Groenlandia, la isla más grande del mundo, se ha convertido en un punto focal de interés estratégico debido a su vasto potencial en minerales críticos, especialmente elementos de tierras raras esenciales para la tecnología del futuro. En un contexto de tensiones crecientes entre China, Estados Unidos y Europa por el control de recursos clave, el subsuelo groenlandés podría redefinir el equilibrio geoeconómico global

En los últimos años, el Ártico ha reaparecido en el radar de las grandes potencias mundiales no solo como un entorno de desafíos climáticos, sino como una de las fronteras más codiciadas del futuro geoeconómico global. En este escenario, Groenlandia emerge como una pieza clave por su posición estratégica y por la abundancia de minerales críticos, especialmente los elementos de tierras raras (REE, por sus siglas en inglés). Estos elementos son esenciales para la fabricación de tecnologías avanzadas como turbinas eólicas, vehículos eléctricos, sistemas de defensa, teléfonos móviles, chips semiconductores y una amplia gama de dispositivos electrónicos. En este contexto, las declaraciones del presidente de los Estados Unidos sobre una posible adquisición de Groenlandia no pueden interpretarse como un simple exabrupto territorialista, sino como una manifestación simbólica y estratégica de la pugna por el control de recursos claves para el siglo XXI.
Los materiales críticos, y entre ellos los REE, se han convertido en un punto neurálgico de tensión geopolítica. Actualmente, aproximadamente el 90% del procesamiento global de tierras raras está controlado por China, lo que ha generado una profunda preocupación en las potencias occidentales por la excesiva dependencia de una sola fuente. Esta situación se volvió aún más alarmante cuando en abril de 2025 el gobierno chino impuso restricciones a la exportación de tierras raras pesadas, utilizadas en aplicaciones tecnológicas de alta gama y armamento. Esto disparó las alertas en Washington, Bruselas y Tokio, donde se iniciaron debates acelerados sobre diversificación de suministros, nacionalización de cadenas productivas y subsidios a nuevas minas en regiones aliadas o controladas directamente.
En este panorama, Groenlandia aparece como una promesa de independencia estratégica. De acuerdo con estudios del Servicio Geológico de Dinamarca y Groenlandia (GEUS), la isla alberga diez yacimientos significativos de tierras raras, y tiene potencial para al menos 25 de los 34 minerales críticos reconocidos por la Unión Europea. Esto incluye, además de los REE, elementos como grafito, niobio, cobalto y metales del grupo del platino. Sin embargo, como ocurre con toda promesa mineral, el reto no es solo geológico, sino económico, político, ambiental y logístico.
Desde la introducción del autogobierno en 2009, Groenlandia ha asumido un rol proactivo en la gestión de sus recursos naturales, separándose progresivamente del control danés. En 2010 asumió plena autoridad sobre sus licencias mineras, estableciendo un marco regulatorio moderno que permite competencia entre compañías, con procedimientos transparentes y mecanismos de consulta pública. Sin embargo, la implementación práctica ha sido limitada: muchas licencias han sido abandonadas, otras revocadas, y la actividad de exploración ha disminuido durante la última década. A día de hoy, solo una mina, dedicada a la anortosita, está en operación, y otra de oro se espera que entre en producción próximamente.
Existen múltiples factores que explican esta paradoja entre potencial geológico y limitada actividad económica. Primero, la geografía y la demografía: Groenlandia tiene una población de apenas 57.000 personas, dispersas en un territorio de más de 2 millones de km², de los cuales solo alrededor de 400.000 km² son libres de hielo. El transporte entre asentamientos es limitado a rutas marítimas o aéreas, encareciendo notablemente la logística. A ello se suman condiciones climáticas extremas, ausencia de carreteras y puertos adecuados en muchas zonas, altos costes energéticos, y una infraestructura energética casi inexistente fuera de las zonas habitadas.
Además, la gobernanza minera enfrenta desafíos regulatorios complejos. Las exigencias de evaluación ambiental y social, los requerimientos técnicos de viabilidad económica, y los esquemas fiscales—incluidos impuestos corporativos y regalías poco competitivos—han generado incertidumbre jurídica para los inversores. El caso más ilustrativo es el del proyecto Kvanefjeld (Kuannersuit), una de las pocas reservas de REE con documentación exhaustiva. Aunque se invirtieron más de 100 millones de dólares en su desarrollo, el proyecto fue bloqueado por la legislación groenlandesa que prohíbe la explotación de yacimientos con más de 100 partes por millón de uranio, un subproducto presente en el depósito. La empresa australiana promotora ha iniciado acciones legales contra los gobiernos de Dinamarca y Groenlandia, en un litigio que podría extenderse durante años y que añade una capa de riesgo político difícil de ignorar para otros inversores.
El otro proyecto relevante, Kringlerne (Killavaat Alannguat), fue promovido por la empresa privada Tanbreez y adquirido parcialmente por una compañía con sede en Nueva York listada en NASDAQ. Sin embargo, carece de estudios actualizados de viabilidad, documentación sobre recursos minerales y evaluación ambiental, lo que generó controversias. El informe confidencial de 2016 filtrado por sus nuevos propietarios reveló grados de mineral preocupantemente bajos, con una ley de tan solo 0,38% de REE, frente a los 4%-8% que se consideran viables en minas de clase mundial como Mountain Pass (EE.UU.), Mount Weld y Nolans Bore (Australia), o Bear Lodge (Wyoming). La baja concentración implica costos significativamente mayores en extracción, procesamiento y refinamiento, especialmente en un entorno tan remoto y hostil como Groenlandia.
En términos bursátiles, el renovado interés estadounidense en Groenlandia ha provocado picos especulativos, como la triplicación del valor de las acciones de Kvanefjeld a inicios de 2025. Sin embargo, estos movimientos han sido volátiles y alimentados por rumores más que por fundamentos sólidos. Las oscilaciones reflejan una mezcla de euforia geopolítica y falta de información técnica fiable.
Un aspecto particularmente delicado es el interés de China en los recursos groenlandeses. Durante los últimos años, el gobierno de Nuuk ha intensificado su acercamiento a Pekín. En marzo de 2025, la ministra de Exteriores, Vivian Motzfeldt, sugirió públicamente la posibilidad de un acuerdo de libre comercio con China, destacando que la inversión minera china podría ser la vía más realista hacia la independencia económica de Dinamarca. Aunque esta estrategia puede parecer pragmática desde la perspectiva de un pequeño territorio con ambiciones soberanas, para Washington y Copenhague representa una amenaza geoestratégica directa.
La posibilidad de que una empresa china establezca una mina en una región remota de Groenlandia, construyendo una ciudad, carreteras, puerto y aeródromo, tiene implicaciones que van mucho más allá de la minería. En términos de geoestrategia ártica, sería inconcebible para Estados Unidos permitir un enclave de infraestructura dual con potencial militar en una isla que se encuentra a solo 1.500 km de la base aérea de Thule, una instalación crítica para el sistema de defensa balística estadounidense y para el control del Atlántico Norte. Esta situación, además, podría reconfigurar las alianzas regionales y poner presión sobre la OTAN, la Unión Europea y los socios nórdicos, que podrían verse obligados a intervenir económicamente para evitar una penetración estratégica de China en el Ártico occidental.
Dinamarca, que históricamente ha mantenido una postura pasiva frente a la explotación minera en Groenlandia, podría cambiar de rumbo. Ante el avance chino, es posible que Copenhague, en conjunto con Bruselas, decida financiar proyectos de infraestructura, garantizar préstamos en condiciones favorables y coordinar inversiones energéticas que viabilicen el desarrollo de los yacimientos bajo estándares occidentales. Estas acciones serían menos un gesto de solidaridad y más un mecanismo defensivo para preservar la esfera de influencia europea frente a la expansión geoeconómica de Beijing.
En conclusión, el futuro de la minería en Groenlandia no puede analizarse exclusivamente desde una perspectiva de viabilidad técnica o económica. Está intrínsecamente vinculado a las transformaciones profundas del orden internacional contemporáneo, donde los recursos críticos son armas silenciosas en conflictos de poder, tecnología y hegemonía. La isla ártica, que durante siglos fue periferia del mundo, se está convirtiendo en uno de sus epicentros estratégicos. Su desarrollo o estancamiento tendrá efectos directos no solo sobre su población, sino sobre la configuración de las cadenas de suministro globales, el equilibrio geopolítico del Atlántico Norte y las capacidades industriales del mundo libre en un momento de transición energética y tecnológica sin precedentes.