En un contexto global marcado por tensiones energéticas, crisis migratorias y el ascenso de nuevas potencias en África, Italia ha lanzado el ambicioso Plan Mattei como eje de su proyección estratégica en el Mediterráneo. Lejos de limitarse a una política de cooperación, el plan representa una apuesta integral por reposicionar a Roma como actor clave entre Europa y el continente africano. Inspirado en la visión del industrial Enrico Mattei, este enfoque combina diplomacia energética, desarrollo sostenible y estabilización regional con fines claramente geopolíticos

Italia, a lo largo del siglo XX y principios del XXI, ha luchado por consolidar una posición estable y estratégica en el entramado geopolítico del Mediterráneo. En un escenario global marcado por la competencia por recursos energéticos, la gestión de crisis migratorias, la creciente presencia de potencias extrarregionales en África y la redefinición del orden internacional tras conflictos como la guerra en Ucrania, Roma ha buscado en su historia industrial una hoja de ruta para proyectar poder e influencia. Es en este marco donde emerge el Plan Mattei, una estrategia de cooperación internacional y diplomacia económica que toma su nombre de Enrico Mattei, fundador del Ente Nazionale Idrocarburi (ENI) en 1953 y figura crucial en el diseño de una política energética independiente para Italia tras la Segunda Guerra Mundial.
El Plan Mattei, anunciado por el gobierno de Giorgia Meloni como la “estrategia insignia” de su política africana, se estructura sobre una inversión inicial de 5.500 millones de euros, provenientes principalmente del Fondo Italiano para el Clima (3.000 millones) y de recursos ya asignados a cooperación al desarrollo (2.500 millones). La lógica subyacente al plan no es meramente humanitaria o de desarrollo: su arquitectura refleja una sofisticada apuesta por redirigir las dinámicas migratorias hacia rutas más gestionables, al tiempo que fortalece la posición italiana como intermediario energético y geopolítico en el espacio euroafricano. El programa contempla instrumentos financieros complejos, como canjes de deuda por desarrollo, asociaciones público-privadas y proyectos multilaterales, desplegados inicialmente en países como Túnez, Argelia, Egipto y Marruecos, y con una posterior extensión a naciones del África subsahariana.
Uno de los elementos más reveladores del Plan Mattei es la relación ambivalente y estratégica que mantiene con Libia, un país cuya historia moderna está íntimamente entrelazada con la política exterior italiana. Antigua colonia y fuente principal de hidrocarburos para Italia, Libia ha sido tradicionalmente considerada como el pivote de la influencia romana en el norte de África. Sin embargo, el Plan Mattei inicialmente excluyó a Libia de su cartera prioritaria, lo que se interpreta como una señal de cautela estratégica por parte de Roma, posiblemente debido a la fragmentación institucional del país y la volatilidad de su escenario político, marcado por la coexistencia de dos gobiernos: el de Abdul Hamid Dbeibeh en Trípoli y la Cámara de Representantes respaldada por el mariscal Khalifa Haftar en Bengasi.
A pesar de ello, Roma ha ido dando pasos calculados hacia una mayor implicación en Libia. ENI, que aún ostenta la posición de principal productor de gas en el país —responsable del 80% de la producción total en 2024, dirigida mayoritariamente al consumo eléctrico doméstico italiano—, mantiene operaciones fundamentales en yacimientos clave como el campo Elephant en la cuenca de Murzuq. La alianza con la National Oil Corporation (NOC) libia ha demostrado ser resiliente durante las convulsiones de la década de 2010, incluyendo periodos de guerra civil y bloqueos institucionales. Sin embargo, las tensiones internas siguen afectando a las operaciones: en agosto de 2024, una disputa en torno al Banco Central de Libia condujo a la paralización de la producción en varios yacimientos por parte del gobierno oriental de Haftar, lo que forzó a la NOC a declarar fuerza mayor. La posterior reactivación de las actividades por parte de ENI en octubre revela tanto su compromiso estratégico como la dependencia de Italia respecto a la estabilidad libia.
Más allá del componente energético, la potencialidad de Libia como socio estratégico radica también en su papel como paso clave en las rutas migratorias hacia Europa. En este sentido, el Plan Mattei incorpora una dimensión migratoria explícita, fundamentada en la idea —cuestionada por múltiples expertos— de que el desarrollo económico en los países de origen y tránsito reducirá el flujo migratorio hacia Europa. Esta lógica ha sido calificada como simplista e insuficiente, especialmente ante la ausencia de una estrategia coordinada con la Unión Europea. De hecho, la decisión del gobierno italiano de no integrar el Plan Mattei en los marcos multilaterales europeos parece responder a una lógica de branding nacionalista, que busca posicionar a Italia como un actor autónomo y determinante en la configuración de una nueva geoeconomía mediterránea.
El enfoque del Plan Mattei también se proyecta hacia el desarrollo de energías renovables, en una clara señal de adaptación a la transición energética global. Italia, tras perder el acceso al gas ruso debido a la guerra en Ucrania y las sanciones posteriores, ha buscado diversificar su matriz energética mediante el fortalecimiento de alianzas en el norte de África. Si bien se han implementado proyectos piloto de formación e innovación en renovables en otros países africanos, sorprende que Libia —con un elevado potencial en energía solar y eólica— aún no esté incluida en estas iniciativas. Integrar a Libia en la “Hoja de Ruta para Conectar África con Europa mediante la Producción de Energía Limpia” sería un paso lógico para consolidar su papel como eje energético regional.
Asimismo, la reconstrucción y normalización de la red eléctrica libia, severamente afectada por la guerra, representa una oportunidad crucial para la diplomacia energética italiana. El suministro eléctrico ha sido utilizado como herramienta política por distintos actores en el conflicto libio, y la posibilidad de que ENI y el Estado italiano intervengan en este ámbito, no sólo desde una lógica extractiva, sino también de formación de capital humano y fortalecimiento institucional, podría posicionar a Italia como una potencia constructiva en la región. Esto se alinea con un enfoque de “peacebuilding ambiental”, donde el desarrollo energético sirve como catalizador para la creación de una identidad colectiva y mecanismos de resolución de conflictos localizados, especialmente en regiones como el este de Libia, históricamente marginadas.
En última instancia, el Plan Mattei debe entenderse no únicamente como una estrategia de desarrollo, sino como un instrumento de proyección geopolítica integral. A través de él, Italia busca articular una visión del “Mediterráneo ampliado”, donde la frontera sur de Europa se redefine como una zona de interacción económica, energética y política entre continentes. Esta reconfiguración tiene implicaciones profundas para las dinámicas geoeconómicas globales, particularmente en un momento de creciente competencia entre potencias occidentales y actores emergentes como China y Turquía, ambos con presencia creciente en África. Frente a estos rivales, la capacidad de Italia para combinar diplomacia energética, intervención estratégica y construcción de instituciones locales podría redefinir su rol internacional y consolidarla como un actor clave en el tablero euroafricano del siglo XXI.