En un contexto global marcado por la descomposición del orden internacional liberal, la reconfiguración de las esferas de influencia y el resurgimiento de la competencia entre grandes potencias, Albania y Kosovo se enfrentan a desafíos estratégicos sin precedentes. La fragilidad regional, la presión externa y la incertidumbre geopolítica obligan a ambas repúblicas a repensar su futuro de forma conjunta

Vivimos una etapa histórica marcada por la disolución progresiva del orden mundial liberal que emergió tras la Segunda Guerra Mundial y se consolidó con la caída del bloque soviético. Este orden, sustentado en el multilateralismo, la cooperación transatlántica, la supremacía del derecho internacional y la hegemonía económica de Occidente, está siendo profundamente alterado por una serie de dinámicas estructurales que vemos cada día en los informativos con mayor recurrencia. Entre ellas destacan el resurgimiento de la competencia entre grandes potencias, el debilitamiento de los vínculos euroatlánticos, la erosión de las instituciones multilaterales, el ascenso de potencias revisionistas como China y Rusia, y una creciente inestabilidad económica global.
En este contexto de transición sistémica, las pequeñas naciones enfrentan el desafío existencial de redefinir sus estrategias de seguridad, integración regional y posicionamiento internacional. Albania y Kosovo, cuya historia reciente ha estado marcada por el conflicto, la reconstrucción institucional y la aspiración de integración en las estructuras euroatlánticas, se encuentran hoy ante la imperiosa necesidad de adoptar un enfoque proactivo que garantice su supervivencia política, económica y cultural en medio de un entorno internacional altamente volátil.
Europa y el ocaso del centro geopolítico
Desde la perspectiva europea, la nueva configuración del poder global supone una pérdida relativa de influencia. El viejo continente, que durante décadas actuó como un núcleo normativo y un referente de estabilidad institucional, se ve hoy fragmentado internamente y desplazado por dinámicas externas. La retirada parcial del compromiso estadounidense con la defensa europea, evidenciada por la presidencia de Donald Trump, sumada a las divisiones internas en la Unión Europea, está dejando a Europa en una posición ambigua y vulnerable. Países como Alemania, Francia o Italia buscan mantener cierto equilibrio diplomático con China y Rusia, aunque cada vez se muestran más firmes con esta, mientras que las naciones del este —especialmente Polonia y los Estados bálticos— claman por una mayor confrontación frente al expansionismo ruso.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha intentado reorientar la política comunitaria hacia un enfoque más “geopolítico”. No obstante, el propio diseño institucional de la UE, que limita la acción exterior mediante la necesidad de consenso entre sus miembros, impide una respuesta eficaz y unificada a los desafíos globales. La dependencia energética de Rusia —pese a la transición energética en curso— y la creciente autonomía estratégica de China dificultan que Bruselas pueda desempeñar un papel de primer orden en el nuevo tablero geoestratégico. Esta situación plantea riesgos concretos para los países balcánicos, que han apostado por la integración europea como la vía principal para consolidar su desarrollo.
La periferia balcánica frente a las tensiones internacionales
Albania y Kosovo constituyen actualmente uno de los nodos más sensibles en la periferia geopolítica de Europa. Ambos países, de mayoría albanesa, comparten vínculos históricos, lingüísticos y culturales, y han recorrido un camino paralelo de transición desde los años noventa. Sin embargo, la estabilidad de esta región sigue siendo frágil, especialmente ante el rol desestabilizador de Serbia —respaldada política y militarmente por Rusia—, que no ha renunciado a sus aspiraciones sobre Kosovo, al que sigue sin reconocer como Estado independiente. La guerra híbrida desplegada por Belgrado, mediante desinformación, instrumentalización de minorías serbias, sabotaje institucional y presión diplomática, representa una amenaza real para la soberanía kosovar.
En paralelo, el reconocimiento internacional de Kosovo sigue siendo incompleto: cinco Estados de la UE (España, Grecia, Rumanía, Eslovaquia y Chipre) se niegan a reconocer su independencia, cada uno por sus propios motivos de política interna, lo que obstaculiza su camino hacia la adhesión plena a la Unión Europea y a otras organizaciones multilaterales. Esta fragmentación del reconocimiento debilita su posición en la escena internacional y reduce su capacidad para obtener apoyo frente a amenazas externas. La situación se complica aún más con la creciente competición entre Estados Unidos, China y Rusia por zonas de influencia, en la que los Balcanes se presentan como un espacio estratégico disputado.
De la dependencia estructural a la autodeterminación estratégica
Frente a este panorama, la idea de una Federación Albanesa adquiere relevancia no como una aspiración nacionalista revanchista, sino como una propuesta de integración funcional que permitiría fortalecer la resiliencia política, económica y militar del conjunto albanés. Esta federación, que respetaría la soberanía formal de Albania y Kosovo, se fundamentaría en la creación de instituciones comunes en áreas clave como defensa, política exterior, economía y seguridad. Es, quizás, uno de los planes o propuestas, quizás aun no formalizadas oficialmente, pero que va cobrando fuerza entre las psiques colectivas de ambas regiones.
Una de las lecciones más importantes del siglo XXI es que la seguridad nacional ya no puede entenderse en términos exclusivamente militares. La interdependencia energética, la digitalización, la infraestructura crítica, el control del espacio informativo y la integración económica regional son ahora componentes fundamentales de la soberanía efectiva. Bajo esta lógica, una federación albanesa permitiría consolidar una plataforma institucional que reduzca la vulnerabilidad estructural frente a actores externos y aumentar la capacidad de negociación regional e internacional.
La creación de un comando militar conjunto, con una doctrina unificada y un Ministerio de Defensa común, permitiría optimizar recursos, aumentar la interoperabilidad con la OTAN y disuadir potenciales agresiones. A nivel económico, la adopción de una moneda única, la eliminación de aranceles, la armonización de normas comerciales y la ejecución de proyectos de infraestructura transnacional (por ejemplo, corredores energéticos o rutas logísticas) podría generar sinergias que impulsen el desarrollo económico sostenible. En política exterior, una estrategia coordinada de adhesión a la UE reforzaría la credibilidad de ambos países y enviaría una señal clara de compromiso institucional a sus socios internacionales.
Obstáculos y resistencias en el camino hacia la integración
Sin embargo, el camino hacia una Federación Albanesa no está exento de desafíos. En el plano internacional, tanto la UE como Estados Unidos podrían mostrarse reticentes ante un proyecto que, mal gestionado, podría percibirse como una amenaza a la estabilidad regional o como un precedente para otros movimientos secesionistas en los Balcanes (como el caso de la República Srpska en Bosnia y Herzegovina). No obstante, estas preocupaciones pueden atenuarse si el proceso se desarrolla de forma transparente, democrática y consensuada, sin violar acuerdos internacionales ni principios fundamentales del derecho europeo.
En el plano interno, persisten resistencias ideológicas y políticas. Sectores de la élite kosovar, formados bajo la influencia del titismo yugoslavo, ven con recelo cualquier iniciativa que perciban como una subordinación a Tirana. Además, los discursos identitarios divergentes y la fragmentación política en ambos países dificultan la construcción de una visión compartida de futuro. Será necesario desarrollar mecanismos de gobernanza federal inclusivos, basados en el respeto mutuo, la representación equilibrada y la participación ciudadana para que este proyecto salga adelante si así lo desean ambos pueblos.
Por otro lado, no puede ignorarse el riesgo de una reacción hostil por parte de Serbia y Rusia. El intento fallido de desestabilización en septiembre de 2023 en Banjska demuestra la disposición de Belgrado a utilizar medios irregulares para influir en la política kosovar. Sin embargo, el cambio progresivo en la correlación de fuerzas internacionales —especialmente si Rusia se ve obligada a replegarse tras un acuerdo de paz en Ucrania y una administración estadounidense menos complaciente con Putin— podría limitar significativamente la capacidad de injerencia externa.
Una perspectiva estratégica para el futuro de los Balcanes
La creación de una Federación Albanesa no debería interpretarse como una ruptura del orden regional, sino como una respuesta racional y legítima a las nuevas condiciones del sistema internacional. Siguiendo modelos como la Confederación Helvética o el Benelux, puede establecerse una estructura federal flexible, compatible con las normas de la UE y con capacidad para integrar instituciones comunes sin disolver la soberanía nacional.
Además, el fortalecimiento del eje Tirana-Pristina puede actuar como catalizador de una mayor cooperación regional en los Balcanes Occidentales. Un bloque albanés cohesionado y proeuropeo podría contrarrestar las dinámicas centrífugas alentadas por Rusia y estimular procesos de integración más inclusivos en el seno de la UE. Esta integración contribuiría, a su vez, a la estabilidad del flanco sudeste de Europa, en un momento en que el continente necesita más que nunca reforzar su autonomía estratégica frente a la volatilidad del sistema internacional.
Soberanía compartida frente a la incertidumbre
La ruptura del vínculo transatlántico tradicional y la fragmentación del orden liberal internacional obligan a los Estados pequeños a repensar su estrategia de supervivencia. Albania y Kosovo, frente a un entorno geopolítico hostil, pueden dejar atrás la dependencia pasiva y avanzar hacia una soberanía compartida, institucionalmente garantizada y estratégicamente orientada. La Federación Albanesa, concebida no como un fin en sí mismo, sino como un proceso gradual de integración profunda, puede ofrecer el marco necesario para asegurar un futuro estable, democrático y respetado para el pueblo albanés.
La alternativa —la perpetuación del statu quo— condenaría a Kosovo al aislamiento y a Albania a una marginalidad geopolítica creciente. Solo mediante la acción coordinada, la visión estratégica y el compromiso con valores democráticos podrá el mundo albanés responder con eficacia a los desafíos de esta nueva era de incertidumbre global.