Armenia entre dos mundos: el dilema geopolítico de una nación atrapada entre Rusia y Occidente

En un momento de redefinición del orden global, Armenia se encuentra en el epicentro de una compleja disputa geopolítica. Tras años de estrecha dependencia de Rusia, el país caucásico busca diversificar sus alianzas y acercarse a Occidente, generando tensiones con el Kremlin. La reciente votación en la ONU contra la agresión rusa a Ucrania y el proceso de acercamiento a la Unión Europea reflejan este giro estratégico. Sin embargo, este cambio de rumbo plantea desafíos económicos, diplomáticos y de seguridad que podrían redefinir el papel de Armenia en la región

Yerevan , Armenia – Foto: Stefan Foot / Flicker

Desde la disolución de la Unión Soviética, Armenia ha mantenido una relación ambivalente y, en muchos casos, subordinada con la Federación Rusa. Este vínculo, profundamente arraigado en factores históricos, militares, económicos y culturales, ha atravesado momentos de cooperación estratégica así como de tensiones latentes. En las últimas semanas, sin embargo, esta relación parece haber alcanzado un punto de inflexión, reflejado en decisiones diplomáticas clave adoptadas por el gobierno del primer ministro armenio Nikol Pashinyan. A pesar de los esfuerzos por recomponer los lazos con Moscú en el marco de un intento más amplio por conseguir un tratado de paz con Azerbaiyán, Armenia no ha dudado en distanciarse simbólicamente del Kremlin, como lo demuestra su voto a favor de una resolución de las Naciones Unidas que condena la agresión rusa contra Ucrania. Esta decisión, respaldada por 108 países, fue interpretada por el gobierno ruso como un desafío directo a su influencia en el Cáucaso Sur, una región que considera parte integral de su esfera geopolítica.

El voto armenio, aunque simbólico en términos prácticos, tiene un alto valor político, especialmente por el momento en el que se produce: un periodo marcado por el declive de la influencia rusa en varios espacios de su antigua periferia soviética, exacerbado por el desgaste diplomático, militar y económico derivado de la invasión a gran escala de Ucrania en 2022. Al alinearse con Occidente en esta votación, el gobierno armenio transmite un mensaje claro de autonomía estratégica, aunque contenida, que Moscú no ha recibido con agrado. Las declaraciones del viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Alexander Grushko, al respecto son reveladoras: Rusia considera que ha llegado el momento de que Armenia tome una decisión definitiva sobre su alineamiento geopolítico, advirtiendo que no puede seguir manteniendo un pie en cada bando. Grushko fue explícito al afirmar que la posible adhesión de Armenia a la Unión Europea es incompatible con su permanencia en la Unión Económica Euroasiática (UEE), el bloque regional dominado por Moscú que intenta hacer contrapeso a la UE y otras iniciativas occidentales.

Esta postura rusa pone en evidencia una realidad más amplia: la transformación de las alianzas geoestratégicas en Eurasia y el colapso gradual del orden post-soviético tal como se conocía. Armenia, que durante décadas dependió de Moscú para garantizar su seguridad frente a la amenaza constante de Azerbaiyán y Turquía, ha comenzado a buscar nuevas vías de inserción internacional. Esta búsqueda se intensificó tras la derrota en la Segunda Guerra de Karabaj (2020), cuando el país perdió importantes territorios a manos de Azerbaiyán. Muchos ciudadanos y sectores políticos armenios responsabilizan a Rusia de esta pérdida, acusándola de incumplir sus obligaciones de defensa mutua en virtud del tratado de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una alianza militar liderada por Moscú. Desde entonces, Pashinyan ha optado por una política exterior más diversificada, estrechando vínculos con Estados Unidos y la Unión Europea, no sólo en términos diplomáticos sino también mediante acuerdos de cooperación en seguridad, economía y gobernanza democrática.

Armenia incluso ha iniciado un proceso de acercamiento institucional con la Unión Europea, lo cual representa un giro estratégico profundo. En paralelo, Ereván ha mantenido su pertenencia a la UEE, aunque cada vez con mayor ambigüedad y contradicción. Este doble juego ha sido tolerado por Moscú durante años, pero el contexto actual –marcado por el aislamiento internacional de Rusia y su necesidad de reafirmar su poder en regiones clave como el Cáucaso– ha reducido el margen de maniobra para aliados como Armenia. En términos económicos, la UEE representa un mercado importante para productos armenios, especialmente en sectores como la agricultura, las manufacturas y la energía. No obstante, los beneficios tangibles que Armenia ha obtenido del bloque euroasiático han sido limitados, y la creciente dependencia económica de Rusia se ha convertido en una fuente de vulnerabilidad más que de fortaleza.

Por otro lado, las aspiraciones europeístas de Armenia abren la posibilidad de acceso a mercados mucho más amplios, mayores flujos de inversión extranjera directa, y mecanismos de asistencia para la modernización institucional. Sin embargo, esta reorientación también implica riesgos significativos: una posible ruptura con Rusia podría tener consecuencias en el ámbito energético (dada la dependencia armenia del gas ruso), en el comercio bilateral, e incluso en el plano militar. Aunque Armenia ha manifestado interés en adquirir aviones de combate Su-30SM de fabricación rusa para reforzar su capacidad defensiva, este tipo de cooperación técnica podría verse comprometida si las tensiones políticas se agravan.

En términos geopolíticos, lo que está en juego trasciende a Armenia y se proyecta sobre toda la arquitectura de seguridad del Cáucaso Sur. La disputa entre Rusia y Occidente por la influencia en esta región se ha intensificado, y Armenia se encuentra atrapada entre ambas potencias. Además, la postura cada vez más asertiva de Azerbaiyán, respaldada por Turquía e impulsada por sus recientes éxitos militares, ha añadido presión a la posición de Ereván. A pesar de que en marzo se anunció que el texto de un tratado de paz entre Armenia y Azerbaiyán había sido finalizado, Bakú ha evitado hasta ahora su formalización, optando en cambio por un discurso beligerante que mantiene la tensión elevada en la región.

El desenlace de esta encrucijada estratégica dependerá de múltiples factores, incluyendo la capacidad de Armenia para diversificar sus alianzas sin desestabilizar su economía o su seguridad nacional, así como la evolución del conflicto en Ucrania y el rol que Occidente esté dispuesto a asumir en el Cáucaso. Desde una perspectiva geoeconómica, el caso armenio ilustra los dilemas de los Estados pequeños y medianos situados en zonas de fricción entre bloques de poder, que deben equilibrar sus intereses de desarrollo con las demandas contradictorias de potencias en competencia. El futuro de Armenia –y, en parte, el del Cáucaso Sur– dependerá de cómo se resuelvan estas tensiones estructurales y de si Ereván logra articular una política exterior verdaderamente soberana y multidimensional, o si se ve obligado, una vez más, a subordinarse a los dictados de una potencia dominante.

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Por David González

Ingeniero de profesión y con formación en cooperación internacional, nuevas tecnologías y administración de empresas, es actualmente el director del Instituto IDHUS, en el que coordina todos sus proyectos y actividades.

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