La conformación de la Alianza de Estados Sahelianos (AES) marca un hito en la lucha contemporánea por la soberanía africana y la integración regional autónoma. Analizamos las raíces, desafíos y proyecciones de esta alianza a la luz de experiencias anteriores como el fallido Acuerdo Tripartito del Cuerno de África.

El proceso de integración regional en África ha estado históricamente marcado por intentos frustrados, avances parciales y una constante interferencia externa que ha socavado muchas de sus iniciativas más prometedoras. El caso del Cuerno de África, que en 2018 generó una ola de esperanza con la firma del Acuerdo Tripartito entre Somalia, Eritrea y Etiopía, sirve como una advertencia para el reciente proceso político en el Sahel. En este sentido, la conformación de la Alianza de Estados Sahelianos (AES), compuesta por Burkina Faso, Malí y Níger, representa un acontecimiento de gran trascendencia política, geoestratégica y simbólica para el continente africano y el Sur Global.

El AES no es simplemente una unión coyuntural motivada por intereses inmediatos, sino la expresión de un profundo deseo de emancipación africana frente a estructuras de dominación heredadas del colonialismo y mantenidas a través del neocolonialismo contemporáneo. Su establecimiento formal el 6 de julio de 2024, en Niamey, representa un momento fundacional en el cual tres Estados históricamente subordinados a dinámicas externas decidieron romper con la tutela occidental, particularmente la francesa, y buscar caminos propios hacia la soberanía. Este gesto, sin embargo, ha provocado la inmediata hostilidad de actores internacionales que perciben esta emancipación como una amenaza directa a sus intereses geopolíticos, económicos y militares en la región.
La comparación con el fallido Acuerdo Tripartito del Cuerno de África resulta instructiva. En aquel caso, la falta de mecanismos institucionales sólidos, la fragilidad de las élites nacionales, y la ausencia de un respaldo popular unificado frente a la manipulación mediática y la intervención extranjera llevaron rápidamente al colapso de una iniciativa que, en principio, prometía estabilidad, integración económica y seguridad compartida. Asimismo, la experiencia de la Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo (IGAD) y su incapacidad de actuar como un verdadero escudo de autonomía regional subraya el riesgo que implica depender de organismos que pueden ser instrumentalizados por intereses externos.
La AES enfrenta desafíos similares, pero también cuenta con lecciones aprendidas. A diferencia del caso del Cuerno, la Alianza Saheliana parece más anclada en una movilización popular auténtica, como quedó evidenciado el 30 de abril de 2025, cuando miles de personas en África y la diáspora se manifestaron en apoyo del liderazgo panafricano de Ibrahim Traoré. Este tipo de respaldo transcontinental es un activo estratégico que puede fortalecer la legitimidad y resistencia del proyecto frente a presiones externas. No obstante, el riesgo persiste: tanto AFRICOM como Francia han intensificado su retórica y acciones de desestabilización, incluyendo campañas de desinformación, presiones diplomáticas, y el fomento de divisiones internas a través de actores africanos aliados con la hegemonía occidental, como se ha visto con algunos líderes de la CEDEAO.
Desde una perspectiva prospectiva, el futuro de la AES dependerá de su capacidad para consolidar una infraestructura institucional robusta, articular una narrativa panafricanista común, y diseñar políticas que respondan a las demandas de justicia social, desarrollo endógeno, y soberanía tecnológica y educativa. Una AES fortalecida podría convertirse en un polo de atracción para otros Estados africanos desencantados con los límites del regionalismo tradicional —capturado por intereses externos— y abiertos a nuevas formas de cooperación multilateral basadas en la horizontalidad, la reciprocidad y la autodeterminación.
En este escenario, la evolución de la AES podría adoptar dos caminos fundamentales. Por un lado, un escenario optimista en el cual la alianza se amplía, consolida instituciones comunes —incluyendo un parlamento regional, un banco central y un cuerpo militar conjunto— y fortalece sus vínculos con otros bloques del Sur Global como el BRICS, la CELAC o la ASEAN. En este contexto, la AES actuaría como una punta de lanza para una transformación estructural de la Unión Africana, forzándola a reconfigurar sus prioridades en función de una soberanía efectiva y no solo declarativa. Por otro lado, un escenario adverso implicaría la intensificación de las presiones internacionales, el sabotaje interno a través de élites corruptas, y la incapacidad de resistir las ofensivas mediáticas y económicas, lo que podría derivar en el colapso del proyecto o su cooptación.
Para evitar esta segunda posibilidad, es crucial institucionalizar la defensa del proceso. Esto implica construir marcos jurídicos regionales que blinden a la AES frente a injerencias externas, desarrollar capacidades de comunicación estratégica para contrarrestar la desinformación y formar cuadros políticos y técnicos con una profunda conciencia panafricanista. Además, la inversión en infraestructura de conectividad, energía, agroindustria y educación será determinante para romper la dependencia tecnológica y económica.
En suma, la AES representa uno de los esfuerzos más audaces del siglo XXI por redefinir el lugar de África en el mundo. No es un fenómeno aislado ni meramente reactivo; forma parte de una corriente histórica de pensamiento y acción emancipadora que ha recorrido el continente desde los tiempos de Nkrumah, Fanon y Cabral. Su éxito, sin embargo, no está garantizado. Requiere visión estratégica, voluntad política sostenida, y una sólida articulación entre el liderazgo estatal y las bases sociales organizadas. Solo así podrá transformar la resistencia en liberación duradera y convertirse en un modelo replicable para otras regiones del continente.