La inteligencia artificial representa una de las transformaciones tecnológicas más profundas de nuestra era, con el potencial de redefinir el desarrollo económico, social y político a escala global. No obstante, su impacto no será automáticamente inclusivo ni equitativo. Analizamos los factores que determinarán si la IA reducirá o ampliará la brecha del desarrollo, explorando sus implicaciones en el empleo, la educación, la salud, la ética y la gobernanza global
La inteligencia artificial (IA) se ha consolidado como una fuerza transformadora con el potencial de redefinir los paradigmas económicos, sociales y políticos a nivel global. Sin embargo, su impacto no es intrínsecamente incluyente ni equitativo; más bien, depende de las estrategias adoptadas para su desarrollo, implementación y regulación. Sin intervenciones deliberadas y coordinadas, existe el riesgo de que la IA exacerbe las desigualdades existentes, beneficiando desproporcionadamente a sectores que priorizan el lucro sobre el bienestar colectivo.
Costes y accesibilidad en el desarrollo de la IA
Históricamente, el desarrollo de modelos avanzados de IA ha estado asociado a inversiones significativas. Por ejemplo, el entrenamiento de GPT-4 por OpenAI requirió una inversión aproximada de 100 millones de dólares. No obstante, emergen señales alentadoras que indican una reducción en estos costos. La startup china DeepSeek ha desarrollado un modelo comparable con una fracción de dicha inversión, lo que sugiere una democratización potencial en el acceso a estas tecnologías. Esta tendencia es particularmente prometedora para los países en desarrollo, que históricamente han enfrentado barreras financieras para acceder a innovaciones tecnológicas de vanguardia. La disminución de los costos podría facilitar una adopción más amplia y equitativa de la IA, siempre que se implementen políticas que promuevan su accesibilidad y uso ético.
Incentivos actuales y su impacto en la equidad
El panorama actual del desarrollo de la IA está predominantemente influenciado por las fuerzas del mercado, con un énfasis marcado en la automatización y la monetización de datos personales. Países líderes en tecnología están invirtiendo sumas considerables en aplicaciones que, si bien pueden incrementar la eficiencia, también tienen el potencial de reemplazar empleos humanos, contribuyendo a una mayor desigualdad económica y social. Además, las subvenciones gubernamentales suelen centrarse en los méritos técnicos, priorizando la eficiencia sin una evaluación exhaustiva de sus repercusiones sociales directas e indirectas. Esta orientación puede conducir a escenarios donde la tecnología, en lugar de ser una herramienta de inclusión, se convierte en un factor de exclusión para amplios sectores de la población.
Desplazamiento laboral y estabilidad socioeconómica
La automatización impulsada por la IA plantea desafíos significativos en el ámbito laboral. La sustitución de empleos tradicionales por sistemas automatizados puede desencadenar inestabilidad económica, social y política. A pesar de ello, la financiación pública continúa favoreciendo proyectos orientados a la automatización. Es imperativo que los gobiernos reorienten los incentivos hacia el desarrollo de aplicaciones de IA que atiendan necesidades sociales apremiantes, como la mejora de la educación, la optimización de los sistemas de salud y la mitigación de los efectos del cambio climático. La IA debería ser concebida como una herramienta para empoderar a los trabajadores humanos, complementando sus habilidades en lugar de sustituirlas. Por ejemplo, en el contexto del envejecimiento poblacional en diversas naciones, los robots domésticos podrían desempeñar un papel crucial en la asistencia diaria y la gestión de enfermedades crónicas. Sin embargo, el enfoque predominante en el desarrollo de robots se centra en capacidades dinámicas, como correr o evitar obstáculos, relegando funciones esenciales relacionadas con la seguridad y la practicidad en el hogar.
El papel del capital de riesgo y la inversión responsable
El capital de riesgo ha desempeñado un papel fundamental en la financiación de startups de IA, con inversiones que alcanzaron los 131.500 millones de dólares en 2024. Sin embargo, una proporción significativa de estos fondos se ha dirigido hacia tecnologías especulativas y sobrevaloradas, como la inteligencia artificial general. Existe una necesidad apremiante de redirigir las inversiones hacia soluciones que ofrezcan beneficios tangibles y directos a la sociedad. Modelos de IA con propósitos específicos tienen el potencial de revolucionar áreas críticas, como el diagnóstico médico, la predicción de desastres naturales y la mejora de la educación. Al priorizar inversiones en estas áreas, es posible garantizar que el desarrollo de la IA esté alineado con el progreso colectivo y no únicamente con el valor para los accionistas.
Brecha tecnológica entre economías desarrolladas y en desarrollo
La brecha tecnológica entre países desarrollados y en desarrollo es una preocupación creciente. La IA posee un potencial transformador que, hasta ahora, ha sido subutilizado en naciones de ingresos bajos y medios. Factores como infraestructuras inadecuadas, limitaciones en la formación de habilidades y restricciones de recursos obstaculizan su adopción. Si no se abordan estas disparidades, la brecha tecnológica se ampliará, exacerbando las desigualdades globales. Por ejemplo, en el sector de la salud, la IA podría democratizar el acceso a la medicina personalizada, ofreciendo tratamientos adaptados a pacientes en entornos con recursos limitados, mejorando la precisión diagnóstica y optimizando la educación médica en áreas desatendidas. Sin embargo, sin una infraestructura adecuada y programas de formación, estas oportunidades permanecerán fuera del alcance de muchas comunidades.
Aplicaciones de la IA en educación y desarrollo de habilidades
Más allá del ámbito sanitario, la IA está revolucionando el sector educativo. Sistemas de aprendizaje adaptativo impulsados por IA están personalizando contenidos educativos para satisfacer las necesidades individuales de los estudiantes, cerrando brechas de conocimiento y mejorando los resultados académicos. Los sistemas de tutoría basados en IA ofrecen instrucción personalizada, aumentando la participación y fomentando mejores resultados. Al facilitar el aprendizaje de nuevos idiomas y habilidades, la tecnología tiene el potencial de expandir significativamente las oportunidades económicas, especialmente para comunidades marginadas. Iniciativas como el Inclusive Digital Model (IDMODEL) de la Universidad de Oxford han demostrado que dotar a grupos marginados, especialmente mujeres y jóvenes, con habilidades digitales, les permite integrarse en la economía digital global, reduciendo las disparidades de ingresos.
Cooperación global y gobernanza ética de la IA
La cooperación internacional es esencial para desbloquear los beneficios de la IA de manera equitativa. A medida que la inteligencia artificial se convierte en una tecnología clave en todos los sectores, resulta evidente que ningún país puede enfrentar sus implicaciones —positivas o negativas— de forma aislada. Las iniciativas multilaterales, como los acuerdos Sur-Sur, representan un enfoque estratégico para que los países en desarrollo diseñen soluciones adaptadas a sus contextos socioeconómicos, permitiendo así que las capacidades tecnológicas respondan a las realidades y necesidades específicas de estos países, y no solo a los intereses de las economías avanzadas.
Además, la gobernanza ética de la IA debe ser un pilar central en esta transformación tecnológica. Hasta la fecha, los marcos normativos internacionales son limitados o están fragmentados. La inteligencia artificial ya ha sido utilizada para fines perjudiciales, como la vigilancia masiva, la manipulación de la opinión pública a través de desinformación automatizada y el sesgo algorítmico que refuerza patrones de discriminación. Para evitar estos riesgos, es urgente establecer principios éticos globales comunes. La Organización de las Naciones Unidas, a través de órganos como la Comisión de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (CSTD), puede desempeñar un rol de liderazgo en la elaboración de normas vinculantes que prioricen la transparencia algorítmica, la soberanía de los datos, la prevención del daño y la equidad en el acceso a las tecnologías.
Perspectivas futuras: ¿hacia dónde evoluciona la IA y qué implica para nuestras sociedades?
En el mediano y largo plazo, la evolución de la IA plantea preguntas fundamentales sobre el futuro del trabajo, la redistribución del poder económico, la protección de derechos y la redefinición de las capacidades humanas. Tecnologías como la IA generativa, los modelos fundacionales multimodales (capaces de procesar texto, imagen, audio y vídeo simultáneamente), y los agentes autónomos avanzados están configurando un entorno donde la línea entre lo humano y lo automatizado se vuelve cada vez más difusa. Este desarrollo trae oportunidades inéditas, como avances en ciencia, descubrimientos biomédicos o nuevas formas de gobernanza digital, pero también exige una reflexión profunda sobre qué modelo de sociedad queremos construir.
Si el rumbo de la IA queda en manos exclusivamente del capital y de los centros de poder tecnológico, es probable que se consolide un modelo de concentración del conocimiento y de los beneficios económicos. Un estudio del AI Index 2024, publicado por el Instituto de Inteligencia Artificial Centrada en el Ser Humano de Stanford, advierte que el 80% de la capacidad computacional para entrenar los modelos más avanzados está concentrada en menos de 10 corporaciones globales, todas con sede en países del norte global. Esta asimetría amenaza con dejar a una mayoría de la humanidad al margen de la revolución tecnológica.
En cambio, una alternativa inclusiva requiere políticas proactivas: inversión pública estratégica en infraestructuras digitales, formación en capacidades digitales desde la educación básica, creación de centros de datos regionales, impulso a la investigación local en IA, y una regulación que garantice que las innovaciones tecnológicas estén alineadas con los derechos humanos, los valores democráticos y la justicia social. Iniciativas como el «Digital Public Infrastructure» impulsado por países como la India, o las propuestas de una «Carta de Derechos Digitales» en América Latina y Europa, son señales de un posible cambio de paradigma.
Conclusión: elegir el puente, evitar el abismo
La inteligencia artificial no es neutral ni inevitablemente positiva. Como toda tecnología, refleja y amplifica las estructuras de poder, las prioridades políticas y las decisiones humanas que la sustentan. Por ello, no basta con observar su avance: es necesario intervenir con decisión para garantizar que su desarrollo y uso estén al servicio del bienestar colectivo. Gobiernos, organizaciones internacionales, sector privado, academia y sociedad civil deben asumir una responsabilidad compartida.
El momento actual es una encrucijada. Las decisiones que se tomen hoy definirán si la IA se convierte en un puente hacia un futuro más justo, equitativo y sostenible, o en un abismo que separe aún más a los que tienen de los que no tienen. La colaboración internacional, la construcción de marcos éticos robustos, la inversión en capacidades inclusivas y la movilización social son las claves para inclinar la balanza hacia un desarrollo tecnológico verdaderamente humano y universal.