La crisis de Sudán y la fiebre del oro del Sahel

La crisis de Sudán y la fiebre del oro del Sahel

Sudán es un eslabón fundamental en la geopolítica cada vez más frágil y violenta de las regiones del Sahel y del Mar Rojo/Cuerno de África.

ADAM TOOZE

Los sangrientos combates en todo el país que comenzaron el 15 de abril son el resultado de un enfrentamiento entre las dos fuerzas militares más poderosas del país: el general Abdel Fattah al-Burhan, presidente desde octubre de 2021, y el general Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemeti (Hemetti, Himedti), vicepresidente de Sudán y comandante de las poderosas Fuerzas Paramilitares de Apoyo Rápido. Los combates están motivados por la rivalidad entre los generales, que encabezan distintas facciones dentro de las fuerzas de seguridad tras la destitución del presidente al-Bashir en abril de 2019. Representan a distintas agrupaciones de poder en Sudán y cuentan con el patrocinio de fuerzas exteriores rivales. Al-Burhan está relacionado con Sisi en Egipto. Se cree que Hemeti está más cerca de los emiratíes. Ambos tienen vínculos con Rusia. Pero la condición de posibilidad para este enfrentamiento es la economía política de Sudán para la que una de las claves es el oro. Como revela el trabajo de un brillante grupo de estudiosos franceses, la aparición del general Hemeti como aspirante al poder en Jartum, es un reflejo del cambio de poder provocado en Sudán y en la región en general, por una espectacular fiebre del oro.

Como informó el International Crisis Group en 2019:

En el Sahel central (Malí, Burkina Faso y Níger), la extracción de oro se ha intensificado desde 2012 debido al descubrimiento de una veta especialmente rica que atraviesa el Sáhara de este a oeste. Los primeros hallazgos se produjeron en Sudán (Jebel Amir) en 2012, a los que siguieron otros entre 2013 y 2016 en Chad (Batha, en el centro, y Tibesti, en el norte del país), en 2014 en Níger (Djado, en el noreste del país, Tchibarakaten, al noreste de Arlit, y la región de Aïr, en el centro norte), y finalmente en 2016 en Mali (la parte norte de la región de Kidal) y Mauritania (Tasiast, en el oeste). El movimiento transfronterizo de mineros experimentados de la subregión, sobre todo de Sudán, Malí y Burkina Faso, ha impulsado la explotación de estos yacimientos. Estos recientes descubrimientos se suman al oro ya extraído en Tillabéri (oeste de Níger), Kayes, Sikasso y Koulikoro (sur de Malí), y varias regiones de Burkina Faso, lo que convierte al oro artesanal en un tema de enorme importancia en el Sahel.

Fuente: Raphaëlle Chevrillon-Guibert, Laurent Gagnol, Géraud Magrin Hérodote 2019

A medida que ha ido avanzando de Este a Oeste, la fiebre del oro ha ido reordenando las poblaciones y las relaciones económicas, sociales, políticas y militares en todo el Sahel. Se trata de una frontera móvil de la producción artesanal similar en cierto modo al asombroso desarrollo helter-skelter de la plantación de cacao que analicé en Ghana y Costa de Marfil.

Las actividades de los mineros artesanales de África han atraído la atención de los medios de comunicación de todo el mundo. Ésta tiende a concentrarse en las condiciones primitivas en las que trabajan. Las dramáticas imágenes de la minería artesanal evocan comparaciones con el «siglo XIX» o con algún otro pasado imaginado. Con frecuencia se hacen comentarios sobre el marcado contraste entre los smartphones en los que acaban las tierras raras y el primitivismo de las condiciones en las que se extrae el oro, el coltán, etc.

El contraste entre la opulencia y la pobreza es demasiado real. Pero la idea de que reflejan diferentes épocas de la historia o diferentes etapas de desarrollo es una ilusión.

La actividad de la minería artesanal es bastante nueva en la mayoría de los lugares de África que se han visto atrapados en el actual auge de los recursos. Desde luego, nunca antes se había practicado a esta escala. Las gigantescas explotaciones mineras artesanales de Malí o Darfur no son más naturales o autóctonas de África que las regiones deforestadas de cacao de CdI. Además, toda esta actividad que implica a millones de personas organizadas a través de enormes distancias, no sería posible sin el uso extensivo de tecnologías modernas en los lugares africanos de producción. En 2018 Malí registró 150 abonados a teléfonos móviles por cada 100 habitantes y sigue aumentando. Pero hay un artilugio del que los mineros de oro del Sahel pueden presumir de ser los usuarios más importantes de todo el mundo: los detectores de metales portátiles y baratos, que empezaron a estar ampliamente disponibles en la región hacia 2008-2009.

En 2009, la demanda saheliana de detectores de metales era tan intensa que produjo una escasez mundial de estos equipos, con libros de pedidos repletos durante 6-9 meses, e imitadores chinos luchando por robar la tecnología a los líderes del mercado occidental. En un momento dado, el ejército británico en Afganistán culpó de su falta de detectores de minas al auge de la minería africana.

Las comunidades que se han creado gracias a la fiebre del oro son cualquier cosa menos «tradicionales» o «arcaicas», como los campamentos mineros de la California del siglo XIX, son lugares salvajemente cosmopolitas, poblados por emigrantes de toda África, que mezclan comunidades -musulmanas y no musulmanas- y abren nuevas rutas de comercio y comunicación. Este artículo sobre la mezcla de comunidades y la vida en las regiones auríferas de Níger ofrece una descripción gráfica de la improvisada sociabilidad que funciona en los campamentos mineros y de las penurias en las que se forjan estas comunidades.

Una instantánea fascinante del nivel de actividad de la región y de sus necesidades materiales la proporcionó en diciembre de 2020 una operación coordinada de la Interpol en la que las fuerzas policiales regionales llevaron a cabo redadas en los puntos calientes del contrabando en Burkina Faso, Costa de Marfil, Malí y Níger. En el transcurso de una semana, la policía confiscó el modesto total de 50 armas de fuego, 6.162 cartuchos de munición, 1.473 kilos de droga (cannabis y khat), 2.263 cajas de droga de contrabando, 60.000 litros de combustible de contrabando… ¡y 40.593 cartuchos de dinamita!

Como era de esperar, la minería a esta escala atrae a grupos más o menos organizados de hombres armados que tratan de establecer el control, fiscalizar el comercio, cobrar impuestos y, en algunos casos, incluso organizar la producción. En todo el Sahel occidental, el oro figura en el trasfondo de las revueltas yihadistas.

El control del oro es también una apuesta clave para las juntas que recientemente han tomado el control en Guinea, Burkina Faso y Malí. El oro también ha atraído el interés de las fuerzas mercenarias rusas que han estado operando a una escala cada vez mayor, especialmente en la República Centroafricana.

Aunque la amenaza yihadista tiende a atraer la mayor parte de la cobertura exterior del Sahel hacia el extremo occidental, es Sudán el que ancla el cinturón de oro del Sahel en el este. Y es Sudán desde donde comenzó la fiebre del oro. Según las estadísticas oficiales, Sudán surgió de repente en la década de 2010 como el mayor productor del Sahel con diferencia, sólo superado por Sudáfrica y Ghana en el conjunto de África. A diferencia de lo que ocurre en el Sahel occidental, tal y como expusieron las autoridades mineras sudanesas, la minería en Sudán se remonta a la antigüedad.

Dicho esto, hasta la década de 2010 la inmensa mayoría de los 45 millones de habitantes de Sudán se mantenían con la agricultura. Las tensiones entre pastores y agricultores son una fisura clave en la sociedad sudanesa, como en gran parte del Sahel y de África oriental. Pero la agricultura no genera divisas para pagar las importaciones, ni muchos impuestos para el funcionamiento de un Estado. Así que las materias primas para la exportación han sido durante mucho tiempo clave para el funcionamiento del Estado sudanés y su política.

El régimen islamista que gobernó el país desde 1989 se basó a partir de finales de los años noventa no en el oro, sino en el petróleo. Los ingresos del petróleo eran lo suficientemente abundantes como para pagar obras de infraestructura como el asfaltado de miles de km de carretera y la construcción de presas. También tenían el atractivo atributo de generarse a partir de instalaciones industriales de enclave que no perturbaban las estructuras de la sociedad o el poder sudaneses.

Los yacimientos petrolíferos se encontraban en su inmensa mayoría en el sur, donde Jartum gobernaba a distancia sobre una población mayoritariamente cristiana.

En 2011, Sudán del Sur se separó para formar un Estado independiente. El impacto en el resto de la economía sudanesa fue devastador. Mientras que en 2010 Sudán se beneficiaba de unas exportaciones de petróleo de 9.690 millones de dólares, en 2015 sus ingresos petroleros se redujeron a unos míseros 627 millones de dólares. Este terrible golpe llevó a Jartum a adoptar un brutal régimen de austeridad. Pero como muestra Raphaëlle Chevrillon-Guibert en un fascinante informe, la pérdida de los yacimientos petrolíferos del Sur no fue una sorpresa. Desde 2005, previendo una eventual secesión, Jartum buscaba diversificar sus exportaciones, dando prioridad al desarrollo agrícola y minero en el norte del país.

Sudán cuenta con prometedores yacimientos de cromo, manganeso e incluso uranio. Pero el premio obvio era el oro. La visión original del régimen de al-Bashir era convertir a Sudán en un productor industrial de oro como Ghana o Sudáfrica. El régimen concedería licencias de producción a un puñado de grandes empresas siguiendo el modelo de enclave conocido de la industria petrolera. Esto era a la vez «moderno» y dejaría intacta la estructura existente de la política y la sociedad.

Como explica una investigación de la ONG estadounidense Enough:

Hasta 2012, el 74% de las reservas probadas de oro del país se gestionaban a través de sólo dos empresas: la empresa conjunta canadiense-egipcio-sudanesa Ariab y la empresa marroquí-sudanesa Managem. Las concesiones de estas empresas se encuentran en los estados del Mar Rojo y del Nilo respectivamente, lejos de las zonas de guerra del país. Aunque estas minas a gran escala suscitaron críticas por sus malas condiciones laborales y su impacto medioambiental negativo, el comercio de oro del país nunca se vio directamente afectado por sus guerras.

Bajo el régimen de concesiones de las empresas, la producción de oro se mantuvo contenida. Entre 2005 y 2011 la producción sí aumentó significativamente, pero desde una base muy baja. Y entonces llegó la explosión de 2012.

Como lo describió Jérôme Tubiana en Foreign Affairs:

En abril de 2012, un pequeño equipo de mineros errantes descubrió oro en las colinas de Jebel Amir, en el norte de Darfur (Sudán). Una de las minas era tan rica -al parecer reportó millones de dólares a sus propietarios- que fue apodada «Suiza». Los excavadores acudían de todas partes de Sudán, así como de la República Centroafricana, Chad, Níger y Nigeria. Tras una visita muy publicitada del ministro de minería de Sudán y del gobernador del estado de Darfur del Norte, su número puede haber alcanzado los 100.000.

Entre 2011 y 2014, en lugar de que Sudán se convirtiera en el hogar de una industria minera aurífera de enclave estrechamente gestionada, el norte de Sudán, y especialmente Darfur, se convirtió en el teatro de una fiebre del oro a gran escala. La producción de oro de Sudán se disparó hasta los 70 millones de toneladas. Las ventas de oro pasaron del 10% de las exportaciones de Sudán al 70%.

En 2015, la industria minera mantenía a un millón de trabajadores y a cuatro millones de personas a su cargo, la mayoría sudaneses, pero no todos. Las técnicas utilizadas eran primitivas y sucias. Se utilizaba mercurio para extraer el oro y cianuro de sodio para procesar los residuos, lo que provocaba enormes riesgos para la salud de la mano de obra y grandes daños medioambientales. Las ONG y las autoridades locales han protestado por estas condiciones, pero la prioridad ha sido la producción.

Ante esta expansión vertiginosa, la cuestión del control era primordial. Nominalmente, desde 2012 era el Banco Central el que tenía el derecho exclusivo a comprar el oro extraído artesanalmente y a venderlo en el extranjero. Pero el Banco Central ha tenido dificultades para igualar los precios internacionales. Sus esfuerzos por hacerlo imprimiendo moneda local en masa han desencadenado brotes de grave inflación. Y los esfuerzos de las autoridades por acorralar a los mineros privados han sido de todo menos consistentes.

El resultado es que quizá hasta el 90 por ciento de todo el oro producido en Sudán se exporta a través de canales oscuros, en particular a Dubai, que se ha convertido en el principal entrepot para las exportaciones de oro del auge de la minería artesanal del Sahel. Si el 90 por ciento es la cifra correcta, como estiman las fuentes de la CNN, entonces en 2022 se sacó de contrabando de Sudán una producción de oro por valor de 13.400 millones de dólares. Podría ser incluso más.

La cuestión es quién organiza, sanciona y, en última instancia, permite el contrabando a esta escala. La gigantesca fiebre del oro en Sudán estalló en la región de Darfur, que desde 2003 había sido uno de los principales campos de batalla de las guerras civiles sudanesas. En enero de 2013, la zona aurífera de Jebel Amir, en el norte de Darfur, fue testigo de una limpieza étnica masiva y de un desalojo forzoso de gran parte de la población local, supervisados por Musa Hilal, un líder tribal árabe e infame comandante de los Janjaweed. En el transcurso de la guerra, los Janjaweed, fueron acusados de matar a unos 300.000 civiles en nombre del régimen de al-Bashir. Mientras tanto, el oro fluía de Jebel Amir al banco central de Sudán y de allí a Dubai y a los mercados de los EAU. Sudán se vio obligado a aceptar fuertes descuentos por su oro, pero dadas las sanciones financieras estadounidenses era una fuente inestimable de divisas.

Musa Hilal recurrió a cualquier medio de fuerza necesario para controlar la región de Jebel Amir. Pero su posición local y su creciente influencia también le convirtieron en un objetivo. Tras una rebelión de la población local, el hombre que pasó a suplantar y finalmente a subordinar a Hiala en 2017 fue Mohamed Hamdan Dagalo, general de brigada de los Janjaweed. Pertenece al mismo grupo étnico que Hilal, pero carece de su posición en el clan.

Al final de los combates fue el general Dagalo, también conocido como Hemeti, un hombre sin una educación adecuada que se esfuerza por expresarse en árabe correcto o en árabe coloquial sudanés y del que muchos sospechan que es chadiano, el que se erigió como gobernante de Jebel Amir. Dagalo y su hermano, a través de su vehículo familiar, la empresa Al Gunade, se han convertido así en los reyes de la economía del oro de Sudán. Sobre esa base, Hemeti surgió no sólo como una potencia nacional, sino como un actor internacional independiente. Hasta 16.000 de sus milicias RSF, fuertemente armadas, fueron desplegadas junto al ejército regular sudanés como parte de la coalición Saud en Yemen. Las RSF controlan el comercio y la migración en la región fronteriza con Libia y han intervenido militarmente. Y para consolidar aún más su control, Dagalo ha entablado una improbable relación de patrocinio con Rusia.

Esto puede parecer descabellado. Pero el régimen de sanciones impuesto a Sudán por EE.UU. y los castigos impuestos al banco francés BNP en 2014, tuvieron el efecto de congelar gran parte de las inversiones occidentales. Rusia llenó el vacío. Moscú empezó a entablar relaciones con Sudán como muy tarde en 2017, cuando el entonces presidente al-Bashir fue recibido por Putin en Sochi. Como informa el New York Times:

A las pocas semanas (de la reunión de al-Bashir con Putin), geólogos y mineralogistas rusos empleados por Meroe Gold, una nueva empresa sudanesa, comenzaron a llegar a Sudán, según los registros de vuelos comerciales obtenidos por el Dossier Center, un organismo de investigación con sede en Londres, y verificados por investigadores del Centro de Estudios Avanzados de Defensa. El Departamento del Tesoro afirma que Meroe Gold está controlada por el Sr. Prigozhin, e impuso sanciones a la empresa en 2020 como parte de una serie de medidas dirigidas contra Wagner en Sudán. El director de Meroe en Sudán, Mikhail Potepkin, trabajó anteriormente para la Internet Research Agency, la fábrica de trolls financiada por Prigozhin y acusada de inmiscuirse en las elecciones estadounidenses de 2016, según el Departamento del Tesoro. Los geólogos de Meroe Gold fueron seguidos por funcionarios de defensa rusos, que iniciaron negociaciones sobre una posible base naval rusa en el Mar Rojo, un premio estratégico para el Kremlin, de repente al alcance de la mano.

En 2019, al-Bashir se enfrentaba a la oposición del ejército y del movimiento prodemocrático. Lo que le mantenía en el poder eran sobre todo las RSF bajo el mando de Hemeti. Pero a partir de 2017, Hemeti empezó a sospechar cada vez más de las empresas cercanas a al-Bashir que se introducían en su territorio. Fue la decisión de Hemeti de cambiar de bando la que abrió el camino al golpe de Estado que desalojó a al-Bashir del poder en abril de 2019.

Tras la destitución de al-Bashir, Moscú respaldó a las dos facciones militares principales. Moscú cultivó el liderazgo militar regular de Sudán en Jartum con vistas a establecer una base naval permanente en el Mar Rojo. Al mismo tiempo, trabajó con Hemeti y su milicia en los campos de oro. Su base de Darfur acogió las propias operaciones rusas de refinado de oro en Sudán y sirvió de cómodo punto de conexión para sus actividades mercenarias tanto en la República Centroafricana como en Libia.

Tras un experimento de dos años con un gobierno civil de transición, tanto las principales facciones militares de Sudán como sus patrocinadores rusos se hartaron. En una transacción de la que desearía saber más, en la primavera de 2020 el grupo de Hemeti anunció el retorno oficial al control gubernamental de las minas de Jebel Amir.

Pero, ¿quién era el gobierno? En octubre de 2021, con el respaldo de Rusia, las facciones militares pusieron fin a la administración civil de transición. Se ha rumoreado que el golpe pudo estar motivado por el deseo de acabar con la obstrucción administrativa civil a la colaboración entre los militares sudaneses y los rusos. En los meses anteriores al golpe, los operativos rusos se habían puesto cada vez más nerviosos por la supervisión estadounidense de sus actividades y habían estado buscando crear empresas sudanesas en la sombra para ocultar sus huellas. A esto se habían resistido los vigilantes civiles sudaneses de la corrupción, que resentían amargamente la idea de una venta de su país a Rusia.

Tras el golpe de octubre de 2021 cesó esa injerencia civil. Buques de guerra rusos atracaron en puertos sudaneses y el 24 de febrero de 2022, el día de la invasión rusa de Ucrania, el ex líder de la milicia Janjaweed y magnate del oro Hemeti estaba en Moscú codeándose con Lavrov y los altos mandos rusos.

Si siente curiosidad por las incursiones diplomáticas del general Mohamed Hamdan alias Hemeti, puede seguir la cuenta del caudillo en twitter, donde da cuenta de su diplomacia, incluidas las conversaciones con el secretario de Estado Blinken.

Cómo se desarrollará la lucha por el poder en Sudán es una cuestión abierta. Recientemente, un convoy diplomático estadounidense quedó atrapado en el fuego cruzado en Jartum y El Cairo está bajo presión para enviar más tropas al país para rescatar a los que ya han sido hechos prisioneros por la RSF. Hemeti está preparado para la lucha, disfruta con la perspectiva de posicionarse. como sucesor de al-Bashir como defensor de Sudán frente a los demasiado poderosos egipcios.

Como lo resumen Chevrillon-Guibert, Ille y Salah, lo que estamos presenciando es una catapulta verdaderamente notable de un caudillo provinciano de orígenes humildes: «que no pertenece ni a la élite darfurí ni a la élite ribereña del Nilo históricamente dominante en el país» al estatus de actor global. «Himeidti representa la intrusión de nuevas fuerzas, antes periféricas, en los niveles superiores del poder, mediante la captura de recursos naturales y la brutalidad pura y dura». Es un producto apropiado de la fiebre del oro.