Canberra 2050: ¿El Renacer de una Ciudad-Estado Australiana al Estilo Singapur?

En un mundo donde las ciudades compiten por atraer talento, inversión e innovación, la capital australiana enfrenta una encrucijada estratégica. ¿Puede Canberra transformarse en una ciudad-estado vibrante y global como Singapur? Esta pregunta, planteada por líderes locales, abre un debate profundo sobre el rumbo económico, urbano y social que debe adoptar la ciudad. Con una base educativa sólida y un entorno institucional estable, Canberra tiene los elementos clave para reinventarse, siempre que logre superar sus propias barreras estructurales y culturales

Vista aérea de la ciudad de Canberra. Foto: Arun Nair

La ciudad de Canberra, capital administrativa de Australia, ha sido tradicionalmente percibida como una ciudad burocrática, planificada y funcional, diseñada primordialmente para albergar el aparato gubernamental federal. Sin embargo, en el marco de los actuales desafíos económicos y sociales que enfrentan las ciudades capitales en el siglo XXI, ha surgido una reflexión provocadora: ¿puede Canberra aspirar a convertirse en una ciudad-estado dinámica y altamente desarrollada como Singapur? Esta propuesta fue planteada recientemente por Greg Harford, director ejecutivo de la Cámara de Comercio de Canberra, durante el evento RSM Leading Cities celebrado en la Antigua Casa del Parlamento. Su planteamiento, aunque ambicioso, abre una conversación necesaria sobre el futuro de Canberra y su potencial para transformarse en un referente de innovación, sostenibilidad y crecimiento económico.

Harford, de origen neozelandés y con una perspectiva externa, propuso que Canberra debe abandonar sus complejos de inferioridad y atreverse a competir con una visión audaz, tomando como inspiración el modelo de Singapur. Esta ciudad-estado del sudeste asiático, sin recursos naturales significativos y con un territorio reducido, ha logrado posicionarse como un centro financiero y tecnológico global gracias a una combinación de planificación estratégica, gobernanza eficiente, educación de calidad y apertura al capital y talento internacional. La comparación no es casual ni caprichosa: ambas ciudades comparten características estructurales similares, como una limitada extensión geográfica, una fuerte dependencia inicial del sector público y una creciente preocupación por diversificar su economía y mejorar su habitabilidad.

Singapur, desde su independencia en 1965, ha protagonizado una de las transformaciones económicas más impresionantes del siglo XX. Bajo el liderazgo de Lee Kuan Yew, adoptó un modelo de capitalismo de Estado con una intensa intervención gubernamental, orientado a la atracción de inversión extranjera, la modernización de su infraestructura y la creación de un entorno regulatorio favorable para los negocios. Hoy es líder en sectores como las tecnologías de la información, la biotecnología, el transporte marítimo y la educación superior, y mantiene uno de los niveles de vida más altos del mundo. Su éxito radica no solo en una política económica eficaz, sino también en un fuerte énfasis en la meritocracia, el orden institucional y la innovación tecnológica.

Canberra, por su parte, ha iniciado una evolución hacia un modelo económico más diverso. Si bien la administración pública sigue siendo su mayor empleador, el Territorio de la Capital Australiana (ACT) ha promovido sectores como la energía renovable, la ciberseguridad, el turismo educativo y la investigación científica como pilares de su desarrollo futuro. Instituciones como la Universidad Nacional de Australia (ANU) y la Universidad de Canberra han contribuido significativamente a consolidar una base intelectual y científica que puede ser palanca de innovación y desarrollo de alto valor agregado.

No obstante, Harford advierte que para que Canberra pueda materializar su potencial, es indispensable una reforma en la configuración de políticas públicas. Denuncia una cultura administrativa excesivamente conservadora, dominada por una burocracia reacia al riesgo, que tiende a frenar iniciativas con alto impacto económico. En este contexto, reclama una revisión del marco regulatorio, una reducción de la “cinta roja” (red tape) que ahoga el dinamismo empresarial, y un enfoque gubernamental más ágil y proactivo en el apoyo a las pymes, el emprendimiento y la expansión de negocios ya establecidos.

Un elemento central en esta transformación es la migración basada en habilidades. Canberra debe apostar por atraer talento tanto nacional como internacional, especialmente en campos de alta demanda como ingeniería, tecnologías digitales, energía sostenible y ciencias de la salud. La economista de RSM, Devika Shivadekar, subraya la necesidad de vincular esta estrategia con las universidades locales, ofreciendo a los estudiantes oportunidades concretas de empleo y desarrollo profesional dentro del territorio, evitando así la fuga de talentos hacia ciudades como Sídney o Melbourne. Este enfoque requiere, a su vez, inversiones sostenidas en infraestructura urbana, transporte, vivienda asequible, servicios culturales y conectividad internacional, incluyendo la expansión de los vuelos internacionales desde el Aeropuerto de Canberra, tal como ha defendido su director, Stephen Byron.

El informe Canberra Rising: Shaping a connected and sustainable capital, elaborado por RSM, identifica múltiples vectores para el crecimiento de Canberra como ciudad global: mejorar la oferta habitacional (particularmente para estudiantes y jóvenes profesionales), fomentar el ecosistema empresarial, fortalecer los mercados locales, y aprovechar las ventajas comparativas en sostenibilidad e innovación. Todo ello enmarcado en una visión de ciudad compacta, eficiente, ecológica y socialmente cohesionada, que ofrezca alta calidad de vida sin perder su escala humana.

Si bien las diferencias culturales, históricas y geopolíticas entre Canberra y Singapur son innegables, el ejemplo singapurense sirve como horizonte aspiracional. No se trata de replicar un modelo, sino de aprender de sus principios estructurales: planificación a largo plazo, políticas coherentes, inversión en capital humano, cultura de excelencia, y capacidad de adaptarse a los cambios globales. Canberra, con sus recursos académicos, su estabilidad institucional y su entorno natural privilegiado, tiene condiciones para ser más que la sede administrativa del país: puede convertirse en un laboratorio urbano de innovación y sostenibilidad para el siglo XXI. Pero para ello, como sugiere Harford, necesita creer más en sí misma, romper con inercias y apostar decididamente por su futuro.

Por Instituto IDHUS