La situación en el Sahel continúa deteriorándose. Europa, con Francia a la cabeza, no ha sido capaz de gestionar una situación que comenzó su deriva más perniciosa hace casi doce años. Y durante ese periodo, Rusia ha aprovechado para ocupar un espacio que poco a poco va quedando vacío con una actividad constante e incesante a la que no se le ha prestado la suficiente atención hasta el inicio del conflicto de Ucrania.
LUCAS MARTÍN
Atalayar
Para entender el papel que ha jugado el Grupo Wagner en beneficio de los intereses de la política exterior rusa, no se puede obviar la continuidad entre los objetivos históricos y contemporáneos de Rusia, así como el creciente interés de Moscú por fomentar escenarios de lo que se ha denominado “guerra hibrida”, término, no obstante, no exento de debate y que merecería un trabajo “ad hoc”.
El punto de partida para analizar la estrategia rusa es la conocida como “Doctrina Primakov”, que debe su nombre al ex primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores Yevgeny Primakov. Aunque éste se especializó en el mundo árabe para el KGB durante la Guerra Fría y en el SVR y el Ministerio de Asuntos Exteriores con posterioridad, sus políticas son de aplicación del África subsahariana.
Esta doctrina, desarrollada a finales de la década de 1990, hace hincapié en la multipolaridad, la proyección de poder y el uso de las rivalidades internas y luchas de poder como medios para alcanzar sus objetivos. Ya en el año 2007, en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich, Putin destacó la importancia de esta doctrina cuando señaló que Rusia debería reafirmarse en el escenario internacional y desafiar el orden mundial existente volviendo a implicarse en zonas que Moscú había abandonado en la década de 1990.
Este “retorno” al continente africano tiene sin duda un componente económico de peso, aunque ese no es el único motivo. Rusia necesita acceder a los importantes recursos naturales de África, y para ello se centra en países con gobiernos débiles, pero ricos en materiales valiosos como el petróleo, el manganeso, el uranio y el oro. El modo de actuar de Rusia es muy particular. En lugar de recibir una contraprestación fija acordada previamente por la ayuda que presta a esos gobiernos, Moscú busca el pago en forma de acceso ilimitado a recursos naturales, la firma de contratos comerciales o el uso de instalaciones, generalmente con posibilidades de doble uso, como bases aéreas o puertos. De este modo, se garantiza el acceso a esos recursos, al mismo tiempo que obtiene un beneficio geopolítico al ocupar puntos estratégicamente muy significativos.
Tanto los beneficios económicos obtenidos como el aumento de la presencia en lugares clave contribuyen a la consecución de objetivos estratégicos más amplios y permiten a su vez usarlos de trampolín para expandirse aún más por la región.
Cuando tratamos el enfoque ruso hacia el continente africano solemos tender a centrarnos en aquellos países en los que Moscú ha ganado amplia influencia, como la República Centroafricana (RCA), Mali, Níger y Libia. Sin embargo, si bien se trata de casos importantes y con grandes implicaciones en el campo de la geopolítica, no pueden explicar por sí solos el «regreso de Rusia a África». La actual política exterior rusa se basa en el concepto de la “multipolaridad» que engloba la idea de contribuir a que otras regiones se conviertan en polos de poder autónomos, inherentemente antagónicos; todo ello con la última finalidad de evitar la hegemonía de una sola superpotencia, aunque el concepto en sí mismo lleva a que sea una potencia mayor, en este caso Rusia, la que ejerza su influencia sobre esos otros focos de poder autónomos e intrínsecamente antagónicos con Occidente.
Del mismo modo en que se hizo durante el periodo de la Guerra Fría, el Kremlin define su política exterior en términos globales y ve al continente africano, tanto por sus características demográficas como por su enorme proyección económica, como revulsivo para su propio crecimiento. Pero su visión no está exenta de un punto de vista que se puede considerar paternalista. El gran potencial de las naciones africanas les proporciona lo necesario para ganar peso en política exterior, el cual puede ser incrementado con el apoyo de Rusia en asuntos de interés global. De este modo, el compromiso de Rusia con las potencias intermedias africanas adquiere mayor relevancia en el actual contexto mundial. En primer lugar, Rusia utiliza sus contactos con los conocidos como “Big Five”, Egipto, Argelia, Nigeria, Etiopía y Sudáfrica, con una finalidad claramente propagandística para negar que Moscú esté aislado y ahondar en su afirmación de que el nuevo orden mundial “multipolar” que preconiza es una emergente realidad. En segundo lugar, ante el aislamiento diplomático, las sanciones internacionales y la pérdida de mercados europeos, Rusia necesita buscar nuevos socios y afianzar los que ya tiene para reemplazar los mercados perdidos y, lo que es más importante, especialmente para su industria bélica, para facilitar la evasión de las sanciones.
Cuando se trata de analizar el papel del grupo Wagner en África, normalmente se distorsiona la percepción de los puntos fuertes y débiles de Rusia en el continente. Wagner no ha sido ni es un actor aislado o independiente. En África sus actuaciones siempre han contado con el respaldo y dirección de los servicios diplomáticos, militares y de inteligencia rusos para poder operar, y las actividades del grupo han dado a Moscú un nuevo alcance en África. Todo ello teniendo en cuenta que la compañía fundada por el difunto Prigozhin nunca ha constituido la base de la implicación de Rusia en la zona, pues ésta siempre ha incluido y con mucho mayor peso, la presencia oficial y «tradicional” de intereses comerciales, diplomáticos y militares. En otras palabras, el Grupo Wagner es importante, pero sólo un aspecto, o mejor dicho, es una herramienta al servicio de Moscú y de la presencia rusa en África
La ausencia de Rusia de África desde 1991 hasta la década de 2000 se debió a la falta de compromiso político, económico y militar entre Rusia y los países africanos. Esta retirada se debió a factores internos y externos que provocaron un importante deterioro de las relaciones económicas, políticas y diplomáticas. Entre los factores que contribuyeron a este declive se encuentran la pérdida de estímulo ideológico, la inestabilidad económica y la confusión política (Filatova & Makarychev, 2012). Los problemas internos causados por el periodo inmediato al fin de la URSS y la Guerra Fría, y la inestabilidad política impidieron la interacción con los países africanos, lo que afectó al mantenimiento de las relaciones forjadas establecidas durante la era soviética. Esta situación privó a los países africanos de un socio fiable (Carmody, 2017). Además significó una importante pérdida económica, sobre todo debido a la reducción del comercio ruso, calculada en un ochenta por ciento entre 1990 y 2000. Paralelamente, un gigante entonces emergente como China no dejó pasar la oportunidad y su comercio aumentó un setecientos por ciento (Demidov, 2010). También tuvo como consecuencia el incremento de la diversidad y la competencia entre las potencias mundiales, con China y otros países llenando el vacío (Doroshenko, 2019).
A partir del año 2000, la política exterior rusa bajo el mandato de Putin experimentó una gran transformación, tratando de reforzar a todos los niveles las relaciones internacionales y los intereses soberanos de Rusia. Conocido como el “Despertar del rugido del oso”, este periodo atrajo la atención mundial e influyó en la toma de decisiones en el mundo. Bajo el mandato de Putin, Rusia ha tratado por todos los medios de recuperar su posición internacional promoviendo un mundo multipolar sin una única superpotencia.
El retorno geopolítico de Rusia a África al que estamos asistiendo durante la última década, acentuado especialmente desde 2021, tiene como objetivo desafiar la hegemonía occidental y aumentar su influencia en África, impulsado por razones de diversa índole. Las tensiones de Rusia con Estados Unidos y sus aliados y el conflicto de Ucrania han reforzado su relación Rusia-África, y es patente que el continente africano ha despertado un especial interés para la política exterior rusa.
Creado en 2014 como organización privada, el Grupo Wagner ha llevado a cabo numerosas actividades militares a escala internacional, cobrando especial relevancia su participación en la guerra de Ucrania. Este grupo, a pesar de lo que se cree, es menos parecido a un contratista militar privado tradicional y más una herramienta del arsenal militar del presidente ruso Vladimir Putin. A través de su despliegue en la República Centroafricana, Mali y ahora Níger, Wagner se ha hecho con un importante punto de apoyo en el África subsahariana y ha sido una herramienta clave para el fomento de la política exterior rusa, política que en África, además de facilitar a Rusia el acceso a recursos naturales críticos, previene a Europa del acceso a estos, ocupa el espacio dejado por la ineficaz política de la UE y se hace con el control de una zona donde se controla el principal flujo de todos los tráficos ilícitos que se dirigen hacia el viejo continente, con todo lo que ello significa.
La presencia creciente de Rusia en el Sahel y el África subsahariana ha impulsado sus objetivos de política exterior rusa en la región, permitiendo a Moscú avanzar en tres objetivos clave: lograr el reconocimiento de Rusia como una gran potencia mediante un reposicionamiento geopolítico global, socavar los intereses occidentales mediante la construcción de una esfera de influencia rusa, y potenciar el poder blando ruso.
Aunque Rusia no es el único actor externo en África, la actual orientación política adoptada por el Kremlin hacia el África subsahariana tiene una clara interpretación en la dirección de intentar fragmentar y desestabilizar la presencia occidental en el continente, no sin la ayuda inestimable de las nefastas políticas de la antigua potencia colonial regional y de la errática o tibia acción de la UE.
Desde principios de la década de 2020, Rusia no ha dejado de ampliar su influencia en África. Esta evolución supone un cambio con respecto al enfoque histórico tradicional de Moscú hacia el continente que se había centrado en la cooperación económica y la asistencia técnica. La nueva implicación de Rusia en África se caracteriza por un particular interés centrado en las zonas de conflicto y las crisis gubernamentales que se vienen produciendo desde la década de 2010, especialmente en la región del Sahel, donde además el sentimiento contrario a todo lo relacionado con Francia en particular y Europa en general es creciente. Y este dato debería generar reflexiones en el seno de la Unión. Un elemento característico y clave de este cambio es la creciente relevancia asumida por el Grupo Wagner, organización paramilitar que plantea un reto cada vez mayor para la construcción del Estado y la gobernanza democrática en los países en los que opera. El debate sobre si este grupo encaja en el concepto tradicional de empresa militar privada (PMC) o si es un actor estatal ha estado sobre la mesa de no pocos analistas; sin embargo, la percepción mayoritaria es que Wagner no encaja en los parámetros de una PMC al uso. Las empresas militares privadas suelen considerarse entidades no estatales que prestan servicios militares y de seguridad a personalidades jurídicas, particulares y a algunos Estados. Estas empresas también pueden actuar en interés del Estado o en apoyo de sus activos y operar fuera de su país de origen para colaborar en la consecución de objetivos militares y políticos de ese Estado sin su participación directa.
A pesar de que Wagner se presenta como una organización privada, no sólo representa uno de los métodos más desarrollados para ejercer la influencia rusa en el continente, sino que también está estrechamente vinculada al Estado ruso a nivel estratégico.
Documentos internos filtrados de 2019 revelaron el plan de Wagner para ejercer influencia en África, y uno de los objetivos del grupo era «sacar con mano dura» a las potencias occidentales de la región y desbaratar los movimientos políticos prooccidentales, algo que a tenor de lo que está sucediendo están logrando con un más que aceptable nivel de éxito.
La estrategia del grupo consiste en ofrecer un paquete de servicios que atraen a los líderes autocráticos, implicando el empleo de tropas a sueldo que ayudan a garantizar el control territorial, a luchar contra los grupos yihadistas que operan en la región de forma expeditiva, y todo con el apoyo de estrategas políticos que pueden manipular y moldear el debate público a través de las redes sociales y la desinformación. La contraprestación no consiste solo en beneficios comerciales para Wagner, sino en el acceso a los recursos naturales, en particular los relacionados con la minería.
Está claro que el grupo no es una PMC tradicional, sino una herramienta del arsenal militar no convencional o “híbrido” del presidente Putin.
Las actividades de Wagner en África ejemplifican la continuidad entre los objetivos históricos rusos que imaginó Primakov y los objetivos actuales de la política exterior rusa para los que Gerasimov proporcionó una estrategia operativa, y esta combinación permite a Rusia perseguir eficazmente sus renovados intereses en el Sahel y el África subsahariana.
La piedra angular para conseguir sus objetivos es el establecimiento de un patrón de actuación política, militar y económica en los países en los que opera. El grupo se centra en países con gobiernos débiles y democracias frágiles, y responde a las peticiones de sus respectivos gobiernos de seguridad, especialmente cuando esos gobiernos creen que los Estados occidentales no han proporcionado el apoyo adecuado. La fórmula, ha de reconocerse es casi perfecta, y por parte de Europa no se les ha puesto impedimento alguno ofreciendo alternativas atractivas. La organización interviene para ayudar a los líderes militares locales respaldados por Rusia contra los grupos rebeldes que buscan un cambio de régimen. Como contraprestación por sus servicios, el Grupo Wagner puede extraer recursos para su beneficio económico y obtener acceso a materias primas y recursos de gran valor, los cuales obviamente salen camino de Rusia. Y esto se hace a costa de bloquear el acceso por parte de Europa a esos recursos, por lo que para Moscú es un doble beneficio.
Este modelo socava la gobernanza democrática y las élites políticas locales, y es una herramienta política y militar asimétrica perfectamente útil a los intereses de Rusia, y mucho más en el contexto actual. El grupo ha ofrecido a Rusia un rápido punto de entrada en África subsahariana para establecer una presencia que habría tardado años en construirse a través de medios convencionales como el comercio, la inversión y la ayuda a lazos culturales y educativos. Y esa presencia le proporciona la posibilidad de abrir un frente en el flanco sur de la UE que, llegado el caso, puede debilitar enormemente la capacidad de apoyo a Ucrania en la guerra desatada por Rusia en febrero de 2022. Tal vez sea dura esta afirmación, pero cuesta entender tanta ceguera a la hora de interpretar el tablero internacional y el modo en que los principales actores están posicionando sus fichas. Hemos llegado a un punto en que cada día cuenta, y pasos como el dado hace escasas veinticuatro horas, con la retirada de nuestro país de la misión de la UE en Mali, no van precisamente en la buena dirección. Nuestra “puerta trasera” se ha convertido, lo queramos admitir o no en la entrada principal.