Durante décadas, Estados Unidos fue el pilar del orden internacional, liderando con autoridad en lo económico, lo militar y lo diplomático. Sin embargo, en los últimos años, su influencia global ha comenzado a erosionarse. Las políticas proteccionistas, el deterioro de sus alianzas y el enfrentamiento con potencias como China están acelerando una transformación profunda

Durante gran parte del siglo XX y comienzos del XXI, Estados Unidos no solo ha sido considerado el líder indiscutible del orden internacional, sino también el garante último de la estabilidad geopolítica, económica y militar del mundo occidental. Su hegemonía, cimentada en una sólida red de alianzas, instituciones multilaterales y acuerdos de libre comercio, permitió a Washington ejercer una influencia global sin precedentes. Sin embargo, esa época parece estar llegando a su fin. La paulatina pérdida de poder global de Estados Unidos, acentuada en los últimos años, ha dejado en evidencia una transformación profunda: la de una nación que se repliega sobre sí misma, rompe con sus aliados históricos y pone en riesgo el equilibrio del sistema internacional que ella misma ayudó a construir.
El giro más dramático en esta trayectoria de declive ha comenzado de forma más intensa con la llegada de Donald Trump a la presidencia. Su doctrina «America First» marca un antes y un después en la política exterior y económica de Estados Unidos, basada en el unilateralismo, el proteccionismo y una visión transaccional de las relaciones internacionales. Bajo su mandato, en las últimas semanas se han impuesto aranceles generalizados a las importaciones (en una escalada-desescalada de ahora si, ahora pauso todo, ahora lo reactivo de nuevo, ahora amenazo con duplicarlo, etc), en especial a las provenientes de China, en un intento por “proteger” la economía estadounidense frente a lo que se describe como competencia desleal y bajo la premisa de reducir la balanza comercial con el gigante asiático. Pero esta guerra comercial, lejos de fortalecer la economía de EE.UU., puede tener el efecto contrario: está desacoplando progresivamente las economías estadounidense y china, está generando disrupciones en las cadenas de suministro globales, está empezando poco a poco a encarecer los productos para los consumidores y, sobre todo, está sembrando incertidumbre en los mercados bursátiles, hoy caracterizados por una volatilidad extrema.
Al mismo tiempo, las relaciones con aliados tradicionales como Alemania, Francia o Canadá (en general con la mayoría de países del mundo) se han deteriorado significativamente. La desconfianza creciente hacia el compromiso estadounidense ha empujado a Europa a repensar su lugar en el tablero geopolítico. La invasión rusa a Ucrania en 2022 fue un punto de inflexión. Ante la percepción de que Estados Unidos ya no es un socio confiable ni predecible, desde principios de este año vemos a la Unión Europea comenzando a rearmarse con seriedad, invirtiendo en capacidades de defensa autónomas, fortaleciendo sus industrias militares y diseñando estrategias para protegerse de posibles conflictos futuros. No se trata solo de una cuestión de supervivencia ante la amenaza rusa, sino también de una ambición más profunda: ocupar un lugar central en un nuevo orden mundial multipolar, en el que la dependencia de Washington sea cada vez menor.
Este contexto de repliegue norteamericano y posible recomposición del poder global plantea serias interrogantes sobre el futuro de Estados Unidos como potencia relevante. Si persiste en su estrategia de aislamiento, en el deterioro de sus alianzas y en el enfrentamiento comercial con sus principales socios, el país corre el riesgo de acelerar su propia irrelevancia. La desvinculación económica con China, lejos de representar una victoria, podría desembocar en una fragmentación del comercio internacional, debilitando aún más el liderazgo económico estadounidense. La creciente hostilidad hacia sus aliados, expresada en políticas de presión, chantaje comercial o desdén diplomático, mina la confianza que durante décadas sustentó la primacía de EE.UU. en el mundo.
El aislamiento nunca ha sido una estrategia viable para una superpotencia global. Y, sin embargo, todo indica que Estados Unidos está apostando por un modelo de repliegue nacionalista que lo aleja de su papel histórico, bajo la premisa de que todo ello va a beneficiar enormemente a la economía america a medio y largo plazo. La historia muestra que ninguna hegemonía es eterna, pero también enseña que el declive puede ser mitigado o acelerado según las decisiones que se tomen. Si el país continúa cerrándose, despreciando el multilateralismo y abandonando la cooperación internacional, es probable que el siglo XXI ya no sea recordado como la era de Estados Unidos, sino como el momento en que América dejó de ser un país importante.