La acelerada transformación urbana en la India, impulsada por la promesa de ciudades "inteligentes" y modernizadas, está generando profundas fracturas sociales y culturales. Bajo el pretexto del desarrollo, se están demoliendo barrios históricos y espacios populares que conforman el alma de muchas ciudades, como Varanasi. Reflexionamos críticamente sobre los impactos de este modelo excluyente, cuestionando para quién se están construyendo realmente las ciudades del futuro

El 17 de junio por la noche, una intervención urbanística ejecutada por las autoridades de Varanasi provocó la demolición de unas 30 tiendas en el cruce Lanka, con el objetivo declarado de descongestionar la zona y facilitar un proyecto de expansión vial. Esta acción, sin embargo, no solo transformó el paisaje físico de la ciudad, sino que borró parte de su memoria cultural y colectiva. Entre los locales destruidos se encontraban dos negocios emblemáticos profundamente arraigados en la vida cotidiana de los habitantes y en el imaginario simbólico de la ciudad: el puesto centenario de Chachi, conocido por sus kachauris y jalebis, y la tienda de lassi Pehelwaan, con 75 años de existencia. Ambos lugares eran frecuentados no solo por ciudadanos comunes, sino también por figuras destacadas de la política, el arte y la administración. La desaparición de estos espacios no representa meramente una pérdida gastronómica, sino una ruptura con las continuidades sociales e identitarias que han definido la vida urbana de Varanasi durante generaciones.
Este episodio se inscribe en una tendencia más amplia de transformación urbana en la India contemporánea, que privilegia un modelo de desarrollo centrado en la infraestructura física y tecnológica, a menudo en detrimento de la inclusión social y la conservación patrimonial. En 2019, un antecedente significativo ocurrió cuando aproximadamente 300 viviendas y comercios del barrio de Pucca Mahal fueron demolidos para abrir paso al corredor del templo Kashi Vishwanath. Este barrio, núcleo histórico y espiritual de Varanasi, se caracteriza por sus callejones laberínticos, casas ancestrales y mercados tradicionales, siendo testigo de múltiples etapas de la historia india: desde el dominio mogol hasta la India republicana. Algunos residentes desalojados poseían documentos históricos como escrituras emitidas por Dara Shikoh —heredero mogol— o fotografías con figuras de la talla del presidente Rajendra Prasad, evidenciando el entrelazamiento entre historia vivida y espacio urbano.
Estas intervenciones, aunque justificadas bajo los imperativos del «desarrollo», han suscitado preocupación tanto en medios de comunicación como en círculos académicos, ya que ilustran con claridad la tensión entre modernización urbana y la preservación del tejido social tradicional. La visión actual del progreso urbano en muchas ciudades indias —caracterizada por la construcción de pasos elevados de múltiples carriles, centros comerciales, edificios de apartamentos de gran altura, estadios, sistemas de transporte integrados, corredores religiosos monumentales y centros de comando digital— contrasta profundamente con la morfología urbana preexistente, basada en la proximidad, la mezcla funcional y la diversidad cultural. Este tipo de transformación induce una homogeneización del espacio urbano que, si bien puede ser visualmente impresionante, tiende a desarticular las dinámicas sociales que han dado vida a la ciudad durante siglos.
El problema central no radica únicamente en la nostalgia por una Varanasi espiritual y auténtica, sino en la necesidad urgente de reimaginar el desarrollo urbano de modo que sea inclusivo, sostenible y contextualizado. El modelo dominante parte de la premisa de que el desorden, la densidad, la informalidad y la congestión son obstáculos que deben ser eliminados para alcanzar estándares urbanos globales. Esta lógica, heredera de los paradigmas modernistas europeos del siglo XIX, encuentra sus raíces en las políticas coloniales que impusieron patrones de zonificación, higienismo y segregación espacial con el objetivo de controlar y separar a la población nativa. La continuidad de estas ideas en la planificación urbana postindependencia ha perpetuado una desconexión entre el planeamiento oficial y las realidades sociales locales.
A diferencia de las ciudades occidentales, cuya expansión estuvo íntimamente ligada a los procesos de industrialización, la urbanización india ha seguido trayectorias mixtas, donde lo rural y lo urbano se entrelazan en formas complejas y dinámicas. En este contexto, la informalidad no es una anomalía, sino una condición estructural del urbanismo indio. Más del 70 % de la población urbana vive y trabaja en condiciones no formalizadas, lo cual incluye viviendas autoconstruidas, mercados ambulantes, talleres artesanales, transporte informal y una amplia gama de actividades del sector no organizado. Estos espacios informales, aunque a menudo desatendidos por las políticas públicas, constituyen los verdaderos motores de la economía urbana, suministrando bienes y servicios esenciales tanto a las clases populares como a las medias.
La demolición sistemática de barrios y mercados informales para dar paso a megaproyectos urbanos no solo desplaza físicamente a miles de personas, sino que también desintegra redes sociales, económicas y culturales fundamentales para la resiliencia urbana. En muchos casos, las personas afectadas son trabajadores migrantes, pequeños comerciantes, artesanos, conductores de rickshaw, vendedores ambulantes y empleadas domésticas, cuya contribución al funcionamiento cotidiano de la ciudad es incuestionable. Sin embargo, su derecho a la ciudad —a habitarla, a trabajar en ella, a participar en su construcción simbólica— sigue siendo negado por las políticas de desarrollo que los consideran «obstáculos» para la modernización.
Si se desea construir ciudades verdaderamente inteligentes y preparadas para el futuro, resulta imprescindible abandonar la lógica de la tabula rasa y adoptar enfoques de planificación que reconozcan el valor de la complejidad urbana existente. Esto implica no solo tolerar la informalidad, sino integrarla de manera sistemática mediante políticas de regularización, mejora de infraestructura básica, provisión de servicios públicos y participación comunitaria en los procesos de toma de decisiones. La densidad urbana, lejos de ser un defecto, puede convertirse en una virtud si se gestiona con criterios de equidad, sostenibilidad y justicia social.
Asimismo, se debe reconocer el papel crucial que juegan las ciudades en el sostenimiento de la democracia y la diversidad cultural. Espacios como los bazares de Varanasi no son meros lugares de intercambio económico, sino escenarios de interacción interreligiosa, transmisión de saberes tradicionales, expresiones artísticas y convivencia cotidiana entre diferentes grupos sociales. Su destrucción no solo empobrece el patrimonio material de la ciudad, sino también su capital social e institucional.
La alternativa al modelo excluyente de desarrollo urbano no reside en una idealización romántica del pasado, sino en una modernización enraizada en la realidad social de las ciudades indias. Esto implica repensar los indicadores de «progreso» y «modernidad», así como cuestionar la aspiración de replicar modelos urbanos occidentales sin atender a las particularidades históricas, culturales y económicas del contexto local. La ciudad del futuro no puede ser concebida exclusivamente como un espacio de eficiencia tecnológica, sino como un entorno donde todas las personas —independientemente de su clase, casta, religión o estatus migratorio— tengan la posibilidad de vivir con dignidad, contribuir al bien común y participar en la construcción de su destino urbano.
En suma, la urbanización en la India se encuentra en una encrucijada crítica. La apuesta por ciudades inteligentes y globalmente competitivas debe ser acompañada de una reflexión profunda sobre qué tipo de ciudad se quiere construir y para quién. Solo entonces podrá hablarse de un verdadero desarrollo urbano, uno que no excluya a las comunidades históricas en nombre del progreso, sino que las reconozca como piezas clave de una urbanidad verdaderamente inclusiva, resiliente y humana.