En un contexto urbano marcado por la expansión descontrolada, la crisis ambiental y la creciente desigualdad en el acceso a servicios, los modelos tradicionales de planificación han demostrado ser insuficientes. Analizamos cómo los códigos urbanos basados en la forma emergen como una alternativa transformadora que prioriza la morfología del entorno construido sobre su uso funcional. Este enfoque favorece ciudades más compactas, caminables y sostenibles, desafiando las lógicas fragmentadas de la zonificación convencional

En el contexto del crecimiento urbano acelerado, los desafíos vinculados a la sostenibilidad, la habitabilidad y la movilidad eficiente de las ciudades se han vuelto cada vez más urgentes. Uno de los factores estructurales que ha contribuido históricamente a problemas como la expansión urbana descontrolada, la dependencia del automóvil y la segmentación funcional de los espacios urbanos es la zonificación tradicional, conocida también como zonificación euclidiana. Este enfoque, adoptado de manera masiva a lo largo del siglo XX, clasifica el suelo según usos específicos —residencial, comercial, industrial o agrícola— impidiendo, en muchos casos, el desarrollo de entornos urbanos integrados, mixtos y caminables. En este marco, una alternativa emergente ha cobrado fuerza en las últimas décadas: los códigos basados en la forma (form-based codes), que priorizan la morfología física de los edificios y su relación con el espacio público por encima del uso funcional asignado a cada estructura.
Una investigación reciente liderada por Arianna Salazar-Miranda y Emily Talen, académicas de la Universidad de Chicago y la Universidad de Yale, respectivamente, ha demostrado que esta nueva orientación normativa, centrada en la forma, puede transformar significativamente el paisaje urbano hacia modelos más sostenibles. El estudio analizó documentos de planificación de más de 2,000 comunidades urbanas en Estados Unidos, identificando un patrón emergente en el uso del lenguaje asociado a los códigos basados en la forma, y relacionándolo con métricas concretas de movilidad, densidad y habitabilidad.
A diferencia de la zonificación tradicional, que segmenta el tejido urbano en zonas homogéneas de uso, los códigos basados en la forma se concentran en la configuración física de los edificios, la relación entre las fachadas y las calles, la accesibilidad peatonal y la coherencia estética de los espacios urbanos. Este enfoque promueve la creación de barrios compactos, diversos y densamente edificados, donde las funciones residenciales, comerciales y recreativas coexisten en proximidad, favoreciendo así los desplazamientos a pie, en bicicleta o mediante transporte público. Además, este modelo reduce la necesidad de grandes superficies destinadas a estacionamientos o autopistas urbanas, lo cual no solo disminuye la dependencia del automóvil, sino que también libera suelo para otros usos sociales y ecológicos.
Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es que los códigos basados en la forma están asociados con indicadores concretos de sostenibilidad urbana: menores distancias de desplazamiento entre el hogar y el trabajo, mayores puntuaciones de «caminabilidad» (walkability), mayor diversidad tipológica en la vivienda, y una menor proporción de suelo dedicado a estacionamientos. Estos resultados son particularmente significativos en contextos urbanos donde la escasez de suelo, el aumento del precio de la vivienda y los problemas de congestión vehicular demandan soluciones estructurales. Al permitir el desarrollo de unidades de vivienda accesorias (ADUs, por sus siglas en inglés), como cabañas en patios traseros o departamentos anexos, y la subdivisión de lotes para múltiples edificaciones, los códigos basados en la forma abren nuevas oportunidades para aumentar la densidad urbana sin comprometer la calidad del entorno construido.
Desde una perspectiva socioespacial, otro aspecto crucial es que los beneficios derivados de la implementación de este enfoque normativo no varían significativamente en función del nivel de ingresos, la raza o el nivel educativo de los residentes, lo cual sugiere que los códigos basados en la forma podrían constituir una herramienta eficaz para fomentar la equidad urbana. A diferencia de las políticas tradicionales de zonificación, que han perpetuado patrones de segregación residencial y exclusión socioeconómica, este nuevo paradigma ofrece una base normativa más inclusiva y sensible a las realidades heterogéneas de las ciudades contemporáneas.
Cabe destacar, sin embargo, que la adopción de estos códigos no es homogénea a nivel territorial. Aunque sus principios se están extendiendo en diversas regiones del país, existen variaciones notables en su implementación. Paradójicamente, son las regiones más dependientes del automóvil, como el sur de Estados Unidos, las que han liderado en la adopción de códigos basados en la forma. Este fenómeno pone de manifiesto el potencial transformador de esta herramienta incluso en contextos urbanos históricamente dominados por lógicas de expansión dispersa. Un ejemplo emblemático es el condado de Orange, en Florida, que recientemente ha adoptado un código basado en la forma como estrategia para contener la dispersión urbana del área metropolitana de Orlando.
No obstante, las investigadoras advierten que este tipo de reforma normativa, por sí sola, no es suficiente para garantizar entornos urbanos caminables y sostenibles. Si bien los códigos basados en la forma ofrecen a las ciudades un poderoso instrumento para modelar su desarrollo físico, su efectividad está condicionada a la existencia de inversiones complementarias en infraestructura peatonal: aceras amplias y seguras, cruces señalizados, espacios públicos de calidad y conexiones eficientes con el transporte colectivo. En otras palabras, la forma debe traducirse en función; y esto requiere una coordinación transversal entre normativas urbanísticas, políticas de movilidad, diseño urbano y participación ciudadana.
En conclusión, los códigos basados en la forma representan una evolución normativa significativa que responde a las demandas del urbanismo contemporáneo, al propiciar entornos más sostenibles, equitativos y resilientes. A medida que las ciudades enfrentan desafíos crecientes derivados del cambio climático, la presión demográfica y la crisis de habitabilidad, este enfoque se perfila como una de las estrategias más prometedoras para reimaginar el futuro de la planificación urbana en el siglo XXI.