Islotes de calor urbano: nuevas tecnologías para enfrentar los riesgos térmicos hiperlocales en las ciudades contemporáneas

El calentamiento global ha intensificado los fenómenos de calor extremo en entornos urbanos, exponiendo desigualdades térmicas significativas incluso entre calles vecinas dentro de una misma ciudad. En este contexto, los llamados islotes de calor urbano representan un desafío emergente para la salud pública y la planificación urbana. Analizamos cómo las nuevas tecnologías de monitoreo hiperlocal permiten detectar estas microzonas críticas y orientar intervenciones más eficaces y equitativas. La integración de datos térmicos con participación comunitaria se presenta como una vía clave para construir ciudades más resilientes y habitables

 

El fenómeno de las islas de calor pone a prueba el funcionamiento sostenible de muchas ciudades. Foto: Iberdrola

El aumento sostenido de las temperaturas a nivel global, resultado directo del cambio climático, ha provocado una intensificación de los fenómenos de calor extremo, particularmente en entornos urbanos. Las ciudades, al estar densamente edificadas y pavimentadas, actúan como trampas térmicas, acumulando calor durante el día y liberándolo lentamente durante la noche. Este fenómeno, ampliamente conocido como “isla de calor urbana” (UHI, por sus siglas en inglés), genera incrementos térmicos notables dentro del perímetro urbano en comparación con las zonas rurales o periféricas circundantes. Sin embargo, más allá de esta dicotomía entre lo urbano y lo rural, investigaciones recientes han comenzado a revelar que las diferencias de temperatura también se manifiestan a escalas mucho más pequeñas, incluso entre calles adyacentes dentro de un mismo vecindario. Este hallazgo ha dado lugar a un nuevo concepto emergente: el de los “islotes de calor urbano”, microzonas urbanas que registran temperaturas significativamente más elevadas que otras áreas cercanas debido a sus condiciones específicas de infraestructura, vegetación, materiales de construcción y patrones de uso del suelo.

Un estudio reciente en la ciudad de Boston ilustra con claridad esta problemática. A las 4:30 de la tarde en un día caluroso, la temperatura registrada en Lewis Place, una calle residencial arbolada y tranquila, era de 34,6 °C. A tan solo unas pocas cuadras de distancia, en Dudley Common, un espacio abierto rodeado de avenidas transitadas y pavimento sin apenas cobertura vegetal, la temperatura alcanzaba los 39,2 °C. Esta diferencia de casi cinco grados centígrados, en una distancia menor a 500 metros, representa mucho más que una simple anomalía térmica: es una amenaza directa para la salud y el bienestar de las personas, especialmente para las poblaciones vulnerables como personas mayores, niños, personas sin hogar y aquellas con enfermedades crónicas.

Las causas estructurales de los islotes de calor urbano están profundamente ligadas al modelo de desarrollo urbano dominante en muchas ciudades modernas. La proliferación de superficies impermeables (asfalto, cemento), la reducción sistemática de áreas verdes, la densificación edilicia sin criterios de diseño bioclimático, y la falta de infraestructura verde han configurado entornos urbanos que, literalmente, atrapan el calor. Además, estos efectos no se distribuyen equitativamente: las comunidades de menores ingresos, que históricamente han sido objeto de prácticas discriminatorias en materia de planificación urbana (como la zonificación excluyente o el redlining), suelen ser las más afectadas por estos microclimas adversos, al contar con menos árboles, parques y materiales reflectivos en sus calles y edificaciones.

Ante esta situación, se han desarrollado múltiples estrategias de mitigación a nivel urbano, como la implementación de techos fríos o verdes, pavimentos reflectivos, y programas de arborización. No obstante, muchas de estas iniciativas han sido aplicadas con un enfoque generalista, a nivel de ciudad o vecindario, sin considerar las variaciones térmicas intra-barriales. Este enfoque homogéneo no permite identificar con precisión los puntos críticos donde la intervención podría ser más eficaz, lo que reduce significativamente la eficiencia y el impacto de las políticas públicas en materia de adaptación al calor urbano.

Frente a esta limitación, las tecnologías emergentes de monitoreo térmico hiperlocal han comenzado a desempeñar un papel crucial. Gracias al uso de sensores de temperatura distribuidos estratégicamente en distintas zonas de la ciudad, es posible generar mapas térmicos en tiempo real con una resolución mucho más precisa que la proporcionada por los datos satelitales convencionales. Un ejemplo emblemático de esta innovación es el proyecto Common SENSES en Boston, que ha instalado más de treinta sensores en el barrio de Roxbury, con planes de ampliar la red con veinticinco unidades adicionales. Este esfuerzo, impulsado por organizaciones comunitarias como Dudley Street Neighborhood Initiative y Project Right Inc., junto con investigadores de la Universidad de Northeastern y autoridades municipales, busca generar conocimiento local para diseñar soluciones contextuales y participativas.

Los datos obtenidos por este tipo de sensores permiten no solo identificar con precisión los islotes de calor urbano, sino también guiar la planificación de intervenciones específicas, como la plantación de árboles en calles críticas, la instalación de materiales reflectantes en techos y pavimentos, o la creación de microparques urbanos (pocket parks) que actúan como oasis térmicos. Esta perspectiva microespacial de la planificación urbana representa un cambio de paradigma en la lucha contra los efectos del calor extremo, ya que pone el foco en las zonas de mayor riesgo y permite una asignación más eficiente de los recursos públicos y comunitarios.

En otras ciudades del mundo, como Miami, Baltimore, Singapur o Barcelona, se están desarrollando iniciativas similares, con sensores fijos o móviles, campañas de ciencia ciudadana y colaboraciones interinstitucionales. En Estados Unidos, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) ha promovido campañas de mapeo térmico con sensores móviles en más de cincuenta ciudades, lo que ha permitido visibilizar la desigualdad térmica urbana y fortalecer las capacidades locales de respuesta.

Sin embargo, a pesar de los avances tecnológicos, la utilización plena de estos datos en las políticas públicas aún está en desarrollo. En ciudades como Los Ángeles, por ejemplo, las inversiones en pavimentos fríos se han realizado a gran escala sin priorizar los vecindarios más vulnerables, mientras que en Nueva York, algunos programas de plantación de árboles no consideraron adecuadamente las condiciones del suelo, el mantenimiento o la aceptación comunitaria. Esto demuestra que la tecnología por sí sola no es suficiente: se requiere una integración efectiva entre los datos, la planificación urbana y la participación ciudadana.

Un área con un potencial aún subutilizado es la creación de sistemas de alerta temprana hiperlocales, basados en los datos de sensores. Actualmente, los servicios meteorológicos emiten advertencias por calor que cubren regiones amplias, a menudo sin reflejar las diferencias térmicas significativas dentro de una misma ciudad. El caso de Boston es ilustrativo: el 25 de julio, cuando se registró la diferencia térmica entre Lewis Place y Dudley Common, el Servicio Meteorológico Nacional emitió una advertencia generalizada para casi todo el estado de Massachusetts, sin distinguir entre los distintos niveles de exposición al calor dentro de la ciudad. Con sensores de alta resolución, sería posible generar alertas localizadas, identificar las calles más calurosas, y diseñar rutas más frescas para los desplazamientos urbanos. Estas herramientas no solo aumentarían la eficacia de las alertas, sino que también podrían ser integradas en aplicaciones móviles, paneles informativos en tiempo real o redes sociales comunitarias.

En definitiva, la aparición de islotes de calor urbano como unidades de análisis térmico urbano obliga a repensar nuestras estrategias de adaptación climática a nivel local. Ya no es suficiente con planificar a nivel de ciudad o vecindario: se requiere una planificación cuadra por cuadra, basada en datos concretos y en las vivencias cotidianas de las personas. Como señala Nicole Flynt, de Project Right Inc., “Datos + Historias = Verdad”. La integración entre el conocimiento técnico y el conocimiento situado de las comunidades es clave para diseñar respuestas eficaces, inclusivas y sostenibles frente al desafío del calor urbano. En un contexto de calentamiento global progresivo, estas acciones no son solo deseables: son urgentes y necesarias para garantizar la salud, la equidad y la resiliencia de nuestras ciudades.


Por Instituto IDHUS

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