Malí: cómo la inseguridad, la incertidumbre y el caos fomentan el terrorismo

En los últimos años, Malí ha experimentado un aumento exponencial en los incidentes violentos, resultando en la muerte de numerosos militares y civiles y exacerbando la crisis humanitaria y de seguridad que afecta al país. La prevalencia de muertes relacionadas con la insurgencia ha incrementado drásticamente tras la llegada de los militares al poder, duplicándose el número de incidentes de 3.539 a 6.690 entre los períodos de 2020-2021 y 2022-2023.

 

Soldados de Mali en operaciones contra la Jihad Islámica -Foto Neeve.

Por János Besenyő, Professor, Óbuda University y Scott N Romaniuk, Research fellow, Corvinus University of Budapest
Título original: Mali: comment l’insécurité, l’incertitude et le chaos favorisent le terrorisme
Traducción: Instituto IDHUS

El deterioro significativo de las alianzas antiterroristas y de asistencia exterior ha permitido que grupos terroristas como el Estado Islámico en el Sahel y Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin (JNIM) se afianzen en el país, intensificando sus actividades y perpetrando numerosos asesinatos. Otros grupos, como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y Ansar al Din, junto con rebeldes tuaregs, también operan en Malí. Sin embargo, los rebeldes tuaregs muestran una mayor disposición a cooperar con el gobierno en comparación con los grupos yihadistas, manteniendo cierta distancia de estos últimos.

El Índice Global de Terrorismo 2024 (GTI) sitúa a Malí, considerado un santuario y epicentro del extremismo islámico violento, en el cuarto lugar entre los países más afectados por el terrorismo, avanzando un puesto en comparación con el año anterior. El terrorismo y la insurgencia en Malí están intrínsecamente relacionados con sus características geopolíticas singulares, que incluyen la inestabilidad de sus países vecinos, la migración, la vulnerabilidad al cambio ambiental y climático, la escasez de alimentos y agua, y la pobreza extrema. Estos factores se combinan para crear un entorno complejo que facilita el avance de estos grupos extremistas.

Como investigadores especializados en operaciones de mantenimiento de la paz, conflictos africanos, seguridad global y terrorismo, hemos analizado detenidamente la situación en Malí. Un estudio reciente reveló que la incertidumbre y la inestabilidad en el país son factores determinantes en el aumento del terrorismo.

El triangulo de la crisis

El «triángulo de la crisis» en el que se encuentra Malí, a menudo descrito como un Estado fallido, es parte de una región más amplia en crisis, con países vecinos que presentan gobiernos débiles y enfrentan problemas similares. Los conflictos religiosos, culturales y étnicos, junto con las severas condiciones ambientales, han generado una pobreza extrema, frecuentes migraciones y aproximadamente 400.000 desplazados internos. Los enfrentamientos entre grupos han hecho que muchas áreas del país sean prácticamente inaccesibles para la ayuda humanitaria, exponiendo a un gran número de civiles al hambre y a los ataques de grupos armados.

A pesar de ser un país sin salida al mar y con escasa tierra fértil, Malí se encuentra en una zona estratégica que ofrece significativas oportunidades económicas para los grupos terroristas. Las principales rutas migratorias y de contrabando de drogas atraviesan Malí en su camino hacia Europa. Los grupos terroristas colaboran con tribus del desierto para asegurar el flujo seguro de estos bienes ilícitos. Sin embargo, el gobierno y las organizaciones enfrentan enormes desafíos para controlar estos envíos.

Malí se enfrenta a numerosas dificultades derivadas de sus condiciones geopolíticas y de seguridad. No obstante, las organizaciones terroristas anteriormente identificadas consideran estas circunstancias ventajosas y las han explotado de diversas maneras, especialmente las disparidades socioeconómicas entre las regiones del norte y del sur. Exceptuando las grandes ciudades como Bamako, Ségou y Sikasso, la mayor parte del país está subdesarrollada y casi la mitad de la población vive en la pobreza.

Luchas internas

Milicia de mujeres en Sevare, Mali – Foto. Jerome Starkey

Los principales grupos étnicos de Malí están distribuidos a lo largo y ancho del país, y algunos de estos grupos apoyan firmemente a los yihadistas en zonas remotas donde la influencia del gobierno central es limitada. Desde su independencia de Francia en 1960, Malí ha sido escenario de numerosas revueltas, insurrecciones y golpes de Estado. Entre estos conflictos, destacan las recurrentes revueltas de la población tuareg en el noreste del país, descontenta con su estatus, y las confrontaciones con las fuerzas del Estado. La rebelión tuareg, que comenzó en 2011 con el objetivo de crear su propio Estado, Azawad, es un ejemplo notable de esta agitación.

El acuerdo de paz de 2015 fue crucial para la estabilidad de Malí; sin embargo, los militares que tomaron el poder en 2020 lo desmantelaron, acusando a los tuareg de violar su compromiso con el acuerdo. Esta ruptura contribuyó significativamente a la inestabilidad en el país.

Otra causa importante del aumento de la violencia es el contraste entre los objetivos y las estrategias de los grupos rivales, como AQMI y los tuareg, entre otros. Sin ayuda exterior, las soluciones internas de las fuerzas gubernamentales no solo no han logrado contener a estos grupos, sino que han empeorado la situación. Los ataques perpetrados por mercenarios, bandas y grupos como el Katiba Macina (también conocido como Frente de Liberación de Macina) han resultado en graves violaciones de los derechos humanos, incluyendo agresiones sexuales y explotación de adultos y niños.

Las vastas zonas fuera del control del Estado, junto con las carencias en materia de seguridad social, política y económica, que se han agravado por los prolongados conflictos internos y la situación geográfica del país, crean un escenario ideal para las actividades terroristas. Estos grupos explotan la frustración y las situaciones desesperadas de la población para sus propios fines.

Además, el personal de seguridad maliense ha cometido atrocidades que erosionan el tejido social y ponen en peligro la estabilidad del país. En general, la población ha perdido la confianza en la capacidad del gobierno y de las fuerzas de seguridad externas, como las fuerzas de paz de la ONU, para protegerla.

Varios factores importantes han contribuido a crear un entorno propicio para el reclutamiento por parte de grupos terroristas. Entre estos factores se incluyen una población creciente pero extremadamente vulnerable y desesperada, un nivel de vida en descenso y una falta de seguridad casi total. La confluencia de estos elementos ha llevado a un descenso de la confianza de la población en el gobierno central.

En los últimos años, la percepción negativa que la población tiene del gobierno central en Bamako ha generado numerosas quejas. Muchos sienten que el gobierno es indiferente a las preocupaciones y retos que enfrenta la población, lo que ha provocado resentimiento, una reacción contra el sistema, la búsqueda de alternativas y la radicalización. Las organizaciones terroristas han aprovechado este descontento, proporcionando a individuos y grupos una vía para expresar su resentimiento y su ira.

Perspectivas de Paz

Fuerza armada antijihadista de Mali – Foto: Podornews

Al igual que otros países anteriormente colonizados, Malí enfrenta desafíos sociales, políticos y económicos persistentes debido a sus fronteras artificiales y legados históricos negativos. Las extremas condiciones geopolíticas y de seguridad agravan estos legados: pobreza extrema, inseguridad alimentaria, desempleo y una población joven que pierde rápidamente sus derechos.

La larga historia de desafíos y crisis en Malí contribuye a la creciente desconfianza, miedo e incertidumbre en todo el país. Sin embargo, es improbable que la estabilidad y la paz se afiancen sin un reconocimiento de las complejas interrelaciones entre estos factores, los variados intereses de los diferentes grupos étnicos y económicos de Malí, y un esfuerzo concertado de los actores nacionales e internacionales para abordar los numerosos problemas estructurales del país, más allá de las cuestiones actuales.

La difícil tarea de instaurar la paz en Malí y la región circundante va más allá de la seguridad tradicional. Todas las estrategias encaminadas a restablecer la estabilidad y la paz deben construirse en torno a esta perspectiva. Es necesario establecer un diálogo entre el gobierno y las comunidades descontentas. Sin recursos materiales y humanos externos, esta realidad es inalcanzable. Estos recursos son esenciales para satisfacer las necesidades de las poblaciones afectadas y desfavorecidas, restablecer su confianza y reducir el poder y la influencia de las organizaciones terroristas.

Malí necesita imperiosamente ayuda para desarrollar y defender sus infraestructuras existentes a fin de garantizar la prestación de servicios vitales, aliviar las crisis de alimentos y agua, y crear puestos de trabajo. Aunque la junta acepta la ayuda humanitaria, la ha politizado, prohibiendo todas las actividades de las ONG apoyadas por Francia en 2022.

Para mitigar las consecuencias de la propaganda y la ideología radicales, también se necesitan iniciativas educativas. El éxito de estas y otras iniciativas depende de la cooperación y el apoyo tanto dentro como fuera del país. Internamente, se necesita inclusión, estabilidad y experiencia, pero se carece de gobernanza. Los esfuerzos coordinados para garantizar flujos financieros como la ayuda, la inversión extranjera directa y las remesas son esenciales para evitar atraer oportunidades financieras alternativas delictivas y terroristas.

En conclusión, hay pocos caminos hacia la paz y la estabilidad duraderas sin el apoyo inquebrantable de terceros actores civiles imparciales que prioricen la seguridad futura de la nación y de sus ciudadanos.

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