La economía serbia en un tiovivo geopolítico: entre la oportunidad estratégica y el riesgo del sobreequilibrio

En el complejo escenario internacional contemporáneo, Serbia se ha posicionado como un actor geoeconómico estratégico que busca equilibrar intereses diversos entre potencias globales. Su política exterior e inversiones reflejan una constante maniobra entre Oriente y Occidente, aprovechando alianzas múltiples sin comprometerse plenamente con ninguna

Calles comerciales en Belgrado. Foto: Flicker

Durante las últimas dos décadas, la política comercial y de inversión de Serbia ha estado marcada por un juego de equilibrios entre potencias globales con intereses divergentes. Este ejercicio de balance, que para algunos representa sabiduría diplomática, para otros resulta una estrategia ambigua o incluso incoherente, se ha consolidado como una constante en la proyección internacional del país. Serbia ha sabido posicionarse como un punto de interés para actores geoeconómicos tan dispares como la Unión Europea, China, Rusia, Estados Unidos, Turquía, los Emiratos Árabes Unidos e India. Esta condición de “nodo flexible” en el ajedrez euroasiático ha generado beneficios concretos, aunque también plantea desafíos estructurales y estratégicos que requieren un análisis más profundo sobre su impacto a largo plazo en las dinámicas geopolíticas de la región de los Balcanes y del continente europeo en general.

Desde una perspectiva comercial, Serbia ha demostrado un crecimiento moderado pero constante. En 2023, el comercio exterior total de bienes alcanzó un valor de 65.490 millones de euros, con exportaciones por 26.400 millones de euros, lo que representó un incremento del 4,5 % respecto al año anterior. Las importaciones, en contraste, disminuyeron un 5,8 %, situándose en 39.100 millones de euros, lo que mejoró la cobertura de importaciones por exportaciones al 77,7 %, frente al 70,6 % registrado en 2022. Esta tendencia sugiere una relativa mejora en la competitividad exportadora del país, aunque sigue evidenciando una fuerte dependencia de insumos y productos extranjeros.

La Unión Europea continúa siendo el principal socio comercial de Serbia. Alemania, Italia, Hungría y Rumanía se mantienen como los principales destinos de las exportaciones serbias, así como fuentes de importaciones. Además, la UE ha canalizado durante años importantes fondos de preadhesión (Instrumento de Ayuda de Preadhesión – IPA), lo que ha facilitado el financiamiento de infraestructuras, reformas institucionales y proyectos de desarrollo regional. Sin embargo, a pesar del peso económico y político de Bruselas, la relación Serbia-UE se asemeja cada vez más a un compromiso dilatado sin concreción: la adhesión plena parece distante, obstaculizada por cuestiones políticas internas, como el estatus de Kosovo, y por el creciente euroescepticismo en sectores de la población serbia. Esta ambigüedad estratégica limita la claridad del rumbo a seguir y ha impulsado a Serbia a buscar alternativas complementarias en otros polos de poder global.

Uno de esos polos es China, cuya presencia ha crecido de forma vertiginosa en la última década, especialmente a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Belgrado se ha convertido en una plataforma clave para la proyección de intereses chinos en los Balcanes. Las inversiones chinas abarcan una amplia gama de sectores: desde la construcción del Puente Pupin, pasando por la planta de neumáticos de Linglong en Zrenjanin, hasta importantes obras de infraestructura ferroviaria, como la modernización del corredor Belgrado-Budapest. Asimismo, Pekín ha financiado centrales térmicas y adquirido activos industriales estratégicos, como la acería de Smederevo. Estas inversiones, si bien impulsan el crecimiento y modernizan infraestructuras, han sido objeto de críticas debido a su opacidad contractual, cláusulas onerosas y escasos estándares laborales y medioambientales. No obstante, China no exige condiciones políticas explícitas, lo que ha sido visto por el gobierno serbio como una ventaja frente a los requerimientos normativos occidentales. Esta lógica de pragmatismo ha derivado en una creciente dependencia de capital chino, con riesgos asociados a la pérdida de soberanía económica y a una mayor exposición a los vaivenes de la rivalidad entre China y Occidente.

La relación con Rusia ha sido históricamente estrecha, sustentada tanto en lazos culturales y religiosos como en la cooperación energética. Rusia ha sido uno de los principales proveedores de gas natural y petróleo, y mantiene participación en empresas del sector energético serbio. Sin embargo, desde el estallido de la guerra en Ucrania en 2022 y el consecuente endurecimiento de las sanciones europeas, Belgrado ha tenido que maniobrar cuidadosamente entre sus lazos históricos con Moscú y las presiones de Bruselas y Washington. Aunque los contratos energéticos con Rusia aún se mantienen, la estrategia serbia apunta a una paulatina desvinculación simbólica del eje ruso, intentando conservar la estabilidad interna y el apoyo de sectores nacionalistas que aún perciben a Moscú como un aliado tradicional. Esta dualidad plantea tensiones internas y complica la alineación internacional de Serbia en un contexto de creciente polarización global.

En cuanto a los Estados Unidos, su influencia en Serbia ha sido más discreta, pero no menos relevante. Las inversiones estadounidenses han crecido de forma gradual, especialmente en el sector tecnológico, el ecosistema de startups y la adquisición de empresas estratégicas. Sin embargo, la percepción pública hacia EE. UU. sigue siendo ambivalente. Por un lado, se valora la capacidad de inversión y transferencia tecnológica; por otro, persiste una desconfianza asociada a la intervención de la OTAN en los Balcanes en los años noventa y a ciertas posturas políticas percibidas como injerencistas. Esta tensión entre pragmatismo económico y resentimiento político limita el potencial de una relación más profunda y fluida.

En los últimos años, nuevos actores han ganado protagonismo. Los Emiratos Árabes Unidos han inyectado capital en proyectos emblemáticos como el Belgrade Waterfront, una renovación urbana de gran escala que simboliza el giro de Serbia hacia inversores no tradicionales. Además, invierten en sectores como la agricultura, la logística y el turismo. Turquía, por su parte, ha intensificado su presencia con la construcción de fábricas, autopistas y redes ferroviarias, mientras India emerge como un socio en expansión en el ámbito farmacéutico y de tecnologías de la información. Esta diversificación de alianzas le otorga a Serbia una autonomía relativa frente a los bloques hegemónicos, aunque también genera un entorno complejo de intereses cruzados difícil de gestionar de forma sostenida.

En términos geoeconómicos, Serbia se ha transformado en un espacio de competencia e influencia, un nodo de conexión entre Oriente y Occidente, donde se entrecruzan estrategias de poder blando y duro, inversiones con motivaciones políticas, y acuerdos económicos de amplio alcance. Su ubicación geográfica estratégica, en el corazón de los Balcanes, la convierte en una pieza codiciada en los planes de expansión e integración tanto de la UE como de Eurasia. Este posicionamiento privilegiado, sin embargo, no garantiza una ventaja permanente: la falta de definiciones claras puede derivar en una vulnerabilidad sistémica, especialmente si se intensifican las tensiones entre los grandes bloques globales.

Desde el punto de vista estructural, la economía serbia aún presenta limitaciones significativas: su base exportadora sigue siendo estrecha y altamente concentrada. Según el analista económico Nemanja B. Antić, Serbia cuenta con sectores que han demostrado dinamismo en los mercados internacionales, como el de frutas y hortalizas (destacando las frambuesas) y el de servicios informáticos. También existen nichos competitivos en las industrias química y automotriz, pero estos segmentos requieren fortalecimiento tecnológico, acceso a mercados y sostenibilidad en el tiempo. El problema central sigue siendo la capacidad del país para generar valor agregado de forma constante y diversificada en mercados globales altamente competitivos. Si bien los acuerdos bilaterales abren puertas, es fundamental que Serbia desarrolle capacidades endógenas para aprovechar estas oportunidades sin caer en la dependencia crónica del capital extranjero.

En definitiva, el modelo de “equilibrismo geopolítico” que ha adoptado Serbia le ha permitido mantener relaciones funcionales con múltiples potencias sin alinearse plenamente con ninguna. Esta estrategia le ha conferido flexibilidad, acceso a recursos y margen de maniobra. Pero también implica un riesgo creciente: el de convertirse en un terreno de disputa, más que en un actor con voz propia. El equilibrio constante puede degenerar en parálisis si no se consolida un proyecto de desarrollo nacional coherente y sostenible. En un mundo cada vez más polarizado, Serbia deberá definir con claridad sus prioridades económicas y geopolíticas si quiere evitar que su flexibilidad estratégica termine traduciéndose en vulnerabilidad estructural.

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