G5 Sahel, la cumbre de todos los retos en Nuakchot

G5 Sahel, la cumbre de todos los retos en Nuakchot

Ahmedou Ould Abdallah
MondAfrique

Prevista para el 30 de junio en Nuakchot, la cumbre del G5 Sahel tendrá lugar, Covid 19 obliga, en un contexto regional e internacional extraordinario. Un contexto que exige que se celebre para debatir sobre un enemigo incapaz de negociar pero difícil de derrotar. También es un contexto en el que los retos exacerbados por el Covid 19, el debilitamiento de las economías y la indigenización de los grupos terroristas, son cada vez más acuciantes.

Se trata ahora de amenazas estructurales

Al reunir a aliados y socios, esta cumbre no puede ser una reunión más. Habrá poco espacio para las interminables peticiones de «recursos adicionales» o las perpetuas ofertas de «amplia financiación». Para ganarse los corazones y las mentes de los ciudadanos, sus conclusiones no deben ser ni vagas ni convencionales.

Las apuestas político-militares, sacudidas por el Covid 19, exigen un punto de inflexión para los Estados del Sahel del G5, sus vecinos y los socios exteriores más concernidos.

Hace más de siete años, en enero de 2013, los grupos armados se abalanzaron sobre Bamako, la capital de Malí, cuando la respuesta militar de París los detuvo en Kona, en la región de Mopti. La operación Serval, ahora Berkhane con 5.100 efectivos, acababa de comenzar. Reorganizadas y reequipadas, las fuerzas armadas malienses operan en presencia de 12.000 soldados de las Naciones Unidas, guerreros chadianos y otros soldados y equipos de países amigos americanos y europeos. Más de 30.000 soldados frente a un millar de rebeldes.

Un costoso apoyo económico

Para respaldar los despliegues militares, hay tres programas económicos en marcha. La Coalición para el Sahel, cuyo objetivo es integrar los planteamientos de las instituciones internacionales en la lucha contra el terrorismo; la Alianza para el Sahel, que financia proyectos de desarrollo con la Coalición; y la Asociación para la Seguridad y la Estabilidad en el Sahel, una iniciativa franco-alemana.

Estas tres organizaciones se suman al Club del Sahel y al Comité Interestatal de Lucha contra la Sequía en el Sahel, con sede en Uagadugú.

Estos esfuerzos económicos y los frecuentes éxitos militares se enfrentan al terrorismo, que sigue arraigando. Perseguidos desde 2013, los grupos terroristas han perdido a la mayoría de sus jefes militares y han huido de las ciudades, dispersándose en la naturaleza. Aunque no han desaparecido, siguen teniendo rehenes, pero se extienden, envenenando la convivencia interétnica y debilitando a los gobiernos.

La violencia ha arraigado en la región, donde el ruido de una moto causa el pánico entre los campesinos. Inicialmente fuente de ingresos, se ha convertido subrepticiamente en plataforma de reivindicaciones etnosectarias, como en Somalia, Afganistán, Yemen y Libia.

Estrategias operativas

En este entorno cada vez más violento, ¿sigue siendo diplomáticamente sostenible una gobernanza eficaz y un combate militar exitoso? Aunque cualquier resolución de un conflicto plantea dilemas políticos, éticos y financieros, el tiempo para las opciones decisivas no es elástico, y es esencial encontrar una salida a la crisis.

Los líderes de la región son muy conscientes de la complejidad de los retos. El primero es el del terrorismo ideológico y étnico. Su indigenización lo convierte en «un pez en el agua» de los grupos étnicos. En segundo lugar, prosigue la internacionalización de los conflictos en el noreste de la región, con la presencia rusa y turca en Libia tras la de los Estados del Golfo y otros, así como las crueldades en torno al lago Chad.

Este deterioro de la seguridad augura lo peor para el Sahel. De ahí la urgente necesidad de resolver cuanto antes su raíz, la rebelión en Malí. La rebelión ha sido ignorada a pesar de los numerosos acuerdos firmados para ponerle fin en 1991, julio de 2006 y recientemente en junio de 2015 en Argel.

Para encontrar una salida, los Estados del Sahel pueden inspirarse en dos estrategias antiterroristas. La primera fue seguida por Rusia, Argelia y los Estados del Golfo, donde los «ex afganos» y sus reclutas locales protagonizaron feroces rebeliones antes de ser erradicados. La segunda es el modelo de la comunidad internacional, desde 1991 hasta hoy, en Somalia, Afganistán y Yemen. Cada una de estas dos estrategias tiene costes humanos muy elevados o insostenibles. Pero se ha hecho una elección decisiva.

La principal dificultad para poner fin a la crisis reside en la incapacidad ideológica de los terroristas para creer en una solución negociada. Acorralados y perdiendo hombres, terreno y equipos, los talibanes en Afganistán, los shebaab en Somalia, Daesh en Mosul y los islamistas en Chechenia siguieron luchando, por auto adoctrinamiento o por inexperiencia. Perdiendo cada vez más. Los efectos perversos de su objetivo de «todo o nada» hacen inútiles las negociaciones.

El Sahel no será una excepción. Allí son rehenes de su pasado militante y de las esperanzas ligadas a los déficits de ciertos gobiernos debilitados en particular por una corrupción endémica.

Posibles salidas a las crisis

Para revitalizar las relaciones con sus aliados, los presidentes reunidos en Nuakchot deberán centrarse simultáneamente en las cuestiones civiles y militares. En primer lugar, fomentar un discurso político unificador, más eficaz contra el extremismo armado que los llamamientos marciales rápidamente escarnecidos por las redes sociales. La profesionalización de las fuerzas de seguridad exige un reclutamiento más abierto, ejercicios frecuentes y una mayor empatía con la población. La intrusión agresiva de Covid 19, al barajar de nuevo las cartas de las prioridades estratégicas, es un recordatorio de que la crisis en la región se remonta a mucho antes de 2013. Nuakchot puede abrir perspectivas que impidan la continuación de un conflicto que ya dura demasiado. En gran parte debido a un enemigo que quizá no sepa negociar, pero que es increíblemente difícil de erradicar.