El avance implacable del calor extremo: medio mundo bajo amenaza climática

El calentamiento global ya no es una amenaza lejana, sino una realidad que transforma profundamente nuestras vidas. Entre mayo de 2024 y mayo de 2025, la mitad de la población mundial experimentó al menos un mes adicional de calor extremo, con consecuencias devastadoras para la salud, la seguridad alimentaria y la estabilidad social

Hay que refrescarse como se pueda. Foto: Alex Hannam

Durante el período comprendido entre mayo de 2024 y mayo de 2025, aproximadamente 4.000 millones de personas —la mitad de la población mundial— experimentaron al menos un mes adicional de calor extremo debido a cambios climáticos de origen antropogénico, es decir, causado por la actividad humana. Esta es la principal conclusión de un exhaustivo análisis publicado conjuntamente por World Weather Attribution (WWA), Climate Central y la Cruz Roja Internacional, organizaciones dedicadas a la evaluación de eventos climáticos extremos y sus impactos sobre las sociedades humanas. Las consecuencias de este fenómeno no han sido menores: enfermedades relacionadas con el calor, muertes prematuras, pérdidas severas en la producción agrícola, así como una presión extraordinaria sobre los sistemas de salud y suministro energético.

A diferencia de eventos meteorológicos de alto impacto inmediato como los huracanes o las inundaciones, el calor extremo es un “enemigo” silencioso que avanza de forma casi invisible, infiltrándose en el tejido cotidiano de la vida humana sin levantar alertas inmediatas. Según el informe, el calor se posiciona como el fenómeno climático extremo más mortífero del planeta, una amenaza subestimada cuya letalidad está frecuentemente oculta tras diagnósticos médicos que identifican fallos cardíacos, accidentes cerebrovasculares o insuficiencia renal como causa primaria, sin reconocer la influencia determinante del calor en dichos desenlaces. En países sin sistemas eficientes de monitorización climática y sanitaria, muchas de estas muertes ni siquiera se contabilizan como relacionadas con las altas temperaturas.

El análisis detrás de este informe empleó metodologías revisadas por pares que permiten atribuir cuantitativamente la responsabilidad de los cambios climáticos en la ocurrencia y severidad de olas de calor. Se compararon eventos reales con modelos climáticos que simulan un mundo sin emisiones humanas de gases de efecto invernadero. Los resultados son contundentes: en prácticamente todos los países del mundo, el número de días de calor extremo se ha al menos duplicado con respecto a ese escenario hipotético sin cambio climático. Este incremento afecta de manera desigual a las distintas regiones del planeta, siendo las islas del Caribe algunas de las más golpeadas. Puerto Rico, por ejemplo, registró 161 días de calor extremo en el periodo analizado, en comparación con los 48 días que habría experimentado en ausencia del calentamiento global inducido por el ser humano.

La vulnerabilidad al calor extremo está fuertemente influida por factores socioeconómicos y estructurales. Las comunidades de bajos ingresos, las personas mayores y aquellas con condiciones médicas crónicas son las más expuestas. Viven, en muchos casos, en viviendas mal aisladas, sin acceso a climatización o a servicios médicos adecuados. En las zonas urbanas, el fenómeno de las “islas de calor” —donde la acumulación de cemento, la falta de vegetación y la densidad poblacional elevan las temperaturas— agrava aún más la situación.

Ante este escenario, los expertos advierten sobre la necesidad urgente de adoptar medidas tanto de mitigación como de adaptación. Roop Singh, responsable de temas urbanos y atribución climática en el Centro Climático de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, subraya la importancia de implementar sistemas de alerta temprana, planes de acción frente al calor, y estrategias de planificación urbana que tengan en cuenta el calentamiento creciente. Algunas ciudades ya están tomando iniciativas en esta dirección. En Marsella, Francia, por ejemplo, se ha lanzado una campaña masiva de plantación de árboles con el objetivo de aumentar las áreas de sombra y reducir la temperatura urbana. En otras regiones, se están adaptando los códigos de construcción, creando refugios climáticos y estableciendo protocolos de seguridad térmica en los lugares de trabajo.

No obstante, los autores del informe advierten que estas estrategias de adaptación tienen un límite. Si no se logra una eliminación progresiva y decidida del uso de combustibles fósiles a nivel global, las olas de calor serán cada vez más intensas, más frecuentes y más prolongadas, hasta un punto en que las medidas actuales dejarán de ser suficientes. En otras palabras, la adaptación puede amortiguar el golpe, pero solo la mitigación puede evitarlo.

A futuro, el problema del calor extremo no solo representa una amenaza directa a la salud y al bienestar, sino que plantea desafíos estructurales para la estabilidad de los sistemas agrícolas, energéticos y económicos del planeta. A medida que el clima continúe calentándose, la productividad agrícola podría disminuir en regiones tropicales y subtropicales, exacerbando la inseguridad alimentaria. El aumento en la demanda de refrigeración eléctrica, si no se acompaña de una transición energética justa y sostenible, podría tensionar aún más las redes de suministro eléctrico y aumentar las emisiones en un círculo vicioso. Asimismo, el riesgo de migraciones climáticas inducidas por el calor —un fenómeno aún poco estudiado— podría volverse más común, especialmente en regiones donde la vida se vuelva inviable durante varios meses al año.

Estamos ante un nuevo paradigma climático que exige una transformación profunda en la forma en que diseñamos nuestras ciudades, nuestros sistemas de salud y nuestras políticas energéticas. Pero, sobre todo, exige una comprensión clara y honesta de que el calentamiento global ya no es una amenaza futura: es una crisis presente que afecta hoy, de forma directa, a la mitad de la humanidad. Y, si no se actúa con decisión, pronto afectará a todos.

Por Instituto IDHUS