El conflicto entre Pakistán e India ha entrado en una nueva fase crítica, donde el control del agua emerge como un factor geoestratégico central. Más allá de disputas territoriales, está en juego la seguridad alimentaria, económica y humana de millones. La instrumentalización del recurso hídrico amenaza con desestabilizar toda Asia del Sur

El recrudecimiento reciente de las tensiones entre Pakistán e India ha captado, una vez más, la atención de la comunidad internacional. No se trata simplemente de una disputa fronteriza entre dos países vecinos, sino de un conflicto entre dos potencias nucleares que, juntas, albergan más del 20,8 % de la población mundial. La gravedad de este tipo de confrontaciones no puede subestimarse, especialmente en un mundo interconectado en el que la estabilidad regional afecta directamente la seguridad y el equilibrio global. El hecho de que ambos países cuenten con avanzadas capacidades militares, tanto convencionales como no convencionales, incrementa el riesgo de una escalada que podría tener consecuencias catastróficas no solo a nivel regional, sino también para la arquitectura de seguridad global.
Es importante reconocer que un conflicto de esta naturaleza no surge de la nada. Detrás de cada enfrentamiento militar se esconde una cadena de fracasos diplomáticos, una erosión paulatina del diálogo significativo y la incapacidad de los actores regionales e internacionales para ejercer una mediación eficaz. A esto se suma el auge del nacionalismo extremo y las narrativas hostiles que impiden la construcción de confianza entre ambas partes. En el caso del sur de Asia, estas dinámicas se ven amplificadas por décadas de disputas no resueltas, particularmente en torno a Cachemira y, más recientemente, al acceso y control de los recursos hídricos compartidos.
Tanto Pakistán como India forman parte de organizaciones regionales como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y la Asociación Sudasiática para la Cooperación Regional (SAARC), cuyo objetivo es fomentar la integración, el diálogo y la estabilidad en la región. No obstante, la politización de estos foros y la incapacidad para separar los intereses bilaterales del bien común regional han obstaculizado su funcionamiento eficaz. La SAARC, por ejemplo, prácticamente ha estado paralizada durante los últimos años debido a la persistente hostilidad entre sus dos principales miembros. La OCS, por su parte, ha adoptado un enfoque más centrado en la cooperación con China y Rusia, sin poder ejercer una presión sustancial en el plano bilateral entre India y Pakistán. Tampoco los organismos internacionales como la ONU o la Commonwealth han logrado mediar con efectividad, limitándose a exhortaciones al diálogo sin mecanismos de presión o incentivos concretos para resolver disputas estructurales, como la del agua.
Desde una perspectiva realista de las relaciones internacionales, los Estados tienden a priorizar su supervivencia, poder e intereses nacionales por encima de cualquier imperativo moral o ideológico. Este patrón se acentúa en contextos de conflicto de alta intensidad, donde las percepciones de amenaza existencial superan cualquier consideración ética. Sin embargo, esta lógica, aunque comprensible, debe ser equilibrada con herramientas de diplomacia inteligente, especialmente para un Estado como Pakistán, que enfrenta a un adversario con mayor capacidad económica, demográfica y militar. En este contexto, Pakistán debe articular una estrategia que combine el poder duro con la diplomacia multilateral, las alianzas estratégicas y la movilización de la opinión pública internacional para proteger sus intereses fundamentales.
Uno de los elementos más críticos en esta coyuntura es la creciente disputa en torno al Tratado de Aguas del Indo (IWT, por sus siglas en inglés), firmado en 1960 bajo la mediación del Banco Mundial. Este tratado ha sido uno de los acuerdos de cooperación transfronteriza sobre recursos hídricos más duraderos del mundo, permitiendo la asignación y uso compartido de los ríos del sistema del Indo entre India (ríos del este: Sutlej, Beas, Ravi) y Pakistán (ríos del oeste: Indus, Jhelum, Chenab). Sin embargo, el uso estratégico del agua como herramienta de presión política ha comenzado a tomar protagonismo en la retórica india, marcando un preocupante cambio de paradigma.
Por primera vez, líderes indios han sugerido públicamente la posibilidad de restringir el flujo de agua hacia Pakistán, lo cual representa no solo una violación del tratado, sino una amenaza directa a la seguridad hídrica, alimentaria y económica del país. Cabe recordar que India, aunque es un país ribereño superior en algunos tramos, no lo es en todos. El Brahmaputra, por ejemplo, se origina en el Tíbet, bajo control chino, lo que significa que India también depende de la cooperación con China para mantener el equilibrio hídrico en la región noreste. Este dato cobra relevancia estratégica si se considera que China, tradicionalmente aliada de Pakistán, podría desempeñar un papel clave para moderar cualquier intento indio de instrumentalizar el agua como arma geopolítica.
Para Pakistán, un país cuyo modelo económico se basa en gran medida en la agricultura, la amenaza de un corte en el suministro de agua es existencial. Cultivos como el arroz, el algodón y la caña de azúcar, predominantes durante la temporada de Kharif, dependen de un flujo constante de agua. El arroz, en particular, consume enormes cantidades de agua, y su producción —más de 6 millones de toneladas exportadas en el año fiscal 2024— representa una fuente crucial de ingresos y estabilidad laboral. El algodón, motor de la industria textil, constituye otro pilar fundamental de la economía nacional, como lo reflejan las cifras de exportación: más de Rs108 mil millones en prendas de punto y Rs99 mil millones en prendas confeccionadas durante diciembre de 2024, según la Oficina de Estadísticas de Pakistán. La caña de azúcar, por su parte, no solo sostiene la industria alimentaria, sino también empleos en regiones clave como Sindh y Punjab. Un descenso en el suministro hídrico tendría un efecto dominó sobre el empleo, la inflación, la seguridad alimentaria y la estabilidad social.
Mirando hacia el futuro, la cuestión del agua entre India y Pakistán debe entenderse como un indicador de cómo evolucionará el conflicto regional. En un mundo donde el cambio climático, la escasez de recursos y las sequías prolongadas amenazan con alterar patrones de producción y consumo, el agua se convertirá en uno de los principales detonantes de conflicto, no solo en Asia del Sur, sino a nivel mundial. Por ello, la renegociación o fortalecimiento del Tratado de Aguas del Indo no puede esperar. Es urgente establecer un mecanismo de arbitraje robusto, con participación activa de mediadores internacionales, científicos del clima y expertos en hidrología, que garantice una distribución equitativa y sostenible del recurso más valioso del siglo XXI.
Asimismo, Pakistán debe adoptar una visión geoeconómica integral que incluya inversiones en infraestructura hídrica, tecnologías de riego eficiente, cultivos resistentes a la sequía y sistemas de almacenamiento que reduzcan la dependencia de flujos transfronterizos. El país también necesita desarrollar un marco normativo para gestionar el estrés hídrico interno, mejorar la gobernanza del agua y aumentar la resiliencia de sus comunidades rurales.
Pero más allá de las medidas técnicas y diplomáticas, el verdadero desafío para Pakistán es de carácter estructural: no se puede garantizar la seguridad nacional sin invertir en el desarrollo humano. La educación, la sanidad, la cohesión social y la infraestructura básica son elementos indispensables para construir una nación capaz de resistir presiones externas sin fracturarse desde dentro. La fortaleza estratégica no reside exclusivamente en el arsenal militar o las alianzas geopolíticas, sino en la capacidad del Estado para asegurar el bienestar, la productividad y la estabilidad emocional de su población.
El conflicto actual debe ser una oportunidad para redefinir la noción de soberanía: no como un concepto rígido vinculado exclusivamente a las fronteras o la defensa, sino como una noción dinámica que incluye la soberanía alimentaria, hídrica, económica y, sobre todo, humana. Si Pakistán logra articular una estrategia de largo plazo que combine diplomacia efectiva, innovación tecnológica, desarrollo humano y liderazgo regional, no solo podrá afrontar los desafíos inmediatos, sino también posicionarse como un actor relevante en la futura arquitectura de seguridad y cooperación del sur de Asia.