El Sahel, los orígenes

El Sahel, los orígenes

La región del Sahel se enfrenta a numerosos problemas enraizados en cuestiones del pasado que es necesario comprender

Una vez más volvemos al Sahel. Y desgraciadamente seguirá siendo un tema importante durante mucho tiempo. Hay muchas caras del problema y mucho en juego. Y no podemos abordar con garantías lo que no conocemos. Por eso, toda la luz que podamos arrojar para tratar de entender lo que allí ocurre será siempre poca.

Tras el periodo de la Guerra Fría, los fenómenos extremistas violentos de todo tipo se convirtieron en una gran preocupación mundial. La escalada de este tipo de extremismo en Mali en 2012, y su posterior propagación a los vecinos Níger y Burkina Faso, aunque sorprendente para muchos, tiene profundas raíces históricas.

Mapa que muestra la localización de atentados yihadistas atribuidos a Daesh u otros grupos yihadistas desde 2021 hasta el 21 de julio de 2023 en la región del Sahel – FOTO/AFP

El Sahel es una región en la que han confluido a lo largo del tiempo elementos multidimensionales como el fanatismo religioso, las rebeliones tuaregs, las secuelas de la guerra civil argelina de 1992, las secuelas de la crisis libia y la crisis fulani en Mali Central, todo lo cual, unido a ancestrales rivalidades tribales, raciales y de estilos de vida enfrentados desde casi el origen de la presencia humana en la zona (pastores nómadas y agricultores), ha contribuido a la aparición del fenómeno al que hoy asistimos.

Desde los años sesenta, y especialmente tras el proceso de descolonización, algunos de estos factores se han intensificado progresivamente, probablemente agravados por la especial relación, sobre todo en materia económica, con la antigua metrópoli, y siguen desarrollándose hoy, en 2024. Esta evolución histórica es la base de la proliferación de organizaciones extremistas y violentas que operan en Malí, Burkina Faso y Níger, convirtiendo la región del Sahel en la que probablemente sea la principal fuente de inestabilidad para Europa, con capacidad para llevar el caos al Viejo Continente.

Foto de archivo, combatientes tuareg de la Coordinación de Movimientos del Azawad (CMA) en Kidal, norte de Mali – FOTO/AFP

Lo preocupante es que, a pesar de los datos que lo corroboran, la situación sigue pasando desapercibida. Según el Instituto para la Economía y la Paz, en uno de sus informes 2023, los movimientos extremistas en el Sahel causaron más muertes en 2022 que en el Sudeste Asiático, Oriente Medio y el Norte de África juntos. Además, las muertes en el Sahel representaron el cuarenta y tres por ciento del total mundial en 2022, lo que contrasta fuertemente con el escaso uno por ciento registrado en 2007. Las cifras hablan por sí solas. No hace falta explicarlas.

El Jefe de Estado de Malí, Assimi Goita, el General de Níger, Abdourahamane Tiani, y el Capitán de Burkina Faso, Ibrahim Traore, asisten a la inauguración de la primera cumbre ordinaria de jefes de Estado y de Gobierno de la Alianza de Estados del Sahel (AES) – REUTERS/MAHAMADOU HAMIDOU

El Sahel, como hemos mencionado en numerosas ocasiones, se caracteriza por ser un espacio donde las fronteras son porosas y fluidas, las identidades múltiples, el pasado se mezcla con el presente y los sistemas políticos y económicos evolucionan y cambian constantemente, no siempre en la buena dirección. Su población, en la región que nos ocupa, está formada por unos ciento cincuenta millones de personas. Entre ellos hay diferentes grupos étnicos, como las comunidades fulani, tuareg, hausa, kanuri, songhai, bambara, zarma, mossi, dogon y árabe. Cada uno de estos grupos étnicos tiene su propia lengua, tradiciones y medios de vida tradicionales, como el pastoreo nómada, la agricultura y el comercio, y cada uno ha contribuido durante siglos al desarrollo del rico patrimonio cultural de la región.

Pastores fulani esperan a que su ganado beba en un punto de agua de la aldea de Madina Torobe, en la región de Matam – AFP/ JOHN WESSELS

Y lo que es más importante, todos y cada uno de ellos llevan interactuando con los demás el mismo tiempo, con dinámicas distintas y una historia común de afinidades, rivalidades, alianzas, guerras y venganzas. Y ese pasado, irremediablemente, condiciona el presente y define el futuro. Y desgraciadamente, en nuestra atalaya a veces altiva y desdeñosa, hemos ignorado, deliberadamente o no, este factor, que es una de las causas del fracaso de las intervenciones llevadas a cabo hasta ahora.

La religión ha desempeñado un papel importante a la hora de alimentar el extremismo violento en el Sahel, especialmente en Malí, Burkina Faso y Níger. Estas organizaciones extremistas islamistas que operan en el Sahel africano utilizan su particular interpretación del Islam para justificar sus acciones violentas, reclutar adeptos y movilizar recursos. Actores hasta hace poco ajenos a la región, o presentes pero poco destacados, como Al Qaeda y Daesh, se han beneficiado de la situación y la han aprovechado para promover sus intereses, hasta el punto de poder determinar el futuro de la región.

Soldados de las Fuerzas Armadas de Malí aseguran la vía entre Goundam y Tombuctú, norte de Malí, el 2 de junio de 2015, durante la operación conjunta La Madine 3, parte de la Operación Barkhane, una operación antiterrorista en el Sahel – AFP/ PHILIPPE DESMAZES

El punto de partida de los acontecimientos que nos han llevado hasta donde estamos hoy es la guerra civil argelina. Un acontecimiento histórico clave que propició la aparición y propagación del extremismo religioso violento en el Sahel. La guerra tuvo lugar entre 1992 y 2002 y surgió de la crisis política provocada por la anulación de las elecciones en 1992.

En enero de ese año, el Frente Islámico de Salvación (FIS) ganó abrumadoramente las elecciones municipales, derrotando al gobernante Frente de Liberación Nacional (FLN). Sin embargo, en lugar de aceptar la victoria de los islamistas, los militares intervinieron rápidamente impidiendo la celebración de elecciones parlamentarias, prohibiendo el FIS y deteniendo a sus líderes. La causa inmediata fue la decepción y el descontento generalizados entre la población argelina, que desembocaron en protestas cada vez más violentas y, finalmente, en un sangriento conflicto armado. La guerra civil enfrentó principalmente a las fuerzas armadas y de seguridad argelinas contra el Grupo Islámico Armado (GIA), el Ejército Islámico de Salvación (EIS) y organizaciones voluntarias afiliadas como el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), origen de lo que más tarde se conocería como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).

Un veterano de la guerra civil argelina sostiene un cartel en el que se lee «Todos unidos por una justicia independiente» durante una protesta en Argel, Argelia, el 29 de marzo de 2019 – FOTO/AP

El conflicto en el vecino Mali en ese momento y el caos asociado fueron de gran utilidad para los militantes islamistas argelinos. Los movimientos transfronterizos se vieron facilitados por las porosas fronteras entre el norte de Malí y el sur de Argelia. En esta vasta región, dura y prácticamente inhóspita, no hay acción gubernamental y es una encrucijada para todas las redes de tráfico ilícito. Fue precisamente la libre circulación de personas y armas lo que permitió a los grupos islamistas argelinos buscar refugio y reagruparse en el norte de Malí.

En las fases iniciales de su actividad en Malí, los yihadistas se alinearon con el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (NMLA), pero esta simbiosis no duró mucho y los grupos islamistas superaron rápidamente a los rebeldes tuaregs a los dos meses de capturar el norte de Malí, expulsándolos de ciudades clave como Gao y consolidando el control de la región. Esto supuso un cambio significativo, ya que los yihadistas de AQMI pasaron rápidamente de operar en sus santuarios del desierto a gobernar los centros urbanos, utilizando incluso antiguos edificios administrativos. Vemos cómo el patrón de actuación de estos grupos se repite una y otra vez. Su objetivo es siempre sentar las bases de una estructura similar a un gobierno que les dé legitimidad a los ojos de sus «gobernados» y les permita «vender» la llegada del califato prometido.

Miembros de la tribu nómada Fulani sentados en un carro mientras recorren el bosque de Barkedji-Dodji, parte de la Gran Muralla Verde del Sáhara y el Sahel en el departamento de Linguere, región de Louga, Senegal 14 de julio de 2021 – REUTERS/ZOHRA BENSEMARA

El éxito de los yihadistas puede atribuirse a unas estructuras de mando más coherentes, un equipamiento superior, un mayor acceso a recursos financieros y el apoyo de ciertas comunidades locales desencantadas con el laicismo del NMLA. En junio de 2012, estos grupos habían marginado al NMLA y se habían hecho con el control de la mayor parte del norte de Malí. Para financiar sus programas extremistas, AQMI y el Movimiento para la Unidad de la Yihad en África Occidental se dedicaron al tráfico de drogas y al secuestro de ciudadanos occidentales. Los rescates pagados por varios gobiernos, entre ellos Canadá y numerosas naciones europeas, ascendieron a entre cuarenta y sesenta y cinco millones de dólares entre 2008 y 2012.

Un soldado durante una ceremonia en el campamento militar General Sangoule Lamizana, en Uagadugú, el 8 de octubre de 2022 – AFP/ ISSOUF SANOGO

Un problema interno, en este caso argelino, fue el detonante para que la chispa del yihadismo prendiera en toda la región, ya que la victoria del gobierno argelino se consiguió en gran medida empujando y empujando a los elementos radicales hacia la región fronteriza con Mali. Y allí, poco a poco, fueron encontrando raíces y apoyo para su causa y su visión del islam. Entraron en contacto con grupos criminales con los que colaboraron e incluso se fusionaron, obteniendo así la financiación necesaria para sus actividades, creciendo y pudiendo fijarse objetivos cada vez más ambiciosos. La aparición de un rival en su esfera de control, el Daesh, más violento y activo, sobre todo en el extranjero, pareció eclipsar a los herederos de los yihadistas argelinos. Sin embargo, permanecieron, y esta rivalidad entre los dos grupos ha hecho la situación mucho más peligrosa e inestable. Como ocurre a menudo en la región, nada es blanco o negro, y la rivalidad, cuando es necesaria, se convierte en alianza, y viceversa.

Ahora, con la entrada de actores extranjeros que incluso han desplazado a las antiguas colonias colonizadoras y a sus aliados, Europa parece más perdida que nunca. Y el peligro real es que la región se convierta en el nuevo campo de batalla donde estos nuevos actores continúen su confrontación. Si no se invierte esta deriva, el desastre está asegurado.