En un momento de redefinición del equilibrio geopolítico europeo, la Iniciativa de los Tres Mares se ha consolidado como una plataforma clave para la integración regional, el desarrollo de infraestructuras estratégicas y la articulación del eje centro-oriental del continente. La ausencia de Italia en este espacio plantea interrogantes sobre su visión de futuro y su papel dentro del nuevo orden europeo

La Iniciativa de los Tres Mares (3SI) se ha consolidado como una de las plataformas geoestratégicas más relevantes dentro del nuevo panorama europeo. Nacida en 2016 con el objetivo de reforzar la cooperación entre países situados entre los mares Báltico, Adriático y Negro, este foro regional ha ido ganando peso político y económico gracias a su enfoque pragmático y su capacidad para articular intereses comunes en áreas vitales como la infraestructura energética, la conectividad digital y el transporte. Hoy, con catorce Estados miembros —incluidos Austria, Polonia, Rumanía, los países bálticos y gran parte de Europa Central— y con el respaldo inequívoco de Estados Unidos, la 3SI representa mucho más que una alianza regional: es, en esencia, un nuevo centro de gravedad para Europa del Este y Central. Sin embargo, la gran ausente sigue siendo Italia.
Resulta difícil justificar la exclusión —o la autoexclusión— de Italia de un foro de semejante importancia estratégica. Con una ubicación privilegiada en el Mediterráneo central, con relaciones históricas y económicas profundas con países como Croacia, Eslovenia, Albania y Montenegro —todos vinculados ya a la 3SI en calidad de miembros plenos o socios—, y con ambiciones declaradas de liderar el eje mediterráneo a través del llamado Plan Mattei, Italia no debería seguir actuando como mero espectador. La primera ministra Giorgia Meloni, a pesar de haber expresado su interés en ampliar la proyección geopolítica de Roma, ha mantenido hasta ahora una posición ambigua respecto a la 3SI, relegando su posible participación a un plano secundario de la agenda diplomática. Esta vacilación, según la opinión de medios italianos, es un error estratégico que convendría corregir cuanto antes.
El potencial de Italia en este escenario es inmenso. La entrada en la 3SI permitiría a Roma reforzar aún más su histórica influencia en los Balcanes Occidentales, una región donde mantiene sólidas relaciones económicas y políticas. En Croacia, más de 300 empresas italianas están presentes y el intercambio comercial supera los 8.000 millones de euros; Eslovenia, por su parte, tiene a Italia como su segundo socio comercial dentro de la Unión Europea. A estos vínculos se suman los recientemente reconocidos Albania y Montenegro como socios de la iniciativa, lo que acentúa la urgencia de que Italia también tome asiento en la mesa. No es solo una cuestión de pertenencia: es una cuestión de liderazgo.
En el plano internacional, unirse a la 3SI también reforzaría la posición italiana en la política europea respecto a Ucrania y Moldavia, dos países que actualmente ostentan el estatus de socios participantes y que se encuentran en procesos estratégicos fundamentales para la estabilidad continental. Meloni ha sorprendido a no pocas capitales europeas al mantener un firme apoyo a Ucrania en su resistencia frente a la agresión rusa, a pesar de la desconfianza generalizada que despiertan sus afinidades ideológicas con figuras como Donald Trump. La adhesión a la 3SI constituiría una prueba concreta de que su gobierno no se limita al respaldo retórico, sino que está dispuesto a comprometerse en espacios multilaterales donde el apoyo político se traduce en inversiones y en proyectos tangibles para la reconstrucción de Ucrania. En el caso de Moldavia, cuya integración en la UE también cuenta con el apoyo de Italia, la 3SI es un instrumento idóneo para canalizar ese respaldo.
Desde una perspectiva más amplia, la ausencia de Italia en la 3SI la aleja de uno de los núcleos emergentes del poder político y económico europeo. Las relaciones bilaterales y los formatos tradicionales de la UE ya no bastan para garantizar influencia. El nuevo equilibrio continental está marcado por redes regionales dinámicas que definen políticas desde lo local y lo transnacional. Alemania, por ejemplo, participa en la 3SI como socio estratégico, a pesar de no estar geográficamente ubicada entre los tres mares. La implicación alemana es también una muestra de que el foro ha adquirido relevancia más allá de su ámbito original, hasta convertirse en una plataforma de poder con implicaciones geopolíticas de largo alcance. Que Italia permanezca fuera de esta estructura —cuando hasta España y Turquía se han unido como socios estratégicos— no solo es una anomalía: es una pérdida de oportunidad.
Además, Italia se arriesga a quedar aislada en su propio espacio de influencia, el Mediterráneo. Las tensiones con Francia y el distanciamiento con España han debilitado su posición en el sur de Europa, y el Plan Mattei, por ambicioso que sea, necesita una arquitectura multilateral de apoyo que le otorgue legitimidad y proyección internacional. La 3SI, en este sentido, podría convertirse en una plataforma complementaria ideal. No hay que olvidar que este foro cuenta con un fuerte respaldo de Estados Unidos, cuyo compromiso con el desarrollo de infraestructuras en Europa del Este ha sido una constante desde la primera administración Trump y continuó bajo el ahora finalizado mandato de Biden. Este respaldo no es menor. Meloni, quien ha buscado alinearse con la visión geopolítica de Trump —especialmente tras retirar a Italia de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en 2023—, encontraría en la 3SI un terreno fértil para canalizar esa convergencia ideológica en resultados concretos, sobre todo si Trump regresa a la Casa Blanca.
Por otro lado, la convergencia entre la 3SI y el Corredor India-Oriente Medio-Europa (IMEC), otro de los grandes proyectos de infraestructura con apoyo internacional, abre nuevas posibilidades para la proyección geoeconómica de Italia. Ciudades como Trieste, dotadas de puertos estratégicamente ubicados, podrían convertirse en nodos logísticos clave en la intersección entre estos dos grandes corredores. La complementariedad de ambos proyectos, en un momento en que las rutas comerciales globales se están redefiniendo, refuerza la idea de que Italia no puede mantenerse al margen de los grandes ejes de conectividad continental.
Más aún, desde el punto de vista institucional, la participación italiana en la 3SI ofrecería a Roma la posibilidad de ejercer una mayor influencia dentro de la Unión Europea, particularmente en círculos donde su voz ha sido históricamente menos presente, como el Triángulo de Weimar (Francia, Alemania y Polonia). Italia, como tercera economía de la eurozona, tiene el potencial para convertirse en un líder regional, pero ello requiere una estrategia de inserción activa en las nuevas redes de poder continental. La 3SI, lejos de ser una iniciativa secundaria, constituye uno de los instrumentos más eficaces para lograr ese objetivo.