Cómo determinará el cambio climático el futuro entorno operativo: Un estudio de caso del Sahel

Cómo determinará el cambio climático el futuro entorno operativo: Un estudio de caso del Sahel

Matthew Ader
Modern War Institute

Se calcula que el cambio climático desplazará al menos a doscientos millones de personas de aquí a 2050. Decenas de millones estarán en el Sahel, una franja del África subsahariana que se enfrenta a un aumento significativo de la temperatura y el clima, que se prevé que se caliente a un ritmo una vez y media más rápido que la media mundial. El cambio climático está impulsando la desertificación, que degrada las tierras cultivables, dificultando los cultivos y el pastoreo del ganado. Más del 80% de las tierras de la región sufren este tipo de daños. La estrategia de la población rural para hacer frente a esta situación es emigrar a zonas rurales más verdes, a las ciudades o a otros países. En todos los casos, los movimientos terroristas salen enormemente beneficiados.

El crecimiento del poder terrorista supone una gran amenaza estratégica, en particular para Europa, pero también para Estados Unidos. La inestabilidad en el Sahel se traduce en un aumento del volumen de inmigrantes que intentan cruzar el Mediterráneo, lo que genera tumultos políticos internos, algo que adversarios como Rusia han demostrado ser capaces de explotar. También proporciona a los terroristas expedicionarios bases, recursos y vías para atacar naciones europeas, como ocurrió en 2015, además de alimentar el crimen organizado.

Estas realidades hacen que las misiones de estabilización y antiterroristas en el Sahel no sean una opción para los países europeos. No se trata de que Europa se vea arrastrada al conflicto: ya está comprometida, y su compromiso aumenta sin que se vislumbre el final. Este compromiso cada vez mayor afectará a la preparación de los ejércitos europeos -incluyendo la capacidad de los miembros de la OTAN para trabajar junto a Estados Unidos en una nueva era de competición entre grandes potencias- y reducirá las opciones europeas para ejercer influencia en la escena mundial. Estados Unidos también puede ver afectada su propia preparación, pues los esfuerzos europeos en el Sahel se ven favorecidos en gran medida por el apoyo norteamericano. Aumentar esta inversión para hacer frente a las crecientes amenazas va en detrimento de las principales prioridades de Estados Unidos en la competición entre grandes potencias, pero abandonar la región puede torpedear las relaciones con los socios europeos y agravar su vulnerabilidad. Por ello, es vital que los responsables políticos y los planificadores militares comprendan los efectos, tanto inmediatos como a largo plazo, del cambio climático en la región.

Violencia entre comunidades

La competencia por la tierra en el Sahel es feroz, alimentada por el rápido crecimiento de la población, la disminución de las tierras cultivables y las tensiones étnicas. El resultado son conflictos intercomunales a una escala alarmante. En 2019, 440.000 personas se vieron desplazadas por los enfrentamientos y más de cinco mil murieron. Se trata de un aumento precipitado en un corto periodo de tiempo. En 2018, solo 88.000 personas fueron desplazadas. Los combates tienden a producirse por motivos étnicos, y las comunidades fulani de Malí, Burkina Faso y Níger son el blanco de las milicias de los grupos dogon y bambara. Por lo general, las fuerzas de seguridad no han puesto fin a esta persecución y, de hecho, a veces participan en ella. Este nivel de abuso estatal, combinado con la deficiente prestación de servicios y la falta de oportunidades económicas, ha llevado a muchos fulani a unirse a grupos terroristas. Esto, a su vez, ha fomentado la percepción de que los fulani en su conjunto están aliados con estos grupos, lo que permite a los gobiernos racionalizar el aumento de las medidas de seguridad discriminatorias, lo que crea un ciclo que se refuerza a sí mismo. Los únicos actores que se han beneficiado son los terroristas. En 2016, 770 personas murieron en atentados terroristas en el Sahel; en 2019, la cifra superó las cuatro mil. La violencia intercomunal en el Sahel también fortalece a las bandas criminales, en particular a los traficantes de armas.

Migración urbana

Muchos residentes rurales desplazados por la desertificación y el consiguiente conflicto se trasladan permanentemente -en contraposición a la migración temporal por oportunidades de trabajo- a las ciudades. Por ejemplo, una investigación realizada entre la población migrante de Uagadugú (Burkina Faso) demostró que sólo el 10% de una muestra representativa quería regresar a su pueblo. Esta dinámica se repite en todo el Sahel:el África subsahariana suele citarse como la región del mundo que se urbaniza más rápidamente. La falta de capital de los emigrantes, unida a unas leyes de propiedad restrictivas, obliga a la mayoría de ellos a vivir en grandes barriadas periurbanas;por ejemplo, el 93% de la población de Bamako, la capital de Malí, vive en asentamientos informales. Los gobiernos, ya desbordados, son incapaces de proporcionar siquiera servicios básicos o seguridad en estas zonas. Esto abre opciones para que los grupos terroristas se instalen y establezcan una gobernanza competitiva, lo que les proporciona una base de reclutamiento y una legitimidad adicional. Además, los habitantes de los barrios marginales -sobre todo los emigrantes de zonas rurales- suelen estar alejados de las estructuras tradicionales de autoridad y atrapados en la pobreza, lo que los hace especialmente vulnerables al reclutamiento.

Además, estas zonas urbanas suelen ser nodos de las redes comerciales mundiales. La incapacidad de un Estado para garantizar la seguridad hará que los grupos terroristas se aprovechen de ello con fines expedicionarios o de financiación. Esta dinámica ya puede observarse con al-Shabaab, cuya influencia en la infraestructura marítima de Somalia le permite controlar el comercio regional de carbón, y con Hezbolá, cuya presencia en ciudades de África Occidental facilita el tráfico de drogas hacia Europa. Y lo que es peor, estas ciudades constituyen un excelente terreno defensivo debido a su gran población, su escasa infraestructura interna y su densidad. Según la doctrina convencional, la contrainsurgencia requiere un soldado por cada cincuenta civiles. Por supuesto, pocas fuerzas de contrainsurgencia en la historia han conseguido alcanzar esa proporción. Sin embargo, con este punto de referencia en mente, consideremos Bamako, la capital de Mali, que tiene una población de 2.529.000 habitantes. En todo el país sólo hay 13.000 hombres disponibles para operaciones de combate, apenas el 10% de lo que se necesitaría sólo para la capital según la proporción de uno a veinte. Esto sugiere que una vez que los grupos terroristas se atrincheran completamente en una ciudad, eliminarlos supondría un serio desafío incluso para los ejércitos sahelianos más grandes y capaces.

Migración internacional

El reto de la migración y el terrorismo inducidos por el clima no se limita al Sahel. Para 2050, la Comisión Europea calcula que entre 2,8 y 3,5 millones de africanos abandonarán sus países de origen cada año. Entre el 20% y el 40% de los desplazados en el Sahel intentan trasladarse a Europa. Como las condiciones en el continente se deterioran aún más debido al cambio climático, es plausible que ese porcentaje aumente. En los próximos treinta años, Europa tendrá que hacer frente a millones de posibles inmigrantes. Si la estimación del 40% es correcta, en 2050 se producirá cada año el mismo número de intentos de entrada que en el punto álgido de la crisis migratoria de 2015.

Este movimiento potenciará a los terroristas. Esto no se debe a que los inmigrantes tengan más probabilidades de ser reclutados por grupos terroristas. Más bien se debe a que muchos migrantes pagan a traficantes de personas para que los trasladen, quienes a menudo tienen fuertes conexiones financieras con grupos terroristas. En el Sahel, Boko Haram, Al Shabaab y el Ejército de Resistencia del Señor son especialmente infractores. Además, los grupos terroristas utilizan los flujos migratorios para trasladar personal sin ser detectados, como se vio en el atentado del Bataclan de 2015. Además, el viaje hasta la costa mediterránea es tan peligroso o más que cruzar el mar. Cuando los fondos de los migrantes se agotan o son devueltos por los guardacostas europeos, se convierten de facto en abandonados en países extranjeros. Esto puede convertirlos en reclutas atractivos para las operaciones terroristas, y sus asentamientos informales en bases de operaciones potenciales.

Otro factor de preocupación es que este importante flujo de migrantes probablemente aumente la xenofobia en Europa. La crisis migratoria de 2014-15 desempeñó un papel fundamental en el auge del populismo en todo el continente. Una repetición o intensificación de esa tendencia supone una amenaza estratégica para los órganos de estabilidad europea como la UE, abre oportunidades que pueden explotar actores extranjeros hostiles como Rusia y aumenta los prejuicios contra las comunidades migrantes existentes (y a menudo musulmanas), lo que proporciona material propagandístico para los terroristas. No hay forma fácil de evitar este desafío. Una decisión institucional de virar a la derecha en política de inmigración, estrategia que ya se ha desplegado en los Países Bajos y otros países, proporcionaría material de reclutamiento terrorista y daría lugar a acusaciones de violación de los derechos humanos. Un enfoque integracionista, como el adoptado por Alemania en 2015, conduciría probablemente a otro auge del populismo, facilitado por las operaciones de influencia rusas.

El aumento de los flujos migratorios también plantea la posibilidad de que las naciones europeas se vean chantajeadas por los países norteafricanos que retienen a los inmigrantes. La Libia de Gaddaffi extorsionaba miles de millones como pago para devolver a los inmigrantes subsaharianos. En los últimos años, Turquía ha amenazado repetidamente con dejar entrar a millones de refugiados sirios en territorio europeo para influir en los pagos y la política. En la actualidad, estos esfuerzos no están coordinados y se aplican por interés nacional individual. Pero con el crecimiento de la influencia china y rusa en el norte de África, no es imposible que puedan convertir en armas este comportamiento de búsqueda de beneficios.

Por ejemplo, Rusia podría provocar tensiones con las naciones bálticas y, al mismo tiempo, inducir a las naciones norteafricanas a dejar pasar más inmigrantes hacia Europa, dividiendo la atención y los recursos europeos. China podría prometer redoblar el apoyo a la interceptación de migrantes si Bruselas firmara un protocolo adicional a la Iniciativa Belt and Road, o abstenerse de dar pleno apoyo a Washington en una disputa sobre el Mar de China Meridional. Se trata de hipótesis, y Europa tiene los recursos para invertir en contrarrestarlas. Sin embargo, impedir que los migrantes se conviertan en armas supondría otra carga para los presupuestos europeos de seguridad nacional, ya de por sí sobrecargados.

Está claro que la migración inducida por el cambio climático refuerza a los grupos terroristas en todo el Sahel. Las luchas entre comunidades étnicas proporcionan una fuente de reclutas para guerras de bajo nivel que agotan a los gobiernos nacionales. La migración a las ciudades alimenta la rápida urbanización, dando cobertura, acceso a la infraestructura y oportunidades de gobernanza competitiva a los terroristas, mientras que el aumento de la migración internacional crea desafíos políticos y geoestratégicos para Europa. Esta maraña de amenazas seguirá obligando a Occidente a intervenir, reduciendo su disponibilidad para otros objetivos estratégicos urgentes -como la competencia entre grandes potencias- y limitando las opciones europeas en la escena mundial. Por lo tanto, para mantener la seguridad y la autonomía estratégica de Occidente es fundamental encontrar formas eficaces y poco costosas de mitigar los múltiples problemas que plantea el terrorismo potenciado por el cambio climático.