La lucha por la soberanía en el Pacífico: entre el olvido internacional y el resurgir de una conciencia poscolonial

En un contexto global marcado por disputas geopolíticas, las pequeñas naciones insulares del Pacífico enfrentan una lucha silenciosa pero fundamental: la defensa de su soberanía, autonomía y dignidad frente a siglos de colonialismo y desinterés internacional. A través del documental Fight for the Pacific, el cineasta Tuki Laumea visibiliza las historias de resistencia de pueblos que, a pesar de la pobreza, la marginación y el olvido, reclaman su derecho a decidir sobre su propio futuro

Más allá del atractivo turístico, las islas del Pacífico Sur son parte de un tablero geopolítico cada vez más centrado en esta región del globo. Foto: Flicker

En medio de un mundo cada vez más definido por las tensiones geopolíticas entre potencias globales, la región del Pacífico Sur se ha transformado en un nuevo tablero de competencia estratégica. Sin embargo, mientras Estados Unidos, China, Francia y otras naciones refuerzan su presencia en esta vasta extensión oceánica por intereses militares, económicos y geográficos, muchas de las pequeñas naciones insulares que componen esta región aún libran una batalla más elemental: la del reconocimiento efectivo de su soberanía, la autodeterminación y la dignidad de sus pueblos. Esta realidad es abordada con agudeza y compromiso en la serie documental Fight for the Pacific del cineasta y periodista Tuki Laumea, quien junto con su compañera y colega Cleo Fraser, da voz a historias silenciadas durante décadas por el desinterés internacional y los efectos persistentes del colonialismo.

Tuki Laumea, originario de la región y profundamente comprometido con las causas de los pueblos del Pacífico, denuncia la paradoja que viven estas naciones: mientras son objeto de estrategias globales por su ubicación estratégica, sus recursos naturales y su posición en las rutas marítimas, sus habitantes continúan siendo marginados, manipulados o directamente ignorados por las mismas potencias que se disputan su control. Tal como señala Laumea, los líderes del Pacífico son personas altamente capacitadas, conscientes de los desafíos locales y capaces de definir sus propios caminos, pero enfrentan presiones externas que condicionan su autonomía. Lo que reclaman, de forma simple y clara, es el derecho básico a decidir sobre su futuro sin ser instrumentalizados por intereses foráneos.

Uno de los ejemplos más contundentes de esta realidad se encuentra en Kanaky Nueva Caledonia, territorio francés en Oceanía cuya población indígena kanak lleva más de 170 años luchando por la independencia. Si bien el sur del archipiélago refleja una imagen de prosperidad europea —cafés, automóviles modernos, altos niveles de consumo—, el norte, donde habita principalmente la población indígena, está marcado por la pobreza extrema. Laumea denuncia la exclusión sistémica que sufren los kanak, a quienes se les ha negado el acceso a servicios básicos, oportunidades educativas y herramientas tecnológicas fundamentales. Algo tan simple como la conectividad digital se convierte en un lujo: los precios del internet alcanzan cifras exorbitantes (100 euros por menos de 10 gigas), imposibles de asumir para quienes no pueden pagar ni siquiera el pan diario. En este contexto, la invisibilidad de su lucha se agrava, ya que no existen medios accesibles para que sus voces sean escuchadas más allá del aislamiento geográfico.

Este fenómeno no es exclusivo de Nueva Caledonia. En otras partes del Pacífico, como Hawái o las Islas Marshall, la narrativa colonial también continúa presente bajo nuevas formas. En Hawái, donde la anexión estadounidense nunca fue consentida por el pueblo indígena, el legado de la ocupación militar se mantiene a través de políticas que privilegian a los militares estadounidenses con subsidios y beneficios económicos, mientras la población originaria sufre las consecuencias del encarecimiento de la vida, la pérdida de tierras ancestrales y una de las tasas de personas sin hogar más altas de todo Estados Unidos. En los márgenes de la postal turística de Waikiki, cientos de personas sobreviven en condiciones precarias, desnutridas y enfermas, mientras el turismo y el complejo militar-industrial continúan generando beneficios que rara vez se redistribuyen.

Otro caso especialmente dramático es el de las Islas Marshall, víctimas de una de las campañas de pruebas nucleares más intensivas del siglo XX, llevadas a cabo por Estados Unidos entre 1946 y 1958. Durante ese periodo, se realizaron más de 60 pruebas atómicas en el atolón de Bikini y otras zonas, afectando directamente a miles de habitantes que fueron desplazados, contaminados e incluso utilizados como sujetos de experimentación. Según Laumea, a muchos se les inyectaron sustancias radiactivas deliberadamente, lo que ha derivado en enfermedades crónicas, mutaciones genéticas y traumas intergeneracionales. Lo más indignante, añade, es que Estados Unidos jamás ha emitido una disculpa formal ni ha asumido plenamente la responsabilidad de reparar los daños causados. Hoy, gran parte de la población indígena vive en condiciones de pobreza severa, y las consecuencias del legado nuclear siguen afectando la salud física y mental de las nuevas generaciones.

Pese a la gravedad de estos hechos, el mundo continúa mostrando un escaso interés por las realidades del Pacífico. Laumea relata las dificultades que enfrentaron él y Fraser para lograr que Al Jazeera, una cadena con alcance global, apostara por un proyecto centrado en esta región. La invisibilidad mediática, dice, es una de las formas más persistentes del colonialismo contemporáneo: “en el escenario global, no tenemos voz; simplemente no les importamos”. Frente a ello, Fight for the Pacific se propuso revertir esta lógica mediante una apuesta ética: garantizar la “soberanía narrativa”. Esto implica que las historias fueran contadas exclusivamente por personas del lugar, protagonistas de sus propias realidades. No hay narradores externos, ni miradas eurocéntricas. Solo las voces auténticas de los pueblos del Pacífico.

El proyecto también asume un desafío enorme: recorrer diez culturas distintas del Pacífico, con sus historias únicas, matices políticos, herencias culturales y aspiraciones divergentes. La edición de cientos de horas de grabación, según el propio Laumea, fue una tarea emocionalmente abrumadora pero profundamente necesaria. La motivación principal fue el deseo de honrar cada historia, de preservar la memoria colectiva y de visibilizar una lucha que sigue activa, aunque muchas veces pase inadvertida.

Desde una perspectiva de futuro, el documental de Laumea y Fraser puede entenderse como una señal del resurgimiento de una conciencia poscolonial en el Pacífico. Esta conciencia, basada en la recuperación de la identidad, la defensa de los territorios y la exigencia de justicia histórica, está encontrando nuevas formas de expresión a través de la cultura, el arte, el activismo y, cada vez más, la diplomacia regional. Organismos como el Foro de las Islas del Pacífico (PIF) están empezando a jugar un rol más firme en la defensa de los intereses regionales, especialmente frente al avance chino y las estrategias de contención estadounidense.

A mediano y largo plazo, el futuro de la región dependerá de su capacidad para articular una voz común, basada en la cooperación interinsular, el fortalecimiento de sus instituciones democráticas y el acceso real a la educación, la tecnología y los recursos. También será crucial que la comunidad internacional —en especial los antiguos poderes coloniales— reconozca no solo el pasado de explotación y daño, sino que se comprometa con mecanismos concretos de reparación, autonomía y respeto.

La lucha por el Pacífico, entonces, no es solo una lucha geopolítica por territorio e influencia. Es, en su dimensión más profunda, una lucha por el derecho a existir con dignidad, a reconstruir una historia propia y a imaginar un futuro en el que los pueblos del mar no sean márgenes del mundo, sino protagonistas plenos de su propio destino.

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