Ciberseguridad en Smart Cities- cuando las oportunidades de mejora presentan también vulnerabilidades en los sistemas tecnológicos que las hacen funcionar

En la era de la digitalización urbana, las ciudades inteligentes emergen como una solución innovadora para enfrentar los retos del crecimiento poblacional, la sostenibilidad y la eficiencia en la gestión de los recursos. Sin embargo, esta transformación tecnológica también introduce nuevas vulnerabilidades que amenazan la seguridad de infraestructuras críticas y la protección de los ciudadanos.

Las Smart Cities son vulnerables a ciberataques. Imagen: Shutterstock

Las ciudades inteligentes, o Smart Cities, representan un avance transformador en la gestión urbana, producto de la convergencia entre las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y los sistemas tradicionales de administración de recursos urbanos. Estas ciudades buscan optimizar la eficiencia de los servicios públicos, reducir los impactos medioambientales, mejorar la movilidad y elevar la calidad de vida de sus ciudadanos mediante el uso intensivo de sensores, datos en tiempo real, inteligencia artificial y redes interconectadas. No obstante, esta misma integración tecnológica introduce una serie de vulnerabilidades críticas en materia de ciberseguridad, lo que convierte a estas urbes en objetivos estratégicos para actores maliciosos.

El proceso de digitalización urbana ha avanzado con rapidez, dando paso a la implementación de contadores inteligentes que permiten gestionar el consumo energético en tiempo real; semáforos automatizados que regulan el tráfico en función del volumen de vehículos; sistemas de videovigilancia con capacidades analíticas; e incluso mecanismos de gestión de residuos que optimizan las rutas de recogida. Todos estos componentes, interconectados a través de redes inalámbricas o cableadas, conforman un ecosistema digital complejo que requiere garantías de seguridad robustas y sostenibles.

Transformación tecnológica y riesgos emergentes

Históricamente, muchas de las infraestructuras urbanas digitales han sido adaptaciones de sistemas existentes, no concebidos desde su origen con criterios de ciberresiliencia. La evolución hacia lo “inteligente” se ha dado de forma progresiva y en ocasiones improvisada, superponiendo capas tecnológicas sobre arquitecturas obsoletas o mal diseñadas para enfrentar las amenazas cibernéticas contemporáneas. Este proceso ha derivado en un mosaico de tecnologías heredadas (legacy systems) y nuevos sistemas que, aunque avanzados, coexisten con importantes brechas de seguridad.

La mayor amenaza no proviene ya de incidentes aislados, sino de posibles ataques coordinados que puedan comprometer infraestructuras críticas como las redes eléctricas, el suministro de agua potable o los sistemas de atención médica. Estos ataques podrían tener consecuencias devastadoras si no se implementan protocolos de seguridad adecuados desde el diseño y desarrollo de las soluciones tecnológicas urbanas.

Ámbitos funcionales y puntos vulnerables de la ciudad inteligente

Para abordar adecuadamente los riesgos en materia de ciberseguridad, resulta útil clasificar las Smart Cities en seis grandes ámbitos funcionales:

  1. Sistemas económicos y financieros: Incluyen plataformas de pago, servicios bancarios digitales y sistemas de comercio electrónico integrados en el entorno urbano.
  2. Infraestructuras críticas: Agua, electricidad, gas, saneamiento y telecomunicaciones, que requieren protección de extremo a extremo contra ataques que puedan interrumpir servicios esenciales.
  3. Gobierno digital: Herramientas de gestión administrativa, participación ciudadana en línea y portales de servicios públicos que manejan información personal y datos sensibles.
  4. Servicios urbanos inteligentes: Aplicaciones móviles, plataformas de atención al ciudadano, gestión de emergencias y sistemas de salud conectados.
  5. Movilidad urbana: Sistemas de transporte público, vehículos autónomos, redes de bicicletas compartidas, control de tráfico y aparcamiento inteligente.
  6. Conectividad ciudadana: Redes de acceso público a internet, dispositivos personales y entornos de trabajo remotos que amplían la superficie de ataque.

Cada una de estas áreas es susceptible de ser objeto de ciberataques, y su interdependencia implica que una brecha en uno de los sistemas puede desencadenar efectos en cascada, afectando a otros sectores de la ciudad.

Amenazas presentes y futuras en el ciberespacio urbano

El auge del Internet de las Cosas (IoT) ha multiplicado exponencialmente los vectores de ataque en las ciudades inteligentes. Se estima que para el año 2030 existirán más de 25.000 millones de dispositivos conectados. Esta proliferación masiva representa un desafío sin precedentes en la gestión de la seguridad digital. Además, la urbanización acelerada, con una proyección de que el 70% de la población mundial vivirá en ciudades para 2050, incrementa la necesidad urgente de implementar soluciones seguras y escalables.

Las amenazas más comunes incluyen desde hackers individuales hasta organizaciones criminales transnacionales y actores estatales. Técnicas como las vulnerabilidades zero-day, redes de botnets, ataques de denegación de servicio distribuida (DDoS), y software malicioso avanzado, son cada vez más frecuentes y sofisticados. La capacidad de alterar el funcionamiento de semáforos, manipular sensores ambientales o generar falsos positivos en sistemas de emergencia representa un riesgo real y potencialmente catastrófico.

Casos como el intento de envenenamiento del suministro de agua en Florida en 2021 muestran cómo incluso sistemas bien establecidos pueden ser vulnerables si no se diseñan bajo principios de seguridad desde el inicio. Este ejemplo es apenas uno entre muchos que reflejan el impacto que un acceso no autorizado puede tener sobre la salud pública y la seguridad nacional.

Una arquitectura de ciberseguridad para la ciudad del siglo XXI

Es imperativo establecer un marco integral de ciberseguridad urbana basado en cuatro principios fundamentales: confidencialidad, integridad, disponibilidad y resiliencia. Esto implica garantizar que todas las comunicaciones estén cifradas de manera robusta, que el acceso a los sistemas esté restringido mediante autenticación multifactor y que exista una política clara de permisos y autorización.

Además, deben establecerse mecanismos de defensa que incluyan actualizaciones automáticas seguras, almacenamiento inalterable de registros, detección de intrusiones en tiempo real, planes de contingencia y recuperación ante incidentes, así como auditorías periódicas. La seguridad no debe ser una fase final del proyecto, sino una capa transversal desde la concepción hasta el desmantelamiento de las tecnologías empleadas.

Del mismo modo, se recomienda eliminar tecnologías obsoletas de forma segura, evitar la reutilización de dispositivos con configuraciones vulnerables y aplicar estándares de borrado de datos que impidan su recuperación malintencionada.

Un esfuerzo colectivo hacia la ciberresiliencia urbana

La construcción de ciudades inteligentes más seguras exige un compromiso conjunto de gobiernos, empresas tecnológicas, instituciones académicas y la ciudadanía. La cooperación internacional en materia de normativas de ciberseguridad, intercambio de información sobre amenazas y buenas prácticas resulta esencial en un mundo hiperconectado. Las ciudades deben avanzar hacia una gobernanza digital resiliente que no solo aproveche el potencial de las TIC, sino que también mitigue sus riesgos.

Como señaló Eugene Kaspersky, referente en el campo de la ciberseguridad: “Las tecnologías inteligentes y la interconectividad deberían mejorar la vida en todo el mundo. Pero con todas las oportunidades que crean, es un reto impedir que personas no autorizadas se aprovechen de ellas”. Para lograr este equilibrio, es necesario actuar con visión estratégica, incorporando la seguridad como un componente esencial del diseño urbano del siglo XXI, y no como una adición posterior. La sostenibilidad, en el contexto de las Smart Cities, también debe entenderse como sostenibilidad digital.

Por Instituto IDHUS