La tecnología nos obliga a todos a replantearnos la forma en que convivimos y cómo serán nuestras ciudades del futuro
Cuando analizamos el impacto que las nuevas tecnologías están teniendo en nuestra sociedad, sabemos que no es un tema nuevo de discusión la disrupción que elementos como el IoT, las comunicaciones 5G o los protocolos desarrollados para sustentar las criptomonedas tienen en la economía global. Nos están obligando a todos, como seres humanos y miembros de una sociedad que avanza a velocidades tremendamente altas para lo que hemos estado acostumbrados en las últimas décadas, a repensar la forma en que convivimos y cómo van a ser nuestras ciudades del futuro.
Todos los nuevos modelos socioeconómicos se entrelazan con alternativas digitales para hacer online casi todo lo que queramos dentro del entorno urbano en el que vivimos. Podemos utilizar una app para casi cualquier cosa que necesitemos realizar en nuestra vida cotidiana, y podemos utilizar las tecnologías de comunicación instantánea con los miembros de los gobiernos y las autoridades locales y regionales para enviarles solicitudes de información, realizar trámites burocráticos o denunciar problemas en nuestros barrios. Todo lo que antes había que hacer a través de largas colas presenciales, o en las que había que realizar un papeleo físico, aunque no haya desaparecido, está ahora al alcance de un dedo en un teléfono móvil o un ordenador.
¿Puede pues la sociedad realizar una transformación tan radical y acercarse a una interacción 100% online para todo sin verse sumida en el caos o la confusión? Las nuevas generaciones pueden quizás hacerlo, están acostumbradas, porque han evolucionado con la tecnología bajo el brazo mientras crecían.
Pero, ¿Qué pasa con los que nacieron cuando no había móviles ni tabletas? ¿Pueden adaptarse rápidamente a cuestiones como que los servicios de su barrio deban solicitarse por correo electrónico o vía app? ¿Qué ocurrirá cuando consigamos implantar con éxito modelos de transporte urbano basados en la no presencia de conductores humanos? Los early-adopters serán los primeros en subirse a ellos, pero ¿Cuánto tardará un adulto «medio» que aún ve con recelo los procesos que le impone el progreso tecnológico en aceptar incluso una prueba para ver si puede confiar en esos vehículos o no?
El peligro de dejar atrás a una parte de la población
Los retos a los que se enfrentan las Smart Cities son enormes para incorporar a los ciudadanos a las nuevas facilidades que las tecnologías aportan a pasos agigantados, porque en una demografía en la que sólo una pequeña parte de la población está dispuesta a utilizar todo lo que la era digital trae consigo, el resto lo mira con preocupación, o al menos con indiferencia, porque es algo que no entiende. ¿Cómo conseguiremos incorporar a todos los ciudadanos para que se sientan parte del proceso de transformación de nuestra sociedad basado en modelos de desarrollo urbano donde se mezclan todo tipo de sistemas tecnológicos que la mayoría no entendemos?
El reto de las ciudades inteligentes y conectadas es doble en este sentido, no sólo es necesario modificar la infraestructura de todos los servicios de comunicación, Internet, las bases de datos, los sistemas de computación en la nube y las blockchains donde se almacena la información para que pueda ser vista por todos simultáneamente, sino que también es necesario buscar la forma de vencer la resistencia de la gente que teme, o pueden temer, que todos estos avances traigan más desigualdad a la sociedad en la que viven, abriendo y profundizando la brecha entre los que usan y entienden y adoptan rápidamente las nuevas tecnologías, y los modelos de uso de las mismas, y los que aún no las entienden, ni las usan, ni se adaptan a ellas por comodidad, por confiar en lo ya establecido, por falta de interés o simplemente por desconocimiento.
Es evidente que en toda sociedad siempre hay elementos que están a la vanguardia del desarrollo, impulsando proyectos y la implantación de nuevos sistemas, cambios en la organización y planificación de la ciudad o región, y activando y «probando» todo lo que la industria y las empresas tecnológicas ofrecen, desarrollan y promueven. Sin embargo, la gran mayoría de la gente está en esa «cola larga», el vagón de cola, que va a un ritmo muy lento de comprensión y adaptación a lo nuevo. ¿Nos falta educación tecnológica que tendríamos que empezar a desarrollar y ofrecer gratuitamente a nuestros ciudadanos para que puedan participar más activamente en todos los nuevos proyectos que nuestra ciudad puede poner en marcha? ¿O nos falta explicar y hacer comprender fácilmente a la sociedad las ventajas (y desventajas) que estos rápidos avances y cambios pueden aportar a sus vidas?
Cuando lo «antiguo» sigue funcionando, las innovaciones tardan más en ser aceptadas
Cuando una ciudad comienza su transformación en una Smart City con un plan a largo plazo, las instituciones y los polos tecnológicos, los ecosistemas de empresas y start-ups son los primeros en empezar a exigir una normativa que les permita poner en marcha y acelerar sus proyectos, investigaciones y desarrollos. Pero cuando la ciudad se convierte ya en una Smart City, aparece también la resistencia de una parte de la población que no quiere que nada cambie porque se ha acostumbrado a una forma de hacer las cosas. ¿Cómo podemos ayudar a la gente a perder el miedo al desarrollo tecnológico? ¿Cómo podemos fomentar la creatividad y la investigación en nuestras empresas, pero evitar que vayan tan deprisa que nadie pueda seguir el ritmo de los productos y sistemas tecnológicos que desarrollen y que no podamos aplicar? Estamos iniciando el despliegue de las tecnologías 5G en todo el mundo pero todavía hay empresas, ecosistemas industriales y personas que siguen conectadas a una red 3G, y les va bien, es más que suficiente para lo que necesitan y no tienen especial interés en cambiar de tecnología, salvo que no haya otra opción porque la que usan se rompa o deje de ser funcional.
¿Es necesario entonces esperar a que los tardíos dejen de usar lo «viejo» por completo para implantar lo «nuevo»? Sería más productivo insertar y crear procesos de acompañamiento y transformación en la sociedad hacia los modelos tecnológicos que queremos y deseamos implantar, de tal manera que, sin dejar de usar lo que funciona para una parte y les es suficiente, les permita iniciar un proceso de adaptación a lo nuevo, a lo que se plantea como la revolución de la vida urbana, en términos de comunicaciones, educación, salud, economía, transporte y todas las demás áreas en las que estos cambios tecnológicos van a tener un fuerte impacto sobre nosotros.
El uso de asistentes virtuales y chatbots que nos responden casi como si fueran humanos también despierta un completo rechazo a quienes siguen prefiriendo hablar con una persona cuando tienen un problema en cualquier servicio que hayan contratado o puedan necesitar. Aunque ciertamente existe una imposición para todo tipo de empresas hacia la transformación digital, el impulso hacia un desarrollo más rápido y ágil tiene que ir acompañado de procesos en los que la población no digital no se quede atrás. Como un cometa, que siempre arrastra su cola a la misma velocidad que avanza su cabeza, sin dejar que ninguna de sus partes se quede atrás para dispersarse o perderse en el camino, la transformación urbana de nuestra sociedad no puede dejar atrás a la inmensa mayoría mientras incorpora las nuevas tecnologías y acelera el desecho de las antiguas. Para que esto funcione, hay que acompañar a la gente a entender los cambios que se van a producir al mismo tiempo que su ecosistema tecnológico permite y facilita esos cambios. Sólo así nuestra sociedad dejará de estirarse como una goma elástica en la que cada vez hay más diferencia entre los que van a la cabeza y los rezagados, porque, prácticamente, al ritmo que estamos evolucionando, habremos conseguido en pocos años de progreso tecnológico lo que toda la humanidad no ha avanzado en toda su historia como civilización, y esto nos lleva al riesgo de que la parte más rezagada quede «marginada» dentro de los procesos de transformación social y urbana que estamos llevando a cabo.
Facilitar el camino de la tecnología a las personas
Para evitarlo, se proponen alternativas viables que se pueden poner en marcha desde este mismo momento, empezando por romper el miedo al cambio tecnológico con todo tipo de eventos sociales y culturales para aquellos que nunca se acercarán a una conferencia sobre Internet, el móvil o las nuevas alternativas de transporte o comunicaciones. Acercar el progreso es indispensable para quienes ahora buscan la forma de adaptarse a un ecosistema urbano en constante cambio que llega al público en general con varios años de retraso respecto al «último modelo» de lo que la industria investiga o lanza en sus laboratorios y departamentos de investigación.
Además, es necesario buscar protocolos para reducir el impacto psicológico que pueda tener la transformación digital de la sociedad. No todo el mundo está todavía a gusto en un modelo en el que todo está informatizado, en el que todo se hace a través de Internet o de sistemas de interacción hombre-máquina, en el que pides un café y te lo sirve un sistema automatizado que está diseñado para prepararlo exactamente como tú quieres, o en el que la lista de la compra que haces cada semana en el supermercado ya está grabada en alguna app de tu móvil y sólo tienes que darle a un botón para que te llegue a casa sin que haya ninguna otra interacción entre tú y los que se han encargado de prepararlo y llevártelo.
El miedo que despierta la pérdida de interacción entre las personas, el toque «cálido» que suele haber cuando alguien tiene un problema y empáticamente otra persona lo resuelve posiblemente desaparecerá si todo lo que nos atiende en unos años son chatbots e inteligencias artificiales que navegarán entre todas las opciones de todos los menús de todos los sistemas y productos que tengamos contratados para resolver las preguntas, dudas o reclamaciones que tengamos. Y ya lo hacen de una forma tan perfecta y objetiva que será difícil descargar cualquier tipo de frustración hacia este tipo de sistemas y sus respuestas.
Los servicios de la ciudad pueden dejar de estar restringidos a los límites de la misma
En el momento en que podamos manejar nuestras cosas del hogar desde la oficina (muchas cosas se pueden hacer ya así con un sistema tipo Alexa), cuando podamos solicitar ayuda o una entrega o algo sin importar dónde estemos en ese momento (algo que se puede hacer en muchas ciudades), o cuando se pueda solicitar una cita médica y ser atendidos por video consulta estemos donde estemos (algo que ya es posible en ciertos lugares con buena conectividad), la sociedad dejará de estar sujeta a espacios y ubicaciones físicas y a límites de operatividad, ya que los servicios para los ciudadanos se pueden prestar a cientos de kilómetros de su residencia «física» dentro del perímetro «físico» que tiene la propia ciudad.
Así, la llamada «operatividad digital» se ampliará al ciudadano que no necesita la presencia física para formar parte de lo que su Smart City le permite hacer. Así, el concepto de «residente» en una ciudad se amplía porque si somos capaces de controlar toda nuestra casa a cientos de kilómetros de distancia con sistemas domóticos y tecnológicos se hace difícil diferenciar si se vive en ella o si sólo se mantiene a distancia. En definitiva, el concepto de ciudadanía se expande al mundo de la identidad digital donde un pasaporte o documento físico con una dirección escrita no será del todo indicativo de la realidad de esa persona o de su condición de habitante permanente de esa ciudad. Por otro lado, el teletrabajo y la conexión remota a las empresas de la ciudad puede convertirse en un reto que ya se está implantando de forma generalizada en muchos lugares, ciudades y países, y no importa dónde vivas para poder decir que trabajas en Barcelona o en Sao Paulo, porque tu residencia no es indicativa de que no estés ejerciendo tu profesión en una empresa cuya sede está a miles de kilómetros de ti, contando como empleado y empadronado en esa localidad, pero llevando tu vida en otro punto muy alejado de ella.
Por último, la posibilidad de que las interacciones humanas desaparezcan y cambien con cada desarrollo tecnológico es ya un hecho que veremos cada vez con más frecuencia en estos próximos años y, por tanto, una realidad implantada en muchos ámbitos de nuestra sociedad moderna. Pero pocos nos acostumbraremos tanto a hablar con máquinas que sí tienen «todas las respuestas» como para no preferir un servicio humano al otro lado.
Tendremos que ver cómo asistir a toda la población para que nadie se quede atrás en la implantación de la tecnología en todos los ámbitos y rincones de nuestras ciudades, y de nuestras vidas, para que consigamos romper las barreras psicológicas de rechazo al cambio, encontrando las formas e integrando los elementos que sean necesarios para acompañar esta adaptación y procurando que se haga de forma progresiva y gradual. Mientras tanto, seguro que seguimos ayudando y apoyando a los que van años por delante en conocimiento, inventiva y desarrollo, para que lo que los ecosistemas tecnológicos, los núcleos de empresas y las start-ups desarrollen, llegue lo más rápida y cómodamente posible a todos los demás, y nos permita abrazar la ayuda que la tecnología nos da sin perder el sentido de sociedad humana que nos une y nos cohesiona a todos para el mayor bien común de nuestra civilización.