En un contexto internacional marcado por la fragmentación de alianzas tradicionales y el ascenso de nuevas potencias, los BRICS emergen como un polo alternativo de influencia global. Marruecos, actor estratégico en el Magreb y puente entre continentes, comienza a perfilarse como un posible candidato a integrarse a esta dinámica. El interés creciente del Nuevo Banco de Desarrollo en el Reino revela señales de un posible reposicionamiento diplomático

En un mundo donde los equilibrios de poder se están reconfigurando a gran velocidad, el grupo BRICS (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ha pasado de ser una alianza económica emergente a un espacio de articulación geoestratégica cada vez más relevante. Desde su creación en 2009, los BRICS han defendido la necesidad de una gobernanza económica mundial más equilibrada y multipolar, desafiando la hegemonía de las instituciones dominadas por las potencias occidentales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial. En los últimos años, este bloque ha dado señales claras de expansión y consolidación de su influencia: países como Irán, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita han sido admitidos o invitados a incorporarse. En este nuevo mapa en evolución, Marruecos se perfila como un potencial candidato de alto interés, tanto para el bloque como para la reconfiguración geopolítica del continente africano. La atención creciente sobre Rabat por parte de actores como el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), institución financiera creada por los BRICS en 2015, así lo demuestra.
El NDB, concebido como una alternativa concreta a las estructuras de financiación tradicionales, ha financiado ya 122 proyectos con una inversión acumulada superior a los 39.000 millones de dólares, dirigidos principalmente al desarrollo de infraestructuras y proyectos sostenibles en países miembros. La iniciativa busca ofrecer condiciones más equitativas y una menor carga de condicionamientos políticos y estructurales, en contraste con los mecanismos tradicionales del FMI y el Banco Mundial, cuyas exigencias de reformas macroeconómicas, disciplina fiscal estricta y liberalización del mercado han sido objeto de críticas por parte de numerosos países del Sur global. Para Marruecos, una nación con aspiraciones firmes de convertirse en un polo de estabilidad, conectividad y desarrollo económico en África, acceder al NDB —y eventualmente al bloque BRICS en su conjunto— representaría una vía para diversificar sus fuentes de financiamiento, ganar autonomía estratégica y consolidar su rol como plataforma de cooperación intercontinental.
Durante un reciente coloquio internacional celebrado en Rabat el 26 de mayo, la declaración pública del director general adjunto del NDB, Anand Kumar Srivastava, quien manifestó que “la presencia de Marruecos sería bienvenida” en la institución, introdujo un nuevo elemento en el análisis diplomático regional. Aunque Marruecos no ha emitido ninguna señal oficial ni se ha registrado movimiento formal hacia la adhesión, este tipo de menciones, hechas en contextos internacionales y por figuras de alto nivel, no son accidentales. Por el contrario, suelen responder a un cálculo estratégico orientado a tantear el terreno y preparar futuras decisiones políticas. En este caso, la posibilidad de que Marruecos explore su incorporación al NDB abre un abanico de implicaciones, tanto para su posicionamiento global como para su relación con actores tradicionales como Estados Unidos y la Unión Europea.
El Reino de Marruecos ha sabido jugar con destreza el papel de potencia regional bisagra. Ha mantenido una relación privilegiada con los Estados Unidos, firmando acuerdos de libre comercio y colaborando estrechamente en materia de seguridad, defensa e inteligencia. También ha profundizado sus lazos con la Unión Europea, especialmente con España y Francia, siendo un socio clave en la gestión migratoria, la cooperación energética y el comercio exterior. No obstante, en los últimos años ha diversificado notablemente sus alianzas, en consonancia con un modelo de diplomacia pragmática y multipolar. China se ha consolidado como un socio estratégico en infraestructura y tecnología, sobre todo en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, de la que Marruecos es uno de los pocos países africanos plenamente adheridos. Asimismo, India ha emergido como un nuevo interlocutor con intereses convergentes en el desarrollo de energías renovables y manufactura. Marruecos también ha reforzado sus vínculos con Rusia, tanto en materia agrícola como energética, así como con varios países africanos a través de proyectos de cooperación Sur-Sur.
El potencial acercamiento de Marruecos a los BRICS —incluso si este se materializara en una etapa inicial a través de la participación en el NDB sin un ingreso pleno al grupo— debe leerse como parte de una estrategia mayor. Esta estrategia combina cautela y ambición, consciente del riesgo político que conlleva asociarse con un bloque que, aunque oficialmente multipolar, es percibido por muchos como un contrapeso a las estructuras dominadas por Occidente. En el contexto de una creciente polarización internacional y fragmentación de las alianzas tradicionales, Rabat opta por una táctica de equilibro: preservar sus vínculos históricos, sin cerrarse a nuevas fuentes de poder e influencia. Esta postura le permite mantener autonomía de acción y maximizar sus intereses sin verse arrastrado por dinámicas de confrontación ideológica o geopolítica.
El contexto regional añade una capa de complejidad adicional. La histórica rivalidad con Argelia, marcada por tensiones diplomáticas, diferencias sobre el conflicto del Sáhara Occidental y la competencia por el liderazgo en el Magreb, convierte cada movimiento internacional de ambas naciones en una jugada geopolítica observada con lupa. Argelia ha intentado de forma activa unirse a los BRICS, presentando su candidatura de manera pública y enfatizando su condición de potencia energética no alineada. Sin embargo, sus esfuerzos no han fructificado. Diversas razones explican este revés: una economía insuficientemente diversificada, una oferta de integración financiera poco convincente, y una escasa claridad en sus compromisos de cooperación internacional. Esta situación ha generado frustración interna y críticas en la prensa local, donde se percibe la no inclusión como una oportunidad perdida para reposicionar a Argelia en el escenario global.
En contraste, Marruecos ha desplegado una estrategia más discreta, construyendo alianzas sólidas y consolidando su imagen de actor estable, moderno y confiable. Esta diferencia de enfoques ha comenzado a generar un efecto comparativo favorable para Rabat, especialmente entre los países del Sur global, que valoran la combinación de estabilidad interna, apertura económica e inversión en infraestructura estratégica como pilares del desarrollo. La eventual adhesión de Marruecos al NDB —y más adelante al grupo BRICS— le permitiría reforzar su proyección como un «hub» africano en múltiples niveles: logístico, financiero, energético y diplomático.
A futuro, el interés de los BRICS en Marruecos debe entenderse como parte de una agenda de ampliación inteligente. El bloque busca fortalecer su legitimidad incorporando economías emergentes con perfiles complementarios, presencia geopolítica significativa y redes de cooperación que trascienden sus regiones inmediatas. Marruecos, por su ubicación geoestratégica —puente natural entre África, Europa y Medio Oriente—, sus capacidades logísticas (como el puerto de Tánger Med, uno de los más importantes del Mediterráneo) y su estabilidad política, encaja perfectamente en ese esquema. Además, el país lidera en sectores clave como la energía solar (gracias a proyectos como Noor Ouarzazate), la industria automotriz y la producción de fertilizantes, factores que lo convierten en un socio atractivo para el desarrollo económico del Sur global.
En definitiva, el futuro de las relaciones entre Marruecos y los BRICS dependerá de múltiples factores: la evolución del orden internacional, las respuestas de los actores tradicionales a los cambios en curso, y la capacidad del Reino para mantener su estrategia de diversificación sin sacrificar su equilibrio interno ni sus alianzas históricas. La integración o no en el bloque será una decisión cargada de simbolismo y consecuencias a largo plazo, no solo para Marruecos, sino para la dinámica regional del Magreb y el conjunto de África. En un momento donde el multilateralismo está en crisis, y la búsqueda de nuevos centros de poder se acelera, el caso marroquí podría ofrecer una hoja de ruta para otros países que aspiren a navegar con éxito los desafíos de un mundo post-hegemónico.