últimas dos décadas, suele asociarse con la incorporación de infraestructuras tecnológicas de vanguardia destinadas a optimizar la eficiencia operativa de los sistemas urbanos. Esta definición, sin embargo, tiende a adoptar una perspectiva tecnocrática, priorizando los medios (es decir, las tecnologías) por sobre los fines (la mejora sustantiva de la calidad de vida urbana). Esta visión instrumental resulta insuficiente para abordar la complejidad sistémica de las ciudades contemporáneas, en las cuales interactúan múltiples dimensiones —económicas, ecológicas, culturales, institucionales— y en las que las brechas de acceso a servicios básicos y a tecnología son particularmente notorias en los sectores más vulnerables.
Por ello, se plantea la necesidad de evolucionar hacia una noción más madura y crítica de ciudad inteligente, una que integre no solo la eficiencia técnica, sino también la equidad, la inclusión social, la sostenibilidad ambiental y la resiliencia comunitaria. Esta transición implica adoptar un enfoque humanocéntrico del desarrollo urbano, en el que las tecnologías digitales se utilicen como instrumentos al servicio del bienestar colectivo y no como fines en sí mismos. En este sentido, es fundamental involucrar activamente a las comunidades en los procesos de planificación, diseño e implementación de soluciones tecnológicas, reconociendo sus saberes, experiencias, prioridades y aspiraciones locales.
La experiencia del PNUD y el desarrollo de un marco orientador
En coherencia con esta perspectiva, el Centro Global del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Singapur ha desarrollado un marco estratégico basado en la sistematización de más de 150 iniciativas urbano-digitales implementadas por la organización en más de 90 países. Esta experiencia comparada ha permitido identificar patrones comunes, factores críticos de éxito y enfoques metodológicos eficaces, con el fin de ofrecer una guía práctica para la toma de decisiones en contextos urbanos diversos.

Este marco conceptual se estructura en torno a tres componentes fundamentales:
- Factores críticos de apoyo (en rojo), que son condiciones habilitantes necesarias para asegurar que las tecnologías realmente generen valor público. Entre estos factores se destacan: la actualización del marco normativo e institucional, la capacitación continua de funcionarios públicos y ciudadanía en competencias digitales, el diseño participativo de soluciones (co-creación), la protección de los datos personales, y el fortalecimiento de mecanismos de ciberseguridad frente a amenazas como fraudes digitales y desinformación.
- Enfoques de implementación (en azul), que incluyen estrategias operativas para integrar tecnologías en la planificación urbana. Algunos de estos enfoques son: el uso de software de código abierto, la promoción de la innovación mediante la colaboración intersectorial (gobierno, empresa, academia y sociedad civil), el aprovechamiento de datos abiertos, el diseño modular y escalable de soluciones, y la evaluación sistemática de impacto social y ambiental.
- Tecnologías digitales aplicadas (en púrpura), que hacen referencia a herramientas concretas que han demostrado tener impacto positivo en entornos urbanos, tales como inteligencia artificial, Internet de las Cosas (IoT), plataformas de participación ciudadana, sistemas de información geográfica (GIS), blockchain para la transparencia administrativa, sensores inteligentes para la gestión ambiental, entre otras. Es importante destacar que el marco es deliberadamente agnóstico en cuanto a la tecnología específica, reconociendo que no todas las ciudades tienen los mismos recursos, necesidades ni capacidades institucionales. El enfoque, por tanto, no prescribe qué tecnologías deben utilizarse, sino cómo y con qué propósito deben ser empleadas.
Hacia un urbanismo tecnológico con sentido humano
Con base en este marco orientador, el PNUD plantea una serie de recomendaciones que buscan apoyar a los responsables de políticas urbanas y a los planificadores en la adopción de enfoques integrales e inclusivos:
- Dedicar tiempo suficiente a la planificación: Las soluciones tecnológicas efectivas requieren procesos iterativos de diagnóstico, consulta ciudadana, diseño participativo, pruebas piloto y evaluación. Las soluciones rápidas y superficiales pueden generar efectos adversos no deseados, particularmente en contextos de alta desigualdad.
- Contextualizar las soluciones: Las ciudades no son entidades homogéneas. Cada una presenta trayectorias históricas, estructuras sociales, marcos culturales y capacidades institucionales específicas. Las estrategias tecnológicas deben ser sensibles a estos contextos para lograr aceptación social y sostenibilidad operativa.
- Priorizar la pertinencia sobre la sofisticación: No todos los problemas urbanos requieren respuestas de alta tecnología. En muchos casos, soluciones simples, basadas en infraestructuras verdes o modelos de gobernanza comunitaria, pueden ser más efectivas y sostenibles. La tecnología debe complementar, no reemplazar, el conocimiento territorial y las prácticas locales.
- Evaluar por impacto, no por novedad: La fascinación por lo novedoso —la llamada “fetichización de la innovación”— puede llevar a decisiones costosas y poco eficaces. Es esencial priorizar el valor público generado, evaluando sistemáticamente los impactos sociales, económicos y ambientales de cada iniciativa.
- Integrar soluciones de manera estratégica: La articulación sinérgica de diversas tecnologías puede multiplicar su efectividad, siempre y cuando se implementen con criterios de interoperabilidad, ética de datos y enfoque centrado en las personas.

Una agenda transformadora para las ciudades del siglo XXI
En suma, el tránsito hacia ciudades más inteligentes y sostenibles no puede reducirse a una cuestión técnica o de infraestructura digital. Se trata, en última instancia, de un proceso profundamente político, ético y cultural, que requiere redefinir el sentido mismo del desarrollo urbano. Las tecnologías deben concebirse como medios para la mejora del bienestar colectivo, la democratización del espacio urbano, la protección del medio ambiente y la reducción de las desigualdades.
Esto exige un compromiso colectivo entre gobiernos, actores privados, organizaciones de la sociedad civil, comunidades académicas y la ciudadanía en su conjunto. Todos ellos tienen un papel que desempeñar en la construcción de entornos urbanos que sean resilientes frente a las crisis, abiertos a la diversidad cultural y capaces de aprovechar la tecnología para avanzar hacia una mayor justicia social. En un mundo en constante cambio, abrazar una visión humanocéntrica del desarrollo urbano inteligente constituye no solo una necesidad estratégica, sino también una responsabilidad ética ineludible.