Cómo preparar a la sociedad para aceptar la realidad del vehículo sin conductor
Los coches de la empresa americana Waymo, propiedad de Alphabet, la empresa de Google, están algo solitarios estos días en sus pruebas de circulación autónoma por las calles de San Francisco. Con prácticamente todo el país confinado en su casa, los americanos ya no cogen el coche excepto en aquellas ocasiones permitidas por los gobiernos y autoridades estatales y federales, y, de alguna manera, todo coche autónomo (AV por sus siglas en inglés) que en estos momentos tenga que hacer pruebas de conducción en tiempo “real” y en situaciones normales, lo está teniendo bastante más fácil para superar todos los tests que pueda llegar a encontrarse, pues no hay niños en las calles jugando con pelotas que puedan escaparse, no hay personas cruzando los pasos de peatones, semáforos o cruces sin mirar, y no hay ciclistas rodando a toda velocidad entre los coches que tengan que ser detectados rápidamente por los cientos de sensores instalados en cada vehículo autónomo para asegurarte de que no te vas a chocar con uno de ellos, y no lo vas a mandar a la cuneta de un golpe cuando gires en una intersección por no haberlo detectado a tiempo.
Así pues, el proceso de convertir el tráfico rodado de nuestras ciudades en tráfico autónomo y sin conductor sigue avanzando, y se siguen recorriendo kilómetros tanto virtuales, en simulaciones dentro de los propios laboratorios de pruebas de las empresas, como por las calles allá donde se ha permitido que así sea, y bajo las condiciones de monitorización, seguridad y observación ya acordadas por Waymo y otras empresas del sector con las autoridades locales.
Un servicio algo “futurista”
Pero, por otro lado, la población sigue estando lejos de querer montarse únicamente en coches autónomos. Se percibe más bien como algo “futurista”, y a largo plazo, donde primero tendrán que ser otros pasajeros los que hagan de conejillos de indias durante años, si hace falta, hasta asegurarte de que todo funciona como debe. Un estudio del Instituto of Mechanical Engineers, titulado Public Perceptions: Driverless Cars en 2019, mostraba que el 32% de las personas encuestadas querían una limitación de velocidad de máximo 30mph y que el 66% de ellos se sentía poco o nada confortable con la idea de subirse a uno. En el Reino Unido, el informe global de Vehículos Autónomos de la empresa ANSYS, decía que el 43% de personas no se subirían nunca a un coche autónomo, comparado con el 26% en Alemania y únicamente el 3% en China. Demasiadas películas hemos visto donde los hackers “malos” de turno consiguen controlar los frenos de un coche y hacer que éste ruede cuneta abajo, consiguiendo casi quitar de en medio al protagonista de la misma.
Quizás esto sea una exageración, pero lo que no es menos cierto es que seguimos teniendo reticencia a todo lo que no tenga un control humano de por medio, al menos en un alto porcentaje, ya que a esa persona le podemos reprochar algo, le podemos gritar si pasa algo, o podemos ayudarla si hace falta, pero, a un vehículo que hace todo solo, ¿a qué le gritas o con quién hablas si hay alguna situación anómala y no sabes cómo reaccionar?
Nada de eso pasará, nos dicen los responsables de estas pruebas de conducción autónoma, desde Elon Musk, de Tesla, hasta los directores de seguridad de Waymo, porque para cuando los vehículos sin conductor estén aprobados para circular con plena libertad de movimientos por nuestras ciudades, habrán pasado millones de pruebas de todo tipo y se habrán adecuado esas propias ciudades para que su uso sea seguro, eficiente y adecuado.
Adecuando sus rutas y facilitando su circulación
Así que lo que parece que tenemos que hacer no es solo construir vehículos que funcionen adecuadamente sin conductor ni mano humana que los vigile, sino adecuar la ciudad para que pueda ofrecerles unas facilidades de movimiento y transporte que lo asegure. Eso no es nuevo, ya forma parte de la planificación urbana de muchas urbes el cambiar la manera en la que los ciudadanos se mueven por la misma, pero, irónicamente, lo que están proponiendo muchas autoridades locales, como en la ciudad de Barcelona y muchas otras capitales de ya muy saturadas por el trabajo rodado, es restringir aún más el uso del vehículo en el interior de la ciudad, y fomentar el transporte público, todo lo contrario a lo que quizás directivos de empresas que aspiran a popularizar el coche autónomo para uso diario y privado están queriendo oír o ver.
¿Cómo habría que transformar la ciudad para que fuera más seguro montarse en vehículos que circulen sin supervisión humana directa? Quizás inicialmente se tendrían que crear carriles especiales para ellos, algo que ni de lejos parece viable en ciudades con calles saturadas de vehículos y donde ya existen carriles separados para la circulación de buses y taxis, además de las miles de motos que circulan por estos, también aprovechando la maniobrabilidad que tienen para entrar y salir de los mismos. También se podrían crear zonas exclusivas de tráfico en pequeñas rutas para coches sin conductor, de manera que algunas calles se cerrarán al tráfico habitual y se creara algún tipo de servicio de transporte autónomo, como podría ser una versión de un tranvía a cuatro ruedas para desplazarse en zonas restringidas y cerradas de la ciudad.
Un servicio para ir de puerta a puerta
Pero tampoco esto parece que pueda ser una solución real o viable. Cuando alguien coge un coche, sabe dónde tiene que ir, e intenta ir de puerta a puerta con el mismo, ya que, de lo contrario, coges el metro o el autobús, que sabes que parará donde tenga que parar aunque tu tengas que andar luego dos o tres calles para llegar donde realmente tienes que ir. Así que no nos sirve que nos ofrezcan un área cerrada o delimitada donde pueda hacer un viaje en coches autónomos de cualquier empresa de servicios si donde tengo que ir está cinco manzanas más allá de donde el vehículo sin conductor tiene permiso para pasar.
Por lo tanto, no van a ser previsiblemente las ciudades las que terminen adaptándose al coche, ni facilitándole su incorporación al tráfico ya existente en las mismas, sino que las personas vamos a tener que ser los que realmente, si queremos ver cómo la calidad de vida dentro de nuestras urbes mejora, dejemos todo tipo de coche de lado, y nos movamos de forma más sostenible para poder ayudar a que tanto el nivel de contaminación atmosférica, como acústica disminuyan, y como la calidad de vida se vea incrementada en muchos puntos porcentuales tanto en el centro como en los extrarradios de las ciudades que habitamos.
Falta de espacio para una mayor concentración de personas
Y es que hemos de pensar que nuestras urbes van a seguir creciendo a un ritmo enorme por todo el planeta a medida que más y más personas abandonan pueblos, el campo, y las zonas rurales en busca de una mejor calidad de vida y oportunidades profesionales, de crecimiento y desarrollo a todos los niveles. Por lo tanto, a mayor número de habitantes en la ciudad, más espacio necesitas para viviendas y servicios básicos, espacios que ahora están ocupados por calles, avenidas y pasajes que, de haber siquiera la mitad de vehículos que existen ahora, podrían ser reconvertidos para otros usos, al menos parcialmente, y acoger esos servicios que la ciudadanía sigue demandando a medida que su número sigue aumentando.
Entonces, ¿por qué tanto énfasis e interés en la conducción autónoma si no parece que realmente sea una propuesta con futuro?
Evidentemente es un proceso de futuro, o dicho de alguna otra forma, el desarrollo tecnológico y científico que está en marcha nos lleva en el campo de la movilidad al vehículo autónomo de forma “natural”, así como otros campos de investigación nos llevan naturalmente a otros desarrollos. La economía tiende hacia la criptoeconomía, la genética tiende hacia la bioingeniería y el posthumanismo, la informática tiende hacia la computación cuántica, etc. Por lo tanto, no se trata de “por qué” ponemos tanto empeño en sacar adelante este tipo de proyectos y nuevas tecnologías, sino de cómo vamos a poder incorporarlo de forma “equilibrada” con lo que ya existe cuando los tengamos a punto y listos para su uso masivamente.
Preparando a los futuros clientes
Y es que, de alguna manera, por muy bien que los coches autónomos estén listos para funcionar, si nadie se sube a ellos será todo un fracaso de la industria y se habrán tirado por la borda millones de dólares de inversión y los últimos diez años de trabajo. Es como desarrollar las mejores conexiones y velocidades en nuevas y nuevas generaciones de telefonía móvil y que nadie quiera comprarse uno nuevo terminal, para seguir usando el modelo de siempre, que “ya les vale”.
Así que el problema con el que tienen que lidiar empresas como Waymo, Tesla, Uber, Apple con su iCar, y todas las que trabajan en este tipo de conducción “del futuro” no es tanto la tecnología de sus vehículos, que tienen que hacer que funcionen correctamente, sino la psicología de los futuros consumidores, pues, como hemos dicho, aún no tenemos claro por qué íbamos a tener que montarnos en un vehículo autónomo si podemos ir conduciendo el nuestro con todo el placer que eso, a muchos millones de personas, aún les proporciona.
El coche como objeto de estatus social
Aquí está otro punto importante del tema. El coche es un objeto de culto para millones de seres humanos en el planeta. Es un elemento que refleja estatus social y conducir es un placer para muchos de nosotros. Otros, evidentemente, prefieren ir en el asiento del pasajero e ir pensando en sus cosas mientras les llevan al trabajo. Así que esos son los futuros clientes potenciales, al menos en la primera fase, ya que a quien le gusta conducir, y quiere sentirse dueño del vehículo que maneja y en control de mismo, por muy modernos que sean los nuevos coches autónomos no les va a atraer la idea de tener que pasarse el trayecto haciendo otras cosas que no sea pisar el acelerador o cambiar de marcha cuando así lo crea oportuno.
Esta psicología del futuro perfil y usuario del vehículo autónomo está ya siendo estudiada por empresas del sector, y en universidades, como la llevada a cabo por Ilias Panagiotopoulos y George Dimitrakopoulos (An empirical investigation on consumer’s intention towards autonomous driving, de la universidad Harokopio de Atenas), donde ya se plantea la manera de crear campañas de marketing para atraer el interés de los que quieren que les lleven a todos sitios y no preocuparse por el cómo lo hacen, el tráfico, el camino, la ruta a seguir y los peajes que haya que pagar durante el trayecto. Algo así como sentarte en el tren y ponerte a trabajar, que es lo que hacemos muchos de nosotros si tenemos media hora de camino en la que nos olvidamos del mundo exterior mientras nos centramos en nuestro portátil para contestar los correos del día antes de llegar a la oficina. Pues lo mismo, pero esta vez en un coche que te recoge en la puerta de casa y te deja en la puerta del trabajo, sin que tu hayas tenido nada más que solicitarlo por una app tipo Uber o Cabify, y el resto de sistemas y trabajadores de la empresa ya se encarga de la gestión total de la experiencia.
Ahí sí que existe realmente un buen nicho de mercado para estas empresas que ya cuentan con que la tecnología y las pruebas de conducción autónoma pasen todos los tests posibles en un periodo de aproximadamente unos cinco años (hay cinco niveles que marcan el tipo de conducción autónoma de un vehículo, siendo el nivel 5 aquel donde el coche ya no necesita ningún tipo de conductor ni asistencia para funcionar), de ahí que sea necesario empezar a concienciar y buscar la manera de generar una base de clientes que ya pueda empezar a sentirse atraída por la idea de ser los primeros early-adopters del sector.
Objetivo: ejecutivos y altos directivos
Se prevé empezar con ejecutivos, servicios “premium” para empresas que deseen tener siempre un coche disponible para que sus delegados y directivos se muevan con facilidad, para recoger a clientes importantes de estaciones de trenes y aeropuertos y que no tengan que esperar en la cola del taxi o tener que enviar a un empleado con el coche de la empresa, etc. Que no es que este tipo de servicios no denoten un cierto “estatus” para esa empresa que envía un empleado a recoger a un director, es que simplemente el mismo director ya no querrá que nadie venga a buscarlo si el mismo tiene a su disposición un coche autónomo que lo espera cuando él quiere y le lleva a donde quiere, mientras sigue trabajando en el rato que dure el camino de un punto a otro.
Todo es cuestión de comodidad y de eficiencia, al menos en algunos sectores económicos y de negocios donde prima que se aproveche cada segundo que pasamos conectados para resolver algún problema o contestar algún correo, así que parece claro que será el sector de la alta empresa quien verá con mejores ojos las pruebas de vehículos autónomos implementarse como un servicio para sus directores y managers de mayor nivel.
Ampliando la base de posibles clientes
Si esto tiene éxito, al menos lo suficiente como para que se pueda abrir a otros sectores de la población, entonces será cuestión de empezar a crear mayores y mayores campañas de marketing para que la gente vaya viendo cómo el vehículo autónomo funciona perfectamente, sin problemas ni accidentes por toda la ciudad en todas las posibles situaciones que nos vayamos a encontrar. La psique colectiva suele aceptar que, si los “grandes ejecutivos” ya usan este tipo de servicios y les funciona, es porque debe ir bien, y puesto que eso confiere un estatus social determinado, poco a poco habrá otros sectores que querrán ir probando eso de tener un coche autónomo para moverse a su disposición. Al final, será cuestión de que vaya calando en la sociedad y que todo el mundo termine usándolos, pudiendo dejar en casa definitivamente el vehículo privado y sacándolo solo el fin de semana, para irnos con la familia, y seguir disfrutando de la sensación de conducir por esas curvas, con la ventana abierta y una mano al volante, y acelerando cuando tú quieres o sintiendo cómo ruge el motor cuando cambias de marcha.
No todo tiene porqué suceder a la vez, y durante muchos años por venir no vamos a ver una disminución del uso del vehículo privado en nuestras ciudades, ni probablemente un aumento de coches autónomos lo suficientemente grande como para que valga la pena notar su impacto en la vida del día a día de los ciudadanos, pero dejemos que pasen un par de décadas y volvamos a hablar del tema, pues quizás nos habremos llevado una sorpresa al ver que ya ni nuestros hijos quieren que les llevemos al colegio en coche, para al menos compartir 20 minutos de charla, trayecto y canciones con ellos, y prefieran que un coche autónomo les recoja e ir solos con tal de poder jugar en línea a su juego favorito antes de llegar a clase y que les obliguen a apagar el móvil hasta el final del día.