Los 5 jefes de Estado del G5 Sahel (Burkina Faso, Malí, Mauritania, Níger, Chad) bailan el vals de reunión en reunión para reunir los 420 millones de euros necesarios para poner en marcha una fuerza armada conjunta que haga frente a los terroristas en África Occidental. Desde julio de 2017, las numerosas promesas tardan en materializarse, mientras que sobre el terreno la violencia de los grupos armados no cesa.
Ouestafnews
Creado en 2014 en Nuakchot, el G5 Sahel reúne a Burkina Faso, Mauritania, Mali, Níger y Chad. El 23 de febrero de 2018 se celebró en Bruselas la conferencia internacional de alto nivel sobre el Sahel. Esta enésima reunión se centró de nuevo en la financiación de la fuerza del G5 Sahel.
Aparte de la promesa de la Unión Europea de aumentar su contribución en 50 millones de euros, el G5 Sahel no tuvo nada más que hincar el diente.
Tras este nuevo anuncio, las cuentas suman ahora 200 millones de euros de Arabia Saudí y la Unión Europea, 50 millones de euros de los cinco países del G5 Sahel, 10 millones de euros prometidos por Francia y 60 millones de euros anunciados por Estados Unidos.
Más de la mitad del presupuesto previsto está disponible, al menos en promesas. En Bruselas se percibía cierto cansancio en las palabras del Presidente maliense, Ibrahim Boubacar Keita.
«No podemos entender que se gasten mil millones cada día en bombardeos, logística y otras actividades en una parte del mundo que a veces tiene una vocación similar, y que en nuestro propio espacio, estemos ahí luchando por poner en marcha lo que queremos poner en marcha», dijo Keîta, en su discurso. Anunciada en 2015, la fuerza armada conjunta se lanzó finalmente en julio de 2017, en una cumbre celebrada en Bamako.
Hoy, la observación más compartida es que el proyecto va con retraso. La puesta en marcha se fijó inicialmente para principios de 2018, antes de aplazarse a mediados de ese año debido a un presupuesto que tiene dificultades para completarse.
«A menudo transcurre un tiempo indiferente entre los anuncios y la puesta en marcha real. Si así fuera, sería una lástima y perjudicaría nuestra capacidad operativa», subrayó el Presidente maliense en Bruselas.
La fuerza conjunta debería contar finalmente con 5.000 hombres encargados de llevar la paz a un Sahel plagado de grupos armados. Y ello a pesar de la presencia de 12.000 soldados de mantenimiento de la paz, de la fuerza francesa de 4.000 efectivos y de los ejércitos nacionales.
Violencia incesante
El retraso en el cobro del presupuesto del G5 Sahel se produce en un momento de incesantes ataques de grupos armados. El 21 de febrero de 2018, dos soldados franceses de la fuerza Barkhane murieron en un ataque con artefactos explosivos improvisados. Según un recuento de la Agencia France-Presse (AFP), 20 soldados franceses han muerto en Malí desde 2014.
Una gota de agua en el océano comparado con el elevado peaje pagado por el ejército maliense, que ha perdido un centenar de hombres desde mediados de 2014, según la prensa maliense.
Por su parte, el secretario general de la ONU, Antonio Gutteres, ha contabilizado la muerte de 195 miembros de las fuerzas de paz sobre el terreno desde el inicio de su misión en Mali en abril de 2013.
En este difícil contexto tendrá que operar la fuerza del G5 Sahel, como «respaldo» de las fuerzas de la ONU y de Francia. Según la secretaría permanente del G5 Sahel, la fuerza conjunta se centrará en la llamada zona de las «tres fronteras» de Mali, Níger y Burkina Faso.
Mientras los jefes de Estado hacen causa común en torno a la fuerza conjunta, grupos armados sin duda aleccionados por la debacle sufrida durante la operación Serval (dirigida por Francia en enero de 2013) se han unido para crear el Groupe de soutien à l’Islam et aux musulmans (GSIM), que reivindicó el ataque contra la fuerza francesa Barkhane el 21 de febrero.
En un análisis consultado por Ouestafnews, el International Crisis Group (ICG) considera que la fuerza G5 Sahel deberá «encontrar su lugar en el atolladero de seguridad» que reina actualmente en el Sahel.
«No bastará con proporcionar armas y dinero para resolver las crisis sahelianas. Para alcanzar sus objetivos, la fuerza debe ganarse la confianza y el apoyo de la población y de las potencias regionales», afirma el think tank.
Dado que la suma necesaria para desplegar la fuerza tarda en recaudarse, los observadores también se preguntan por la sostenibilidad a largo plazo de la financiación. Los países que componen el G5 del Sahel tienen economías relativamente débiles, como demuestra su contribución (10 millones de euros) a la financiación de su propia fuerza.
Convencido de que la lucha contra el terrorismo va de la mano de la lucha contra la pobreza, el G5 Sahel menciona también en su constitución proyectos económicos como la creación de una línea ferroviaria transaheliana y la puesta en marcha de una línea aérea entre los países miembros. Estos proyectos parecen haber quedado relegados a un segundo plano, sobre todo porque el discurso de los jefes de Estado sólo gira en torno a la fuerza que tanto se esfuerzan por crear.
El Sahel, una región muy codiciada
Además de Francia y su fuerza Barkhane, a la que financia con un presupuesto anual de 600 millones de euros, el Sahel también alberga fuerzas estadounidenses y alemanas.
Rara vez mencionada por el gobierno nigerino, la presencia militar estadounidense en Níger, con su base de drones en Agadez (centro), ha empezado a suscitar interrogantes desde el ataque a una patrulla conjunta el 4 de octubre de 2017. El ataque dejó nueve muertos, cuatro soldados estadounidenses y cinco nigerinos.
Algunos miembros de la sociedad civil local, ya críticos con la creación de la base, que constituiría una violación de la Constitución en materia de cooperación en defensa, se sorprendieron al saber que soldados estadounidenses combatían en su suelo.
Con una superficie de 3 millones de km2, el Sahel ha adquirido una importancia estratégica, sobre todo para la Unión Europea, que quiere frenar la emigración ilegal hacia su suelo. Pero hay que decir que estos países desarrollan cada uno sus propias iniciativas en lugar de una acción coordinada.
Níger, principal zona de tránsito de migrantes, es el punto de desembarco de estas grandes potencias. En octubre de 2016, Alemania anunció la construcción de su base militar en Níger, país que ya alberga instalaciones francesas y estadounidenses.
A estos países les sigue ahora Italia. Roma ha encontrado una nueva prioridad en el Sahel, reflejada en la apertura de una embajada en Niamey el año pasado (una primicia en las relaciones entre ambos países) y se dispone a hacer lo mismo en Burkina Faso y Guinea.
Sin embargo, la decisión de Roma de desplegar un contingente de 400 soldados en Níger ha sido rechazada hasta ahora por Niamey. Según el Primer Ministro italiano, Paolo Gentiloni, el objetivo es «reforzar las medidas de seguridad en el territorio, en las fronteras y apoyar a la policía».
Italia, que acoge a la mayoría de los inmigrantes subsaharianos, tiene presencia militar en Libia con una base militar de 300 efectivos en Misrata (centro). También tiene una base naval en Trípoli.