El transporte marítimo mundial atraviesa un momento crítico, marcado por una combinación de avances técnicos y crecientes amenazas geopolíticas. A pesar de la notable reducción en la siniestralidad de buques durante la última década, el sector enfrenta nuevos riesgos que comprometen su estabilidad. Desde conflictos regionales hasta transformaciones económicas y tecnológicas, el entorno actual exige una profunda reflexión sobre el presente y el futuro de esta infraestructura vital para el comercio global

En un momento histórico en el que el comercio global enfrenta tensiones sin precedentes, la seguridad del transporte marítimo se erige como un elemento crucial para la estabilidad económica mundial. Aunque los datos recientes reflejan avances significativos en términos de reducción de siniestralidad —con una disminución notable del número de barcos perdidos anualmente, que ha pasado de alrededor de 100 unidades hace una década a tan solo 27 en 2024 según el informe de Allianz Commercial—, estos logros podrían verse comprometidos por una creciente tormenta geopolítica, riesgos estructurales internos del sector, y transformaciones económicas y tecnológicas que alteran profundamente su operativa.
El transporte marítimo constituye el pilar fundamental del comercio internacional, movilizando más del 90 % de las mercancías que se intercambian globalmente. A pesar de los avances tecnológicos y operativos, el sector no ha estado exento de dificultades: en 2023 se contabilizaron 3.310 incidentes marítimos, un aumento del 10 % respecto al año anterior. Las causas principales de estos eventos incluyen fallos mecánicos, colisiones, incendios y explosiones, los cuales representan desafíos constantes tanto para la seguridad de las tripulaciones como para la protección de la carga y del medio ambiente. Cabe destacar que los buques pesqueros siguen siendo los más vulnerables, representando cerca del 40 % de las pérdidas totales, lo cual sugiere una necesidad urgente de mejorar las condiciones operativas y de seguridad en ese segmento específico del transporte marítimo.
El análisis geográfico de los incidentes pone de relieve áreas de alta concentración de riesgos. Las Islas Británicas lideran la estadística con 799 incidentes registrados, seguidas por el Mediterráneo oriental y el mar Negro con 694. Estas zonas presentan características estructurales —tráfico intenso, proximidad a zonas geopolíticamente inestables, y condiciones climáticas cambiantes— que las convierten en puntos críticos para la seguridad marítima. Las averías mecánicas, responsables de más de la mitad de los incidentes globales en 2024, ponen en evidencia tanto la necesidad de inversión en mantenimiento como la presión ejercida sobre una flota global envejecida y, en muchos casos, sometida a cargas operativas extremas.
Sin embargo, más allá de los accidentes y siniestros habituales, el mayor factor de disrupción actual proviene del ámbito geopolítico. En los últimos años, el transporte marítimo ha sido instrumentalizado como herramienta de presión o confrontación en diversos escenarios internacionales. Ejemplos recientes incluyen las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, el uso estratégico del mar Rojo por parte de los rebeldes hutíes de Yemen para atacar barcos mercantes, y la expansión de la llamada “flota fantasma”, compuesta por buques que operan al margen de las regulaciones internacionales para transportar petróleo ruso, eludiendo sanciones. Este último fenómeno ha crecido de manera alarmante: se estima que alrededor del 17 % de los petroleros en circulación forman parte de estas redes paralelas, aumentando el riesgo de accidentes y afectando la transparencia y seguridad del sistema marítimo global.
Estas dinámicas también han tenido un profundo impacto humano. El número de marinos abandonados por sus empleadores alcanzó un récord en 2023, con 3.133 personas afectadas, lo que representa un incremento del 87 % respecto al año anterior. Este fenómeno está estrechamente ligado a la precarización del trabajo marítimo, la proliferación de navieras de bandera de conveniencia, y la falta de mecanismos internacionales eficaces para garantizar los derechos laborales en alta mar. En paralelo, se ha registrado un aumento del 136 % en el número de buques abandonados, alcanzando los 312 casos, lo que refleja una tendencia preocupante en términos de responsabilidad empresarial y cumplimiento de normas internacionales.
En este contexto de vulnerabilidad creciente, otros riesgos estructurales relacionados con el buque y su carga también se agravan. La inflación ha impactado notablemente los costes de reparación, mantenimiento y resolución de siniestros, aumentando la carga financiera para armadores y aseguradoras. Además, la persistencia de prácticas irregulares como la declaración incorrecta de carga representa una amenaza considerable, especialmente en grandes buques, donde los incendios pueden propagarse rápidamente y generar catástrofes. Por otro lado, se ha observado un preocupante aumento del robo de cargamentos, particularmente en América del Norte, donde este delito creció un 27 %, vinculado a la crisis económica y a la sofisticación creciente de las redes criminales especializadas.
Adicionalmente, la transición energética introduce una dimensión emergente de riesgo que aún no ha sido plenamente internalizada por todos los actores del sector. El aumento de las inversiones globales en infraestructuras de energía renovable —que en 2024 superarán por primera vez los 3 billones de dólares— ha llevado a un crecimiento significativo del transporte de cargas sobredimensionadas y de alto valor, como maquinaria industrial y componentes de aerogeneradores. Este tipo de transporte, conocido como “flete de proyecto”, requiere logística especializada y una planificación extremadamente rigurosa. Los riesgos de daño, retrasos o pérdidas en este tipo de operaciones tienen implicaciones económicas graves, no solo para los transportistas, sino también para los proyectos estratégicos a los que están destinados.
Mirando hacia el futuro, el transporte marítimo se enfrenta a un entorno operacional crecientemente complejo, en el que confluyen transformaciones tecnológicas, desafíos geopolíticos y presiones estructurales internas. La digitalización del sector, la implementación de tecnologías de navegación autónoma, la vigilancia cibernética y el uso de inteligencia artificial para la gestión de rutas y mantenimiento son avances prometedores, pero también generan nuevas vulnerabilidades, como los ciberataques y la manipulación de sistemas de geolocalización (GPS), que ya han sido reportados en numerosas ocasiones.
En este escenario, será crucial que la comunidad internacional fortalezca los marcos regulatorios multilaterales, impulse una cooperación más estrecha entre estados costeros y países de bandera, y establezca mecanismos eficaces de monitoreo y control sobre las rutas marítimas más sensibles. La adopción de prácticas sostenibles y de seguridad avanzada, la protección efectiva de los derechos laborales de los marinos, y el desarrollo de infraestructuras resilientes serán elementos clave para que el sector pueda adaptarse a los desafíos venideros.
La navegación hacia el futuro de esta industria será incierta y llena de riesgos, pero también representa una oportunidad para reinventar un sistema logístico marítimo más justo, seguro y eficiente. El transporte marítimo, como columna vertebral del comercio mundial, no puede permitirse fallar, y su capacidad de adaptación será determinante para la estabilidad económica y geopolítica del siglo XXI.