Enfrentamientos entre JNIM y EIGS. Cambios en el equilibrio terrorista del Sahel

Enfrentamientos entre JNIM y EIGS. Cambios en el equilibrio terrorista del Sahel

Soldados del grupo rebelde tuareg MNLA conducen en un convoy de camionetas en la ciudad nororiental de Kidal 4 de febrero de 2013. Los combatientes tuareg pro-autonomía MNLA, cuya revuelta el año pasado derrotó al ejército de Malí y se apoderó del norte antes de ser secuestrada por radicales islamistas, han dicho que están controlando Kidal y otras ciudades del noreste abandonadas por los rebeldes islamistas que huyen. Fotografía tomada el 4 de febrero de 2013. REUTERS/Cheick Diouara (MALÍ –

MARTA SUMMERS MONTERO/IEEE
Coordinadora del Observatorio de Terrorismo Yihadista en Magreb y Sahel Occidental, OIET
Atalayar

El origen del conflicto terrorista de carácter yihadista en la región del Sahel se remonta a la primera década del siglo XX en Mali, donde el GSPC, de origen argelino y vinculado con Al Zarqawi –emir de la filial de Al Qaeda en Irak—, se convirtió en la nueva franquicia del grupo, fundando Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM, por sus siglas en inglés). Pese a que su objetivo inicial era la creación de un emirato islámico que abarcase todo el Magreb y perpetrar atentados en suelo europeo, la dificultad de llevarlo a cabo propició un cambio en la estrategia del grupo, que comenzó a expandirse hacia el sur, sumando a sus filas combatientes procedentes de Mali, Nigeria y Mauritania. Su implicación en actividades de crimen organizado —tráfico ilícito de tabaco, coches, armas y personas, principalmente— no solo les proporcionó financiación, sino también el apoyo de tribus y clanes que conformaban las redes regionales de contrabando.

Sin embargo, pronto se evidenciaron debilidades internas. Surgieron desacuerdos entre sus miembros acerca de las formas de combate o la dureza con que la ley islámica se aplicaba en los territorios conquistados, por lo que el grupo se fue disgregando en pequeñas katibas o milicias de combate que, no obstante, continuaron perteneciendo a la órbita de AQIM.

A finales de 2011, la caída del líder libio, Muamar el Gadafi, supone la disolución de su corte. Los numerosos mercenarios de etnia tuareg que la conformaban decidieron regresar al Sáhara, no sin antes saquear los arsenales libios, cuyo armamento se sumó al que Gadafi ya les había proporcionado. A mediados de enero de 2012, los tuaregs, agrupados en el MLNA, superaban en número y medios al ejército de Mali, por lo que decidieron lanzar la que sería su tercera insurrección, con el objetivo de conseguir un territorio «tuareg», independiente del Gobierno de Mali. En esta ocasión, Ansar Dine y el MUYAO —dos de los grupos fundamentalistas escindidos de AQIM—, que no querían perder la ocasión de afianzar su presencia en el desértico norte de Mali y cumplir con su objetivo de crear un emirato en el país, les prestaron apoyo armado. La sofisticación de su armamento y la precariedad de medios con los que contaba el Ejército maliense provocaron la caída inmediata de importantes ciudades como Kidal, Gao o Tombuctú, tal y como se puede apreciar en la figura 1.

A medida que avanza la revuelta tuareg, las disensiones entre ambas partes comienzan a ser mayores, ya que el MLNA rechaza la implantación de la ley islámica. Finalmente, en junio de 2012, sus líderes ponen fin oficialmente a su alianza.

A partir de entonces, AQIM y sus grupos afines, cuya presencia era notable en el norte de Mali, adquirieron progresivamente apoyo por parte de la población civil local. Sus miembros contrajeron nupcias con familiares de líderes locales, obteniendo su inmediato respaldo. Asimismo, proporcionaron servicios básicos que el Gobierno maliense era incapaz de proveer, como sanidad, telefonía móvil y estímulos a la economía local, incrementando además la seguridad de sus habitantes, a los que protegían de grupos criminales regionales e incluso de ataques indiscriminados de las fuerzas gubernamentales. Con esto, el grupo terrorista consiguió que la adhesión de sus miembros no se basara en exclusiva en creencias religiosas, sino que además adquirió connotaciones étnicas, locales y familiares.

En 2015, tras dos años de intervención de tropas francesas y de las Naciones Unidas, el epicentro del conflicto con los grupos yihadistas se situaba en el centro del país. Abou Walid Al-Sahraoui, fundador de Al Mourabitoun junto a Mokhtar Belmokhtar, prestó lealtad unilateralmente a Al-Baghdadi, autoproclamado califa del Dáesh, fundando el Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS). Esto provocó la separación de Belmokhtar, que rechazó posibles lazos con el Dáesh y se acercó de nuevo a AQIM. En sus orígenes, el grupo operaba en la zona fronteriza entre Mali y Níger —área tradicional de Al-Sahraoui—, donde reclutó a población fulani local y continuó expandiéndose hacia Burkina Faso. Uno de los primeros ataques reseñables del grupo fue la emboscada en Tongo Tongo, en Níger, en la que murieron ocho militares, entre ellos cuatro estadounidenses.

Llegado 2017, los grupúsculos afines a AQIM habían sufrido duros golpes por parte de la intervención internacional, por lo que los líderes de Ansar Dine, Al Qaeda en el Sahel, Katiba Macina y Al Morabitoun, decidieron formar la coalición JNIM, liderada por Iyag Ag Ghali (Ansar Dine). Esta unión permitió unir sus tropas y capacidades operativas, así como facilitar las labores de captación de nuevos miembros.

Es en este momento, a finales de 2017 y principios del 2018, cuando los líderes de las dos principales facciones terroristas (Ag Ghaly de JNIM, y Al-Sahraoui del EIGS) celebraron diversas reuniones en las ciudades de Kidal y Ménaka, donde pactan no agredirse mutuamente pese a que algunas de sus zonas son coincidentes. Esto contrasta con otras regiones en las que ambos grupos operan o han operado en el este de África u Oriente Medio, donde las relaciones han sido de enemistad. Algunas fuentes apuntarían incluso hacia colaboraciones puntuales en la zona de la triple frontera entre Malí, Burkina Faso y Níger, donde las tropas del G5 Sahel iniciaron su despliegue en 2018, como ya quedó reflejado en el informe que el secretario general de la ONU presentó ante el Consejo de Seguridad en febrero de 2020. Dicha cooperación habría cobrado relevancia durante 2019 con la comisión de ataques de mayor envergadura en la zona de la triple frontera, más complejos y mortíferos que habitualmente, que evidenciarían una mayor capacidad de ataque y que habrían podido ser perpetrados por miembros de ambas facciones, auxiliadas también por miembros de redes criminales locales que colaboran con los yihadistas de manera irregular. En este sentido, la ideología estricta pasa a un segundo plano; ambos grupos han dejado a un lado sus diferencias, cobrando mayor protagonismo el arraigo a la región del Sahel y la búsqueda de un objetivo común: la lucha contra occidente y los gobiernos regionales para establecer la ley islámica.

Aumento de las tensiones entre JNIM y EIGS

Durante aproximadamente el último año, han tenido lugar varios acontecimientos que han provocado un aumento de las tensiones entre los dos principales grupos terroristas yihadistas.

Las técnicas empleadas por el EIGS, adoptadas de la franquicia de la que forma parte desde mitad de 2019, ISWAP, han permitido al grupo llevar a cabo atentados contra grandes instalaciones militares, como los registrados en Indelimane, Tabankort, Inates o Chinegodar. El modus operandi empleado suele coincidir: en primer lugar, interrumpen las comunicaciones de la zona, dificultando así la emisión de avisos sobre el ataque y la llegada de refuerzos; posteriormente, eliminan las primeras defensas de las instalaciones haciendo uso de armamento pesado o de terroristas suicidas a pie o a bordo de vehículos cargados de explosivos, tras lo que proceden al asalto, saqueando los almacenes antes de emprender la huida. Esto proporciona un constante flujo de armas, explosivos y vehículos que, unido a los materiales que continúan llegando desde Libia a través de redes de crimen organizado, permiten que sus capacidades operativas aumenten de manera continuada.

La consecuencia inmediata del incremento de capacidad ha sido una rápida expansión territorial del grupo, tal y como se refleja en la figura 4, principalmente a lo largo del norte de Burkina Faso, el suroeste de Níger y el centro-oeste de Mali, además de un notable aumento de su popularidad entre los miembros de otros grupos yihadistas, que se sentirían atraídos por el mayor poder del EIGS. En numerosas ocasiones, la llegada a nuevas zonas implica —especialmente en la última de las regiones detalladas—, operar en áreas que tradicionalmente formaban parte del ámbito de AQIM y sus grupos afines, como ha sido el caso de Katiba Macina. Es precisamente en estos territorios coincidentes donde han surgido los primeros choques entre ambos grupos, como se detallará más adelante. En un primer momento, ante el incremento de las tensiones entre los grupos, en septiembre de 2019, se habría celebrado una reunión entre Al- Sahraoui y líderes de JNIM en Burkina Faso y Mali, con el objetivo para tratar de redefinir los límites territoriales de ambos grupos, aunque no consiguieron llegar a un acuerdo.

Deserciones de AQIM. EIGS gana adeptos a sus filas

El crecimiento geográfico del grupo implica la necesidad de sumar nuevos miembros a sus filas. Para ello, siguiendo el modelo utilizado por JNIM y por ISWAP en el este, explotan las necesidades de la población civil y las fricciones existentes entre los miembros de JNIM y sus líderes, como los pagos de honorarios pastorales a los dirigentes locales o la obligación de entregarles lo obtenido de los saqueos en los atentados, de los que el EIGS exime a sus adeptos. Esta «estrategia de captación» es desarrollada abiertamente en el territorio, hasta ahora dominado por JNIM, que se siente por tanto amenazado ante la llegada del EIGS y las deserciones de sus fieles.

Esta problemática se evidenció en los meses de diciembre de 2019 y enero de 2020 en el centro-oeste de Mali donde, en la zona de Nampala, un grupo de disidentes de la Katiba Macina juró lealtad al Dáesh y decidió unirse al grupo de Al-Sahraoui bajo el nombre de «Soldados del Califato en Mali». Este fue el resultado de semanas de duros conflictos internos en la Katiba Macina que cristalizaron en combates entre dos facciones: una partidaria de Amadou Kouffa y otra del lado del comandante Mamadou Mobbo. Finalmente, dos miembros de esta última murieron a manos del otro grupo, provocando su ruptura definitiva con JNIM.

No obstante, estos cambios de bando no han tenido lugar en una sola dirección. A finales de 2019, los comandantes del EIGS habrían prohibido a sus miembros, so pena de muerte, escuchar predicaciones o mensajes provenientes de Amadou Kouffa, líder de la Katiba Macina, para evitar nuevas deserciones.

Negociaciones entre el gobierno de Mali y JNIM

Por otro lado, a principios de febrero, el presidente maliense, Ibrahim Boubacar Keita, reconoció su intención de negociar con Iyad Ag Ghali y su grupo que, por su parte, exigió la retirada de las tropas extranjeras de Mali como condición previa al inicio de las conversaciones, una postura poco realista actualmente. Como era de esperar, el gobierno no aceptó este requisito por lo que, por el momento, la estrategia de Keita no ha prosperado. No solo eso, sino que la actividad terrorista del grupo se ha visto redoblada desde entonces, probablemente como parte de una estrategia para mostrar el poder que los terroristas aún ostentan en territorio maliense, incluso tras la gran operación que la fuerza Barkhane desplegó en la zona de Wagadou, al suroeste de Mali, que es un bastión tradicional de JNIM.

Sin embargo, la actitud mostrada por los líderes de JNIM sí provocó la reacción del EIGS que rechazó frontalmente la posibilidad de que el grupo negociase con «apóstatas». Así, las críticas que Al-Sahraoui ya le lanzaba a Kouffa por su relación con jefes tradicionales y funcionarios malienses se han visto agravadas, llegando a acusarlos de beneficiarse de estos tratos para tomar ventaja en la pugna por el poder yihadista regional y utilizando este aspecto para legitimar el recrudecimiento de los enfrentamientos entre ambos, hasta entonces puntuales.

Inicio de los enfrentamientos

Como se indicaba anteriormente, durante la segunda mitad de 2019, las relaciones entre ambos grupos comenzaron a tensarse y no consiguieron acordar un nuevo reparto territorial ante el crecimiento del EIGS. Los primeros combates se registran en julio en el norte de Burkina Faso y se extendieron durante los meses siguientes hacia el norte, registrándose nuevos choques en la región del Gourma maliense en octubre.

A lo largo de diciembre de 2019 y enero de 2020, los combates se intensifican, produciéndose victorias del EIGS en Gourma e Inabelbel, así como de JNIM en Dogo. En este punto, Al-Sahraoui trata de negociar con Kouffa, pidiendo una compensación económica por las bajas sufridas y la liberación de sus presos, ambos puntos denegados por el líder de JNIM. El rechazo recibido, unido al posible diálogo entre la coalición terrorista y el Gobierno maliense, provoca un incremento en la violencia mostrada por el EIGS, que insta abiertamente a sus tropas a combatir a los fieles a JNIM, acusándolos de apostasía y laxitud en sus relaciones con actores prooccidentales.

Por su parte, JNIM, incómodo por las quejas internas de ciertos miembros favorables al discurso más radical del EIGS y ante el fracaso de que el Gobierno maliense cumpliese con la condición de retirar tropas extranjeras, publica en febrero dos comunicados en los que defiende su interpretación de la sharía y realiza un llamamiento a la unificación entre «diferentes sectas musulmanas». Pero 2020 continúa siendo escenario de continuos enfrentamientos entre ambas partes, especialmente en la región centro de Mali y norte de Burkina Faso.

Durante el mes de abril se registraron importantes victorias del EIGS en el norte de Burkina Faso —en Arbinda y Nassoumbou—, que ha obligado a las filas de JNIM a replegarse hacia Mali, concretamente en la zona del Gourma, donde el grupo es fuerte y ha conseguido derrotar al EIGS en Tin-Woussouk y Egaye, aunque también se han registrado victorias en Keréboulé (al norte de Burkina Faso). Es en esta zona de Gossi donde se produjo, el 18 de abril, un feroz combate en el que decenas de miembros de ambos grupos fallecieron. A lo largo del mes de mayo, los combates se han extendido hacia el sureste de Burkina Faso —donde JNIM ha vencido al EIGS en Fada N’Gourma y Pama— y el suroeste de Níger —choques en Dogona, donde las tropas del EIGS superaron a las de JNIM—. Se puede afirmar, por tanto, que los resultados están bastante igualados, dependiendo fundamentalmente de quién domine las zonas en las que los enfrentamientos tengan lugar.

No es hasta la publicación más reciente de la revista Al-Naba del Dáesh, a principios de mayo, cuando el grupo reconoce públicamente estos enfrentamientos. Esta demora en informar podría deberse, entre otros factores, a que hasta el mes de abril JNIM no habría rechazado la petición de tregua lanzada por el EIGS en febrero. Además, resulta importante recordar que ninguno de los dos grupos está interesado en alertar a la comunidad internacional con una supuesta coalición terrorista que sea capaz de perpetrar grandes ataques, por lo que la publicación sobre los enfrentamientos acalla los rumores de crecientes colaboraciones.

Consecuencias de los enfrentamientos y perspectiva regional

El cambio en el panorama terrorista regional conlleva diversas consecuencias. En primer lugar, un aumento en los enfrentamientos entre ambas facciones yihadistas implicará una pérdida de capacidad de los grupos para atentar y repeler operaciones antiterroristas que tengan lugar en la región, ya que los combates, entre ellos, suponen un fuerte desgaste operativo y de inteligencia; y, anteriormente, sus esfuerzos se centraban en combatir a las fuerzas de seguridad que operan en la zona.

Además, en este sentido, la popularidad de la que gozan entre la población civil puede verse resentida, y por tanto la facilidad con la que reclutan a nuevos miembros: resulta más complicado captar a nuevos elementos si el objetivo de luchar contra lo que ellos denominan grupos prooccidentales es compartido con luchas internas en el frente yihadista. En este punto, resulta importante recordar que, en muchas ocasiones, la diferencia entre pertenecer a grupos afines a AQIM o el EIGS es muy local y no está basada en la ideología, por lo que la probabilidad de que miembros de uno u otro bando conozcan, o incluso posean lazos familiares o de amistad con los contrarios, es alta.

No obstante, ante eventuales avances en las negociaciones entre el Gobierno de Mali y JNIM, el rechazo compartido en ambos grupos hacia la figura estatal sí propiciaría un incremento del poder del EIGS en la región que ganaría adeptos gracias a las acusaciones de apostasía hacia JNIM.

Por tanto, a la provincia del Dáesh se le presentaría la oportunidad de dominar un territorio muy atractivo para el grupo, teniendo en cuenta la inestabilidad regional generada por factores como una débil gobernanza y falta de control de territorios internos y fronteras, entre otros. Por el momento, este escenario no se considera probable, aunque habría que considerar que la reacción de los líderes de JNIM no fue de total rechazo, sino que se limitó a imponer una condición que, muy difícilmente, se vería satisfecha por el Gobierno. Esto abriría un resquicio ante un posible acuerdo entre ambos en el futuro, aunque, como se ha detallado en el párrafo anterior, la probabilidad de que esto supusiese una mejora en la situación de la región es baja, ya que el poder del otro actor, EIGS, se vería relanzado.

En el corto plazo, teniendo en cuenta las cuantiosas bajas que están registrándose en ambos bandos, resultaría más probable que ambos grupos terroristas alcanzasen un acuerdo sobre las áreas de influencia de cada uno, estableciendo por tanto un nuevo statu quo en la región. A pesar de ello, la decadencia experimentada por el Dáesh en Siria e Irak permite prever que sus filiales africanas continuarán pugnando por un mayor poder en la región, abriendo la puerta a posibles conflictos adicionales con Al Qaeda y sus grupos afines.

Lo que sí resulta prácticamente indudable es que el Sahel continuará siendo uno de los principales focos mundiales de terrorismo yihadista que requerirá, entre otros, de la atención de actores internacionales, por lo que una posible retirada o reducción de sus aportaciones tendría graves consecuencias en el contexto de seguridad regional. Sin embargo, los siete años de intervenciones internacionales que se cumplieron en enero de 2020 evidencian que esta situación no se combate exclusivamente en el terreno de operaciones, sino que se hace necesario subsanar las problemáticas locales (sociales, económicas, étnicas, religiosas, etc.) que se hallan en el origen de los movimientos terroristas.