El acceso seguro y sostenible al agua se ha convertido en uno de los principales desafíos urbanos del siglo XXI, especialmente en contextos afectados por el cambio climático. Sudáfrica, uno de los países más áridos del mundo, enfrenta una compleja paradoja hídrica: por un lado, sufre sequías prolongadas; por otro, lluvias extremas que provocan inundaciones devastadoras. Analizamos cómo dos de sus principales ciudades, Ciudad del Cabo y eThekwini, están transformando sus sistemas de gestión del agua mediante enfoques basados en la naturaleza, participación comunitaria e innovación institucional para construir resiliencia frente a crisis hídricas cada vez más frecuentes

Sudáfrica se encuentra entre los países más secos del mundo, con una precipitación media anual de apenas 464 milímetros, menos de la mitad del promedio global. Este dato es particularmente alarmante si se considera que el país cuenta con una de las mayores economías del continente africano y una creciente población urbana que demanda cada vez más recursos. La combinación de un clima semiárido, una distribución pluviométrica irregular, y períodos recurrentes de sequía ha situado al agua en el centro de las preocupaciones de planificación territorial, económica y social del país. A esto se suman las consecuencias del cambio climático, cuya manifestación más visible en la región es la intensificación simultánea de fenómenos hidrometeorológicos extremos: sequías prolongadas y, paradójicamente, inundaciones repentinas cada vez más frecuentes e intensas. Esta paradoja impone retos sin precedentes a la gestión hídrica urbana y obliga a repensar los modelos de gobernanza del agua, integrando ciencia ecológica, planificación urbana y participación ciudadana.
A diferencia de otras regiones del África subsahariana, como el cinturón tropical central o ciertas zonas del África oriental, donde la lluvia es más predecible o al menos responde a patrones estacionales relativamente estables, Sudáfrica afronta una situación estructuralmente más vulnerable. En este contexto, los niveles de evaporación pueden superar la media anual de precipitación, lo que significa que incluso en los años más «húmedos», la disponibilidad de agua superficial es limitada. Menos del 9% de las precipitaciones termina en los cauces de los ríos, y apenas el 5% alcanza los acuíferos subterráneos. Esta situación se agrava en las zonas urbanas, donde la expansión descontrolada de asentamientos, el crecimiento demográfico acelerado y las crecientes demandas del sector industrial ejercen una presión extrema sobre los sistemas de distribución y abastecimiento de agua, que ya de por sí se encuentran al límite de su capacidad.
En este escenario desafiante, las ciudades sudafricanas han comenzado a diseñar e implementar estrategias innovadoras para enfrentar tanto la escasez como el exceso de agua. Las experiencias de Ciudad del Cabo y del municipio de eThekwini (que incluye la ciudad portuaria de Durban) se han convertido en referentes en la región por su enfoque proactivo, integrador y basado en la resiliencia climática. Ambos casos ilustran cómo las ciudades pueden transformar sus sistemas de gestión del agua mediante una combinación de soluciones basadas en la naturaleza, planificación urbana sostenible, inversión en infraestructura verde y fortalecimiento institucional.
La amenaza de la escasez: Ciudad del Cabo y la reconstrucción de la seguridad hídrica
La crisis del “Día Cero” en Ciudad del Cabo en 2018 se erigió como un caso emblemático a nivel global sobre cómo el colapso hídrico puede materializarse en contextos urbanos complejos. Luego de tres años consecutivos de sequía extrema, la ciudad estuvo a semanas de agotar por completo sus reservas hídricas, lo que habría obligado al gobierno a cerrar el suministro de agua a hogares y empresas, salvo los servicios esenciales. Durante el pico de la crisis, se impusieron severas restricciones: los habitantes fueron limitados a un consumo de 50 litros diarios, lo cual debía cubrir todas sus necesidades básicas, desde la higiene personal hasta la preparación de alimentos.
Este evento reveló la alta dependencia de la ciudad de fuentes superficiales, particularmente de represas alimentadas por escorrentías desde las zonas de captación montañosas. Sin embargo, la funcionalidad de estas cuencas estaba siendo amenazada silenciosamente por procesos de degradación ecológica, impulsados en gran parte por la proliferación de especies vegetales invasoras como el pino, el acacio y el eucalipto. Estas especies, introducidas para explotación forestal o paisajismo urbano, consumen entre tres y cinco veces más agua que la vegetación nativa, lo que ha tenido un impacto directo y medible sobre la capacidad de recarga hídrica de los sistemas de almacenamiento.
Para enfrentar esta crisis estructural, Ciudad del Cabo optó por una estrategia de largo plazo basada en intervenciones ecológicas conocidas como Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN). Estas incluyen la erradicación sistemática de especies invasoras, la restauración de la vegetación nativa del fynbos —un ecosistema único de matorral mediterráneo endémico del suroeste africano— y la regeneración de la integridad ecológica de las cuencas hidrográficas. Una pieza clave en esta estrategia ha sido la creación del Fondo Hídrico del Gran Ciudad del Cabo, una alianza público-privada que implementa un modelo de pago por servicios ecosistémicos. A través de este mecanismo, comunidades rurales aguas arriba reciben remuneraciones para realizar labores de restauración, mientras que el sector privado y el gobierno cofinancian las operaciones como una inversión preventiva frente a futuras crisis hídricas.
Hasta ahora, el fondo ha logrado eliminar más de 63,000 hectáreas de plantas invasoras y recuperar flujos de agua equivalentes a 17 mil millones de litros anuales. Esta cifra no solo representa un aumento tangible en la oferta de agua disponible, sino también un avance significativo hacia la meta de recuperar 100 mil millones de litros anuales para 2050. El impacto económico es igualmente relevante: estudios realizados por el Banco de Desarrollo del África Austral estiman que, a pesar de los altos costos iniciales, este tipo de intervenciones reducen la necesidad de costosas obras de infraestructura (como desalinizadoras o perforación de pozos profundos), y podrían traducirse en ahorros acumulados de hasta el 22% en inversión hídrica nacional para mediados de siglo.
Inundaciones y vulnerabilidad urbana: la experiencia de eThekwini
Si Ciudad del Cabo representa el caso paradigmático de escasez hídrica, el municipio de eThekwini encarna el extremo opuesto: el exceso de agua y la intensificación del riesgo de inundaciones. En abril de 2022, la región sufrió una de las catástrofes naturales más devastadoras de la historia reciente de Sudáfrica. En apenas 24 horas, cayó un tercio de la lluvia que se espera en todo un año, provocando deslizamientos de tierra, colapsos de infraestructura, y pérdidas humanas y económicas de enorme magnitud: más de 400 personas fallecieron y las pérdidas económicas superaron los 1,500 millones de dólares.
La geografía de eThekwini —que incluye más de 7,400 kilómetros de ríos y arroyos— la hace especialmente vulnerable a las crecidas repentinas, un riesgo agravado por el crecimiento acelerado de asentamientos informales en zonas bajas e inundables. Estas áreas, generalmente carentes de servicios básicos adecuados, contribuyen a la obstrucción de drenajes naturales, la acumulación de residuos sólidos en cauces fluviales y la intensificación de la escorrentía urbana no gestionada.
Ante esta realidad, el gobierno local lanzó en 2020 el Programa de Gestión Transformadora de Ríos (TRMP, por sus siglas en inglés), un enfoque pionero en Sudáfrica que reconoce el papel multifuncional de los ríos urbanos no solo como corredores ecológicos, sino también como infraestructuras vivas que requieren protección, restauración y gestión activa. A diferencia de los enfoques tradicionales, centrados únicamente en la ingeniería hidráulica o la contención de riesgos, el TRMP adopta una perspectiva sistémica: integra aspectos sociales, ecológicos, urbanos y económicos en el diseño de soluciones resilientes.
El programa ha promovido la limpieza de cauces, la eliminación de especies invasoras, la instalación de estanques de retención y humedales artificiales, así como la implementación de sistemas comunitarios de alerta temprana. También ha fomentado el empoderamiento comunitario, capacitando a residentes locales para participar activamente en el monitoreo de riesgos y en el mantenimiento de la infraestructura verde. Estas medidas han contribuido no solo a reducir el riesgo directo de inundación, sino también a regenerar espacios públicos, mejorar la biodiversidad urbana y fortalecer la cohesión social.
Desde una perspectiva económica, el TRMP ha demostrado ser una inversión con retornos sustanciales. Cada dólar invertido en restauración fluvial genera entre 1.8 y 3.4 dólares en beneficios colaterales, que incluyen desde la reducción de primas de seguros hasta la valorización de propiedades, pasando por el ahorro en reparaciones de infraestructura y la mejora en la salud pública. Se estima que, en un escenario sin intervención, eThekwini enfrenta pérdidas anuales de al menos 9 millones de dólares por daños en infraestructura. En cambio, una implementación a escala del TRMP podría generar ahorros superiores a los 100 millones en mantenimiento y recuperación en los próximos años.
Hacia una nueva gobernanza del agua urbana en tiempos de crisis climática
Los casos de Ciudad del Cabo y eThekwini revelan una verdad fundamental: la gestión del agua en las ciudades del siglo XXI ya no puede concebirse como un asunto exclusivamente técnico o ambiental. Requiere enfoques holísticos, capaces de integrar la ciencia ecológica con la planificación urbana, la economía política del desarrollo y los procesos participativos de gobernanza. La resiliencia hídrica, entendida como la capacidad de una ciudad para anticipar, resistir, adaptarse y transformarse ante perturbaciones relacionadas con el agua, se ha convertido en una dimensión crítica de la sostenibilidad urbana.
La implementación de soluciones basadas en la naturaleza, el fortalecimiento de las capacidades locales, la cooperación público-privada y la planificación prospectiva deben ocupar un lugar central en las agendas urbanas del futuro. Lecciones como las de Sudáfrica no solo ofrecen modelos replicables en otros contextos africanos y globales, sino que también iluminan la necesidad urgente de transitar hacia una nueva ética del agua, una en la que los ecosistemas sean reconocidos como aliados estratégicos, y no como obstáculos al desarrollo.