El conflicto del Sahel se banaliza a medida que arraiga

El conflicto del Sahel se banaliza a medida que arraiga

La anulación de la visita del presidente Macron al coronel Assimi Goita, presidente de Malí, marcará sin duda un punto de inflexión en las relaciones bilaterales entre París y las capitales de África Occidental.

Ould Abdallah
MondAfrique

Los problemas que enfadan a París, incluidos los soldados de la compañía rusa Wagner, son numerosos y apasionantes. Si el malentendido malsano que rodea la reunión entre Macron y Goita, el jefe de la junta militar, se confirma por el momento, la crisis del Sahel, en gran detrimento de la población civil, no se resolverá por todo ello.

Cuanto más dure la inestabilidad, más arraigará la crisis, con todas sus devastadoras consecuencias. Nos encontramos en el Sahel, donde el terrorismo y la inseguridad se están convirtiendo en moneda corriente a pesar de su extensión geográfica. Mortal pero rutinario, el conflicto obliga a todos, cercanos y lejanos, a convivir con él y a menudo en sus términos.

El dilema que plantea la crisis

Esta crisis progresiva da lugar a malentendidos internos dentro de los Estados y a discordias entre vecinos y con los aliados, convirtiéndose así en una fuente adicional de luchas nacionales e internacionales. Además, todo conflicto interno, en particular una rebelión basada en la etnia o la ideología -o ambas, como en el Sahel-, que se prolonga y se enquista ve cómo su objetivo inicial evoluciona o incluso cambia por completo. En función de la psicología y las costumbres locales, surgen otros objetivos y ambiciones que se añaden a las reivindicaciones iniciales de las rebeliones. Entonces, ¿cómo ganar la paz, o asegurarse un sustituto sólido de la victoria? La experiencia ha demostrado que la demagogia y la precipitación, tan populares en tiempos de agitación, son malas soluciones. El pragmatismo informado suele dar mejores resultados.

En este tipo de conflictos en curso, el principal obstáculo para un acuerdo, que muy a menudo se ignora, es que, por muchas razones, los extremistas no quieren y probablemente no saben negociar. Por convicción o dogmatismo, son partidarios de una política de todo o nada. Sobre todo cuando están firmemente arraigados en una vasta región, como el Sahel, y entre poblaciones que respetan y temen más las normas tradicionales locales que los edictos dictados por sus lejanos gobernantes.

A estos contextos fluctuantes hay que añadir las manipulaciones asociadas a las numerosas y extendidas redes sociales, cuyo impacto en el Sahel se subestima enormemente fuera del continente. Estos factores hacen necesario, e incluso obligatorio, que los gobiernos democráticos pongan en marcha planes honorables de salida de la crisis. Un compromiso militar sobre el terreno, que afecta a los recursos, la imagen y esencialmente la reputación del país o países afectados, tiene una dimensión diplomática esencial que sería imprudente descuidar.

Más allá del ahorro en costes humanos y diplomáticos y de las limitaciones presupuestarias, el principal objetivo de poner fin a un conflicto armado es llevarlo a un final controlado y coordinado.

Hoy en día, incluso antes de que se haya decidido e iniciado, esta salida ordenada ya corre el riesgo de verse socavada por los efectos de la crisis sanitaria que sigue desarrollándose en todo el mundo. Queda por evaluar el impacto actual de Covid 19 en las relaciones internacionales, también en el Sahel, aunque actualmente no favorezca el statu quo. Los gobiernos, pero no sólo en el Sahel, son juzgados ahora por sus ciudadanos no sólo por su actuación política, económica y social, sino también por su gestión de las consecuencias de Covid 19. Esto ha puesto en entredicho, o como mínimo ha arrojado serias dudas, sobre la capacidad de los Estados para gestionarlo adecuadamente y derrotar al terrorismo, del que Covid 19 se ha convertido en un aliado objetivo.

Fundado sobre relaciones pacíficas entre Estados, el sistema multilateral también está amenazado, y con él la cooperación internacional. Las donaciones de mascarillas, vacunas y otros productos o servicios relacionados con la pandemia están ahora estrechamente ligadas a la búsqueda de ventajas económicas y diplomáticas. ¿No se corre entonces el riesgo de que la lucha contra el terrorismo pase a un segundo plano frente a otras prioridades, y con ella los presupuestos de cooperación militar? Este es el nuevo dilema del Sahel, donde la inseguridad ensancha y profundiza su surco.

Esperar no es una solución

Pero tomar medidas eficaces no es fácil. Como la mayoría de los países del mundo, los Estados del Sahel se encuentran en un contexto económico más complejo por los numerosos efectos directos y, sobre todo, indirectos de la pandemia: gestión de los sistemas sanitarios -equipos y pacientes-, importaciones más costosas de productos alimentarios y, como fuentes de divisas, exportaciones a menudo bloqueadas debido sobre todo a las tensiones en torno al transporte marítimo. Conocido por su resistencia, el comercio informal, pilar importante de varias economías sahelianas, está más enmarañado que de costumbre.

Además de estas consecuencias sanitarias y económicas, la pandemia supone una amenaza más fundamental para los gobiernos sahelianos que para otros. Sus poblaciones, poco acostumbradas al pleno ejercicio de la libertad de expresión y manifestación, son de facto más libres en el espacio vacío que ofrece el Covid 19, lejos de las trabas administrativas. Una posible amenaza adicional para la seguridad…

En esta situación, los terroristas y sus partidarios tribales que operan en la economía ilegal se encuentran como pez en el agua, y su avance se está generalizando, incluso fuera del Sahel. Mientras los gobiernos ven reducidas sus capacidades operativas, los terroristas ven la mano de Dios abriéndoles más espacio y sustrayéndoles a los múltiples controles policiales y de otro tipo de los que son víctimas tantas personas y actividades económicas.

Por último, durante los debates de la VII Reunión del Foro de Dakar, los días 6 y 7 de diciembre, se formularon críticas al actual sistema de lucha contra el terrorismo. Estarían mejor justificadas si se ofrecieran soluciones convincentes sobre el terreno para el bienestar de las poblaciones y los países.

Por supuesto, los Estados del Sahel y sus aliados deben evitar perpetuar y banalizar conflictos como los de Afganistán, Somalia y Yemen. Pueden intentar contrarrestar las actividades terroristas con acciones contundentes que impliquen la influencia de la economía, los mercados y las inversiones, así como las reconciliaciones nacionales étnicas o religiosas. Sin embargo, esta evolución tardará en detener la expansión y el arraigo del terrorismo en todo el continente africano. Sin embargo, podría tener la ventaja de impedir su perpetuación devolviendo la iniciativa económica a los Estados y a los ciudadanos.

En este contexto, la visita anunciada e inmediatamente anulada del Presidente francés se verá como la prueba de un interés que refuerza Bamako. Incluso entre partidarios y detractores de la presencia de Wagner en Malí. Por último, el anuncio y posterior anulación de esta visita debería reforzar a los movimientos armados, que lo verán como un estímulo para que Bamako prosiga sus contactos con ellos. En este ambiente, que también inflama las redes sociales, ¿la visita anunciada y anulada del presidente francés podría radicalizar aún más las posturas o, por el contrario, abrir nuevas perspectivas para sacar a Malí de su larga crisis?