5,6 millones de personas están desplazadas
MARÍA RODRÍGUEZ / EFE
Atalayar
Casi 29 millones de personas podrían verse inmersas en la inseguridad alimentaria en África occidental entre junio y agosto, según las previsiones de las organizaciones humanitarias, siendo los países del Sahel los más afectados.
A este momento se le conoce como la estación del hambre o periodo de carestía y tiene lugar en lugares como Malí, Níger, Burkina Faso, Chad o el norte de Nigeria, cuando se acaban las reservas de las cosechas recogidas el año anterior al final de la época de lluvias (mayo-septiembre).
Se trata de un periodo que, según explica a Efe Paloma Martín de Miguel, responsable geográfica para el Sahel de Acción Contra el Hambre (ACH), «se puede adelantar o atrasar» y que se puede prevenir y predecir con los sistemas de alerta en los que se recogen diferentes factores que afectan a la inseguridad alimentaria.
«Este año por las lluvias podríamos haber pensado que iba a ser un poquito más relajado, pero hay otras variables que hacen que este periodo de carestía se presente con más dificultad», señala Martín de Miguel.
Para Juan Echanove, director de Sistemas de Alimentación y Agua de la ONG CARE International, el aumento de los conflictos y la pandemia de la COVID-19, junto al cambio climático, hacen que este periodo de carestía ya no sea «tan cíclico» y se convierta en «una especie de tormenta perfecta».
Aumento de conflictos
El aumento de la violencia por la expansión del yihadismo, los conflictos intercomunitarios y el bandidismo han ocasionado que cerca de 5,6 millones de personas estén desplazadas internamente en los países del Sahel y más de 800.00 se refugien en naciones vecinas.
«Hay una sucesión de conflictos que, si los vas poniendo sobre el mapa, al final cubren casi toda la región», cuenta a Efe Echanove.
«Estamos hablando de una zona donde la agravación de la crisis es la más compleja y la más rápida que en cualquier lugar del mundo», apunta Martín de Miguel.
La responsable de ACH afirma que, con el crecimiento de la población en el Sahel (un 3,9 % anual) y la disminución de las zonas estables por la inseguridad, hay más población en zonas estables provocando que los recursos naturales no sean suficientes.
«Todas esas crisis hacen que miles de personas no tengan acceso a sus campos, no cultiven y se ven obligadas a desplazarse en zonas seguras donde aumenta el número de población» provocando «una tensión alimentaria», explica a Efe Issiaka Abdou, responsable regional de programas de Médicos Sin Fronteras (MSF).
Además, la amalgama de grupos armados en el Sahel dificulta la negociación de corredores humanitarios y que las organizaciones sean cada vez más víctimas de ataques genera y generará un problema para la distribución de alimentos y ayuda.
Contrastes climatológicos
Según Abdou, el difícil acceso al agua en el Sahel hace que «la agricultura en estos países dependa en un 80 %, si no más, de la estación de lluvias» con años en los que apenas llueve y otros en los que las precipitaciones resultan tan abundantes que las inundaciones destruyen los cultivos y, por tanto, el periodo de carestía es peor.
La falta de agua en el Sahel ocasiona además una lucha por la tierra entre ganaderos y agricultores, unos conflictos que se agravan a medida que los recursos disminuyen y avanzan la desertificación y la deforestación.
«Todo está relacionado -señala Echanove-. Hay conflictos porque hay escasez de agua y hay escasez de agua por el cambio climático, y hay falta de alimentación por el incremento de la población y hay incremento de la población porque no hay una seguridad social que garantice a los mayores quién se va a ocupar de ellos y al final todo eso tiene un nombre, que es pobreza».
Asimismo, aclara Abdou, el aumento de los gastos para cubrir las necesidades familiares ha ocasionado que en los últimos veinte años el uso de la cosecha haya cambiado y que, en lugar de destinarla principalmente al consumo familiar, ahora más del 80 % se venda, agotándose las reservas de comida rápidamente.
La COVID-19
Por otro lado, con la crisis económica a nivel mundial ocasionada por la pandemia de la COVID-19 se han reducido los ingresos, han aumentado los precios de los alimentos y ha caído el envío de las remesas, afectando a la seguridad alimentaria en el Sahel.
Igualmente, la lucha contra la COVID-19 ha mermado las campañas de vacunación contra otras enfermedades y el temor al contagio ha hecho que muchas personas no acudan por otras dolencias a los centros de salud, llegando más debilitadas a este periodo de carestía.
«A veces hay en la opinión pública la sensación de que lugares como el Sahel no tienen solución, que es así de toda la vida, y no es verdad», subraya Echanove.
«Al final -concluye- lo que termina ocurriendo es que esto será noticia cuando en agosto o septiembre empiece a informarse de hambrunas más generalizadas, pero es ahora cuando hay que poner los medios».