Consecuencias de un desacoplamiento total entre China y Estados Unidos: análisis económico, político y geopolítico

Analizamos las posibles repercusiones de un desacoplamiento total entre China y Estados Unidos, las dos principales potencias económicas y geopolíticas del mundo, y el impacto que tendría una ruptura en áreas clave como el comercio, la tecnología, la diplomacia, la seguridad internacional y el equilibrio estratégico global

Ilustrando una supuesta ruptura total entre las dos superpotencias – (c) IDHUS con DALL-E

La interdependencia entre China y Estados Unidos representa uno de los pilares fundamentales del orden mundial contemporáneo. Ambas potencias no solo comparten un volumen de comercio bilateral superior a los 580 mil millones de dólares anuales, sino que sus economías están profundamente entrelazadas a través de cadenas de suministro globales, inversión directa extranjera, innovación tecnológica y flujos de capital e información. Por lo tanto, imaginar un escenario en el que ambas naciones optan por un desacoplamiento económico total, tal y como aparenta que la situación en estos momentos está enfocada a medio plazo, acompañado de una ruptura o reducción de relaciones diplomáticas por parte de la administración de Donald Trump si, hipotéticamente, China no se rebaja a cumplir con la reducción de aranceles que EEUU ha recibido en respuesta a la propia subida de sus aranceles contra el comercio del gigante asiático, y un aislamiento mutuo que va creciendo con cada nueva «idea» del presidente americano, supone considerar un cambio radical en el equilibrio global.

Desde una perspectiva económica, el desacoplamiento implicaría un reordenamiento drástico de las cadenas de valor globales. Estados Unidos depende de la manufactura china en sectores clave como la electrónica, el textil, la maquinaria industrial y la industria farmacéutica, por mucho que la nueva administración americana no quiera reconocerlo o quiera reconducir la situación a su favor. China, por su parte, depende de tecnología avanzada, propiedad intelectual y componentes críticos de origen estadounidense, por mucho que se esfuerce en crear sus propias industrias y autoabastecerse de todo lo que ahora necesita y no puede conseguir internamente. A mayor aceleración de un posible proceso de desvinculación más drástico, obligaría a ambos países a buscar alternativas costosas y menos eficientes, generando un alza generalizada de precios, disrupciones en el abastecimiento industrial y una contracción significativa en el crecimiento económico a corto y mediano plazo. Para Estados Unidos, el costo de trasladar las cadenas de producción a países alternativos como Vietnam, México o India implicaría una inversión masiva en infraestructura y una pérdida temporal de competitividad, sin contar que EEUU ha gravado con aranceles de más del 40% en algunos casos también a estos países. En el caso chino, la pérdida de acceso a tecnologías occidentales, más de lo que ya tiene permisos para importar con los bloqueos y prohibiciones actualmente en vigor, afectaría seriamente sus capacidades de innovación, sobre todo en sectores estratégicos como los semiconductores, la inteligencia artificial y la biotecnología. Aunque en estos campos China sigue avanzando muy rápido, y vemos noticias nuevas cada semana con los logros de sus empresas tecnológicas, aun sigue a la zaga y semi-dependiente de lo que puede obtener de Estados Unidos para mantener su competitividad.

En el ámbito político y diplomático, si las tensiones actuales fueran en aumento, una ruptura total entre ambas naciones pondría fin a décadas de relaciones complejas pero funcionales, marcadas por una combinación de competencia y cooperación. La cooperación en temas globales como el cambio climático, la proliferación nuclear, la regulación financiera internacional y la lucha contra pandemias se vería debilitada o completamente paralizada. Esta fragmentación del diálogo multilateral comprometería la capacidad del sistema internacional para abordar desafíos globales que requieren coordinación entre potencias. Además, la ruptura fomentaría una creciente polarización ideológica, con Estados Unidos encabezando un bloque liberal-democrático y China liderando una coalición de economías autoritarias o no alineadas. El mundo tendería hacia algo que ya estamos viendo poco a poco nacer: una nueva forma de bipolaridad, caracterizada no solo por el poder militar y económico, sino también por la divergencia de modelos de gobernanza y desarrollo. Sería como juntar la mitad de una naranja y la mitad de un limón y hacer de ello un hibrido en la sociedad global donde o tiendes a un lado o tiendes por completo al otro.

Desde el punto de vista geopolítico, el desacoplamiento intensificaría las tensiones en regiones estratégicas como el Mar de China Meridional, Taiwán, el Indo-Pacífico y el Ártico. Estados Unidos fortalecería su red de alianzas en Asia-Pacífico, rearmando e integrando a países como Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia e India en una estrategia de contención hacia China. Que no es algo que no esté sucediendo a pequeña escala y sin traspasar, de momento, líneas que pudieran provocar respuestas militares de un grado más difícil de paliar o resolver diplomáticamente. En respuesta, China profundizaría (aun más) sus vínculos con Rusia, Irán y otras potencias regionales, consolidando abiertamente un eje de oposición a la hegemonía occidental que ahora se trabaja entre bambalinas y con diplomacia y estrategias de apoyo sutiles y efectivas, pero no abiertamente expuestas hacia el resto de países. Este escenario aumentaría el riesgo de conflictos por error de cálculo, especialmente en áreas como el Estrecho de Taiwán, donde las líneas rojas de ambas potencias son cada vez más inflexibles, a la espera de que la administración Trump decida si mantendría la política de defender a la isla de un posible ataque chino como lo han sostenido administraciones anteriores. Asimismo, un mayor desacoplamiento entre ambas potencias podría traducirse en una carrera armamentística tecnológica y nuclear, impulsando a ambas potencias a invertir aún más en defensa cibernética, armamento hipersónico y tecnologías de disuasión, al no tener puentes de comunicación viables y efectivos para trasladar, entre los estados mayores de ambos países, cierta seguridad sobre el alcance de las intenciones de los dirigentes politicos de ambas potencias.

Finalmente, las consecuencias del desacoplamiento no serían exclusivas de China y Estados Unidos. Las economías intermedias y los países en desarrollo se verían forzados a tomar partido o encontrar mecanismos de equilibrio ante un sistema internacional fragmentado en el que, posiblemente, ya no valdrían las medias tintas ni ser parte neutral. El comercio global se regionalizaría, debilitando aún más instituciones como la Organización Mundial del Comercio y fomentando la creación de bloques económicos rivales y quizás no cooperativos entre sí. En este nuevo orden, la innovación tecnológica podría ralentizarse debido a la disminución del intercambio científico y la limitación del flujo de talento internacional, mientras que la gobernanza global se volvería más caótica y menos efectiva.

En conclusión, un escenario hipotético de desacoplamiento total entre China y Estados Unidos conllevaría, como posiblemente todos entendemos, profundas disrupciones económicas, un retroceso en la cooperación internacional, una reconfiguración del sistema geopolítico global y un aumento del riesgo sistémico a nivel internacional. Aunque algunos sectores podrían ver oportunidades en la reorganización de mercados y alianzas, el costo general para el bienestar global, la estabilidad y el progreso sería sustancial. Por ello, incluso en un contexto de competencia estratégica, preservar ciertos canales de diálogo, cooperación y coexistencia resulta fundamental para evitar una ruptura de consecuencias catastróficas, y eso es algo que no sabemos si las clases dirigentes de ambos países van a tener en cuenta cuando en este rifirrafe comercial, que se ha iniciado con la imposición de aranceles de forma masiva de EEUU a China y al resto del mundo, y que China replica sin pestañear, vaya en aumento y derive en otras acciones por la simple razón de que ningún dirigente quiera dar su brazo a torcer para no parecer débil, o un perdedor, frente al otro.

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Por David González

Ingeniero de profesión y con formación en cooperación internacional, nuevas tecnologías y administración de empresas, es actualmente el director del Instituto IDHUS, en el que coordina todos sus proyectos y actividades.

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