El avance estratégico de China en América Latina: ¿cooperación o imposición encubierta de un nuevo orden geopolítico?

En un momento de transición del orden mundial, la creciente presencia de China en América Latina revela una transformación profunda en las dinámicas de poder global. La reciente concesión de un crédito de 8.300 millones de euros por parte de Pekín no solo simboliza un gesto de cooperación, sino que representa una apuesta estratégica para reposicionar a la región dentro de un sistema internacional en mutación. Esta intervención china, enmarcada en su ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta, interpela directamente a Estados Unidos y obliga a América Latina a redefinir su rumbo geopolítico y económico

China destina 10.000 millones de dólares a nuevos créditos en América Latina

La reciente concesión de un crédito por parte de China a América Latina, por un total de 8.300 millones de euros, es más que probable que no podamos analizarlo únicamente como un acto aislado de cooperación financiera. En realidad, visto desde una óptica de las recientes turbulencias económicas que estamos viviendo, más parece que se trata de una jugada calculada que forma parte de una estrategia mayor: la progresiva reconfiguración del tablero geopolítico donde la hegemonía estadounidense enfrenta un retroceso evidente (fomentado consciente o inconscientemente por las políticas de la Casa Blanca), mientras que China, con paciencia estratégica y poder económico, consolida su influencia en regiones tradicionalmente subordinadas a los intereses de Washington. Esta maniobra revela mucho más que una simple voluntad de colaboración internacional; encarna una propuesta alternativa de orden global, que reestructura los pilares sobre los cuales se ha sostenido la arquitectura política y económica mundial desde la Segunda Guerra Mundial.

El anuncio fue realizado por el presidente Xi Jinping el pasado 13 de mayo, en el marco de la apertura de la cumbre entre Pekín y los países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Allí, el líder chino ofreció un crédito masivo de 66.000 millones de yuanes —unos 8.300 millones de euros— destinado a financiar proyectos de desarrollo en América Latina. Lo hizo con un discurso cargado de intenciones estratégicas, denunciando el “acoso” y el “hegemonismo” que, sin nombrarlos, aludían directamente a Estados Unidos. Xi Jinping propuso, en cambio, una cooperación “soberana, equitativa y mutuamente beneficiosa”, que responde directamente al malestar histórico de América Latina frente a las condiciones impuestas por Occidente, y muy especialmente, por el sistema financiero internacional que tantos sacrificios ha exigido en nombre de la estabilidad macroeconómica.

Desde una mirada geoeconómica, esta oferta financiera se inscribe en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), la ambiciosa plataforma lanzada por Pekín en 2013 para extender su influencia mediante infraestructura, financiamiento y relaciones comerciales. Ya son más de 150 los países adheridos a la BRI, entre ellos al menos 20 de América Latina y la región ha respondido positivamente: líderes como el presidente brasileño Lula da Silva, el chileno Gabriel Boric y el colombiano Gustavo Petro —quien recientemente confirmó su intención de integrar oficialmente a Colombia en la iniciativa—, han respaldado el modelo chino, que se presenta como una alternativa más pragmática y menos condicionante que las fórmulas de cooperación impuestas por Washington.

La decisión de Petro es particularmente significativa. Colombia ha sido durante décadas un firme aliado de Estados Unidos, tanto en el plano político como en el económico y militar. El giro que implica su acercamiento a China no puede entenderse como un simple movimiento táctico, sino como una apuesta a largo plazo por diversificar alianzas y redefinir su papel internacional en un escenario global cambiante. Este viraje, junto con el de otros países de la región, augura un redireccionamiento de los ejes de desarrollo latinoamericano, alejándose del Norte tradicional y acercándose al nuevo centro gravitacional que representa Asia.

No se puede ignorar que este proceso ocurre sobre el telón de fondo de una guerra comercial entre China y Estados Unidos que, aunque atenuada por acuerdos recientes, sigue marcando el pulso de la economía global. La tregua actual, con una reducción parcial de aranceles — no debe engañar a nadie: la rivalidad estructural entre ambas potencias permanece intacta, y cada iniciativa económica tiene, inevitablemente, una dimensión política. Cuando Xi Jinping afirma que “nadie puede ganar una guerra comercial”, está apuntando tanto a la comunidad internacional como a los gobiernos latinoamericanos: la multipolaridad no es una opción, es una realidad en marcha.

Desde la perspectiva de los países latinoamericanos, la oferta china representa una oportunidad ineludible. La región arrastra décadas de rezago en infraestructura, baja conectividad interregional, dependencia de exportaciones primarias y débiles capacidades tecnológicas. El financiamiento chino puede contribuir a revertir esta situación, al permitir la ejecución de obras largamente postergadas, como redes ferroviarias, puertos, centrales eléctricas y corredores logísticos. Sin embargo, esta oportunidad no está exenta de dilemas: ¿hasta qué punto esta nueva cooperación representa una forma de desarrollo autónomo, y no simplemente una transferencia de dependencia del eje Washington-Nueva York al eje Pekín-Shanghái?

No cabe duda de que el modelo de expansión chino es más flexible en lo formal. A diferencia del enfoque estadounidense, no se imponen reformas estructurales ni condicionalidades políticas abiertas. Pero ello no implica que sea neutral o carente de intereses. China busca asegurar su acceso a materias primas —litio, cobre, soja, gas—, ampliar mercados para sus empresas estatales, consolidar corredores estratégicos hacia el Pacífico y ganar peso diplomático en organismos multilaterales. A través de una estrategia de “cerco suave”, Pekín no confronta abiertamente a Estados Unidos, pero sí reorganiza los vínculos regionales en torno a sus propios intereses.

En esta línea, el crédito otorgado por China se entiende como una herramienta de integración estratégica que, bajo la apariencia de cooperación, busca establecer una red de interdependencias que reposicionen a América Latina dentro del nuevo sistema mundial. Una América Latina más cercana a China implica no solo cambios en el comercio y las finanzas, sino también en la arquitectura del poder global, donde los equilibrios históricos están en franco proceso de transformación. Ante ello, Estados Unidos enfrenta un dilema ineludible: renovar su política hacia la región y ofrecer propuestas tangibles, o resignarse a perder influencia en un espacio donde durante décadas impuso su lógica sin resistencia significativa.

En definitiva, lo que está en juego no es simplemente una cuestión de inversiones o créditos, sino más bien lo que se debate es el modelo de desarrollo que América Latina quiere adoptar, y con ello, su lugar en el siglo XXI. La oferta china pone sobre la mesa una alternativa concreta, aunque no desinteresada, que ya lleva tiempo fraguándose. La capacidad de los países latinoamericanos para negociar en términos de soberanía, sustentabilidad y justicia social será determinante para que este nuevo capítulo no reproduzca viejas lógicas de subordinación, sino que inaugure una etapa de verdadero protagonismo regional. El tiempo dirá si estamos asistiendo a una emancipación geoeconómica o a la consolidación de un nuevo ciclo de dependencia bajo otros actores.

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Por David González

Ingeniero de telecomunicaciones, ha cursado estudios de ayuda humanitaria internacional y es diplomado en administración de empresas. A lo largo de su carrera profesional ha vivido y trabajado en Bruselas, Banda Aceh (Indonesia) y Barcelona, con pasantías en Quito (Ecuador) y visitas de estudio durante su formación en Nagorno-Karabah, adquiriendo una amplia experiencia internacional. Actualmente dirige el Instituto IDHUS y coordina todos sus proyectos y actividades.

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