Colombia da un paso estratégico hacia el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS en un giro que reconfigura su papel en el tablero geopolítico global

Colombia ha iniciado un giro estratégico en su política exterior al solicitar formalmente su ingreso al Nuevo Banco de Desarrollo, institución financiera promovida por las potencias emergentes del bloque BRICS. Esta decisión, enmarcada en la creciente presencia de China en América Latina, representa un replanteamiento del tradicional alineamiento colombiano con Estados Unidos. El movimiento no solo tiene implicaciones económicas, sino que también podría reconfigurar el papel geopolítico de Colombia en un mundo cada vez más multipolar

 

El presidente chino, Xi Jinping (izquierda), estrecha la mano del presidente de Colombia, Gustavo Petro, tras pronunciar su discurso inaugural en la ceremonia de apertura de la IV Reunión Ministerial del Foro de China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños en el Centro Nacional de Convenciones de China en Pekín, el martes 13 de mayo de 2025. (AP Photo/Andy Wong)

La reciente solicitud de Colombia para integrarse al Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, por sus siglas en inglés), una institución financiera multilateral creada por los países BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— representa no solo un cambio simbólico, sino un viraje estratégico de gran calado en la política exterior y económica del país sudamericano. En medio de un escenario internacional caracterizado por una creciente polarización entre bloques liderados por potencias hegemónicas, la decisión del presidente Gustavo Petro se inscribe dentro de una tendencia regional más amplia: el alejamiento progresivo de América Latina de la órbita de influencia tradicional de Estados Unidos y la búsqueda activa de alternativas de cooperación Sur-Sur, especialmente con Asia.

Durante su visita oficial a China, el presidente Petro culminó su agenda con un encuentro en Shanghái con la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, actual presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo. Esta entidad, concebida en 2014 como respuesta a las limitaciones del sistema financiero internacional dominado por instituciones occidentales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ha aprobado hasta la fecha financiamientos por más de 40.000 millones de dólares para 122 proyectos de infraestructura en sectores clave como transporte, energía limpia y saneamiento. A diferencia de sus contrapartes occidentales, el NDB busca ofrecer condiciones de financiamiento más flexibles y adaptadas a las necesidades de los países en desarrollo, priorizando la soberanía nacional en el diseño de políticas económicas y el respeto por la diversidad de modelos de desarrollo.

Colombia, al comprometerse a adquirir 512 millones de dólares en acciones del banco, no solo busca acceso a nuevas fuentes de financiamiento para proyectos estratégicos, sino que aspira a redefinir su papel dentro del entramado geoeconómico latinoamericano. En este sentido, el mandatario colombiano manifestó especial interés en obtener apoyo financiero del NDB para la construcción de un canal o ferrocarril interoceánico de 120 kilómetros que conectaría las costas atlántica y pacífica del país, una megaobra con profundas implicaciones para el comercio internacional. Tal infraestructura posicionaría a Colombia como un eje logístico fundamental entre Sudamérica y Asia, constituyendo una alternativa al Canal de Panamá y fortaleciendo su competitividad en un mundo cada vez más interconectado y multipolar.

La iniciativa, sin embargo, no está exenta de controversia. Colombia ha sido históricamente uno de los aliados más firmes de Estados Unidos en la región, desempeñando un papel central en la lucha contra el narcotráfico y en la defensa del modelo económico liberal promovido desde Washington. En este contexto, el acercamiento al eje geopolítico liderado por China genera tensiones inevitables. De hecho, el Departamento de Estado de EE. UU. ha advertido recientemente que se opondrá con firmeza a la financiación de proyectos latinoamericanos vinculados a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), una estrategia global de inversión impulsada por Pekín que busca consolidar su influencia económica mediante el desarrollo de infraestructuras críticas alrededor del mundo.

El presidente Petro firmó precisamente su adhesión a esta iniciativa durante una cumbre con sus homólogos de Brasil y China, reafirmando así su voluntad de diversificar las alianzas internacionales de Colombia y romper con la dependencia tradicional respecto a Estados Unidos. En declaraciones a la prensa desde Shanghái, el mandatario subrayó que su gobierno toma estas decisiones de manera soberana y con la intención de mantener una posición de equidistancia entre los polos de poder global: “Con Estados Unidos podemos hablar cara a cara, con China también”, afirmó, enviando un mensaje claro sobre su visión de una política exterior autónoma y pragmática.

Desde una perspectiva geoeconómica, la incorporación de Colombia al NDB podría tener efectos significativos. Por un lado, abriría el acceso a nuevas líneas de crédito que permitirían acelerar la modernización de infraestructuras y fomentar la transición hacia una economía más sostenible e integrada regionalmente. Por otro lado, al integrarse a un banco concebido como alternativa al sistema financiero occidental, Colombia estaría contribuyendo, aunque indirectamente, a erosionar el monopolio institucional que durante décadas han ejercido los organismos multilaterales controlados por Estados Unidos y Europa.

Además, la apuesta por integrarse al bloque BRICS —aunque Colombia aún no sea formalmente miembro del grupo— la acerca a un conjunto de economías emergentes que están impulsando una reconfiguración del orden económico global. En un contexto donde los BRICS han superado al G7 en términos de producto interno bruto combinado medido por paridad de poder adquisitivo, y donde promueven el uso de monedas locales en el comercio internacional para reducir la dependencia del dólar, la iniciativa colombiana adquiere una dimensión estratégica de largo plazo.

En términos geopolíticos, esta decisión podría marcar el inicio de una nueva era para Colombia: una en la que ya no se limite a ser un pivote de los intereses estadounidenses en la región, sino que asuma un rol más activo y diversificado, alineado con un mundo en transición hacia la multipolaridad. La neutralidad que propone Petro no implica aislamiento, sino una redefinición del concepto de alianza internacional, basada en la reciprocidad, el respeto mutuo y la cooperación estructural en lugar de la subordinación ideológica.

Este giro, sin embargo, plantea desafíos considerables. Las tensiones con Estados Unidos podrían incrementarse, especialmente si Washington percibe que la participación colombiana en proyectos respaldados por China compromete sus intereses estratégicos en América Latina. Asimismo, el éxito de esta apuesta dependerá de la capacidad del gobierno colombiano para ejecutar de manera eficiente los proyectos financiados, garantizar la transparencia en el uso de los recursos y establecer una gobernanza institucional que evite la captura política o empresarial de las inversiones.

En suma, la solicitud de ingreso de Colombia al Nuevo Banco de Desarrollo no debe leerse como un simple movimiento financiero, sino como parte de una transformación más amplia en la arquitectura internacional y en la forma en que los países del Sur global están redefiniendo su papel en el escenario mundial. En este contexto, América Latina —y en particular Colombia— se encuentra en una encrucijada histórica, donde las decisiones que se tomen hoy moldearán no solo el futuro económico, sino también el lugar que ocupará la región en el nuevo equilibrio global del siglo XXI.

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