¿Oportunidad o Ilusión? América Latina ante la Nueva Guerra Comercial y el Reordenamiento Global

La reconfiguración del comercio mundial, impulsada por el resurgimiento del proteccionismo, las tensiones entre Estados Unidos y China y el debilitamiento del multilateralismo, ha colocado a América Latina en una posición ambivalente. Mientras algunos señalan oportunidades emergentes para la región, especialmente en términos de comercio y atracción de inversiones, los riesgos estructurales y geopolíticos no pueden ignorarse

La Ministra León visita el puerto de Chancay en Perú el pasado 28 Octubre 2024. Foto:
MINCETUR Perú

La coyuntura internacional actual, marcada por una creciente tensión comercial entre las principales potencias del mundo, una renovada ola de proteccionismo y una disputa geopolítica cada vez más explícita entre Estados Unidos y China, ha generado un entorno de alta incertidumbre económica. En este contexto, América Latina ha sido señalada por algunos analistas como una potencial «ganadora relativa», especialmente frente al endurecimiento del comercio global y la relocalización de cadenas de suministro. Sin embargo, dicha lectura, aunque no carente de fundamento, puede resultar excesivamente optimista si no se contextualiza adecuadamente en los marcos estructurales y las limitaciones internas que aún enfrenta la región.

Durante las últimas décadas, América Latina ha experimentado una inserción económica en el sistema internacional fuertemente dependiente de la exportación de materias primas, así como de vínculos comerciales y financieros asimétricos con economías más desarrolladas. En este sentido, las tensiones comerciales entre EE.UU. y China —con sus respectivos efectos sobre el crecimiento, la inversión y los precios internacionales de las commodities— representan tanto riesgos inmediatos como posibles ventanas de oportunidad. A corto plazo, la reducción esperada del crecimiento económico en estas dos potencias (1,2 % para EE.UU. y 3,9 % para China en 2025, según estimaciones de Fitch Ratings) amenaza con desacelerar el dinamismo de las economías latinoamericanas, particularmente aquellas altamente dependientes de sus exportaciones hacia estos mercados. Esta ralentización puede intensificarse si se profundiza la caída en los precios del petróleo, los metales y otros productos primarios, lo cual reduciría los ingresos fiscales y las cuentas externas de los países exportadores.

A medio y largo plazo, uno de los principales debates se centra en la posibilidad de que América Latina se beneficie de procesos de «nearshoring«, es decir, la relocalización de inversiones desde Asia hacia regiones geográficamente más cercanas a los grandes centros de consumo, como EE.UU. Esta tendencia, incentivada por la disrupción de cadenas logísticas globales durante la pandemia de COVID-19, las tensiones con China, y la búsqueda de mayor resiliencia industrial por parte de Occidente, podría representar una oportunidad histórica para reposicionar a la región como un nodo clave en la manufactura global. No obstante, hasta la fecha, la evidencia empírica no muestra un despegue generalizado de inversiones extranjeras directas con esta lógica, salvo en casos muy puntuales como Costa Rica, que ha sabido combinar estabilidad macroeconómica, políticas pro-inversión y una base de capital humano calificado.

Existen obstáculos estructurales que limitan la capacidad de América Latina para capitalizar estas tendencias. La debilidad institucional, la inseguridad jurídica, la deficiente infraestructura logística, la baja calidad del capital humano y los problemas de gobernabilidad siguen siendo factores disuasorios para la inversión. Además, incluso los países con tratados de libre comercio con EE.UU. —como México, Colombia, Chile y Perú— han visto cuestionada la estabilidad de sus acuerdos frente a decisiones unilaterales de Washington, lo que añade una capa de incertidumbre normativa. La experiencia reciente ha demostrado que ni siquiera los socios estratégicos están exentos de ser afectados por medidas proteccionistas, lo que obliga a repensar la fiabilidad de las reglas multilaterales del comercio.

México representa el caso paradigmático de esta tensión entre oportunidad y vulnerabilidad. Su economía, altamente integrada con EE.UU., depende de las exportaciones manufactureras que representan más de una cuarta parte de su PIB. La revisión programada del T-MEC en 2026 genera una gran inquietud sobre el futuro del acuerdo, más aún bajo un liderazgo estadounidense potencialmente hostil al libre comercio. La administración de Claudia Sheinbaum ha adoptado una postura pragmática en las negociaciones, buscando garantizar la continuidad del pacto sin caer en una posición subordinada. Sin embargo, el margen de maniobra es limitado ante una retórica estadounidense centrada en la «relocalización» (reshoring) más que en la integración regional.

Por otro lado, la cuestión migratoria, particularmente en Centroamérica, se ha entrelazado con la dimensión económica a través de las remesas. Estos flujos han crecido incluso en momentos de crisis, funcionando como amortiguadores del ciclo económico. No obstante, un endurecimiento sostenido de las políticas migratorias en EE.UU. podría afectar este pilar fundamental del ingreso de millones de familias centroamericanas, con efectos macroeconómicos significativos. Frente a esta posibilidad, se hace urgente un viraje en los modelos de desarrollo hacia estrategias que promuevan la generación de empleo de calidad y la diversificación productiva, reduciendo la dependencia de factores exógenos como las remesas.

En el plano geopolítico, el avance de la influencia china en América Latina ha generado una respuesta reactiva por parte de EE.UU., que ve en la región un espacio estratégico dentro de su esfera de influencia histórica. La competencia se manifiesta no tanto en términos de presencia militar, sino en infraestructura, financiamiento y diplomacia comercial. China, aunque ha disminuido su rol como acreedor, continúa impulsando megaproyectos como el Puerto de Chancay en Perú, mientras que EE.UU. parece haber abandonado parte de su arquitectura de desarrollo, como evidencia la desarticulación de USAID. El futuro de la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional (DFC) será clave para evaluar si EE.UU. está dispuesto a competir con China no solo con presión diplomática, sino también con inversiones tangibles.

A futuro, América Latina se enfrenta a un dilema estratégico: puede aspirar a posicionarse como un socio clave en una nueva configuración multipolar del comercio y la producción global, pero para ello debe superar sus limitaciones estructurales, apostar por la integración regional, fortalecer sus instituciones y fomentar una cultura de innovación. De lo contrario, quedará atrapada en un rol pasivo, dependiente de decisiones ajenas y expuesta a los vaivenes de un sistema internacional cada vez más volátil. Aunque existen oportunidades reales en el actual reordenamiento geoeconómico, estas no deben asumirse como garantizadas. La región necesita combinar una lectura realista del contexto externo con una agenda interna ambiciosa de transformación. Solo así podrá convertir las crisis en catalizadores de desarrollo sostenible e inclusivo.

Por Instituto IDHUS