La posición geográfica de Ucrania, históricamente considerada una vulnerabilidad, se perfila hoy como una ventaja estratégica sin precedentes. En medio de un reordenamiento geopolítico global y del auge de las rutas euroasiáticas de comercio, el país tiene la oportunidad de convertirse en un corredor clave entre China y Europa. Esta coyuntura ofrece a Ucrania no sólo beneficios económicos significativos, sino también la posibilidad de redefinir su papel en el tablero internacional

La historia de las naciones suele estar profundamente determinada por su geografía, y en el caso de Ucrania, esta afirmación adquiere una profundidad estratégica única. Situada entre los polos geoeconómicos más dinámicos del mundo —China, como mayor centro manufacturero global, y la Unión Europea, uno de los principales mercados de consumo del planeta—, Ucrania ocupa una posición bisagra que la convierte en un espacio clave para la articulación de un nuevo orden logístico, económico y político euroasiático, aun con la guerra con Rusia de por medio. Esta coyuntura histórica y geográfica abre una ventana de oportunidad para el desarrollo de un proyecto nacional soberano una vez se consiga la paz, que no sólo redefina el rol internacional de Ucrania, sino que tenga repercusiones significativas sobre las dinámicas geopolíticas de la región euroasiática en su conjunto.
Históricamente, Ucrania ha sido una tierra de paso y frontera. No sólo es parte integrante de Europa, sino que también forma parte del llamado Cinturón de la Estepa Euroasiática, una vasta franja geográfica que se extiende desde el norte del mar Negro y el Cáucaso hasta Asia Central, Mongolia y China. Esta región ha sido, durante milenios, un corredor de migraciones, comercio, guerras e intercambios culturales. Su función histórica ha sido la de eje articulador entre civilizaciones sedentarias y nómadas, entre imperios agrícolas consolidados y pueblos esteparios móviles. En este contexto, Ucrania destaca por haber sido la única cultura predominantemente agraria que coexistió dentro de un ecosistema socioeconómico nómada, sin llegar a desarrollar estructuras estatales plenamente soberanas tras el colapso de la Rus de Kiev en el siglo XIII. En lugar de consolidar un aparato político independiente, Ucrania fue progresivamente absorbida por estructuras imperiales exteriores, como el Gran Ducado de Lituania, el Reino de Polonia y, posteriormente, el Imperio ruso.
Esta exposición prolongada a fuerzas centrífugas —que la arrastraban hacia formaciones políticas del norte o del oeste— explica en parte su fragilidad histórica y su intermitente pérdida de soberanía. No obstante, también explica el potencial inexplorado de Ucrania como espacio de convergencia entre civilizaciones. Durante breves episodios históricos, como la alianza de Bohdán Jmelnitski con el kanato de Crimea o la emergencia de la Sich Zaporozhiana como protoestado entre el campesinado sedentario y las culturas esteparias, se evidenció la posibilidad de una Ucrania soberana y geoestratégicamente activa en el espacio eurasiático. La concepción metageográfica de Ucrania no la limita a una identidad exclusivamente europea, sino que la proyecta como bisagra entre Eurasia y Occidente, entre la tradición agrícola y el dinamismo del comercio transcontinental.
Esta visión fue desarrollada y formalizada en el siglo XX por intelectuales ucranianos como Stepán Rudnitsky, considerado el fundador de la geopolítica ucraniana, y Yurii Lypa, médico y teórico nacionalista. Ambos propusieron una redefinición estratégica del espacio nacional, basada en la idea de que el destino geopolítico de Ucrania debía construirse sobre la integración activa con el espacio estepario, mediante el establecimiento de un “flanco oriental” que abarcaría regiones como el Don, Kubán, el mar de Azov, el Cáucaso Norte y el bajo Volga. En esta lógica, el mar de Azov sería reconceptualizado como un mar interior ucraniano. Sin embargo, la condición sine qua non para la realización de esta doctrina era el colapso del poder ruso, lo cual debía ser facilitado por una confrontación bélica con participación de potencias occidentales, como Alemania o Estados Unidos. Esta condición estratégica de base convirtió a la doctrina en una propuesta con escasa viabilidad práctica, dependiente de factores exógenos e inciertos.
A comienzos del siglo XXI, el contexto geopolítico ha cambiado de manera sustancial. La disolución de la URSS, la emergencia de Kazajistán como actor soberano en Asia Central, el ascenso económico y geopolítico de China, el fortalecimiento de Turquía como potencia regional y la consolidación de estados como Georgia y Azerbaiyán en el Cáucaso Sur han modificado profundamente el equilibrio de poder en Eurasia. A este nuevo tablero se suma el megaproyecto chino de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), que promueve la creación de redes terrestres y marítimas para conectar China con Europa, África y Asia Occidental. Dentro de este proyecto, Ucrania tiene la posibilidad de posicionarse como nodo estratégico de un corredor Este-Oeste, que podríamos denominar el Corredor Ucraniano Euroasiático de la Estepa, o el “Paralelo Ucraniano”.
Este corredor se articularía en torno a la Ruta Internacional de Transporte Transcaspiana, que conecta China, Kazajistán, el mar Caspio, Azerbaiyán, Georgia y el mar Negro, evitando completamente el territorio ruso. El Puerto de Aktau, en la península de Mangyshlak (Kazajistán), se erige como un punto neurálgico de este corredor, al manejar hasta 20 millones de toneladas de carga anuales. Aktau está conectado por ferry con el puerto de Alat (Bakú, Azerbaiyán), y forma parte activa del trazado del “Nuevo Camino de la Seda”. A esto se suma el desarrollo de una red aeroportuaria de carga que incluye la posible construcción de tres nuevos aeropuertos en Kazajistán y un hub en Aktau. Ucrania, por su parte, podría crear un nodo logístico en Uzyn, conectándolo con Aktau y facilitando así un corredor aéreo entre China y Europa a través de su territorio.
El desarrollo de esta infraestructura tiene implicaciones geoeconómicas profundas. China moviliza más de 260 millones de toneladas de bienes anualmente hacia la Unión Europea, y los flujos de inversión en infraestructura relacionados con la BRI superan los 500.000 millones de dólares al año. Capturar aunque sea una fracción de este tráfico mediante una red ferroviaria, portuaria y aérea que atraviese Ucrania no sólo diversificaría las fuentes de ingreso del país, sino que aumentaría su peso estratégico en las negociaciones internacionales. La creación de un hub multimodal en Odesa, con dragado del delta del Danubio, establecimiento de una zona económica especial (porto-franco) y conexión ferroviaria de ancho europeo hasta la frontera occidental, permitiría una agilización del tránsito aduanero con la UE y consolidaría a Ucrania como la Puerta Oriental de Europa, en paralelo al papel histórico de Amberes como Puerta Occidental.
Esta competencia directa con Rumanía, cuyo puerto de Constanza también forma parte del Corredor Medio, se ve favorablemente inclinada hacia Ucrania debido a la ausencia de restricciones normativas provenientes de la UE, como las que impiden a los estados miembros colaborar libremente en proyectos de infraestructura con China tras el caso de Montenegro. Además, los puertos del Óblast de Odesa poseen capacidades y ubicación privilegiadas, mientras que los puertos del Danubio ofrecen una vía alternativa para evitar congestionamientos y reducir costes logísticos.
Cabe señalar que esta oportunidad no es enteramente nueva. Durante las décadas de 1990 y 2000, Ucrania promovió el bloque regional GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán, Moldavia), concebido como una plataforma de cooperación fuera del influjo ruso. Aunque GUAM fracasó debido al populismo político y a la falta de voluntad estratégica, su espíritu puede ser recuperado y reformulado en un nuevo marco más maduro: el Corredor Ucraniano Euroasiático de la Estepa. Esta iniciativa ofrecería a Ucrania una vía pragmática para insertarse en las redes de comercio internacional, con países socios que han demostrado apoyo político consistente a su integridad territorial.
En un plano más amplio, este corredor se articula también con el eje Norte-Sur, que podríamos denominar el Meridiano Ucraniano, vinculado al Arco Báltico–Mar Negro: desde los países bálticos, pasando por Polonia, Ucrania y Turquía, hasta Oriente Medio e India. Este doble eje, que se entrecruza en el territorio ucraniano, refuerza la idea de Ucrania como punto de convergencia geoestratégico, capaz de mediar entre grandes civilizaciones y centros de poder económicos. En términos metageográficos, esta articulación proporciona una garantía estructural de largo plazo para la soberanía ucraniana, al anclarla a dinámicas regionales más amplias y diversificadas.
En suma, Ucrania se encuentra en un punto de inflexión histórico. Los esfuerzos por dar fin a la guerra actual con Rusia pueden dar frutos en un futuro próximo si se dan las condiciones políticas y la voluntad para ello. A partir de aquí, su capacidad para articular un proyecto de infraestructura integrador y ambicioso, basado en su geografía y en las nuevas alianzas regionales emergentes, podría permitirle consolidarse, tras su reconstrucción y desarrollo, como un actor clave en el comercio euroasiático del siglo XXI. Esto redefiniría no sólo su economía, sino su identidad geopolítica en el sistema internacional, contribuyendo a estabilizar la región y a reequilibrar las rutas de poder global en un mundo cada vez más multipolar.