En un mundo cada vez más asfixiado por los residuos urbanos y la cultura del descarte, las ciudades emergen como escenarios clave para liderar una transformación hacia modelos sostenibles. La reutilización de envases y materiales no solo representa una solución técnica eficaz, sino también una oportunidad para rediseñar sistemas económicos, culturales y de gobernanza

La creciente acumulación de residuos urbanos, especialmente aquellos generados por el consumo masivo de envases de un solo uso vinculados a servicios alimentarios y de bebidas, representa uno de los retos más urgentes de la sostenibilidad urbana contemporánea. En un escenario de crisis climática, pérdida de biodiversidad y agotamiento de recursos, las ciudades, que concentran aproximadamente el 75% del consumo global de recursos naturales y generan cerca del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero, se han convertido en epicentros tanto del problema como de la solución. Frente a este desafío, se está gestando un nuevo paradigma de infraestructura urbana: uno que sustituye la lógica de lo desechable por la de lo reutilizable. Esta transición fue el eje central de una sesión aceleradora del Foro Mundial de Economía Circular, celebrado en mayo de 2025 en São Paulo, Brasil, donde actores gubernamentales, empresariales y de la sociedad civil reflexionaron sobre cómo hacer operativos los sistemas de reutilización en contextos urbanos complejos, tomando como referencia experiencias prácticas como el proyecto «Circular City Labs – Testing reusable packaging systems in cities» (CCL).
La transformación que se propone no es superficial ni meramente técnica. Se trata de una reconfiguración profunda del modelo económico vigente, que históricamente ha operado bajo una lógica lineal de extracción-producción-consumo-desecho. El tránsito hacia una economía circular implica un rediseño estructural que incorpore principios como la reducción, el rediseño, la regeneración, la valorización y, sobre todo, la reutilización de materiales. La reutilización, en particular, emerge como una de las estrategias más prometedoras, no solo por su capacidad de reducir de forma directa el volumen de residuos sólidos urbanos, sino también por su potencial de transformación cultural y económica. Según Paola Castañeda, oficial de desarrollo circular de ICLEI, se trata de una solución pragmática, escalable y de implementación relativamente sencilla. No obstante, como enfatiza Ana Villegas, fundadora de la startup colombiana Xiclo, la adopción de modelos de reutilización exige algo más que sustituir materiales: requiere transformar mentalidades, hábitos de consumo, cadenas de valor y marcos institucionales.
Uno de los ejemplos más ilustrativos de esta transición sistémica es el caso de Medellín, Colombia. Esta ciudad, que enfrenta una generación anual de alrededor de 100,000 toneladas de residuos sólidos (de los cuales apenas un 26% son reciclados o reutilizados), ha sido seleccionada como laboratorio urbano por el programa CCL, en colaboración con GIZ y actores locales como Impact Hub Medellín. A través de la iniciativa Ecogiro, se ha impulsado un proceso de aceleración de emprendimientos circulares centrados en la retornabilidad y la reducción del desperdicio, permitiendo el diseño, testeo e implementación de modelos empresariales innovadores. Un caso emblemático es el del sistema de reutilización de vasos de café implementado por Xiclo en las áreas de descanso de los conductores municipales, zonas que tradicionalmente generaban más de 120,000 vasos desechables al año. Este sistema combina tecnología (dispensadores inteligentes, perfiles personalizados), logística (lavado industrial, trazabilidad de envases) y cultura (educación del usuario) para lograr un impacto inmediato: reducción de residuos, ahorro energético y un ahorro económico estimado de $2,100 anuales, además de beneficios ambientales colaterales no monetizados.
Lo que distingue al proyecto CCL no es solo su enfoque técnico, sino su diseño sensible a las dinámicas sociales y de género, y su apuesta por la gobernanza colaborativa. La elaboración de una hoja de ruta para la reutilización en Medellín, articulada con los objetivos nacionales de sostenibilidad, evidencia la importancia de integrar a múltiples actores en el proceso de formulación de políticas: desde autoridades locales hasta recicladores, empresarios, académicos y ciudadanos. Esta lógica de co-creación es también clave para la aplicabilidad del kit de herramientas políticas desarrollado por ICLEI, el cual propone marcos normativos y operativos que abordan cuatro ejes: regulación (por ejemplo, prohibiciones a plásticos de un solo uso o mandatos de separación en origen), instrumentos económicos (subsidios, incentivos fiscales, eco-tasas), cooperación (acuerdos voluntarios con sectores clave como el comercio minorista o la hostelería) y educación (campañas de concienciación, formación institucional).
La experiencia de Turku, en Finlandia, aporta un enfoque complementario centrado en el poder transformador de la cultura y las artes. A través del proyecto «Creative Circular Cities», esta ciudad ha utilizado expresiones artísticas para promover estilos de vida sostenibles, cuestionar las lógicas de consumo desmedido y construir valores compartidos en torno a la circularidad. La exalcaldesa y actual vicepresidenta de ICLEI, Minna Arve, sostiene que la educación y la cultura son el “pegamento” que mantiene unida cualquier política pública de reutilización. No basta con legislar o subvencionar; es necesario que la ciudadanía internalice estos cambios como parte de su cotidianidad. En este sentido, Arve destaca que reemplazar tan solo el 20% de los envases de un solo uso podría generar una oportunidad de negocio de €10 mil millones, pero advierte que este potencial solo se materializará si se logra una colaboración efectiva entre gobiernos locales, empresas y consumidores.
Sin embargo, uno de los mayores obstáculos sigue siendo el financiamiento de estas transiciones. Léa Gejer Struchiner, coordinadora técnica de ICLEI América del Sur, alerta sobre la falta de mecanismos claros de rendición de cuentas en relación con la financiación de modelos circulares. La noción de “responsabilidad compartida”, presente en muchas legislaciones latinoamericanas, a menudo se traduce en una dilución de la responsabilidad, lo que frena las inversiones y genera incertidumbre. No obstante, se observa una creciente presión social y reputacional sobre las grandes marcas, que buscan evitar la asociación de su imagen con la contaminación ambiental, lo cual está comenzando a modificar sus estrategias. Ana Villegas insiste en que, para que los modelos de reutilización sean económicamente viables, deben escalarse, estandarizar sus formatos de envasado y conectarse con las infraestructuras existentes de recolección y gestión de residuos. Además, subraya la necesidad de reformular los sistemas de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que tradicionalmente han priorizado el reciclaje por encima de la reutilización, invirtiendo esta jerarquía para poner la prevención y la reutilización en el centro.
Las ciudades están demostrando que es posible avanzar hacia modelos de consumo y producción más sostenibles sin esperar soluciones perfectas o universales. Están explorando, experimentando y adaptando sistemas de reutilización a sus contextos específicos. Sin embargo, para que estos esfuerzos sean sostenibles en el tiempo y escalables, es imprescindible fortalecer las capacidades institucionales, generar marcos regulatorios coherentes, construir infraestructuras físicas y digitales adecuadas, y fomentar una cultura ciudadana que valore la durabilidad por encima de la conveniencia desechable. Como recordó Paola Castañeda, “la reutilización ofrece un paso poderoso hacia ciudades más limpias y saludables. Ahora, el desafío es hacer de ello la norma, no la excepción.” En este sentido, el camino hacia un futuro circular no solo depende de innovaciones tecnológicas, sino también de decisiones políticas valientes, alianzas inclusivas y una ciudadanía comprometida.