El Regreso del Gigante Verde: La Lucha por Restaurar el Castaño Americano desde el Corazón de Nueva York

Durante más de un siglo, el majestuoso castaño americano, antaño columna vertebral de los bosques del este de Estados Unidos, ha permanecido al borde de la extinción tras ser diezmado por un hongo foráneo. Hoy, desde la densamente urbanizada ciudad de Nueva York, surge un renovado y ambicioso esfuerzo para reintroducir esta especie clave en su ecosistema natural. A través de ciencia, participación ciudadana e innovación ecológica, se busca restaurar no solo un árbol, sino también un legado cultural y ambiental profundamente arraigado

Un miembro del New York Restoration Project (NYRP) hablando ante un grupo de personas. Fotografía: Ben Hider/New York Restoration Project.

Más de un siglo después de que un patógeno exógeno aniquilara miles de millones de ejemplares del castaño americano (Castanea dentata), una especie arbórea emblemática del ecosistema boscoso del este de Norteamérica, se está gestando un ambicioso y multifacético proyecto de restauración con sede en la ciudad de Nueva York. Esta iniciativa, liderada por organizaciones como el New York Restoration Project (NYRP), representa no solo un esfuerzo ecológico para revertir una de las mayores catástrofes botánicas en la historia moderna de los Estados Unidos, sino también un intento cultural y social por recuperar una especie que alguna vez fue central en la vida rural, económica y simbólica de amplias regiones del país.

El castaño americano fue durante siglos un árbol dominante en los bosques deciduos del este de EE. UU., desde Maine hasta Mississippi. Alcanzaba alturas de hasta 30 metros y diámetros de más de dos metros, siendo a menudo referido como la “secuoya del este” por su tamaño imponente. Su madera ligera, resistente a la pudrición, y sus abundantes y nutritivas castañas lo convirtieron en un recurso invaluable para la construcción, la alimentación humana y animal, y la economía rural. A nivel ecológico, constituía una fuente fundamental de alimento para diversas especies de fauna silvestre, incluidas aves, ciervos, ardillas y osos.

Sin embargo, en 1904, un hongo patógeno conocido como Cryphonectria parasitica, introducido accidentalmente desde Asia a través de plantas ornamentales, fue identificado por primera vez en el Zoológico del Bronx. Este agente causante del llamado «chancro del castaño» se propagó con rapidez devastadora, infectando los tejidos vasculares del árbol e impidiendo la circulación de agua y nutrientes. En cuestión de décadas, aproximadamente cuatro mil millones de ejemplares sucumbieron al hongo, colapsando uno de los pilares ecológicos del bosque oriental y generando una pérdida ecológica y cultural de magnitud incalculable.

Desde entonces, diversas estrategias científicas, filantrópicas y ciudadanas han intentado revertir la extinción funcional del castaño americano. Estas iniciativas han incluido la selección genética de individuos resistentes, la hibridación con especies asiáticas inmunes, y más recientemente, la ingeniería genética para insertar genes antifúngicos. Sin embargo, los resultados han sido desiguales y complejos, debido a las dificultades inherentes a la restauración de una especie perenne, de crecimiento lento y con una ecología tan profundamente interdependiente con su entorno.

En este contexto, el NYRP ha lanzado un proyecto inédito al empoderar a los ciudadanos neoyorquinos para que participen activamente en la restauración del castaño. Se han distribuido más de 400 plantones híbridos —en un 95% genéticamente americanos y un 5% de Castanea mollissima, o castaño chino— cultivados cuidadosamente a partir de individuos supervivientes localizados en diversos puntos del estado de Nueva York y plantaciones gestionadas por la American Chestnut Foundation. Los árboles se están plantando en patios urbanos, jardines comunitarios y parques públicos, bajo criterios técnicos que consideran disponibilidad de luz solar, ausencia de interferencias subterráneas o aéreas, y la viabilidad ecológica a largo plazo.

El caso emblemático de Highbridge Park, en el norte de Manhattan, constituye un ejemplo paradigmático de cómo una intervención ecológica integral puede recuperar un ecosistema degradado. Este parque, otrora un vertedero informal de residuos automovilísticos, ha sido transformado en una reserva urbana que alberga más de 120 ejemplares de castaños americanos. Plantados en 2017, muchos de estos árboles han alcanzado alturas superiores a los 10 metros y han mostrado una notable resistencia al hongo, con apenas dos casos registrados de infección severa. La reforestación ha ido acompañada de la creación de jardines de lluvia, restauración de senderos y remoción de especies invasoras como el Reynoutria japonica (knotweed japonés), todo lo cual ha permitido reactivar los servicios ecosistémicos del área.

Este esfuerzo no se limita al plano botánico. La participación ciudadana está diseñada también como una iniciativa de ciencia comunitaria, mediante la cual los participantes documentan el crecimiento, salud y fenología de los árboles, generando una base de datos útil para la selección de individuos altamente resistentes. A través de este enfoque descentralizado, se busca ampliar gradualmente el reservorio genético de castaños inmunes al chancro, un proceso que, aunque lento, podría sentar las bases para una reforestación a escala regional en el futuro.

Paralelamente, se ha explorado la vía de la modificación genética directa. El caso más notable es el del castaño denominado “Darling 58”, desarrollado por la Universidad Estatal de Nueva York con la inserción de un gen de trigo que codifica una enzima antifúngica. Pese a resultados prometedores en laboratorio, los ensayos de campo revelaron limitaciones significativas en términos de adaptabilidad y vigor. En consecuencia, la American Chestnut Foundation retiró su apoyo al proyecto en 2023, aunque sus creadores continúan promoviendo su aprobación regulatoria por parte del Departamento de Agricultura de EE. UU. Esta iniciativa ha sido objeto de fuertes críticas por parte de organizaciones ambientalistas, que advierten sobre los riesgos de comercialización prematura y pérdida de diversidad genética.

Más allá del aspecto técnico, la restauración del castaño posee una dimensión simbólica profunda. Constituye un intento de reparar las consecuencias de un periodo histórico de explotación ambiental desmesurada, durante el cual también se extinguieron especies como la paloma migratoria y se llevó al borde del colapso al bisonte americano. Como señala Sara Fern Fitzsimmons, directora de conservación de la American Chestnut Foundation, la desaparición del castaño no fue solo una tragedia ecológica, sino también cultural. Su familia, oriunda de los Apalaches, considera al árbol como una fuente de identidad comunitaria y autosuficiencia rural: sus nueces alimentaban tanto a personas como a ganado, y su madera era utilizada en todos los aspectos de la vida doméstica, desde cunas hasta ataúdes.

El desafío que plantea la restauración del castaño americano es, por tanto, de escala civilizatoria. Como sugiere Jason Smith, del NYRP, debemos concebir este esfuerzo como la construcción de una catedral ecológica: una obra intergeneracional cuyo éxito podría no ser visible en el corto plazo, pero que tiene el potencial de reconfigurar el paisaje, la biodiversidad y el sentido cultural del noreste estadounidense. A diferencia de proyectos mediáticos como la resurrección del mamut lanudo o el lobo terrible mediante biotecnología avanzada, la reintroducción del castaño tiene un fundamento pragmático y ecológico sólido. Es un árbol capaz de capturar grandes cantidades de carbono, restaurar hábitats para insectos y aves, y regenerar suelos forestales degradados, todo ello sin necesidad de alterar el equilibrio ecológico existente.

En un contexto de crisis climática y pérdida acelerada de biodiversidad, la restauración del castaño americano representa una oportunidad concreta para repensar nuestra relación con la naturaleza. No se trata de un gesto nostálgico ni de una hazaña de ingeniería genética, sino de una apuesta por una restauración integral basada en el conocimiento científico, la participación ciudadana y el respeto a los ciclos largos de la ecología forestal. El castaño, en su silenciosa resiliencia, podría ser la semilla de un nuevo paradigma de coexistencia entre naturaleza y sociedad.


Por Instituto IDHUS