La relación entre Francia y África, forjada durante siglos de dominación colonial y prolongada a través de una presencia militar constante, atraviesa hoy una crisis profunda. En numerosos países africanos, tanto gobiernos como sociedades civiles exigen el fin de la influencia francesa, denunciando una herencia neocolonial persistente

Durante siglos, Francia ha mantenido una presencia significativa en el continente africano, una relación marcada por la dominación colonial, la violencia, la imposición cultural y, posteriormente, por un entramado complejo de intereses geoestratégicos, económicos y militares. Esta presencia, muchas veces envuelta en un discurso de cooperación y protección, se ha visto crecientemente cuestionada en las últimas décadas, y especialmente en los últimos años, hasta llegar a una crisis abierta en la que varios gobiernos africanos han exigido el fin de la presencia militar francesa en sus territorios. Este fenómeno representa no solo un giro en las relaciones bilaterales, sino una transformación profunda en el orden geopolítico del África francófona, cuyas consecuencias están lejos de haberse estabilizado.
Orígenes históricos de la presencia francesa en África
La presencia francesa en África subsahariana no es un fenómeno reciente. Desde el siglo XVII, Francia estableció enclaves comerciales, como Saint-Louis en la actual Senegal, inicialmente orientados al comercio de esclavos. Sin embargo, fue en el siglo XIX cuando comenzó la conquista sistemática del territorio africano, especialmente a partir de 1852, bajo el liderazgo del general Louis Faidherbe. Esta etapa dio origen a una arquitectura de dominación colonial articulada en torno a la expansión militar, la explotación económica y la instauración de estructuras administrativas y educativas orientadas a la asimilación cultural de las poblaciones africanas. Durante el reparto de África en la Conferencia de Berlín (1884-1885), Francia adquirió vastos territorios que dieron lugar a entidades administrativas como el África Occidental Francesa (AOF) y el África Ecuatorial Francesa (AEF). La colonización francesa, a diferencia de la británica, buscó una integración más centralizada con la metrópoli, bajo la ideología de la “misión civilizadora”.
Pero la dominación no estuvo exenta de resistencia. Figuras como Samory Touré en África Occidental lideraron movimientos armados contra la invasión francesa. La represión colonial fue feroz: la masacre en Thiaroye en 1944, donde decenas de tirailleurs sénégalais fueron ejecutados por reclamar su salario tras luchar por Francia en la Segunda Guerra Mundial, o la sangrienta represión del levantamiento de Madagascar entre 1947 y 1948, son solo dos ejemplos de los costes humanos de este sistema.
La Françafrique: una red de intereses tras las independencias
Tras las independencias africanas en los años 60, Francia no abandonó el continente, sino que reconfiguró su relación a través del concepto de “Françafrique”, un término acuñado por el presidente marfileño Félix Houphouët-Boigny y popularizado después como una crítica a los mecanismos informales de dominación poscolonial. Esta nueva fase se caracterizó por una estrecha relación entre París y los nuevos regímenes africanos, muchos de los cuales se mantuvieron en el poder gracias al respaldo diplomático, económico y militar de Francia. A cambio, París aseguraba el acceso preferencial a recursos estratégicos como el petróleo, el uranio, el oro y el cacao, y el mantenimiento de una zona de influencia clave para su proyección global.
Esta red de intereses incluía la firma de acuerdos de defensa y cooperación militar con varios países africanos, muchos de ellos con cláusulas secretas. Francia mantenía bases militares permanentes en lugares como Yibuti, Gabón, Costa de Marfil, Chad y Senegal. Las tropas francesas intervinieron decenas de veces en el continente, a menudo para apoyar a gobiernos aliados ante crisis internas o para proteger ciudadanos europeos en contextos de inestabilidad. Estas intervenciones, lejos de ser neutrales, reforzaban un sistema en el que los vínculos personales entre élites africanas y francesas aseguraban el control político y económico a ambos lados del Mediterráneo.

El Sahel y el punto de inflexión de la Operación Barkhane
La irrupción del yihadismo en la región del Sahel a partir de la década de 2010 representó un nuevo desafío para la seguridad africana y europea. En 2013, Francia fue aclamada en Malí por intervenir contra los grupos armados islamistas que habían tomado el norte del país. La Operación Serval, y posteriormente la Operación Barkhane (2014-2022), marcaron un nuevo capítulo de presencia militar francesa, esta vez bajo el argumento de la lucha contra el terrorismo.
Sin embargo, el entusiasmo inicial se desvaneció con rapidez. Las operaciones francesas, aunque lograron victorias tácticas, no lograron frenar el avance de los grupos yihadistas ni estabilizar políticamente la región. La percepción de ineficacia, combinada con una creciente arrogancia en el discurso diplomático francés y el hecho de que la seguridad seguía deteriorándose, alimentó un profundo resentimiento. La cumbre de Pau en 2020, donde el presidente Emmanuel Macron convocó a los líderes sahelianos en un tono percibido como condescendiente, fue un símbolo de la ruptura. Paralelamente, surgieron teorías conspirativas en redes sociales que acusaban a Francia de apoyar indirectamente a los yihadistas con fines neocoloniales.
La cooperación multilateral también fracasó. Misiones como MINUSMA (ONU), la fuerza conjunta del G5 Sahel, la Task Force Takuba o los programas europeos EUTM y EUCAP, de los que Francia era un pilar, no lograron establecer una seguridad duradera. Este cúmulo de fracasos, junto con el desprestigio acumulado por la Françafrique y el auge de una juventud africana hiperinformada y crítica, desencadenaron un rechazo masivo, tanto desde los gobiernos como desde la sociedad civil.
El rechazo público y la redefinición de alianzas
El malestar no es solo institucional. En ciudades como Bamako, Uagadugú o Niamey, se han multiplicado las manifestaciones anti-francesas, muchas de ellas impulsadas por sectores nacionalistas o simpatizantes de regímenes militares que han tomado el poder mediante golpes de Estado. Las imágenes de banderas francesas quemadas o de convoyes militares bloqueados por civiles revelan la profundidad de este rechazo. Este sentimiento se ha canalizado también en un discurso que clama por una “segunda independencia”, una emancipación definitiva de la tutela francesa.
Gobiernos como los de Malí, Burkina Faso y Níger han exigido la retirada total de las tropas francesas, decisión a la que posteriormente se han sumado países como Senegal y Chad. Incluso en Costa de Marfil, tradicional aliado de París, el presidente Alassane Ouattara anunció una retirada parcial de fuerzas francesas en 2025. Estos movimientos han abierto la puerta a nuevas alianzas: países como Rusia, China o Turquía están ganando terreno político y militar en África, ofreciendo cooperación sin las condiciones políticas que habitualmente exige Occidente.
El futuro de la presencia francesa: ¿reinvención o retirada?
Ante esta situación, Francia ha intentado rediseñar su estrategia. El presidente Macron anunció la reducción del dispositivo militar francés en África y la creación de un nuevo “Comando para África”, inspirado en el AFRICOM estadounidense. Este nuevo enfoque busca limitar la visibilidad de las tropas, centrarse en tareas de formación y asesoría, y abrir la cooperación a países fuera del espacio tradicional francófono.
Se prevé la creación de “Destacamentos de Enlace Interarmas” temporales, con baja visibilidad, así como la diversificación de socios, incluyendo países anglófonos y lusófonos. Sin embargo, este nuevo modelo enfrenta múltiples desafíos: la necesidad de reconstruir la confianza, de redefinir los marcos legales de cooperación (como los acuerdos SOFA), y sobre todo, de superar la imagen de Francia como “gendarme de África”.
El riesgo para Francia es quedar marginada en un continente donde ya no es vista como un socio privilegiado, sino como una potencia con un pasado incómodo. Al mismo tiempo, el repliegue francés abre un espacio que otras potencias globales están ansiosas por ocupar. En este sentido, la evolución futura dependerá de la capacidad de Francia para romper con los reflejos neocoloniales del pasado y entablar una relación basada en el respeto mutuo, el codesarrollo y una verdadera soberanía africana.
La “crisis de la Françafrique” es en realidad el síntoma de un proceso más amplio de transformación de las relaciones entre Europa y África. La juventud africana, más crítica, informada y conectada que nunca, exige dignidad, autonomía y nuevas formas de cooperación. Francia, por su parte, enfrenta el dilema de reinventarse o resignarse a perder su influencia en una región que durante siglos fue el eje de su política exterior. El futuro de la presencia francesa en África dependerá no solo de decisiones diplomáticas y militares, sino de una revisión profunda de su rol histórico y de su disposición real a aceptar un mundo postcolonial en el que la voz africana tenga un lugar preeminente.