El nuevo equilibrio mundial: la reconfiguración de la hegemonía global, el ascenso de nuevas potencias y el rol emergente del mundo árabe

El orden mundial atraviesa una transformación profunda marcada por el declive de la hegemonía estadounidense, el surgimiento de nuevas potencias como China y Rusia, y el reposicionamiento estratégico de regiones clave como el mundo árabe. A través del estudio de dinámicas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, las reformas saudíes bajo Visión 2030 y la reconfiguración de alianzas internacionales, exploramos las implicaciones de esta transición para el futuro del desarrollo global

Mohamed bin Salmán conversa con Vladimir Putin durante la reunión del G20 del 2018 en Argentina.
Image: Matias Lynch/Shutterstock.com

En el contexto de un orden internacional en transformación, el declive gradual de la hegemonía estadounidense, el ascenso de potencias emergentes y las estrategias de desarrollo adoptadas por los países árabes, especialmente Arabia Saudita, configuran una nueva arquitectura geopolítica y económica con profundas implicaciones para el futuro de la sociedad global. Esta transición histórica no solo representa una mutación en los centros de poder, sino también una oportunidad crítica para redefinir modelos de desarrollo, alianzas internacionales y formas de gobernanza.

El declive de la hegemonía estadounidense: causas estructurales y consecuencias geopolíticas

Durante gran parte del siglo XX y comienzos del XXI, Estados Unidos ejerció una hegemonía indiscutida basada en la superioridad militar, el control financiero global y la difusión del modelo capitalista-liberal. Esta posición se consolidó tras la Segunda Guerra Mundial y se acentuó con el colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, a medida que avanza el siglo XXI, diversos factores estructurales han mermado esta dominancia.

Entre los elementos más relevantes figuran las prolongadas intervenciones militares en el Medio Oriente (Afganistán, Irak, Siria), que han generado costos humanos y económicos significativos sin logros sostenibles; la creciente desigualdad interna que debilita su cohesión social; y la erosión del liderazgo moral derivada de políticas exteriores percibidas como unilaterales o coercitivas. A esto se suma el peso desproporcionado del complejo militar-industrial, especialmente de las empresas armamentísticas, que han promovido conflictos como mecanismos de generación de beneficios, alimentando ciclos de violencia e inestabilidad regional.

Numerosos estudios, como los de Giovanni Arrighi y más recientemente de analistas geopolíticos contemporáneos, destacan que la hegemonía estadounidense ha entrado en una fase de declive sistémico. A nivel mundial, esto se traduce en una progresiva pérdida de influencia y en una creciente contestación por parte de actores estatales y no estatales que buscan reformular el orden internacional.

El ascenso de nuevas potencias y la reconfiguración del sistema multipolar

Frente al debilitamiento del liderazgo estadounidense, potencias como China, Rusia y, en menor medida, la Unión Europea, han ocupado espacios estratégicos con narrativas alternativas y propuestas concretas. China ha desplegado una política exterior centrada en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), que articula inversiones en infraestructura, desarrollo energético, tecnología y logística, particularmente en Asia, África y el mundo árabe. Este proyecto no solo responde a necesidades económicas, sino que constituye un mecanismo geoestratégico de consolidación de influencia.

Rusia, por su parte, combina un enfoque diplomático-militar con una política exterior orientada a proteger regímenes aliados, como ha hecho en Siria hasta la caída del regimen de Bashar al-Ásad, y a fortalecer su rol como contrapeso de Occidente. Aunque su alcance económico es limitado en comparación con China, su capacidad de influencia en conflictos clave le otorga un papel significativo en la redefinición del equilibrio internacional.

Europa, impulsada por un renovado impulso estratégico tras el Brexit y la guerra en Ucrania, ha intentado desarrollar una política exterior más asertiva, aunque aún enfrenta obstáculos internos relacionados con su heterogeneidad institucional. La ampliación del bloque BRICS, incluyendo recientemente a Arabia Saudita, Egipto, Irán y otros actores, sugiere que una nueva configuración del poder global se está consolidando.

Este sistema multipolar aún en gestación se caracteriza por una mayor competencia, pero también por mayores oportunidades de cooperación horizontal. En este escenario, la diversificación de alianzas y la fragmentación del poder podrían fomentar nuevas formas de gobernanza global, si logran evitarse las tensiones geopolíticas que han definido anteriores etapas históricas.

El mundo árabe ante el cambio de paradigma: entre la presión externa y la reforma interna

El mundo árabe, tradicionalmente considerado un terreno de disputa entre potencias externas, ha comenzado a redefinir su rol internacional mediante estrategias de desarrollo propias. Arabia Saudita, en particular, ha asumido un protagonismo central con la puesta en marcha de su programa Visión 2030, que busca transformar su economía de renta petrolera en una economía diversificada y competitiva. Este plan incluye inversiones millonarias en tecnología, turismo, energía renovable, salud e infraestructura, así como el proyecto NEOM, una megaciudad futurista pensada como símbolo del renacimiento saudí.

Este enfoque responde tanto a necesidades internas —como la creación de empleo para una población joven creciente y el agotamiento del modelo basado exclusivamente en hidrocarburos— como a una voluntad de aumentar su influencia geoeconómica. Arabia Saudita ha desplegado su Fondo de Inversión Pública (PIF) como herramienta clave para articular alianzas estratégicas con potencias como China, Rusia, India y países europeos, sin romper completamente sus vínculos tradicionales con Estados Unidos.

Sin embargo, estas transformaciones enfrentan importantes desafíos. Persisten problemas de gobernanza, falta de transparencia y restricciones políticas que limitan la participación ciudadana. Históricamente, muchas iniciativas de desarrollo en la región han fracasado debido a la corrupción, la mala administración y la ausencia de mecanismos eficaces de rendición de cuentas. La sostenibilidad del cambio dependerá de que estos países logren institucionalizar reformas duraderas, democratizar el acceso a los beneficios del crecimiento y construir sociedades inclusivas y resilientes.

Implicaciones futuras: hacia una nueva narrativa del desarrollo global

La evolución de estas dinámicas tiene implicaciones estructurales para el futuro de la sociedad global. En primer lugar, la emergencia de un mundo multipolar podría permitir la construcción de un sistema internacional más equilibrado, menos centrado en la imposición unilateral y más abierto a la cooperación multinivel. En este marco, las naciones árabes pueden desempeñar un rol de bisagra entre Occidente y Oriente, aprovechando su posición geográfica, sus recursos energéticos y sus capacidades financieras.

En segundo lugar, el rediseño de modelos de desarrollo económico en la región árabe puede convertirse en un laboratorio de ensayo para estrategias alternativas de modernización. Si bien el modelo chino ofrece eficiencia económica sin democratización política, y el occidental privilegia los mercados abiertos, existe una oportunidad para que el mundo árabe defina un camino híbrido que combine crecimiento económico, sostenibilidad ambiental y cohesión social.

Finalmente, estos procesos interpelan a la comunidad internacional en su conjunto. Temas como la lucha contra el cambio climático, la equidad en la distribución de recursos, la innovación tecnológica con sentido humanista y la reforma de organismos multilaterales serán centrales en la configuración del orden post-hegemónico. La forma en que las potencias emergentes y tradicionales cooperen —o compitan— en estas áreas definirá en gran medida las condiciones de vida de las próximas generaciones.

Entre el conflicto y la cooperación, una oportunidad histórica

El escenario global actual representa tanto una crisis de un orden antiguo como la gestación de un nuevo paradigma. La interacción entre los intereses corporativos estadounidenses, el ascenso de potencias emergentes como China y Rusia, y las aspiraciones de desarrollo del mundo árabe, particularmente de Arabia Saudita, refleja una transición compleja pero llena de posibilidades.

El reto fundamental radica en cómo articular gobernanza efectiva, alianzas multilaterales transparentes e inclusión ciudadana en un contexto global cada vez más interdependiente pero fragmentado. Las sociedades árabes, si logran equilibrar las influencias externas con las aspiraciones locales, tienen la oportunidad de ser actores clave en la construcción de un orden internacional más equitativo, resiliente y sostenible. En última instancia, el modo en que estas transiciones se desarrollen no solo transformará a los países implicados, sino que redefinirá las condiciones del desarrollo global en el siglo XXI.

 

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Por Instituto IDHUS

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